Alba González Sanz
La Universidad Complutense tiene la fea costumbre de no distribuir más allá de su propio servicio de publicaciones los libros premiados en sus concursos. Así, llegar a Inane de Isabel Navarro tiene más de casualidad que de justicia para con el libro y su autora. Y aunque el boca-oreja y las recomendaciones de amigos no dejan de tener su encanto, la institución podría ser más cuidadosa con este asunto. Puestas las pegas, es momento ya de hablar del libro.
Inane es un decálogo del ansia, de la urgencia. Inane tiene diez partes que son como diez capas de cebolla: los poemas van perdiendo versos, van perdiendo letras pero ganan en médula, en concisión, en sabor. Inane es un espejo, es el escenario de esta alter ego de la voz lírica, tan personal, tan novedosa, de Isabel.
Las palabras, que nunca son gratuitas, significan y dejan poso en este libro. Isabel Navarro ha elegido la futilidad como nombre propio para contar una historia de escenas con sabor, con olor, en las que la comida es muchas veces la excusa al recuerdo o al deseo no conseguido. El personaje de Inane se declara en el segundo poema vulnerable al hambre y a la pérdida y sobre ambos conceptos eleva la autora los nexos del libro, las efectivas recurrencias.
De procedencia levantina, el léxico empleado para hablar de lo que se busca con prisa, de lo que se anhela, tiene mucho que ver con la tierra y, por extensión en una voz que habla desde la ciudad, con el recuerdo. Pero este libro no es un canto a la infancia perdida, ni mucho menos, sólo es una toma de conciencia de los componentes de un yo que, como en una buena receta, tienen sus proporciones y su importancia: «Las manos te olían a cebolla/ y en cada suspiro repetías la palabra/ hambre./ Alguien me dijo que nunca pudiste evitar/ estudiar en la misma mesa/ donde tu madre degollaba los conejos».
Inane, además de una gemela, tiene un otro, un interlocutor masculino que no consigue las más de las veces, eliminar la carencia: «Contigo pan y cebolla,/ me dices,/pero sospecho que soy hambre». Y si bien este libro no es declaradamente noctámbulo, a esa franja del tiempo no le falta elegancia ni a Inane voluntad de ser, ciertas noches, una verdadera Diana Cazadora: «Inane araña el metrónomo/ musitando una canción de guerra./ Ávida de tuétano, pan y pringue./ Ronca y famélica,/ con el dolor viejo/ que nos enseña a cazar/ donde sólo hay otros hombres que se arrastran».
La duplicidad entre la voz lírica e Inane como personaje se juega en los pronombres: «En la despensa de tu abuela/ un cerdo se ahorca/ ajeno al deseo lúbrico/ de Inane. La carne danza,/ el fuet indolente y la niña llora.// Demasiado alto/ para unos dientes de leche». Este poema de la octava parte es un maremágnum de planos con una abuela adjetivada en posesivo, pero un deseo que pertenece a Inane y una niña, en tercera persona, presumiblemente distanciada de la voz que la cuenta, aunque sea idéntica. Los versos finales valdrían de aforismo, de gnosei seauton para un libro que nos habla de anhelar con voracidad: a veces no tenemos los dientes suficientemente fortalecidos para ganarle a dentelladas la batalla a la vida.
Y vida es maternidad, y varios poemas, de una manera periférica pero central a la vez porque aparecen con fuerza en cada parte, nos hablan de vientres e hijos, edípicamente en ocasiones; trasladando el hambre a los hijos otras veces: «Con legañas, despierto a las afueras/ de una ciudad que se extrarradia/ malgastando semillas en jardines de cemento./ ¿Ves? Tampoco hay madres en la arena de este parque»; con referencias a los hijos literarios en ocasiones: «Inane trepa al fogón y engulle misivas,/ está encinta de papel/ y su hijo cruje/ masticando poemas con esperanzas viejas». Arriesgando la metáfora, vinculándola a algo tan presente para la autora como extraño a quienes procedemos del Norte, consigue Isabel Navarro fusiones tan acertadas como esta: «Óvulos dorado/ como pepitas de oro./ Granos de arroz/ en la paella del domingo».
Podría seguir desgranando poemas, invocando imágenes de Inane, pivotando en torno a esos conceptos (pérdida, hambre) subrayados en el poema en que aparecen. Pero si esta voz que lleva el cuchillo de matarife envuelto en seda ha despertado curiosidad, sólo me queda invitar a una búsqueda más propia de arqueólogos aventureros que de lectores. No porque el primer libro de Isabel Navarro no sea una joya que merezca el riesgo (ilustrado por Enrique Krause Buedo, el libro como objeto es una verdadera delicia), sino porque los tesoros también se cazan (y con cuánto gusto) en librerías.