lunes, junio 16, 2014

Artistas sin obra. «I would prefer not to», Jean-Yves Jouannais

Prol. Enrique Vila-Matas. Trad. Carlos Ollo Razquin. Acantilado, Barcelona, 2014. 160 pp. 22 €

Pedro Pujante

Entre el ensayo filosófico, artístico y la broma metaliteraria Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964) nos propone una suerte de catálogo de obras, episodios y artistas cuya producción ha sido negativa, ilusoria o leve.
Desde Melville (y su nihilista y triste Bartleby) se podría trazar la línea de esa voluntad de inmovilidad, que pasa por Walser, Borges y llega a Vila-Matas y su Historia abreviada de la literatura portátil, autor y libro que están incluidos en esta curiosa antología del disparate y la levedad. Además, para cerrar el diálogo intertextual este libro viene encabezado por un prólogo del mismo Vila-Matas, quien admite sentirse felizmente predestinado a haberse encontrado con él. (Bartleby y compañía es deudor de Artistas sin obra).
Artistas sin obra es un fascinante ensayo, estupendamente escrito, documentado y cargado de imaginación y estilo propio, que se atreve a indagar en la inverosímil y en principio descabellada idea de una teoría de lo contradictorio, de lo efímero, de lo no-creado. Como su título indica, un bello oxímoron, Jouannais nos hace partícipes de un detallado estudio sobre personajes cuya mayor virtud es haberse substraído a la innoble tarea de producir libros y demás obras artísticas. Como hiciera Duchamp, —inventor de los readymade, artefactos artísticos que no son obras de arte— demoliendo así el concepto mismo de obra artística.
De estos bartelbys cabría mencionar a: Félicien Marboeuf, especie de personaje irreal y borgiano, familia de Pierre Menard, cuya más sobresaliente característica es no haber creado nada. También a Jacques Vaché, autor solamente de una serie de cartas que fueron publicadas póstumamente, y considerado por Breton como iniciador del surrealismo.
Por estas páginas sobrevuela también Borges, autor de relatos cortos que siempre despreció la idea innoble de componer vastas novelas de quinientas páginas cuya idea podría haber sido despachada en unos minutos. Creador también del ya mencionado Pierre Menard, ese literato francés que se propuso escribir El Quijote. Y es que, como Wilde cuando estuvo preso, Borges, tras una convalecencia, trató a través de este peculiar metarrelato, no producir literatura, sino evitar volverse loco o demostrarse a sí mismo que era capaz de crear. Por lo tanto, nos hacemos esta pregunta: ¿es la obra de arte definida por su intención última independientemente de ser concebida como artefacto artístico? ¿Es artista quien crea arte aunque sus motivos sean otros?
También se inscribe, por derecho propio, en esta tradición de autores de la negación a Vila-Matas y sus shandys, grupo formado por veintisiete escritores cuya obra, infraleve, tenía que caber en una maleta y funcionar como una máquina soltera, a propósito de Duchamp.
Félicien Marboeuf es quizá el personaje más enigmático de este catálogo de artistas improductivos, ficticios o efímeros. Fue amigo, siendo niño, de Flaubert y mantuvo correspondencia con Proust. Sin haber esbozado una línea memorable que trascienda en la historia de la literatura, sí que tiene el mérito de haber sido el inspirador de uno de los personajes de la obra de Flaubert. Así, pasa a la historia, no como autor, sino como protagonista, cobrando el estatus de hombre ficticio.
Otras cosas: la idiotez como símbolo de la modernidad; o una biblioteca de lo más singular, la Brautigan Library en Estados Unidos, un lugar que alberga exclusivamente volúmenes de autores que han sido rechazados por los editores.
Artistas cuyas obras son inexistentes o desconocidas. Pensamientos, ideas y sueños que se han escapado a la escritura. Escritores vocacionales que no se han decidido a tomar la pluma. Artistas frustrados, indecisos, ficticios o inéditos. Obras que no son obras. Artistas como Rauschenberg, quien pidió a De Kooning un dibujo suyo para borrarlo, hacerlo desaparecer. Sectas literarias secretas caracterizadas por su levedad. Autores, como Bartleby, que prefieren no hacer nada. O como la señora Bovary, que se preguntaba, al respecto de aprender música: ‘¿para qué tocar?’
Si no han leído este libro, tal vez sería recomendable empezar a hacerlo. Se recomienda tener cerca Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas para mitigar ese síndrome de ‘soledad del lector’ que suele acompañarnos tras una intensa y acaudalada lectura.

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