Ariadna G. García
Los amantes de la lírica estamos de enhorabuena. Ediciones Cálamo acaba de publicar el libro Los líquidos íntimos, antología poética personal (en edición bilingüe) de una autora excelente y medio desconocida: Olga Novo. Por fortuna, cada vez son más las autoras gallegas que se auto-traducen al castellano, para de este modo, mantener viva la llama de su obra en dos lenguas hermanas. Yolanda Castaño o Luisa Castro son algunos de los ejemplos de escritoras que han sabido nadar en las corrientes de ambos ríos, nacidos de una misma montaña.
Olga Novo, nacida en Lugo en 1975, ha realizado su compilación con textos pertenecientes a los poemarios A teta sobre o sol, Nós nus, A cousa vermella, Cráter (Premio de la crítica española en 2011) y Monocromos. El volumen, no obstante, no sigue una ordenación cronológica, sino temática. Se divide en cuatro partes: Raíz (la de mayor extensión dentro del conjunto), Volcán Vivo, Salvaje mente y Antes la vida. La obra se ofrece como el legado moral de Olga Novo. Recoge los asuntos y las preocupaciones más importantes de su creación literaria: la familia, el amor y la identidad. Ahora bien, pese a la larga tradición lírica de todos ellos, el espíritu de Olga Novo poco tiene que ver con el conservadurismo ideológico o con el feliz e idílico arraigo que caracterizó los poemarios de algunos autores del siglo XX (pensemos en Luis Felipe Vivanco). En absoluto. El lenguaje con que la poeta gallega aborda estas inquietudes se aleja de la suavidad y del ritmo pausado de la lírica trascendente para convertirse en un aullido cargado de dolor. No en vano, la autora explicita en sus versos la herencia estética del conde de Lautreámont y de sus oscuros —satánicos— Cantos de Maldoror, a la que añade la impronta de la novelista Virginia Woolf, del poeta Walt Whitman y del filósofo marxista Walter Benjamin —caracterizados por el empleo de técnicas irracionales, por su hermetismo, por el uso de la prosa o del versículo y por el manejo del flujo de conciencia.
En la primera parte de la antología, Raíz, Olga Novo rinde un sincero y emotivo homenaje a su familia cercana y a sus antepasados. Los poemas se escoran o bien hacia la referencia biográfica, intimista, o bien hacia la evocación angustiosa, trágica incluso, de las mujeres de su tierra. Su voz, por tanto, se manifiesta a un tiempo tierna y grave, delicada y hostil. La celebración del vínculo sanguíneo, de la armonía familiar, se compagina con la denuncia de las extremas condiciones de vida en el pasado reciente, marcado por el hambre y por la necesidad; pero nunca por la resignación o por el conformismo. De este modo, la figura de la bisabuela adquiere un carácter simbólico: de origen humilde («Anduvo descalza hasta los dieciséis años»), desprovista de estudios («fascinada por el brillo de unas letras que no entendió nunca»), representa la rebeldía contra el paradigma de la mujer de su tiempo («Estás tú dispuesta a abrir el día/ con un azadón/ en la cantera/ donde las únicas manos de mujer son las tuyas»). La admiración del sujeto lírico hacia esta mujer sufriente que fue capaz de poner en duda su papel en la sociedad para sobrevivir, transmite una honda impresión de verdad. Así lo testimonia Olga Novo: «Estoy escribiendo esto con tus pulmones». La unión de lirismo personal y conciencia social tiene un antecedente claro en la obra de Rosalía de Castro, tributo que muestra la vitalidad a día de hoy de dos libros inmortales: Cantares gallegos (del que acaban de cumplirse 150 años) y Follas novas.
La segunda parte, Volcán vivo, se centra en la temática erótica-amorosa. Los poemas, de gran fuerza expresiva, reflexionan sobre los sentimientos que genera la ausencia de la persona amada, la espera del encuentro físico y la necesidad imperiosa del amor, única razón —diría Olga Novo junto a Luis Cernuda y los autores místicos del siglo XVI— que justifica la existencia: «no vivimos para vivir preguntándonos quiénes somos/ sino para entregar a otros el soplo ferozmente hermoso que hace de nosotros/ una red de estrellas y de músculos que sienten,/ una criatura que alcanza el conocimiento cuando ama…». El buen amor, nos dice la poeta, consigue que las cosas perduren en el tiempo. Esta idea —tan renacentista— podemos aplicarla no sólo al amor de pareja, sino al amor generalizado hacia las personadas queridas. De hecho, toda la antología de Olga Novo parece buscar la pervivencia de un mundo ya pasado. Como Rilke, la escritora gallega asume la responsabilidad de mantener el recuerdo de su familia y su valor humano. Por esta razón, sobrecoge todavía más el poema titulado Pequeña sonata brutal para estrellas y trompa de Falopio, donde el sujeto lírico clama a su «botón de sangre» (tan minúsculo «que todavía no eres ni siquiera la palabra que podría nombrarte») que se agarre con fuerza a sus entrañas, que se quede con ella, que ponga a funcionar su corazón. Ya Cortázar, en un relato soberbio, El perseguidor, ahondaba en la doble posibilidad de trascendencia que tenemos los seres humanos: la genética y la artística. La voz que enuncia en esta antología necesita las dos.
La tercera parte de Los líquidos íntimos, Salvaje mente, reflexiona sobre la identidad. De algún modo, es una suerte de poética. El sujeto que habla se nos presenta como un ser lleno de contradicciones, complejo y antitético. Esta ambivalencia psicológica justifica la oscilación estética del libro entre el desgarro y la dulzura; entre las imágenes visionarias, irracionales o telúricas y las notas realistas. Olga Novo hace gala, pues, de una absoluta coherencia en su antología entre el fondo y la forma.
La cuarta parte, Antes la vida, es la más breve de todas. Apenas un poema que sirve de epílogo y recoge a los personajes que han aparecido en el resto de la obra. Con él, la poeta parece declarar la autenticidad de sus versos. Primero el temblor de la experiencia (propia o ajena), después la creación literaria. Lo contrario es impostura, deslealtad hacia una misma y hacia los lectores.
Los líquidos íntimos es un poemario excelente que hará las delicias de los amantes de la buena —combativa, sincera— poesía.
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