jueves, diciembre 07, 2006

Me acuerdo, Georges Perec

Traducción y prólogo de Yolanda Morató. Berenice, Córdoba, 2006. 192 pp. 15 €

Esther García Llovet

“Me acuerdo de que soñaba con llegar al Meccano nº 6”, escribe Perec en Me acuerdo. Tendría ocho o diez años entonces. Veinte después construiría el más complejo mecanismo de la literatura francesa del siglo, un enorme artefacto de piezas intercambiables, engranajes, ruedas, tuercas, llaves que ponen en movimiento el gigantesco Meccano de la Memoria. Leer un solo libro de Perec tiene el mismo sentido que reírse de un chiste antes de tiempo. Tiene su gracia pero no es la que te espera.
Perec tiene diez o doce años y vive con sus tíos y su primo Henri. (“Me acuerdo de que mi tío tenía un 11 CV con matrícula 7070 RL2”). Su padre, un judío polaco, ha muerto en la guerra en 1940 y su madre ha muerto o va a morir en Auschwitz. Va al liceo. Juega al barbudo en Petites-Dalles. A veces se escapa de casa, como cuenta en Nací, y coge el metro: Ranelagh-Michel-Ange-Auteuil-Molitor. Entra en los almacenes Pris-Unic y roba: un clavo, un tornillo, una horma de zapato, un interruptor. Viste: una chaqueta de paño gris con tres botones, unos pantalones cortos azul marino, zapatos marrones y calcetines de lana azul.
Esto es lo que encuentra el lector al leer por primera vez a Perec: el catálogo, la guía, las páginas amarillas. Esta bien hasta ahí, nos hace sonreír. Si se presta poca atención tiene el mismo encanto que leer la lista de la compra de un vecino o de oír recitar un crucigrama. El problema es cuando el lector lee un segundo y un tercer y cuarto libro de Perec y cae en la cuenta de que hay elementos y piezas que son intercambiables, suplentes, reemplazables entre sí. Así Especies de espacios funciona como un Meccano de La vida: instrucciones de uso a pequeña escala. Y Me acuerdo es citado en Nací, y Las cosas remite a su propia estancia en Túnez, en Sfax, en los años 60. Hay una permutación frenética de elementos, perpetua, como los comparsas de Zazie en el metro de su amigo Queneau, que se repiten en cada escena de calle, una y otra y otra vez.
Todo este inventario, en ocasiones exhaustivo hasta el agotamiento, un poco a la manera de Bouvard y Pécuchet, no es otro que el archivo de la Memoria, del recuerdo, y así, en W ou Le souvenir d'enfance, dedicado a sus padres muertos, dice: “Escribo porque ellos han dejado en mí su marca indeleble cuyo trazo esta en la escritura; la escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida”.
También Nací (una recopilación de textos autobiográficos reunidas por Philippe Lejeune en 1990), y Me acuerdo (1978) y El viaje de invierno (1980) son Meccanos de la Memoria, pero Perec nos recuerda además cómo funciona éste Mecanismo. Nos recuerda que tenemos una llave colectiva para abrir la memoria colectiva (Me acuerdo), una llave privada para abrir la memoria privada (Nací) y una llave para eliminar la memoria: El viaje de invierno.
El viaje de invierno es uno de los últimos textos de Perec, y es un viaje dentro de un viaje dentro de otro viaje. El relato es muy simple, el contenido no. En los días inmediatos al estallido de la guerra, Vincent Degraël va a parar a casa de unos amigos donde encuentra, perdido en la fría biblioteca, un pequeño volumen: El viaje de invierno, de Hugo Vernier. Degraël es profesor. Sube a su cuarto y empieza a leer el libro de Vernier. Enseguida cae en la cuenta de que hay frases, descripciones, párrafos y versos de Mallarmé, Rimbaud, Verlaine, Leon Bloy. Bien, resulta que Vernier no es más que otro simpático plagiario. Y sí sería si no fuera porque El viaje de invierno lo escribió en 1864, muchos años antes de que se publicaran los textos de los autores que plagia. Degraël se desboca. Intenta averiguar algo más acerca de Vernier pero estalla la guerra. Continúa investigando y descubre para su sorpresa no existe otro ejemplar de El viaje que el que él leyó y que se quemó junto con la casa. Durante treinta años dedica todo su tiempo a descubrir algún indicio de la existencia de Vernier, sin encontrar prácticamente más que alguna cita en alguna correspondencia, su partida de nacimiento; nada. Degraël muere en un psiquiátrico. Junto a su cadáver encuentran un cuaderno caligrafiado con el título El viaje de invierno: “Las ocho primeras páginas relataban la detallada historia de su búsqueda inútil, y las trescientas noventa y dos restantes habían quedado en blanco para siempre”.
Ésta es la clave definitiva Perec: el olvido es la muerte “para siempre”. Pero el recuerdo nos salva de la misma muerte; no sólo de la muerte física sino de la muerte de los días vividos. Al final también Degraël, en esa búsqueda de Vernier, es deglutido en el olvido de los años inútiles, de los días perdidos en buscar lo perdido, lo descatalogado, lo que no estuvo. “Me acuerdo de lo que me costó comprender lo que significaba la expresión sin solución de continuidad”.
Nací es una pieza inclasificable, un bric-a-brac de memorandums, proyectos, recopilaciones, cartas, textos extraídos de grabaciones, notas sobre sueños; piezas que se articulan alrededor del hecho mismo de escribir esos textos. Hay una larga carta a Maurice Nadeau en la que le expone sus últimos trabajos: un tratado sobre un juego de Go, otro sobre lipogramas, un proyecto sobre los lugares en los que ha dormido. Metodologías de trabajo tan minuciosas que reproducen al detalle el trabajo mismo, como si Perec quisiera aproximar la vida y la literatura a una escala 1:1, y en ocasiones lo consigue, para vértigo del lector.
En Nací Lejeune ha incluido también un recuerdo, pormenorizado al máximo, de un día de la infancia de Perec (“la calle Assomption, el metro, los metros, la revista, el hombre, los agentes”), una entrevista con Frank Venaille sobre la memoria, un proyecto de película acerca de Ellis Island, una Lista de Algunas Cosas que debería hacer antes de Morir. Es en la entrevista con Venaille donde explica cómo Me acuerdo surgió a modo de réplica del I remember del escritor y pintor Joe Brainard, quien en 1970 publicó esta especie de autobiografía de datos y recuerdos personales del san Francisco de los 70. Pero Me acuerdo va mucho más allá. Je me souviens es una antología, un inventario, un catálogo general de lugares, fechas, personajes, canciones, productos, juegos, noticias, acontecimientos públicos de la Francia de los años 40 a los 60; un gigantesco tablón de anuncios donde Perec ha colgado su memoria privada para hacerla colectiva. Nos recuerda la forma en que lo trivial, lo cotidiano, está saturado de contenido, de ruido de fondo. La intención de Perec no es declarar Me acuerdo. La intención es una invitación; es: “¿Te acuerdas?”. ¿Te acuerdas “de los agujeros de billetes de metro”? ¿Te acuerdas de “Mister Maggoo”? ¿Te acuerdas de “Los bolsos Hermés, con sus cadenitas tan pequeñas”? La intención de Perec es que digas que sí y por eso Me acuerdo no acaba. Perec solicitó a su editor que en cada ejemplar de Je me souviens se dejaran las últimas páginas en blanco para que el lector escribiera sus propios Me acuerdo, para que no quedaran vacías como las de El viaje de invierno. Yo he escrito en mi ejemplar: “Me acuerdo de que en una pequeña sinagoga de Praga encontré a un hombre subido a una escalera escribiendo uno a uno, a mano, con una pluma, los nombres de todos los judíos de la ciudad muertos en el genocidio”.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola,

Cada mañana, recuperar la identidad que uno tenía la noche anterior no resulta fácil. Pero los recuerdos, si no estás demasiado espeso, te ayudan. O los entusiasmos. Yo hoy me levanté con mal pie, con una película ("La chamelle blanche") que dejó de interesarme a los cinco minutos y que sólo me hizo recordar el trabajo acumulado; pero ahora ya estoy mejor. Acabo de leer esta pieza salvaje y apasionada, un inventario de inventarios, que es en lo que a menudo acaba transformándose la vida, y he olvidado el trabajo acumulado, las prisas por entregar un texto, el lugar donde vivo, donde nací, el desayuno... ¡Socorro!
Sin embargo, a cambio de todos estos olvidos me han venido a la memoria dos piezas que ahora mismo te recomiendo, Esther, si te parece. Una es "Under the Sign of Saturn", que está en el libro homónimo de Susan Sontag, que trata sobre Walter Benjamin y su obsesión por inventariarlo todo, como si fuese un funcionario, un copista (a la manera de Walser o Kafka), o como si viviese en un gran archivo (o en una gran biblioteca, como el Kien de "Auto de fe"). La otra es "Me acuerdo", de Elías Moro, un homenaje a Perec o, mejor, unos apuntes para esas páginas en blanco al final de cada edición de "Je me souviens".
Todo esto para decirte que, de tanto inventariar inventarios, me ha dado por inventariar a mí (y por inventar, claro). Y que gracias, que la mañana ya la tengo completa con la pila de libros de Perec que acabo de coger de la biblioteca, para repasar las líneas subrayadas y quizás para copiarlas en un papel, o para memorizarlas (al diablo con el trabajo acumulado). Ay, si me viera mi madre.
Un texto maravilloso.
Besos.
Hilario J. Rodríguez

Anónimo dijo...

¿Te cuerdas de las pitilleras y las sombrereras en el Passage Choiseul del " Proyecto de los Pasajes"?¿Te acuerdas de las nucas rubias en los pasillos de "Elephant"?¿Te acuerdas de las mil muertas en "2666"?¿Te acuerdas de las sillas y los tenedores en "Elogiemos ahora a hombres famosos"?¿te das cuenta de que la letanía lleva al vértigo, Hilario?
No conozco el libro de Moro,pero me voy a por él de cabeza. También encontré por Amazon una biografía de Perec y voy a darle caza y captura.

Mil gracias.Me has alegrado mucho el día,H.
Un beso de Esther.
(¿Te acuerdas de los atascos de coches de Jacques Tati y de algunas piezas de John Cage?)

Cosas que pasan dijo...

Esther: Te leo y recuerdo un libro de Cortazar: "modelo para armar", creo que me gustaría leerte más, pero sobre todo compartir un vaso de vino en algún bar de Madrid o de Santiago de Chile o, mejor aún, de mi actual ciudad La Serena Chile.
Con Mariela -la de siempre, la de antes y la de ahora -y Montserrat (una nueva integrante de la cofradía familiar), no encantaría recordar, re-construir y sobre todo intercambiar experiencias de estos 10 años de vida.
A veces nos preguntamos si estarías desfaciendo entuertos en Chiapas, protegiendo selvas en peligro en el Amazonas, compartiendo peligros en una calle Baires o viviendo tu vida a manera.

Anónimo dijo...

Hola, Esther:
¿Te acuerdas de "las casas desvalijadas que quedaban con los intestinos al aire como un perro atropellado, casas intervenidas con una pulcritud de hipocondríaco, casas descompuestas y verdosas como una mala digestión"? ¿Y de esa otra anotación, cuando la letanía se había acabado, la que decía "casas agotadas"? ¿Y de ciertos titubeos que se producen cuando uno quiere posponer lo que tiene que decir, no por nada, sólo porque uno a veces recuerda a Thomas Bernhard o a Hartmut Lange o a Agota Kristof? Ah, Agota.
¿Y de los autobuses abandonados en la cuneta de una carretera que bordea un maizal? ¿Y de las linternas que se encienden en el interior de casas a oscuras?
Hoy te regalo unas líneas de Eloy Tizón, que en sus libros siempre incluye prodigiosos inventarios:
"Soy un viajante de comercio taciturno. En treinta años de profesión he visto: quemarse un río, dos guerras, un eclipse parcial de luna, una rosa azul, una mano sin uñas en el borde de un sendero, como suelo decir qué no habré visto."
Buen fin de semana.
Y un beso.
H.

Anónimo dijo...

Thanks.
xxx
Anita O'Day (what a lady in white)
Ever tried Madeleine Peyroux?

Anónimo dijo...

I know you know:
You mean The Peyroux, the girl with the blues?
Must say I love sleeping with her velvety croon.
XXXX