miércoles, mayo 17, 2006

Habla (noventa poemas), Eduardo Milán

Pre-Textos, 2005. 121 págs. 13€

Vicente Luis Mora

Si un poemario titulado con la palabra «habla» comienza, como éste, sopesando la imposibilidad de cantar lo no visible, no es decir mucho que nos hallamos ante una reflexión sobre los límites del lenguaje. En rigor, no decimos absolutamente nada, puesto que todo buen poemario lo es, o debiera serlo. El problema de la cortedad del decir, propuesto como dilema estético por primera vez en la Divina Comedia, sustenta toda la poesía occidental desde la Modernidad. Por lo tanto, sabiendo ya dónde se incardina, vocacionalmente, este poeta y su obra, la cuestión —ya menos previsible, menos superficial— será esclarecer cuáles son los resortes, los métodos con los que opera su transformación, su bien anclada conversión del lenguaje en una duda.
Frente a la indagación expresiva que Milán lleva a cabo en un excelente libro, coetáneo de este, Unas palabras sobre el tema (Los Libros del Umbral, México, 2005), estamos aquí ante una exploración en parte formal y en parte semántica. Milán no sólo se plantea en Habla la cuestión del lenguaje, sino que contextualiza el problema dentro de otro mayor: el del lugar de la pronunciación del mismo, territorializando —desde la escritura— el acto de habla, entendido como «unidad básica o mínima de la comunicación lingüística» (John Searle, Actos de habla. Ensayos de filosofía del lenguaje; Cátedra, 1994, p. 26), y abriendo su logomaquia a la rotación de los significados. En román paladino, Milán lleva a cabo el meritorio esfuerzo de ofrecernos unos fragmentos de lenguaje que, en unión de otros y dentro de la tensión semántica del libro, abren sus posibilidades de significación en todas las direcciones de la rosa de los vientos.
Una de esas direcciones, siempre presente en la obra de Milán pero explícita en Habla, es la política. Algunos de los fragmentos más civiles o políticos son excepcionales, muy lejos del panfletismo en que suelen caer en estas lides la mayoría de poetas: «hay un problema con las ventas, / últimamente con las ventas. / Es la gente que no compra / o cada vez compra menos (...) Hay más gente que no se vende, / que no se vende más» (p. 16). Para Milán, la primera persona del plural no es «nosotros», sino «masa» (p. 23), y en esta visión hay una resistencia (por usar un término que le es muy querido) a la consideración de los ciudadanos como materia maleable y convertible en lista de clientes.
La lección vallejiana y el eco de Oliverio Girondo giran en todo momento sobre Habla, abocado no a la destrucción del lenguaje, sino a su puesta en crisis, a su torsión, como el bambú forzado por el viento, pero inquebrantable. El «decir frágil» (p. 29) de estos poemas se convierte, de este modo, en un discurso fuerte, según la terminología de Harold Bloom. En este sentido, poemas como «La palabra del mundo: ganó el afuera», constituyen auténticos acontecimientos, no sólo en su vertiente poética, sino también en cuanto reflexiones estéticas, filosóficas (porque la Estética es una rama de la Filosofía) de gran calado. Siguiendo lo expuesto en nuestro ensayo Singularidades, en estas condiciones de rigurosidad y exigencia, sí estaríamos en condiciones de hablar de poesía metafísica.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece una excelente reseña.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

No es por criticar al crítico, o quizá sea porque soy corto de mente, ¿pero algunas frases las ha escrito para que la entendamos o para que no la entendamos?. A mi me suena la primera parte: "la entelequia refundida en el ágora cirrosica del logopeda que suscita vehemencias denota una cuajada de los sentimientos pavleviana solo equiparable a la circuncision de un becerro adocenado".
Pura poesia vamos.
Y no es por ofender, pero me parece muy rebuscado. En fin, habrá que leerse el libro para entender al crítico.
Lo siento Magda, no comparto tu opinión (al menos en la forma de expresion).

Anónimo dijo...

No ofendes, Mazarbul. Saludos.

José Ignacio Montoto dijo...

Buen apunte.