Ediciones del Viento, La Coruña, 2006. 168 pp. 15 €
Óscar Esquivias
Los últimos exámenes, la adolescencia, el verano, el mar, el descubrimiento del amor, la decepción... Con estos mimbres se han escrito multitud de relatos, pero pocos tan intensos y amargos como La luz bajo el polvo. La alegría parece totalmente ajena a la ciudad innominada en la que transcurren las vidas de Lucas y su madre, los protagonistas de la novela, el primero un adolescente cuyo tedio existencial sólo se alivia cuando comienza una relación con una muchacha de origen caribeño; la segunda, una mujer derrotada por la vida en todos los frentes: en el laboral, el sentimental e, incluso, el maternal, ya que la relación con su hijo está dominada por la incomunicación. Los retratos de ambos personajes (que yo he pintado con dos brochazos) son muy ricos y matizados y aquí está uno de los mayores méritos del libro: la sensación de verdad que transmite, su penetración psicológica, la riqueza de sentimientos.
Ana Esteban es una narradora hiperestésica que crea unas atmósferas inolvidables, a menudo asfixiantes (por ejemplo, el calor del verano que inunda las calles de la novela y que parece meterse en los pulmones de los personajes y también en los del lector). La novela está llena de olores, de sensaciones táctiles, de metáforas hermosísimas que flamean de repente en mitad de una narración aparentemente objetiva y distante, muy dura, que trata sobre algunos de los asuntos menos amables de nuestra sociedad: la degradación de la juventud, el racismo, la pobreza, la violencia doméstica, la alienación laboral... No es, sin embargo, una obra de denuncia social, o al menos, no sólo es eso: se trata de una novela profundamente poética, más cercana al símbolo que al testimonio, al estilo de como puedan serlo las de Dostoievski, pero de un nihilismo posmoderno. Para Ana Esteban no parece haber redención posible, se muestra implacable con sus personajes y el amor sólo se asoma en forma de aspiración inalcanzable; nos muestra un mundo en el que todos parecen condenados a la infelicidad. La ciudad de plomo en la que se ambienta la historia da la impresión de ser un lugar maldito donde no habita un solo hombre justo. Por otra parte, los personajes carecen de ideología y de religión, la política o Dios no existen y nadie pone en cuestión el orden de las cosas. Los personajes sobreviven como lo harían unos animales en la jungla, sin que tengan capacidad de decisión sobre ningún aspecto de su vida, sin esperanza de ninguna clase de justicia, aceptando los zarpazos de los depredadores como algo inevitable y natural.
Ana Esteban está en la tradición de la gran novela realista contemporánea y utiliza el sufrimiento de las vidas humildes para hacer un retrato de un lugar y una época (la España actual). Esto y, sobre todo, su estilo intenso y eficaz aseguran una lectura inolvidable. Merece la pena.

Los últimos exámenes, la adolescencia, el verano, el mar, el descubrimiento del amor, la decepción... Con estos mimbres se han escrito multitud de relatos, pero pocos tan intensos y amargos como La luz bajo el polvo. La alegría parece totalmente ajena a la ciudad innominada en la que transcurren las vidas de Lucas y su madre, los protagonistas de la novela, el primero un adolescente cuyo tedio existencial sólo se alivia cuando comienza una relación con una muchacha de origen caribeño; la segunda, una mujer derrotada por la vida en todos los frentes: en el laboral, el sentimental e, incluso, el maternal, ya que la relación con su hijo está dominada por la incomunicación. Los retratos de ambos personajes (que yo he pintado con dos brochazos) son muy ricos y matizados y aquí está uno de los mayores méritos del libro: la sensación de verdad que transmite, su penetración psicológica, la riqueza de sentimientos.
Ana Esteban es una narradora hiperestésica que crea unas atmósferas inolvidables, a menudo asfixiantes (por ejemplo, el calor del verano que inunda las calles de la novela y que parece meterse en los pulmones de los personajes y también en los del lector). La novela está llena de olores, de sensaciones táctiles, de metáforas hermosísimas que flamean de repente en mitad de una narración aparentemente objetiva y distante, muy dura, que trata sobre algunos de los asuntos menos amables de nuestra sociedad: la degradación de la juventud, el racismo, la pobreza, la violencia doméstica, la alienación laboral... No es, sin embargo, una obra de denuncia social, o al menos, no sólo es eso: se trata de una novela profundamente poética, más cercana al símbolo que al testimonio, al estilo de como puedan serlo las de Dostoievski, pero de un nihilismo posmoderno. Para Ana Esteban no parece haber redención posible, se muestra implacable con sus personajes y el amor sólo se asoma en forma de aspiración inalcanzable; nos muestra un mundo en el que todos parecen condenados a la infelicidad. La ciudad de plomo en la que se ambienta la historia da la impresión de ser un lugar maldito donde no habita un solo hombre justo. Por otra parte, los personajes carecen de ideología y de religión, la política o Dios no existen y nadie pone en cuestión el orden de las cosas. Los personajes sobreviven como lo harían unos animales en la jungla, sin que tengan capacidad de decisión sobre ningún aspecto de su vida, sin esperanza de ninguna clase de justicia, aceptando los zarpazos de los depredadores como algo inevitable y natural.
Ana Esteban está en la tradición de la gran novela realista contemporánea y utiliza el sufrimiento de las vidas humildes para hacer un retrato de un lugar y una época (la España actual). Esto y, sobre todo, su estilo intenso y eficaz aseguran una lectura inolvidable. Merece la pena.
8 comentarios:
¿No debería estar prohibido que un autor de una editorial reseñe libros de esa misma editorial?
A mí me parece que sí. La reseña huele a contratapa de libro que asusta.
En ocasiones Haley Joel Osment veía muertos. Otros se limitan a escudriñar el trabajo ajeno, y buscar fantasmas donde no los hay.
A ver, creo que depende: si la reseña en cuestión evidencia amiguismo y rebosa complacencia, entonces sí. Pero si la crítica está bien razonada y seriamente escrita, no veo por qué no. Poder hacerlo así también es libertad, ¿no os parece? Por otra parte, hay autores que a lo largo de su trayectoria han publicado en diversas editoriales, con lo que (siguiendo esa teoría de la sospecha) quedarían invalidados para hablar de la mitad de los libros que se publican en España. Personalmente, creo más en los juicios a posteriori que en los prejuicios. Independientemente de grupos o editoriales, cualquier lector inteligente debería saber distinguir entre la voz del amo y el juicio razonado. Digo yo.
Sí señor, pero creo que los lectores inteligentes no pierden el tiempo descalificando el trabajo ajeno...
Lamento no haber podido conectarme antes y charlar a tiempo con los comentaristas. En fin.
Anónimo 1: ¡Qué afán por prohibir! Creo que hemos de ser libres de reseñar lo que se nos antoje. ¿Debo excluir a Kipling a Somerset Maugham, a Takeyama o a Julio Verne porque publican en mi editorial? He tenido tanto contacto personal con ellos como con la autora de la novela reseñada (o sea, ninguno, que en internet hay que explicarlo todo).
Anónimo 2: Supongo que no usas "contratapa" en el sentido cárnico, je, je (entonces mi crítica quedaría muy cerca de la babilla, lo cual tampoco estaría tan lejos de tu impresión, por lo que leo). En cualquier caso, me encanta el olor de los libros y me siento satisfecho si mi reseña "huele" a ellos. A veces hay más entusiasmo, literatura y capacidad de seducción en las cubiertas de un libro que en su interior.
Bruce Willis, anónimo 3 y Watson: estoy de acuerdo con vosotros.
Sí, muchas risas pero es una cuestión de credibilidad. El conchaveo editoriales-suplementos literarios de periódicos está a la orden del día. ¿A alguien le agrada eso?
A mí no, desde luego, pero no creo que la solución sea que Babelia no reseñe libros de Alfaguara, que es lo que aquí parece que se propugna. Lo importante será la independencia y el criterio de los críticos. Y yo defiendo mi libertad ante los que me señalan qué libros puedo o no reseñar.
A todo esto, tiene gracia que hable de credibilidad un comentarista anónimo.
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