Salvador Gutiérrez Solís
Quiere que su colección de automóviles traspase el túnel del tiempo, que recorran las praderas, las interminables autopistas, que sus motores suenen a limpieza y mecánica. Quiere que Ben Young alcance todos sus sueños, que sea un hombre en toda su plenitud. Quiere que le sigan amando como hasta ahora, sin olvidar los amores del pasado que siguen estando muy presentes en su interior. Quiere que la música que escuchamos suene a verdad, que la tecnología no camufle las válvulas de los amplificadores, que los megas no devoren el latido real del bombo. Quiere volver a tocar con la Crazy Horse y en aquel festival que conserva con sabor amargo en la memoria. Quiere seguir componiendo sublimes canciones, no especular con su guitarra. Quiere seguir siendo él mismo, Neil Young.
Tras la apabullante y desnuda Commando de Johnny Ramone, Malpaso Ediciones nos vuelve a ofrecer otra autobiografía memorable y absolutamente recomendable, en esta ocasión de Neil Young. Pieza clave para entender el rock de los últimos cincuenta años, estrella indiscutible en el sentido más esencial, creador de algunas de las más hermosas canciones que se han compuesto. Neil Young es el músico de otro tiempo que ha sabido adaptarse a todos los otros tiempos por los que ha transitado, ya sea en solitario o acompañado: Buffalo Springfield, Crazy Horse, Crosby, Stills and Nash, o, no hace tanto, junto a Pearl Jam. Eterno, no es un adjetivo exagerado.
El propio Young reconoce que comenzó a escribir El sueño de un hippie como terapia, ante la necesidad de estar alejado de los escenarios tras la fractura de un dedo. Llama la atención que la enfermedad, una constante compañía a lo largo de su vida, enumerar su historial médico y el de su familia nos llevaría demasiado tiempo y espacio, lo haya empujado a la escritura y no la figura de su padre, un novelista y periodista canadienese. En cualquier caso, lo que puede que comenzara como terapia ha concluido siendo una obra lúcida, sincera y transparente, en la que el músico se esconde pocos ases en la manga y en la que no duda en reconocer los nombres y estilos que más le han influenciado.
Buena parte de la narración transcurre con Young conduciendo alguno de sus muchos automóviles restaurados, a la búsqueda de una nueva casa en la que vivir. Metáfora vital de un hombre inquieto, prófugo de él mismo, empecinado en una permanente redefinición, tanto propia como de su entorno. Esta actitud le ha valido, no me cabe duda, destilar esa vigencia, esa contemporaneidad, que emanan sus canciones, sin renunciar nunca a su propia e irrepetible personalidad.
Por las memorias de Young desfilan Dennis Hopper, Cash, Lennon, Dylan o Springteen, pero, tal y como le sucede con su colección de coches, no hay exhibición en sus palabras. Nos los acerca con una pasmosa naturalidad, tal y como hace mostrándonos como se enfrenta al proceso creativo, que tal vez constituyan los fragmentos más bellos de este título. Crítico exigente con buena parte de su repertorio, no hay una sola página en la que no encuentre el lector la auténtica pasión por la música. Lectura esencial, también desde un punto de vista visual, es justo reconocer la imponente selección de imágenes, para todos aquellos que aún siguen creyendo en los sueños, y en la posibilidad de convertirlos en realidad.
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