lunes, julio 03, 2017

Hasta siempre

Este es el final de un camino. Lo comenzamos el 23 de abril de 2006. Durante estos once años no hemos dejado de acudir a nuestra cita con los lectores. Al principio, a diario. Desde el último año, con una frecuencia trisemanal. La Tormenta en un vaso nació con la vocación de ser cuaderno de bitácora para lectores y nos consta que lo hemos conseguido. Sois muchos, a lo largo de este tiempo, quienes nos habéis dicho que nos teníais por una página de referencia a la hora de buscar nuevas lecturas. Por eso echar el cierre ha sido –es– una decisión sumamente difícil. En estas palabras de despedida, lo que más sentimos es agradecimiento. Hacia vosotros, los lectores para los que nació este proyecto cuando aún era una “rara avis” en la red. De todo corazón: muchas gracias por estar ahí, por haber estado.
Aunque si esta página ha sido posible es gracias al mucho trabajo, siempre desinteresado, de sus colaboradores. Nunca nos cansaremos de decir que hemos sido privilegiados de contar con vosotros, de aprender de vosotros, de emocionarnos con vuestras palabras. Os queremos agradecer tantas lecturas, tantas reseñas, tanta pasión. Sin vosotros la Tormenta nunca se hubiera desencadenado. O, para citar a Ray Bradbury: “La tormenta érais vosotros”. No queremos terminar sin agradecer también a las editoriales su colaboración. Desde el primer momento, cuando el proyecto apenas echaba a andar, hemos contado con vuestra complicidad. Ojalá hayamos sabido devolveros esa fe y esa ayuda. La Tormenta en un Vaso termina aquí. Las cosas comienzan y terminan sin que nada ocurra. Acaso lo único que deseamos es que sigáis visitando esta página, donde las recomendaciones y los buenos recomendadores continuarán presentes, y tal vez que nos echéis un poco, sólo un poco de menos.
Ha sido un privilegio formar parte de vuestra vida.
Hasta siempre.

viernes, junio 30, 2017

En tu vientre, José Luís Peixoto


Trad. Antonio Sáez Delgado
Literatura Random House, Barcelona, 2017. 160 pp. 17,90 €

José Miguel López-Astilleros

Si dijéramos que la trama de la presente novela tiene como núcleo las apariciones marianas de 1917 en Portugal y sus protagonistas, especialmente la niña Lucía, no incurriríamos en ninguna inexactitud; sin embargo, para quienes conozcan la obra de Peixoto (Galveias, 1974), no hará falta añadir que en este libro hay mucho más que la narración de estos hechos. Es posible que para algunos los prejuicios de este planteamiento inicial los disuada de acercarse al libro, lo cual les privará de bucear en aspectos tan humanos como ancestrales de nuestra especie. Hay que especificar que esta obra no va dirigida en exclusiva a los creyentes católicos, sino a cualquier lector sensible y amante de la buena literatura. En ella el autor no toma partido sobre la veracidad o no de tales apariciones. Por el contrario, deja tal decisión al lector, puesto que en ella intervienen cuestiones muy personales e íntimas, cuando no juicios preestablecidos sobre tal o cual posición, a menudo absurdamente irreconciliables. De modo que si tomara partido podría alterar tal dimensión. Tanto es así que no hay en toda la obra descripción alguna de las apariciones acaecidas supuestamente desde mayo a octubre. En defensa de tal postura hay que señalar que la propia madre de Lucía no la creyó hasta su muerte, lo cual provocó una honda frustración en la niña. No obstante, aunque ante todo es una obra de ficción, la documentación ha sido exhaustiva. Lo que sí habría que advertir, según el autor, es que esta historia se conoce de una manera muy simplificada y superficial, lo cual implica un conocimiento distorsionado de la misma.
Para Peixoto la aparición mariana de Fátima ha constituido un insoslayable evento identitario del Portugal de hoy, en sus tres vertientes, histórica, cultural y espiritual, ante cuya aceptación o no se alinean los portugueses. Por otra parte, su enorme popularidad es un hecho innegable —recordemos la enorme cantidad de personas que se acercan hasta aquellas tierra para rendir culto a la Virgen—. Aun así, bajo este ropaje trata temas como la cohesión de la familia, recurrente en toda su obra. O la reflexión sobre las distintas formas de maternidad y relaciones con la madre. Si en el delicioso y emotivo librito Te me moriste —reeditado recientemente por Minúscula y publicado cuando contaba veintisiete años— el centro es la relación con el padre, en este va a ser con la madre. Dicha figura aparecerá caracterizada de tres modos: la madre idealizada, casi perfecta, no humana, que surge del mundo bíblico, por eso esta imagen nos la suministran los textos en forma de versículos sapienciales en la voz de Dios. En segundo lugar, la madre de Lucía, más humana, presenta una relación difícil con el personaje de su hija. Y por último, la madre del narrador-escritor, que interrumpe el texto traspasando dimensiones, representa el verbo de la conciencia, esa que, como apunta Peixoto «…queda en la cabeza de los hijos, que no es real, pero que es importante para ellos.»
De lo anterior es fácil inferir que hay tres voces en la novela. Aquella que narra los hechos desde el punto de vista de Lucía, combina la tercera persona con la primera de la niña, cuando en ocasiones esta se dirige a la naturaleza en una especie de panteísmo infantil. Y a veces con diálogos en estilo directo incorporados a la narración sin guion, pero bien identificados, o la presencia de retazos de oraciones diseminadas a lo largo de la obra. Otra voz es la del Dios bíblico, que viene dada en forma de versículos sapienciales, como decíamos, con tipografía bíblica perfectamente diferenciada. La otra voz corresponde a la de la madre del escritor, que irrumpe en párrafos entre paréntesis, reconviniendo al hijo, recriminándole su comportamiento —«Cuando eras pequeño yo te guardaba la mejor parte de todo. Si alguien se atrevía a codiciar las cosas del niño, me volvía una fiera. Me gustaría saber por qué ahora no me llamas nunca para compartir las partes buenas. Pero, si pasa algo malo, es verdad que vienes corriendo a quejarte.» (pág, 51). La presencia de lo autobiográfico, principalmente la infancia, es considerable en la obra de este autor, sobre todo en los últimos libros y cómo no en este. Argumenta que esta perspectiva o elemento le suministra la ilusión de estar escribiendo sobre algo nuevo que solo él conoce, y que dota a la narración de una energía muy particular, creando un vínculo muy singular con el lector —un ejemplo especial de esto es el libro que lleva por título Galveias, su pueblo natal, editada aquí en 2016—.
Suele ser una característica esencial en casi en toda la producción de Peixoto la presencia de lo misterioso, fantástico, sobrenatural, y en esta que nos ocupa lo sagrado y milagroso. No evita tratar la trascendencia, así en Jornal de Letras declara que debemos aceptar lo trascendente como una dimensión de lo real —y así mismo, añadimos nosotros, la ficción también es otra dimensión de lo real—. Pero más adelante insiste en que el reciente ateísmo urbano no se cuestiona, ni se discute, hecho que es un error, puesto que, continua arguyendo, el autocuestionamiento es una de las grandes cualidades de la cultura europea, de ninguna manera es un enemigo de la fe, y que por el contrario revela una búsqueda y una voluntad de saber, un inconformismo frente a la realidad, —y añadimos en auxilio de esta argumentación que desde el punto de vista teológico, la fe también se fundamente en la duda—, siendo así que la teología es algo que subyace en la confección de la obra. De ahí que el lector pueda sacar sus conclusiones sobre el origen del la fe, la fe que nace de las almas sencillas, que no simples, precedentes de entornos humildes, rurales y pobres, una creencia que se remonta al origen de los tiempos fundacionales en la formación cultural, intelectual y religiosa del ser humano, donde lo sagrado y el misterio tenían un lugar privilegiado, que ahora en el mundo contemporáneo se le niega y se sustituye por la ciencia, adquiriendo esta última tintes muy parecidos a los de aquella.
En este libro hay una especial dedicación al tratamiento de la condición femenina, con especial atención a la maternidad, desde diferentes ángulos, psicológico e íntimo, social y familiar. Esta condición está expresada con absoluta delicadeza, sin escamotear la dureza de algunos planteamientos, como ocurre en la página 26, cuando la madre del narrador adopta cierto tono reivindicativo y amargo «Todo el mundo tiene derecho a descansar, menos las madres. Para cada tarea, profesión o encargo hay derecho a un receso, menos para las madres. Si una madre demuestra la más mínima fatiga de ser madre, llegará enseguida algún animal, sin tener ni idea de limpiar babas y parir, dispuesto a ponerla en tela de juicio. No es madre, no sabe ser madre, no está hecha para ser madre, dirá. Pero, si todo el mundo tienen derecho a descansar, ¿las madres no? La culpa es nuestra. Sí, la culpa es de las madres. Hemos dejado que sean los hijos quienes nos definan.» Con estas palabras se somete a crítica el papel ancestral de la mujer dedicada a criar a los hijos y organizar el hogar. Además de estar más abierta a la captación de los fenómenos religiosos, en contraposición al hombre, cuya presencia no abunda en la trama. Otros asuntos importantes sobre los que trata esta magnífica novela es la reflexión sobre la lengua y el proceso creativo, sobre la omnisciencia, en la que se parecen Dios y el escritor.
El estilo de José Luís Peixoto corresponde al de un extraordinario poeta que escribe como un gran narrador. Su faceta como poeta queda patente en el lirismo y la plasticidad de la expresión. Por esto ha llegado a decir que la poesía es la infancia de su escritura, de donde nace ese intenso tono poético, que bebe de poetas como Pessoa y Camoens. Pero no solo, puesto que la literatura oral tiene en su narrativa una influencia decisiva que nace de sus orígenes rurales, infancia y adolescencia. Entre las influencias más importantes que recibe está la de Saramago, con quien tuvo una excelente relación personal a raíz de recibir el premio que llevaba su nombre con Nadie nos mira, circunstancia que le permitió felizmente abandonar la docencia y dedicarse por entero a la escritura. Otras escritores decisivos en su formación son Lobo Antunes y Miguel Torga, con quien le une, a este último, el amor por lo rural, aunque desde ópticas diferentes. Toda su obra se enmarca en la superación del neorrealismo precedente de los años 50 y 60, debido a que el clima histórico de su generación, la generación del 25 de abril, nacidos en torno a 1974, ya en democracia, es muy diferente al de aquellos escritores, sin que por ello quiera decir que no mantenga un diálogo constante y fructífero con los mismos, al igual que con otros. Como contrapunto a Peixoto podríamos citar dentro de su misma generación a otro de los grandes escritores europeos del momento, J. M. Tavares, cuya obra encarna una visión más internacionalista totalmente distinta a la suya, aunque haya muchos puntos en los que coinciden.
Podríamos concluir diciendo que José Luís Peixoto es un escritor que merece la pena leer y seguir, sin que nos quepa la menor duda de estar leyendo a alguien que va a quedar en la historia de la literatura en primera línea, por su estilo poético y tratamiento gozosamente profundo y original de los temas que aborda. Una absoluta felicidad su lectura, aunque suene manido, pero así es. Aparte de esta obra y de las ya mencionadas, no hay que perderse también Una casa en la oscuridad, Cementerio de pianos o Libro, entre las traducidas al español, o Cal, aún en portugués, que contiene cuentos, una pieza de teatro y poemas sobre la vejez.

miércoles, junio 28, 2017

Depresión tropical, Jorge Posada


Polibea, Madrid, 2017. 74 pp. 10 €

Ariadna G. García

¿Cómo evocar el desasosiego, la angustia que te provoca tu país de origen? ¿Cómo hacer que el lector perciba la violencia que tú sientes al hablar de tu tierra y tus compatriotas? El poeta mexicano Jorge Posada (1980) recurre a varios recursos en su último poemario, Depresión tropical, que se acaba de publicar en España: omisión de los signos de puntuación, fragmentación del texto, yuxtaposición de imágenes –a menudo violentas:  «los soldados detienen a una familia de migrantes/ejecutan a los niños»–, elipsis, ironía, un léxico escatológico (“heces”, “babas”, “bilis”) o metáforas animalizadoras de sema negativo. Los temas que aborda el autor van del recuerdo de la –dura– infancia y las penalidades familiares, a la desafección de la ciudadanía respecto a los indigentes que malviven en México DF, pasando por el vaticinio del colapso energético y el fin de nuestra civilización, la violencia machista o el amargo –e irónico– contraste entre el Jorge Posada que jugaba al béisbol con los Yankees de Nueva York (un triunfador nato) y el sujeto lírico de los textos, de nombre homónimo: despistado, cobarde, poco cuidadoso, torpe y hasta maloliente. En apenas un lustro, el autor mexicano se ha hecho un merecido hueco tanto en el panorama poético americano como en el español, prueba son los lugares de edición de sus poemarios: Costa sin mar, UAM, México, 2012; Adiós a Croacia, Zindo&Gafuri, Argentina, 2012; La belleza son los aeropuertos vacíos, Liliputienses, España, 2013; Canciones de la dependencia sexual, Bongo Books, Cuba, 2014; Vallas de publicidad, El humo, México, 2015; Desglace, Aguadulce, Puerto Rico, 2016; Habitar un país es llenar de tierra una piscina, Liliputienses, España, 2016; y Depresión tropical, Polibea, España, 2017. No es esta mala ocasión para reconocer el ingente trabajo que realizan las dos editoriales españolas citadas en su afán por difundir a los poetas de ultramar.

lunes, junio 26, 2017

Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste, Jesús Munárriz


Hiperión, Madrid, 2017. 67 pp. 10 €

Ariadna G. García

Todo el mundo conoce al Jesús Munárriz (1940) editor y traductor. Hay un consenso unánime entre lectores y especialistas para reconocer la extraordinaria tarea, en pos de la difusión de la poesía española y extranjera, de Ediciones Hiperión. El catálogo del sello es espectacular, desde aquella primera traducción del Hiperión de Hölderlin, a cargo del propio Munárriz. El premio de la casa es, quizás –con permiso de Adonáis–, el más importante de cuantos se convocan anualmente para descubrir a los nuevos talentos de nuestra lírica. Por todo ello, la editorial que fundaran Jesús Munárriz y Maite Merodio allá por 1975 recibió en 2004 el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural. Más de mil títulos lo avalan. Pero resulta que Munárriz, además de lo expuesto, es uno de los poetas destacados de su promoción. De hecho, en 1994 ya aparecía su nombre en el libro de Anaya de COU (preparado por Vicente Tusón y Fernando Lázaro) bajo el membrete “Poesía desde 1970”. Por aquel entonces, sólo había publicado seis libros de poemas. Y no obstante, ya tenía su hueco dentro del canon. Poeta tardío, daría a la imprenta su primera obra, Viajes y estancias. De aquel amor me quedan estos versos, con treinta y cinco años. Con un par de libros publicados en la treintena, otro par en la cuarentena, y un trío en la década siguiente, su eclosión creativa tendría lugar cumplidos los sesenta, editando nada menos que once poemarios entre el 2000 y el 2009. A sus setenta años, el poeta vasco no sólo sigue en activo (entregando tres nuevas colecciones), sino que está demostrando una altura de miras y un compromiso político (ciudadano) que ya lo quisieran los autores bisoños. Los poetas somos buzos preparados para sumergirnos a distintas profundidades, por eso no es de extrañar que la obra de Jesús Munárriz concilie el tono amoroso con el satírico o el social. Cada tema cuenta, todos son necesarios. Su última entrega, Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste, no podría ser más actual. Y no me refiero a que su fecha de publicación coincida con el primer centenario de la Revolución Rusa. Me refiero a que las dudas que plantea el libro son oportunas hoy, en un momento histórico en que el socialismo europeo ha perdido su norte, y los nuevos partidos de izquierdas (integrados por facciones filocomunistas: Unidos Podemos, Syriza o el Partido de Izquierda en Francia) no terminan de convencer ni de encontrar su espacio. El libro nos presenta a un sujeto lírico preocupado por el futuro del mundo, una voz curtida que conoce la Historia y teme que pueda repetirse en el futuro. Este temor, por supuesto, no es explícito. Munárriz conoce su oficio. Se ha entrenado con los mejores púgiles del verso. Deja que sea el lector quien establezca las conexiones adecuadas entre el cuento que nos relata y el porvenir hacia el que avanzamos, si no viramos el rumbo –que no parece–. Cuando ves que tus desvelos y luchas de juventud por conseguir una democracia pueden caer en saco roto dos generaciones más tarde, no queda otro remedio que quejarse, que tratar de abrir los ojos a quienes no perciben el peligro por ningún lado: «deseo que no ocurra/lo que puede ocurrir y a todos amenaza». Y de eso va el libro. Munárriz, a sus setenta y tres años, nos cuenta un cuento. Conocedor de la obra de León Felipe y de Victoriano Crémer, su relato no pretende disfrazar las taras del mundo ni edulcorarnos la vida. Al contrario, nos muestra nuestra historia más letal: la lucha de clases que asoló al siglo XX, el auge de los totalitarismos, la II Guerra Mundial, la guerra fría. Valiéndose de recursos sencillos (dicotomías cargadas de connotaciones semánticas: “explotadores”-“proletariado”/ “paraíso”-“apocalipsis”; símbolos: “relámpago”, “trueno” que connotan la fuerza de la revolución rusa; enumeraciones: “fascismo, salazarismo, franquismo”; paralelismos: “se animaron los pobres, se asustaron los ricos”), Munárriz sintetiza en 700 versos la historia del fracaso de una humanidad que “vislumbró el paraíso/pero no fue capaz de conservarlo”. Entre las posibles causas: la ambición y el egoísmo. No obstante lo comentado, Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste, es algo más que un resumen por motivo del centenario de la revolución de los humildes por cambiar un sistema opresor. El último tramo del libro nos recuerda que «siguen gozando los provilegiados,/ siguen sufriendo los desposeídos». La globalización (el trabajo barato, la deslocalización, el mercado internacional, el ecocidio –Jorge Riechmann dixit–) acentúa esta brecha social más aun si cabe. El riesgo de que nuevas revoluciones sean sofocadas con violencia existe. Pero no todo está perdido. Estos tiempos, «pueden ser un final,/pueden ser un principio». Depende de nosotros. De nuestras decisiones colectivas. De lo que prioricemos (¿el consumo o el reparto?, ¿el individualismo o la solidaridad? ¿lo privado o lo público?). Jesús Munárriz se suma a las voces –imprescindibles– que llaman al cambio y alertan de las amenazas que nos acechan (Jorge Riechmann, Emilio Bueso, Ismael M. Biurrun, Antonio Turiel, Jorge Posada, Roberto de Paz o una que les escribe desde las páginas de su rompehielos). «Sigue rodando el mundo, y los humanos/siguen sin aprender a disfrutarlo/en paz». Y, tú, lector, que dices. ¿lo lograremos?

viernes, junio 23, 2017

Transcrepuscular, Emilio Bueso


Gigamesh, Barcelona, 2017. 278 pp. Edición Oro: 42 €; Plata: 32 €

Ariadna G. García

«Soy un explorador, un descubridor. Sólo me interesa cómo se puede llegar más lejos». Este que habla es uno de los personajes de la última novela de Emilio Bueso. A renglón seguido, rechaza el camino de retorno al hogar, mero trámite fácil y aburrido. A él le gusta el riesgo. «Es territorio desconocido prosigue más adelante, pero se puede recorrer». Esta actitud ante el trabajo la comparten criatura y creador. Un explorador acreditado y célebre. Un ingeniero de sistemas que de un tiempo a esta parte se ha convertido en el escritor más original que tenemos aquí. Hace ya seis años que preparé la reseña del magnífico Diástole (Salto de Página, 2011), a la que siguió la de una novela de culto: Cenital (Salto de Página, 2012), y después las de Esta noche arderá el cielo (Salto de Página, 2013) y Extraños eones (Valdemar, 2014). Ya desde el principio barruntaba que el novelista castellonés seduciría a los lectores gracias a su imaginación y a la fuerza de su estilo, hiptónico, a base de tropos. Y Alejo Cuervo, como antes Pablo Mazo, ha sucumbido a su talento. A lo grande. Edición especial, gamas Oro y Plata, para coleccionistas. Hasta El País de las Tentaciones le ha dedicado un monográfico. El chico lo merece. Emilio Bueso lleva una década (desde que en 2007 publicase Noche cerrada, en Verbigracia) aportando novedades a nuestra narrativa, huyendo de la zona de confort donde se repiten otros, indagando y buscando nuevos caminos por los que transitar. Su última novela forma parte de una trilogía: Los ojos bizcos del sol. Se trata de su proyecto más ambicioso. En él, Bueso ha creado un mundo. Casi nada. Si en sus obras anteriores nos mandaba de visita a bosques boreales en la taiga canadiense, a puertos pirenaicos, a ecoaldeas aisladas de la civilización o al desierto cairota, ahora nos conduce a un planetoide cuyo eje no rota. El escenario que nos pinta vuelve a ser inhabitable, inabarcable –marcas de la casa–, pero en esta ocasión se lo ha sacado de la manga. El planetoide, que no rota, está acoplado a su estrella en órbita de marea. Como resultado, presenta tres ubicaciones: la cara abrasada por el astro (El Desierto del Mediodía), la cara oculta (el Abismo del Mundo) y el único espacio que alberga vida: la frontera, el Círculo Transcrepuscular, donde comienza la historia. La aventura. Todo empieza con un robo en una ciudad estado. A la zaga de los ladrones, emprenden un viaje al Polo Negro y los confines del mundo conocido el Alguacil, la Regidora y el Astrólogo. Van buscando un cristal a lomos de sus monturas: una libélula, una avispa y un tábano. Pero el libro es mucho más. Narrada en primera persona por el primer personaje –un monje guerrero criado en un templo milenario, hierático y prudente–, la narración –necesariamente contenida, alejada del lirismo característico del autor– nos descubre formas de vida insólitas y parajes sobrecogedores. Y eso que estamos en el Ecuador, camino del “infierno helado”. Bueso nos habla de criaturas ensambladas por simbiosis, de hombres y mujeres –anfitriones– que albergan toda clase de huéspedes (babosas de combate que marcan en el hombro de los soldados amenazas, peligros y estrategias a seguir, cuando no suministran drogas para mejorar el rendimiento en la lucha; caracoles telépatas que manipulan a su transporte humano; apéndices no encefálicos diestros en el manejo de las armas y en el pilotaje de insectos…). También de accidentes geográficos imposibles: criovolcanes que expulsan hielo, torrenteras de deshielo gigantescas, montañas de hierro. Animales antiguos controlados simbióticamente: orugas de arrastre, serpientes de monta, ácaros taladradores, biostelescopios. Y toda suerte de asentamientos humanos: ciudades estado con ordenación municipal, levantadas en círculos concéntricos, con vida subterránea y espacio aéreo protegido por arqueros; refugios de tormenta donde se protegen del hielo los bandidos y parias; campamentos de pueblos mineros o templos de adiestramiento en el arte marcial. En este mundo convergen las vidas de varios personajes (a los mencionados se suman el Explorador, el “trapo”, un salteador y una minera nativa), que acaban conformando una variopinta colección de “descastados”, gentes sin ciudadanía o a punto de perderla, de proscritos de nacimiento o por coyunturas, de humanos y de seres bien distintos que habrán de colaborar para sobrevivir. Cada uno representa una manera diferente de ser y de estar en el mundo: animistas, bandidos, brujos, samuráis, cartógrafos, obreras de la mina. No faltan en la novela la acción, la aventura y el humor. Futurista y épica, de estilo magro (escasa retórica) Transcrepuscular ha puesto en marcha todo un planetoide para nosotros. Y nos ha dejado con ganas de más. Quienes aún no hayan llamado a montura para cabalgar a lomos de este libro ya están tardando. Acaba de salir en e-book, pero la edición en papel se agota.

miércoles, junio 21, 2017

El arte de la guerra, Sun Tzu


Trad. Enrique Toomey. Ilust. Damián Ortega.
Sexto piso ilustrado, Madrid, 2016, 248 pp. 24,90 €

Eduardo Fariña

En el capítulo "Blanco y azul", el séptimo de la segunda temporada de la serie Breaking Bad, tenemos una escena de antología. El policía de la DEA y cuñado de Walter White, Hank Schrader, se traslada desde Albuquerque hasta Texas, para dar lucha en la primera línea de batalla contra los carteles del narcotráfico. Schrader, racista y prepotente, observa atónito que uno de sus compañeros tiene en su mesa un enorme busto del célebre Santo de los narcos, Jesús Malverde. Schrader pregunta de forma poco cortés el motivo de tener semejante figura del bandido cerca. El compañero le cita el apartado XXXI del tercer capítulo de El arte de la guerra: «Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo: en cien batallas nunca estarás en peligro» (p. 60). De forma simultánea, le regala otra figura de Malverde, mucho más pequeña.
Es solo uno de los innumerables ejemplos de la influencia del clásico libro de Sun Tzu en la cultura contemporánea. Hablar de esta obra, escrita en el siglo IV antes de Cristo, es hablar de un libro con un enorme impacto, que trasciende el contexto histórico en el cuál fue escrito. En la actualidad, este célebre tratado se lee de forma obsesiva en el mundo empresarial y emprendedor, pero lo cierto es que El arte de la guerra es una obra filosófica que trasciende esos horizontes, ya que alberga múltiples enseñanzas a quienes deseen sobreponerse a momentos de adversidad. O sencillamente aprender de las situaciones más dispares y antagónicas. En un mercado editorial plagado de libros de autoayuda y de superación, leer una obra de tan hondo calado conceptual y didáctico como El arte de la guerra es una elección bastante más acertada.
En esta edición, encontramos ilustraciones del artista mexicano Damián Ortega (México, 1967) quien proviene de la rica tradición de los muralistas y de la caricatura política mexicana. Ganador de importantes premios como el Hamburguer Banhof (Alemania, 2006) y el Smithsonian Artist Research Fellowship. (Estados Unidos, 2007). En el prólogo, Ortega admite lo que significó en su ars poética la lectura del libro «me permitió entender el espacio físico no como un simple terreno, sino como un espacio marcado por la circulación, los flujos de energía, los intercambios civiles en materia e información» (p. 12). Elementos como el ladrillo y la arcilla están presentes en las maquetas que aparecen en las fotografías. Sin duda es una propuesta de lectura que interesará al lector por las sugerencias que se hacen de los constantes cambios de la materia y de las estrategias que describe Sun Tzu. El artista declara que no ha hecho un libro ilustrado ya que lo que hizo finalmente fue «trabajar en una lectura subjetiva paralela al texto, generando vínculos entre los trastornos naturales y geológicos, y las ideas y los tipos de batalla que el autor describe y que el mismo relaciona en un ejercicio de contemplación de la naturaleza» (p. 12).
El arte de la guerra fue un libro leído con mucho interés por los estrategas de diferentes civilizaciones en épocas distintas. Al plantear la guerra como algo relacionado a las interacciones entre seres humanos, la lectura no literal del tratado nos hace entender que tiene un valor añadido. Se adelanta a la idea de Julio César de divide et vinces en el apartado XXV del primer capítulo: «cuando esté unido, divídelo» (p.29) y brinda las cinco cualidades que debe tener un general en los últimos apartados del capítulo VIII (pp. 136-138) cualidades que debería tener todo ser humano si se encuentra en un contexto social complejo. Si en muchas ocasiones, la misma vida es una especie de guerra que se libra día a día, pues es indudable saber encontrar el mejor momento para evitar o librar una discusión, tomar decisiones económicas o incluso exponer de forma clara tesis políticas de manera empática. En sus páginas, tenemos consejos de saber tener paciencia para decidir, o encontrar el momento exacto de actuación.
El arte de la guerra de Sun Tzu es un clásico de la literatura universal y leerlo en una edición tan cuidada, junto con el trabajo de uno de los artistas latinoamericanos más destacados de la actualidad, es un doble privilegio. Por supuesto, todo buen lector de esta obra comprenderá que la mejor manera de “ganar una guerra” es simplemente no causarla. Y saber ver bien la oportunidad en la desventaja.

lunes, junio 19, 2017

En defensa de los animales, Jorge Riechmann (Ed.)


Los libros de la Catarata, Madrid, 2017. 272 pp. 18 €

Ariadna G. García

Titulaba Jorge Riechmann a uno de sus ensayos anteriores El siglo de la Gran Prueba (Baile del Sol, 2014), aludiendo al reto al que nos enfrentamos los seres humanos en esta centuria: la supervivencia de la especie y del tercer astro del sistema solar. En esta y otras obras, el célebre profesor de Estética Moral de la UAM alerta a sus conciudadanos del colapso civilizatorio al que nos encaminamos si no cambiamos de modelo económico, político, energético y social. Su último trabajo, En defensa de los animales, insiste en esa llamada de atención hacia nuestra responsabilidad individual y colectiva para afrontar con éxito esa prueba de la que dependemos tanto nosotros como todos los seres que pueblan el mundo. No obstante, lo hace de manera diferente. En esta ocasión, Riechmann ha elaborado una antología de textos del siglo III a C. hasta la actualidad que recogen aquellos valores que defiende: respeto, compasión, convivencia, acompañamiento, empatía, admiración y amor. Realizando un recorrido por la historia de nuestra relación con los reinos vegetal y animal (y de paso, por la historia del reconocimiento de nuestros derechos humanos), el poeta compila –hermosos y/o críticos– fragmentos que nos ilustran sobre cómo debemos actuar a día de hoy si queremos salvarnos. No faltan citas de la Biblia, Plutarco, El Corán, Montaige, Hume, Rousseau, Kant, Bentham, Salt, Schopenhauer, Thoreau, Singer, Zaniewski, Savater o Yourcenar, entre otras muchas obras y pensadores que recoge el volumen. Riechmann apela a que los humanos emprendamos políticas de la amistad, cuyo fin sea mantener y promover la vida. Ante el colapso eco-social que se nos viene encima, propone una “eco-sofía” (Bateson) que garantice la protección de la biosfera, de la que formamos parte como animales que somos. «Dominar no la naturaleza, sino la relación entre naturaleza y humanidad. Dominar nuestro dominio», es el emblema de la obra. El día que aprendamos a poner coto a nuestras ambiciones, que colaboremos en beneficio de todas las especies de la Tierra, ese –utópico– día en que despertemos del sueño de la infinitud de los recursos naturales, del crecimiento exponencial, ese día –quizás– superemos la prueba que nos examina de nuestra supuesta inteligencia. Veremos.