martes, junio 24, 2014

Ruido de zuecos, Severino Pallaruelo

Xordica, Zaragoza, 2013. 608 pp. 24,95 €

María José Montesinos

Esta es una novela río, y no se trata de una metáfora previsible, por más que el río sea uno de los elementos claves de esta historia. Ruido de Zuecos, —un título sugerente aunque hemos de esperar mucho en el libro para saber a qué se refiere—, es una gran saga sobre los navateros, la gente de las montañas del Pirineo aragonés que bajaban los ríos en las navatas, embarcaciones hechas de troncos especialmente para la ocasión, que se unían en convoyes y, de ese modo, se transportaban hasta los aserraderos para el comercio de maderas. Los navateros eran hércules que talaban los árboles en los bosques pirenaicos, armaban con maña y fuerza, y con ancestrales saberes transmitidos de generación en generación, esas plataformas flotantes y luego las conducían por las aguas bravías del deshielo durante largas jornadas, dando lugar a episodios épicos.
Navateros son los principales protagonistas de la historia: Arcadio y León Lanau, padre e hijo, pero tan antagónicos que sólo comparten el odio mutuo que se profesan. Sobre las navatas ambos son dos tótems sagrados para la tribu: señores de las aguas sobre las que se manejan con una maestría y una fortaleza que ningún otro iguala. Pero mientras todo el mundo teme a Arcadio, duro e intransigente en el mando, (aunque sin llegar a ser cruel, tan sólo con su hijo), todos adoran a León, que sabe hacerse seguir sin necesidad de imponerse a nadie.
Arcadio y León, y después Artemio, el nieto, serán los troncos que irán llevando esta historia, de la que, sin embargo, brotan muchas ramas; a algunas les seguimos la pista, otras se quedan apenas en el brote, pero todas crean un entramado denso en el que la savia circula sin cesar, retoalimentando la narración.
El autor, Severino Pallaruelo, construye una narración muy sólida, administrando muy bien los tiempos y la información, que se va dando conforme el lector va conociendo más detalles de los personajes y de las diferentes facetas de la vida en la montaña y de la España de principios del siglo XX. En este aspecto, Pallaruelo hace un emotivo trabajo, casi antropológico, de lo que eran las vidas de nuestros bisabuelos, la dureza del trabajo en el campo, las escasas perspectivas, la lucha política, la guerra, la férrea postguerra, los campos de prisioneros franceses, el sueño pese a todo de vivir en Francia…
La Guerra Civil, con Arcadio y León cada uno en un bando, -como no podía ser de otra manera-, ocupa parte importante de la novela. Hay que explicar que el autor no sigue una línea temporal recta, por el contrario, continuamente va dando saltos en el tiempo. La elección de esta técnica narrativa es para mí un gran acierto pues le permite mantener la tensión, dejando cuestiones sin resolver y cabos sueltos que se atan más adelante, logrando así la atención del lector y no fatigandolo con episodios que serían muy largos si se contasen de una sola vez. Esta estrategia, por otra parte, recuerda un poco a la literatura oral, a esas historias que se contaban al abrigo del fuego en el hogar, o de las hogueras en el monte, entre pastores, leñadores o carboneros. Historias que se van desgranando y a las que se añade siempre algún detalle nuevo, recordado o quizás inventado, pero que encaja bien. Escenas que aparecen también dentro de la trama de esta novela.
Pero Ruido de Zuecos es también un relato de emociones, de personajes, de caracteres. Están como decía, León y Arcadio. Son hombres que son gigantes. Las mujeres, Margalida, madre de uno y esposa del otro, y Eugenia, la madre de Arcadio, son guapas, sufridas y mueren jóvenes. Leocadia, segunda esposa de Arcadio, hermosa pero altanera, tiene que ver cómo la miseria endurece aún más el camino de la vejez. Con ellas, quizás el autor es más arquetípico y acaban siendo personajes con pocos matices. En el personaje de Artemio, el nieto, la novela es también un relato de iniciación a la vida. Artemio quien finalmente, sí vive en Francia, es el Lanau más reflexivo, el que más se interroga, el más abierto a conocer las razones de los demás, y es quien mejor nos hace entender al resto de los personajes.
Hay un pasaje que me parece definitivo, y que me gusta especialmente pues une esta historia de navatas con las historias de otro gran escritor aragonés, Jesús Moncada, que dejó un universo de la mejor literatura con sus libros sobre ‘llauts’, otro tipo de embarcaciones que surcaban el Ebro para transporte de mercancías y pasajeros hasta principios de siglo XX. Se trata del viaje, de solo un día y una noche, que León, ya abandonada la navata por el transporte por carretera, hace en moto con su hijo Arcadio hasta Mequinenza, en el límite de Zaragoza con Lérida. Va a enseñarle a su hijo cómo era su vida de joven y descubre que todo está desaparecido, que apenas está la gente que conocía y ninguna de las cosas que había en su época. Es en ese momento, igual que cuando quiere recuperar a la mujer que perdió de joven, cuando comprende que no se puede volver atrás, que el pasado no espera y que no se puede volver, solo recordar. Recordar un tiempo perdido, pero importante, es lo que hace Ruido de Zuecos, y lo hace a la perfección.

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