Trad. Antonio Sáez Delgado
Literatura Random House, Barcelona, 2017. 160 pp. 17,90 €
José Miguel López-Astilleros
Si dijéramos que la trama de la presente novela tiene como núcleo las apariciones marianas de 1917 en Portugal y sus protagonistas, especialmente la niña Lucía, no incurriríamos en ninguna inexactitud; sin embargo, para quienes conozcan la obra de Peixoto (Galveias, 1974), no hará falta añadir que en este libro hay mucho más que la narración de estos hechos. Es posible que para algunos los prejuicios de este planteamiento inicial los disuada de acercarse al libro, lo cual les privará de bucear en aspectos tan humanos como ancestrales de nuestra especie. Hay que especificar que esta obra no va dirigida en exclusiva a los creyentes católicos, sino a cualquier lector sensible y amante de la buena literatura. En ella el autor no toma partido sobre la veracidad o no de tales apariciones. Por el contrario, deja tal decisión al lector, puesto que en ella intervienen cuestiones muy personales e íntimas, cuando no juicios preestablecidos sobre tal o cual posición, a menudo absurdamente irreconciliables. De modo que si tomara partido podría alterar tal dimensión. Tanto es así que no hay en toda la obra descripción alguna de las apariciones acaecidas supuestamente desde mayo a octubre. En defensa de tal postura hay que señalar que la propia madre de Lucía no la creyó hasta su muerte, lo cual provocó una honda frustración en la niña. No obstante, aunque ante todo es una obra de ficción, la documentación ha sido exhaustiva. Lo que sí habría que advertir, según el autor, es que esta historia se conoce de una manera muy simplificada y superficial, lo cual implica un conocimiento distorsionado de la misma.
Para Peixoto la aparición mariana de Fátima ha constituido un insoslayable evento identitario del Portugal de hoy, en sus tres vertientes, histórica, cultural y espiritual, ante cuya aceptación o no se alinean los portugueses. Por otra parte, su enorme popularidad es un hecho innegable —recordemos la enorme cantidad de personas que se acercan hasta aquellas tierra para rendir culto a la Virgen—. Aun así, bajo este ropaje trata temas como la cohesión de la familia, recurrente en toda su obra. O la reflexión sobre las distintas formas de maternidad y relaciones con la madre. Si en el delicioso y emotivo librito Te me moriste —reeditado recientemente por Minúscula y publicado cuando contaba veintisiete años— el centro es la relación con el padre, en este va a ser con la madre. Dicha figura aparecerá caracterizada de tres modos: la madre idealizada, casi perfecta, no humana, que surge del mundo bíblico, por eso esta imagen nos la suministran los textos en forma de versículos sapienciales en la voz de Dios. En segundo lugar, la madre de Lucía, más humana, presenta una relación difícil con el personaje de su hija. Y por último, la madre del narrador-escritor, que interrumpe el texto traspasando dimensiones, representa el verbo de la conciencia, esa que, como apunta Peixoto «…queda en la cabeza de los hijos, que no es real, pero que es importante para ellos.»
De lo anterior es fácil inferir que hay tres voces en la novela. Aquella que narra los hechos desde el punto de vista de Lucía, combina la tercera persona con la primera de la niña, cuando en ocasiones esta se dirige a la naturaleza en una especie de panteísmo infantil. Y a veces con diálogos en estilo directo incorporados a la narración sin guion, pero bien identificados, o la presencia de retazos de oraciones diseminadas a lo largo de la obra. Otra voz es la del Dios bíblico, que viene dada en forma de versículos sapienciales, como decíamos, con tipografía bíblica perfectamente diferenciada. La otra voz corresponde a la de la madre del escritor, que irrumpe en párrafos entre paréntesis, reconviniendo al hijo, recriminándole su comportamiento —«Cuando eras pequeño yo te guardaba la mejor parte de todo. Si alguien se atrevía a codiciar las cosas del niño, me volvía una fiera. Me gustaría saber por qué ahora no me llamas nunca para compartir las partes buenas. Pero, si pasa algo malo, es verdad que vienes corriendo a quejarte.» (pág, 51). La presencia de lo autobiográfico, principalmente la infancia, es considerable en la obra de este autor, sobre todo en los últimos libros y cómo no en este.
Argumenta que esta perspectiva o elemento le suministra la ilusión de estar escribiendo sobre algo nuevo que solo él conoce, y que dota a la narración de una energía muy particular, creando un vínculo muy singular con el lector —un ejemplo especial de esto es el libro que lleva por título Galveias, su pueblo natal, editada aquí en 2016—.
Suele ser una característica esencial en casi en toda la producción de Peixoto la presencia de lo misterioso, fantástico, sobrenatural, y en esta que nos ocupa lo sagrado y milagroso. No evita tratar la trascendencia, así en Jornal de Letras declara que debemos aceptar lo trascendente como una dimensión de lo real —y así mismo, añadimos nosotros, la ficción también es otra dimensión de lo real—. Pero más adelante insiste en que el reciente ateísmo urbano no se cuestiona, ni se discute, hecho que es un error, puesto que, continua arguyendo, el autocuestionamiento es una de las grandes cualidades de la cultura europea, de ninguna manera es un enemigo de la fe, y que por el contrario revela una búsqueda y una voluntad de saber, un inconformismo frente a la realidad, —y añadimos en auxilio de esta argumentación que desde el punto de vista teológico, la fe también se fundamente en la duda—, siendo así que la teología es algo que subyace en la confección de la obra. De ahí que el lector pueda sacar sus conclusiones sobre el origen del la fe, la fe que nace de las almas sencillas, que no simples, precedentes de entornos humildes, rurales y pobres, una creencia que se remonta al origen de los tiempos fundacionales en la formación cultural, intelectual y religiosa del ser humano, donde lo sagrado y el misterio tenían un lugar privilegiado, que ahora en el mundo contemporáneo se le niega y se sustituye por la ciencia, adquiriendo esta última tintes muy parecidos a los de aquella.
En este libro hay una especial dedicación al tratamiento de la condición femenina, con especial atención a la maternidad, desde diferentes ángulos, psicológico e íntimo, social y familiar. Esta condición está expresada con absoluta delicadeza, sin escamotear la dureza de algunos planteamientos, como ocurre en la página 26, cuando la madre del narrador adopta cierto tono reivindicativo y amargo «Todo el mundo tiene derecho a descansar, menos las madres. Para cada tarea, profesión o encargo hay derecho a un receso, menos para las madres. Si una madre demuestra la más mínima fatiga de ser madre, llegará enseguida algún animal, sin tener ni idea de limpiar babas y parir, dispuesto a ponerla en tela de juicio. No es madre, no sabe ser madre, no está hecha para ser madre, dirá. Pero, si todo el mundo tienen derecho a descansar, ¿las madres no? La culpa es nuestra. Sí, la culpa es de las madres. Hemos dejado que sean los hijos quienes nos definan.» Con estas palabras se somete a crítica el papel ancestral de la mujer dedicada a criar a los hijos y organizar el hogar. Además de estar más abierta a la captación de los fenómenos religiosos, en contraposición al hombre, cuya presencia no abunda en la trama. Otros asuntos importantes sobre los que trata esta magnífica novela es la reflexión sobre la lengua y el proceso creativo, sobre la omnisciencia, en la que se parecen Dios y el escritor.
El estilo de José Luís Peixoto corresponde al de un extraordinario poeta que escribe como un gran narrador. Su faceta como poeta queda patente en el lirismo y la plasticidad de la expresión. Por esto ha llegado a decir que la poesía es la infancia de su escritura, de donde nace ese intenso tono poético, que bebe de poetas como Pessoa y Camoens. Pero no solo, puesto que la literatura oral tiene en su narrativa una influencia decisiva que nace de sus orígenes rurales, infancia y adolescencia. Entre las influencias más importantes que recibe está la de Saramago, con quien tuvo una excelente relación personal a raíz de recibir el premio que llevaba su nombre con Nadie nos mira, circunstancia que le permitió felizmente abandonar la docencia y dedicarse por entero a la escritura. Otras escritores decisivos en su formación son Lobo Antunes y Miguel Torga, con quien le une, a este último, el amor por lo rural, aunque desde ópticas diferentes. Toda su obra se enmarca en la superación del neorrealismo precedente de los años 50 y 60, debido a que el clima histórico de su generación, la generación del 25 de abril, nacidos en torno a 1974, ya en democracia, es muy diferente al de aquellos escritores, sin que por ello quiera decir que no mantenga un diálogo constante y fructífero con los mismos, al igual que con otros. Como contrapunto a Peixoto podríamos citar dentro de su misma generación a otro de los grandes escritores europeos del momento, J. M. Tavares, cuya obra encarna una visión más internacionalista totalmente distinta a la suya, aunque haya muchos puntos en los que coinciden.
Podríamos concluir diciendo que
José Luís Peixoto es un escritor que merece la pena leer y seguir, sin que nos quepa la menor duda de estar leyendo a alguien que va a quedar en la historia de la literatura en primera línea, por su estilo poético y tratamiento gozosamente profundo y original de los temas que aborda. Una absoluta felicidad su lectura, aunque suene manido, pero así es. Aparte de esta obra y de las ya mencionadas, no hay que perderse también
Una casa en la oscuridad,
Cementerio de pianos o
Libro, entre las traducidas al español, o
Cal, aún en portugués, que contiene cuentos, una pieza de teatro y poemas sobre la vejez.