Sofía Castañón
Quiero hablar de Desdecir y continuamente borro lo escrito. He iniciado esta reseña hace meses. La he borrado. He vuelto es escribir esta reseña. La he vuelto a borrar. Me pregunto si en lo escrito que ahora no me sirve, me pregunto si entre todo eso, tachando, habría también ideas que sí. Tachando lo que no, todo lo que no, aquello que no. Dejando algo de grano. Pero no, esto tampoco sirve para hablar de Desdecir.
Cuando tengas en la mano, lectora, el poemario de Enrique Cabezón (y has de tenerlo en tus manos, lector, y abrirlo), verás páginas de renglones (son versos) tachados. Alguna palabra, algún sintagma, sobreviven al borrón certero, de trazo grueso y acierto de taxidermista. Es verdad, hay un ejercicio visible al ojo. El poema que nos queda cuando se deshecha lo demás. Pero decir “lo demás” es un error. Porque el poema sigue existiendo, íntegro, abajo, en los márgenes (porque es de hecho en los márgenes donde se mueve y donde se quiere mover la poética de Cabezón). Por tanto, no hay lugar para lo desechado, porque nada se desecha. Hablamos no de selección. Hablamos de lo integral. El salvado nos alimenta como el grano. De ambos nos nutrimos, de ambos, como lectores, somos.
Así queda el poema tras los tachones: antologías y homenajes/ cementerios/ a este lado/ es sospechoso. El poema que también decía, que aún dice: (…) que nos premiaron con la golosina de mascota que son/ las palmadas en la espalda de los poderosos y sus secuaces/ ya sé que así uno vive más tranquilo y que el tiempo traerá/ antologías y homenajes/ (…) qué esperar de las biblitecas y los cementerios si no silencio/ y asépticos aplausos en la distancia/ ya sé que todo lo que hacemos los que nacimos a este lado/ es sospechoso y genera miedos y odios atávicos (…). El poema que se inició mirando al lado propio volvió, tras el ejercicio del desdecir, la vista al lado contrario. Aunque cómo negar que lo que late no está desde el principio.
El poeta radical (y es que estoy hablando de la raíz del poema, y es que nos está importando la raíz del poema) que es Cabezón nos muestra su propia relectura del poema en su materia, en el qué dice. Se enfrenta al poema rotulador en mano. Y al contrario de aquellos fosforitos, iluminadores, que destacaban el texto de los apuntes, oscurece las palabras, dejando las que deja al orden de otro sentido. El poema inicial genera otro poema.
Como una ventana abierta, se inicia Desdecir con una cita de Ullán: «Los textos aducidos no pueden ser más explícitos». Así los dos poemarios que componen el libro: “Nuevas reglas del capitalismo” y “Un écrit dans le salpêtre. Les cahiers de Sète”. La huida imaginaria que no es imaginaria, los versos que serán canción en los discos de Enblanco o de Estrés. Si existe un locus real, está en los márgenes. Si podemos, hoy, cantar con una voz que sintamos nuestra, estará en los márgenes. Y, al mismo tiempo, ocupará el centro de todo, la ancha hoja en blanco que tiene algo de gato de Schrödinger. Porque en el momento que tachamos lo enunciado por un sitio, ya no lo tachamos por otro (o lo dejamos ser). En esa incertidumbre se reconoce el poeta en las nota final del libro, admitiendo que de haberse tachado cada poema en otro momento, el resultado sería otro. Un ejercicio de innegable honestidad con lo dicho que ofrece además una voluntad de arquitectura para entender lo expresado. El yo que se es expresando. El yo que se encuentra lo expresado y que también es y también dice y se desdice.
Así el poema: el portugués dice cada uno de nosotros/ es de momento la vida// mañana de domingo/ párpados abiertos/ acción// después de una noche así/ me miras a los ojos turbios como charcos sucios/ preguntándote por qué no hago caso/ a las señales del cuerpo y la edad/ y me voy retirando de la escena/ mientras quede una sombre de dignidad/ yo te miro también/ recuperando la esperanza/ y sintiéndome la mecha/ de un cartucho de dinamita/ (…).
Así el poema: de momento la vida/ y la edad/ un cartucho de dinamita (…)