jueves, abril 30, 2015

Talco y bronce, Montero Glez

VIII Premio Logroño de Novela. Algaida, Sevilla, 2015. 312 pp. 18 €

Miguel Baquero

Galardonada con el VIII premio Logroño, la sexta novela del madrileño Montero Glez (1965) ahonda en su estilo característico, que en cierta ocasión dio en llamar “folklore cósmico”: una manera peculiar y muy genuina de narrar que le ha ganado gran número de adeptos y ha hecho de él un escritor con una voz propia, bien definida y reconocible, que al fin es una de las mayores aspiraciones de un escritor.
Ambientada en esta ocasión en los primeros años de la Transición, y con el fondo de las celebres películas, estilo El pico o Navajeros —hacia las que se suceden los homenajes— que en los 80 llegaron a convertirse en una auténtica subcultura quinqui y autóctona, Talco y bronce cuenta la historia de una banda de atracadores de medio pelo pero grandes ambiciones, liderada por el Chuqueli, que en un determinado momento consiguen hacerse con un buen montón de colorao, en lingotes de oro, tras al asalto a una joyería. A partir de ese momento, comienza un febril pulso entre la banda, que intenta vender lo robado, y la policía, al mando de un turbio inspector, de apellido Perkins, que trata de capturarlos, aunque bien pronto se advierte que sus intenciones no son, desde luego, todo lo limpias que se supone en unos agentes de la ley.
Apoyada en un uso magistral del argot de la época, y en un dominio apabullante de los diálogos —siempre frescos, espontáneos y naturales—, Talco y bronce está estructurada como un cristal roto en decena de pedazos, donde las situaciones del pasado se entrecruzan con las del presente novelístico, un recuerdo conduce a otro, y este a su vez remite a uno anterior, para volver en la página siguiente al momento de los hechos. Pero todo ello sin perder el hilo de la trama principal: el de la huida con el botín en lingotes. Una carrera que apenas da respiro al lector y a lo largo de la cual se nos muestran personajes tan bien construidos como el brutal inspector ya dicho, el joyero “chota” (chivato), el aristócrata de buenas maneras y las peores intenciones, los miembros de la banda que se observan entre sí, siempre dudando unos de otros…
Y para acabar de dar riqueza a la novela, al fondo de toda esta huida hacia ninguna parte late la historia de amor entre el jefe de la banda, y la Malata, apenas una niña a la que el Chuqueli ha enseñado a conducir para que le espere a la salida, montada en un coche con el motor en marcha y dispuesta a “salir de naja”.
Con toda la brutalidad, a veces, que conlleva una narración de este tipo, Talco y bronce es una novela que introduce de un empujón al lector en la trama y le mantiene suspenso de ella, como en un coche conducido a “toda pira” mientras en torno suenan las sirenas, hasta la misma última página, en un final que deja sin aliento.

miércoles, abril 29, 2015

La historia de Kiêu, Nguyên Du

Trad. Rafael Lobarte Fontecha. Hiperión, Madrid, 2014. 375 pp. 17 €

Ariadna G. García

En los últimos años se han publicado en nuestro país algunos títulos meritorios –a un tiempo líricos y crudos– para acercarnos a la historia reciente de Vietnam (la novela ilustrada Vietnamérica, de Gia Bao Tran; y el relato biográfico Ru, de Kim Thuy). La editorial Hiperión saca a la luz ahora, en una hermosa y cuidada edición bilingüe, la obra maestra de la literatura vietnamita: La historia de Kiêu, escrita por un mandarín al servicio de la dinastía Le (s. XIX), de quien Ngo Van Gia (profesor de la Universidad de Hanoi) ha dicho estas inapelables palabras: «Un pueblo solo tiene algunos rostros para enorgullecerse y Nguyên Du es uno de ellos».
La historia de Kiêu es una epopeya de 3254 versos, si bien su traductor la ha revestido de un formato de novela. Razones tiene, pues se trata de un texto narrativo que cuenta las desgracias y el peregrinaje de su protagonista, una bellísima joven de origen humilde, durante veinte años por tierras chinas. Es de agradecir que Rafael Labarte Fontecha y Jesús Munárriz hayan tenido el arrojo de traducir y editar esta historia, cumbre de la literatura de un país tan espectacular como desconocido. El poema que nos ocupa, por otro lado, fue llevado a las tablas –prácticamente– desde su misma composición (su delicado y brutal argumento ha nutrido a las operetas tradicionales, al teatro clásico y al experimental), y últimamente ha sido trasladado al cine. Hoy en día se puede leer en veintiuna lenguas diferentes. Su autor, Nguyen Du, también ha recibido un par de reconocimientos universales que lo sitúan entre lo más granado de la Historia literaria mundial: “celebridad cultural de la Humanidad”, Consejo Mundial de la Paz, 1965; y “Hombre de la Cultura” UNESCO, 2013.
La historia de Kiêu es una epopeya poderosamente atractiva por varias razones. Para empezar, porque desmonta algunos prejuicios sobre el género épico. La protagonista, comentaba, es una mujer, y el poema, lejos de relatar la típica constelación de hazañas de un héroe, narra las viscisitudes de una joven que –para salvar el honor de su padre– se vende como concubina a un rico terrateniente, renunciando así a su prometido y a su libertad. En segundo lugar, por la construcción del personaje femenino. Kiêu encarna los valores de su época: la devoción filial (el sacrificio por amor a la familia –he aquí un antiguo precedente de Katniss Everdeen, Los Juegos del Hambre–), el arte (es una vituosa del laúd y de la versificación –no en vano, Nguyen Du se siente partícipe de la cultura del Imperio Chino, que valoraba tanto la lírica que los opositores al cuerpo de funcionarios, en la prueba central, tenían que componer poemas–), la esperanza (“espero que, búfalo o caballo, salde el deber que, bambú y albaricoquero, contrajimos”), la libertad, el recogimiento o la justicia (sobrelleva el destino y lo subvierte, gracias a un segundo amor –encarnado en un guerrero– y a la amistad de una sacerdotisa). En tercer lugar, por la encomiable traducción. El estilo gusta del imaginario modernista: sensual, colorista y metafórico. En cuarto lugar, por los violentos contrastes argumentales de la obra, que tan pronto desciende al abismo de los burdeles (al mundo de la picaresca, de los remiendos de virgos, de las palizas y de las violaciones) como se encarama a lo alto de los monasterios consagrados a Buda (a la paz interior y a la armonía). Y por último, por la crítica que Nguyen Du realiza de las barbaridades del régimen feudal (una letanía de secuestros, venganzas y humillaciones a los más débiles).
La historia de Kiêu merece nuestras horas de ocio para deleitarnos con su lenguaje, para conmovernos con su intriga, y para realizar alguna reflexión sobre cómo podemos vencer las adversidades o nuestra radical soledad por medio de las redes que tejamos con nuestros semejantes.

martes, abril 28, 2015

El oscuro relieve del tiempo, Iván Teruel

Ilustr. de Mercè Riba. Calligraf, Figueras, 2015. 184 pp. 18 €

Pedro M. Domene

La literatura calificada de moderna se distingue por su concepto del tiempo, el cuento suele diferenciarse por la específica forma de utilizarlo, y cuando hablamos de cuento literario su intensidad depende, en gran medida, de esa hábil contracción necesaria para el desarrollo de la acción, sobre todo cuando la narración ocurre en un tiempo presente de sucesos pasados (o futuros), hasta el punto de que algunas veces el tema y la acción llegan a considerarse independientes de ese curioso transcurso narrativo.
Iván Teruel (Girona, 1980) ha publicado una primera colección de cuentos, donde el tiempo, testigo circular e incesante, se convierte en protagonista absoluto de sus historias. Titula el conjunto, El oscuro relieve del tiempo (2015), y con una especial sutileza transforma su escritura en el correlato recíproco de una sociedad donde la incomunicación, la violencia tanto física como lingüística, el miedo al fracaso, la felicidad como víctima de un amor estrictamente sexual o la sucesiva opresión a que se nos somete a diario, cuantifican y ponen de manifiesto como el valor de la buena literatura sigue vigente; y aunque el suyo, en ocasiones no sea un tiempo, inexcusablemente espacial, se sustenta por una firme determinación memorística.
La brevedad no es una característica arbitraria en el cuento, enlaza con esa consecuencia derivada de la estructura interna del mismo, y cuando tenemos un volumen de relatos por delante poco, o nada debe importarnos que su extensión fluctúe sino que habrá que orientar nuestro interés hacia otros aspectos técnicos como la intensidad, la condensación, la propia tensión o el efecto que puedan producir en el lector; y con estas premisas, la colección de relatos que Iván Teruel pone en nuestras manos, ordenados en cuatro grandes propósitos, se adaptan a las características de un tiempo que el autor presupone necesario y del que se sirve para expresar, de una forma, fragmentaria cuanto de zozobra o de desasosiego contiene un momento como el actual, y tanto es así que las características de una sociedad contemporánea y plural quedan expresamente de manifiesto, incluso las incertidumbres de un momento tan peculiar como histórico. Convocarnos a través de una literatura hilarante y sutil para ser testigos de los límites de una existencia a que hoy estamos sometidos, de eso hay mucho en los cuentos de Teruel, y en tan múltiples facetas como conlleva la condición humana. Secretos y mentiras se esconden tras las páginas de El oscuro relieve del tiempo en mitad de una sociedad caduca como la nuestra que, de la mano del joven narrador, apela a la conciencia humana. Los setenta y dos cuentos que componen el volumen, de variada factura y extensión, se agrupan en cuatro apartados, o aproximaciones a esas peculiares existencias de las que, necesariamente, debemos aprender a lo largo de nuestra vida y, sin duda, nos sentimos familiarizados: Anatomía del dolor, Arqueología del universo, Topografía del horror y Cartografía de la derrota, una auténtica paradoja de singulares propuestas: dolor/ horror y universo/ derrota en las que, de alguna manera, nos reconocemos porque en cuentos como, “Inseparables”, esa dualidad sexo/moralidad convierte el engaño en algo cotidiano, y pese a su brevedad, los relatos del siguiente apartado ofrecen dualidades tan reconocibles como universales, “1996 también fue un año bisiesto”, donde vida/ muerte precisan, o se establecen en nuestra habitual existencia; y el horror que desprende un breve, o minúsculo relato”, “La espera” posibilita ese débil vínculo familiar y la sociedad circundante; y finalmente, esa otra muestra que se corresponde con la cartografía de una derrota, y se traduce en “Destino derecho”, o en ese futuro imperfecto que nos invade cada día de nuestras “miserables” vidas.
El desafío temático que nos propone Iván Teruel en su primera colección de cuentos, El oscuro relieve del tiempo, es sorprendente, va mucho más allá de lógica común, tanto es así que nos sacude, y nos mantiene en una permanente vigilia para salir, al menos, airosos de algunas de las atmósferas tan opresivas como nuestra sociedad despótica. El uso de la ironía en estos cuentos, frente a esa abundancia de falsos sentimientos, cuantifica en mayor medida al conjunto, y aun se añaden las ilustraciones de Mercè Riba que corroboran esas imágenes desintegradas que ofrecen muchos de estos relatos, y sugieren visiones tan turbadoras como simbólicas.

lunes, abril 27, 2015

La cólera de Fantomas 1. La guillotina, Olivier Bocquet y Julie Rocheleau

Dibbuks, Madrid, 2015. 64 pp. 16 €

Jaime Valero

Desde su creación en 1911, Fantomas se ha convertido en un personaje icónico que, junto a las 32 novelas que protagonizó —escritas en el plazo de un par de años, con un ritmo de publicación tan demencial como los crímenes que perpetraba el personaje—, ha dado el salto al cine, a la radio, a la televisión y, como en el caso que hoy nos ocupa, al cómic. La cólera de Fantomas se inicia con un prólogo donde el guionista, Olivier Bocquet, se refiere a Fantomas nada menos que como el padre de los superhéroes norteamericanos. ¿De verdad podemos considerarlo el padre de Superman, Batman y demás leyendas del tebeo pijamero? Pues en cierto modo sí, de forma indirecta, a través de los héroes pulp que sirvieron de inspiración a las generaciones posteriores de justicieros enmascarados, como fueron La Sombra y Green Hornet. Posiblemente, de no haber existido Fantomas, la gestación de esos personajes hubiera sido muy distinta.
Pero no es una reflexión sobre la influencia y el legado de Fantomas lo que nos aguarda en este cómic, sino una reinterpretación de sus fechorías basada en el trabajo original de sus creadores, Pierre Souvestre y Marcel Allain. Para ello, Olivier Bocquet y Julie Rocheleau se sirven de algunos de los personajes de la obra original, como el inspector Juve y Lady Betham, la amante de Fantomas, y los combinan con elementos de su propia cosecha para ofrecernos un festival folletinesco cargado de sorpresas, que nos invita a un festín de espeluznantes asesinatos y a un viaje por los bajos fondos del París de principios del siglo XX. La historia arranca a finales de 1895 con un guiño cinematográfico: la presentación del cinematógrafo en la capital francesa, a la que asistió un todavía desconocido Georges Méliès que se asoma fugazmente a estas páginas, para más tarde convertirse en uno de los referentes del 7º arte. Una presentación que termina bañada en sangre y que culmina, años más tarde, con el juicio y el ajusticiamiento de Fantomas. Pero, ojo, esto no es más que el principio, ya que como buen villano, Fantomas vuelve de entre los muertos e inicia una oleada de venganza que se extiende durante los tres álbumes de esta obra.
El tono y el ritmo del guión son dignos de la tradición de los folletines: no hay respiro para el lector, que asiste fascinado a la crueldad de Fantomas y a su camaleónica habilidad para suplantar a todo aquel que le sirva en sus propósitos. Contra él se enfrentan el inspector Juve y el joven periodista Fandor, que tiene sus propias razones para acabar con la amenaza del enmascarado villano. Pero si por algo destaca esta obra es por el espectacular grafismo de Julie Rocheleau, que combina en su paleta la intensidad de los tonos rojos con la gelidez de los verdes y los azules para recrear una atmósfera que le viene como anillo al dedo a las fechorías del protagonista. De igual manera, el diseño de sus personajes, que tiende a la deformación propia de la caricatura, termina de potenciar las sensaciones que asolan al lector durante la lectura, que aúnan magnetismo y desazón.
Gran trabajo el de los dos autores en este arranque de la obra, titulado La guillotina, en el que, eso sí, apenas rozamos la superficie del personaje y de los acontecimientos. Las cartas están sobre la mesa, pero poco más. Aún tenemos que asistir al cénit del enfrentamiento entre Fantomas y sus perseguidores, Juve y Fandor, además de ahondar en la relación del villano con Lady Betham. La intensa escena con la que concluye este álbum nos deja hambrientos de más, así que solo nos queda esperar que Dibbuks nos traiga pronto la segunda entrega de este adictivo folletín en viñetas.

viernes, abril 24, 2015

Pan y cielo, Juan Cobos Wilkins

La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015. 266 pp. 18 €

Salvador Gutiérrez Solís

La editorial La Isla de Siltolá, que en los últimos años ha conseguido contar con su propio espacio en la geografía poética nacional, estrena su colección de narrativa con la nueva novela de Juan Cobos Wilkins, Pan y cielo. Lo que nos empuja a pensar que la editorial va a mantener en prosa el rigor y acierto que le ha caracterizado en su ya amplio y selecto catálogo poético. Cobos Wilkins ha demostrado a lo largo de su ya dilatada trayectoria que se trata de un autor que se adapta perfectamente a los diferentes géneros en los que se adentra, consiguiendo que su personalísima voz permanezca siempre presente, pero desde el dominio de las herramientas e imágenes adecuadas en cada momento. No es, en definitiva, uno de esos narradores que se empeñan en exhibir en cada frase su vertiente poética, lo que propicia una narrativa bella, empalagosa a ratos, pero carente de historia, la mayoría de las ocasiones.
En sus anteriores novelas, Cobos Wilkins se ha detenido en momentos concretos de la historia, la cruenta revolución minera de Riotinto, el denominado ‘año de los tiros’, en El corazón de la tierra, y el terrorífico submundo de las prisiones franquistas en El mar invisible, por ejemplo, y ha sido respetuoso y consecuente con el tono escogido a la hora de abordar las citadas narraciones. En Pan y cielo, sin embargo, a pesar de partir igualmente de un hecho histórico, el autor onubense da libertad a personajes y trama para recrear un universo metafórico, simbólico, plagado de referencias cinematográficas y pictóricas, que funciona como un coro de voces perfectamente ensambladas y afinadas. Situaciones y personajes que se han divertido a sus anchas, de la misma manera que el autor, intuyo, propiciando que la ironía y el sentido del humor se expandan como gas contagioso a lo largo del texto. En este sentido, podemos entender Pan y cielo como una extrañeza en la producción literaria de Cobos Wilkins, o de un nuevo camino iniciado, más contemporáneo en todos sus parámetros. Una obra en la que destacan los diálogos, repletos de inteligencia y naturalidad, y que definen a la perfección a los personajes que por la novela desfilan.
Como indicaba, Pan y cielo parte de un hecho tan cierto como estrambótico: la afiliación de San Antonio Abad, patrón de la localidad onubense de Trigueros, al sindicato UGT, con el objeto de poder celebrar su procesión anual, respetando el mandato gubernativo. Una anécdota que Cobos Wilkins aprovecha para trazar una silueta de aquella España, pero también de la actual, bipolar en muchos de sus aspectos, irreconciliable en cuestiones fundamentales, tendente a la fricción y al desencuentro. Pan y cielo, desde su simbólica coralidad, cabe entenderse como una reflexión sobre la concordia, sobre la necesidad de buscar y encontrar pacíficos puntos intermedios, como único camino para la construcción de una sociedad habitable y cómoda para la mayoría.

jueves, abril 23, 2015


FELIZ DÍA DEL LIBRO
2015

miércoles, abril 22, 2015

Los amigos, Kazumi Yumoto

Trad. José Pazó Espinosa. Editorial Nocturna, Madrid, 2015. 210 pp. 14,90 €

Juan Laborda Barceló

Como un juego, propio de los niños que son, se producen entre los protagonistas de esta novela toda una serie de alumbramientos vitales. Tales sucesos están presentados con la suavidad de una hoja dejándose caer, mecida por el viento de los acontecimientos y el calado de una profunda vivencia.
No podemos dejar de calificar la obra como un texto de iniciación, amable y sentida, a las luces y sombras de una vida plena. La historia es tan sencilla como potente. Kiyama, narrador en primera persona, es un chaval despierto que tiene dos buenos amigos en la escuela, Kawabe y Yamashita. Un día cualquiera, este último se ausenta de las clases para acudir al entierro de su abuela. La muerte surge como un iceberg misterioso en sus tiernas existencias. Al contar lo ocurrido, la pandilla se hace consciente de que nunca ha visto un cadáver. Casi como un torrente llegan a la infantil y alocada conclusión de que deben vigilar la casa de un anciano solitario para presenciar el acto ejecutor de la parca. El sentido cinematográfico de unos chicos apostados en el vano de la vivienda, en el límite de la intimidad doméstica, azuzados por la inquietud es tremendamente evocador.
Las visitas a aquel lugar, y el contacto con ese hombre, será el inicio de una catarsis emocional. Poco a poco, irán descubriendo cosas de aquel anciano, elementos oscuros de su pasado y de ellos mismos que no podrán obviar. Cada uno se mostrará como es y desplegará sus anhelos más sentidos en el proceso de conocer otra realidad. El miedo, el deseo y la esperanza se abrirán paso en sus breves días para venir a instalarse definitivamente. A raíz de todo ello, profundizarán en sus inquietudes y experimentarán a través de peleas y desencuentros. Nadie se libra de cicatrices en el alma en su trayectoria y, el modo en el que los protagonistas llegan a ello es una preciosa metáfora de la vida misma.
Hay, además, en este texto sencillo un esmero por el goce de los sentidos, de lo que sensorialmente nos ofrece la vida. Así, la autora se recrea en el nacimiento de los cosmos en un jardín de final incierto, en las moras que son “como gotas de rocío”, en el frescor de una sandía recién abierta o en el aroma invasivo del pescado. Los descubrimientos llegan, por tanto, en todos los ámbitos, de lo sensitivo a lo emocional: “cosas que existen pero están ocultas, como un arcoíris sale al aparecer el agua.”
Los chavales, en su inexperiencia, se creen dioses hacedores de realidades, a veces generosos sin fin, a veces egocéntricos y envidiosos. Jugarán en un camino de aprendizaje, realizando todo un recorrido de crecimiento y ahondando en su humanidad.
La necesidad de huir, el íntimo padecimiento y el deseo de rehacerse, resuenan como un eco entre estas páginas. Los muchachos aún no lo saben, pero cada vida, por muy rica que sea, traza círculos concéntricos en el sentir y la existencia. El punto de partida, la llegada y los hallazgos son hitos forzados de paso. Tan solo, el hecho de afrontarlos de uno u otro modo, es lo que podemos decidir desde nuestra voluntad. La autora demuestra una exquisita sensibilidad al revisar estos momentos sentimentales, tan ciertos como significativos. No conviene que se lo pierdan.

martes, abril 21, 2015

Sobreexposición, Laura Bordonaba Plou

Pregunta Ediciones, Zaragoza, 2014. 154 pp. 12 €

Pedro M. Domene

Mi admirado y buen amigo, Medardo Fraile, que escribió durante más de medio siglo los mejores relatos del siglo XX, afirmaba que “un cuento era lo más fino y personal que pueda hacer un escritor”, y con la perspectiva del tiempo, sopesando calificativos y afirmaciones al respecto, aun debemos añadir que, indudablemente, un buen cuento obliga al lector a meditar con cierta propensión a la delicadeza porque, el escritor, muestra el mundo como si mirásemos a través de una vidriera policromada y multicolor e, incluso, toca nuestro corazón, y avanza por la difícil senda de la metafísica; es así como el autor nos brinda su verdad, aunque para ello deba mentir todo lo posible como verdaderamente ocurre también en el amor; y, además, técnicamente hablando, siempre y cuando el relato sea excepcionalmente bueno, provocará una explosión.
Los cuentos, sin duda, son la quintaesencia estremecida, épico-lírica, de un trozo de mundo y la visión particular que sobre él tiene el narrador. Constelan ese intramundo, y en sus certezas o inexactitudes llevan implícita la manera peculiar de enjuiciar la sociedad. Ignoro si Laura Bordonaba Plou (Zaragoza, 1976) ha configurado, con estos dieciocho relatos que componen Sobreexposición (2014), su manera peculiar de, precisamente, sobreexponerse en gran medida al mundo, pero sí aseguro que lo ha conseguido de una manera digna e inteligente, diversificando su mirada en una serie de cuadros biográficos que nos resultan tan cercanos que, a medida que pasamos las páginas, hieren nuestra sensibilidad. Sobresalen en estos cuentos las agudas dotes de observación de la narradora, su preocupación por la sobriedad y la objetividad porque, pese a ciertos toques en sus historias, nunca cae en el sentimentalismo o la cursilería; léase cuando escribe sobre el dolor o la pérdida que provoca esa ausencia, “Viviendo con Mr. Tomura”, “Travis”, “Dammuso di Mare”, serían ejemplos válidos; otras veces sus relatos son predominantemente líricos, “Sinfonía de las ruinas”, que narra sucesos o experiencias externas, evoca ambientes e introduce al lector para hacerlo receptivo a ese estricto valor sentimental de cuanto narra; un procedimiento paralelo a la lírica, y en esta ocasión cobran especial relevancia las imágenes.
La extensión que componen los cuentos de Sobreexposición varía en cuanto a sus características, y algunos advertimos propenden a convertirse casi en una novela corta, “La ley de Bode”, “Pabellón 103” o “La luz de Marvin”, que, de alguna manera, concentran un suceso principal que desencadena el resto de la acción, con muy pocos protagonistas y, en ocasiones, el acontecimiento central del cuento, la narradora enferma de alzheimer y Tristán en el primero; el psiquiátra y cuatro enfermos, en el segundo; y finalmente, los gemelos Marvin y Albert; la acción, en este tipo de cuentos, es lo más importante y podría transcurrir en otras circunstancias, con otros personajes y se desarrolla, además, como una lógica concatenación de los episodios narrados; el destino de sus protagonistas depende un tanto del azar; Laura Bordobana narra estas historias desde una distancia, esa medida justa que le permite una objetivación tanto cronológica como retrospectiva.
Ausencia y presencia, recuerdo y olvido, el dolor, en definitiva provocado por esa ausencia, caracterizan a estos cuentos de firmes contrastes que aisladamente se concatenan para mostrarnos ese proceso psicológico interno de la mayoría de sus personajes por breve que sea su implicación, y que como lectores nos llegan por ese proceso externo solo perceptible por los sentidos, y al final los cuentos de la joven Laura Bordonaba Plou ofrecen tantas posibilidades a nuestra imaginación como a esa capacidad asociativa que pretende su autora. Esta es una buena ocasión para degustar y, por qué no, para descubrir una buena colección de cuentos, y una narradora que nos deparará futuras sorpresas.

lunes, abril 20, 2015

Márgen de maniobra, César Strawberry

Uno Editorial, Albacete, 2015. 112 pp. 19 € (con disco)

Jaime Valero

Los amantes de la música más ácida e irreverente conocerán a César Strawberry por su militancia en la banda Def Con Dos, que lleva más de dos décadas propagando sus atentados sonoros desde escenarios y estudios de grabación. En paralelo a su actividad musical, César Strawberry también ha desarrollado una trayectoria literaria compuesta, hasta la fecha, por tres novelas y una antología de relatos. La novela que hoy nos ocupa, Margen de maniobra, es la más reciente de su producción y ve la luz al tiempo que el nuevo disco de la banda, titulado Dos tenores. El singular sentido del humor de las letras de Def Con Dos, así como su vitriólica visión del mundo contemporáneo, encuentran su reflejo en las páginas de esta novela, que combina costumbrismo canallesco con fantasía hilarante para contarnos una historia que, en esencia, trata de dar respuesta a las incógnitas que se plantean unos personajes al borde de la llamada crisis de los cuarenta, que van desde el omnipresente «¿qué estoy haciendo con mi vida?” hasta el no menos inquietante “¿qué quiero hacer con ella a partir de ahora?».
Los protagonistas en cuestión son tres amigos de la infancia que se reúnen, después de mucho tiempo sin verse, para acudir al entierro de otro compañero suyo de correrías juveniles. El primero de ellos es Fede, profesor de pintura en una academia y dibujante de cómics en sus ratos libres, que lleva tiempo dándole vueltas a una novela gráfica sobre zombis. Un cómic cuya trama va desarrollando mentalmente a lo largo del libro, en paralelo a los acontecimientos del mundo real. En segundo lugar está Ramón, deslenguado y echado p'alante, que convence a los demás para pegarse una buena juerga en memoria de su amigo desaparecido. Y por último está Guille, el sempiterno mod que se mantiene fiel a los códigos estéticos dictados en los tiempos de los Beatles y los Jam, y que acabó ganándose la vida como diseñador gráfico y publicista. Los tres juntos, tras salir del tanatorio, se embarcan en una excursión lisérgica por las entrañas de un Madrid muy distinto al que recordaban de sus años mozos.
Con una prosa sencilla y directa, cargada de un humor descarado que en ocasiones roza el cinismo, César Strawberry narra con desparpajo las extravagantes situaciones en la que se van metiendo los personajes, mientras Fede desarrolla en su mente una disparatada trama repleta de zombis, militares nostálgicos del régimen y abejas africanas portadoras del virus que convierte a los ciudadanos de a pie en bestias descerebradas hambrientas de carne humana. Lo que podría quedar en simple gamberrada literaria, alcanza cierta profundidad al abordar las inquietudes vitales de estos personajes a los que el paso del tiempo ha obligado a abrazar la madurez, pero que en el fondo se sienten tan perdidos como en la adolescencia. Nos ofrece también una reivindicación del individuo frente al borreguismo al que tiende la masa, un alegato en favor de aquellos que luchan por ser diferentes y no dejarse aplastar por la apisonadora del sistema, que arrolla al individuo a golpe de hipoteca, chalé en la sierra y tarjetazos de crédito en los grandes almacenes. Humor, ingenio, mala leche y un puntito de ternura conforman los principales ingredientes de esta novela, sin demasiadas pretensiones, pero con una formidable honestidad. Lástima que la falta de una corrección más detenida provoque la intromisión de numerosas erratas a lo largo de la obra, que deslucen bastante el resultado final.

viernes, abril 17, 2015

Blitz, David Trueba

Anagrama, Barcelona, 2015. 166 pp. 16,90 €

Salvador Gutiérrez Solís

A veces, basta con un chispazo, un fogonazo o un relámpago, de apenas un segundo, para que nuestra vida cambie. Ese segundo puede tener la forma de una decisión repentina, de una mirada o de un mensaje de texto en un teléfono móvil, tal y como le sucede al protagonista de Blitz. Resumamos: Beto recibe en su móvil un mensaje por equivocación, gracias al cual descubre el fin de su relación. El suceso se produce durante la estancia de Berto en Munich, finalista en un concurso internacional de paisajismo urbano. Desolado por el acontecimiento, el joven arquitecto decide ampliar su estancia en la capital alemana unos días más de los previstos inicialmente. En esta tesitura, tiene la oportunidad de escuchar la reflexión de un anciano paisajista japonés acerca de la relatividad del tiempo aplicada a nuestra vida y, sobre todo, conoce y comienza una relación con una mujer madura que le dobla, prácticamente, la edad.
En esta ocasión creo que es necesario relatar el argumento de la novela, en donde encontramos los conceptos esenciales que aborda David Trueba en la narración: el azar, la distancia, la soledad, el tránsito hacia eso que conocemos como edad adulta, el amor, el viaje, el tiempo, la deslocalización y la confusión. Y crisis, porque en Blitz hay mucha crisis, la social que padecemos todos, y la personal, que afecta a Beto, casi repentinamente.
David Trueba regresa a la novela tras varios años de ausencia con un título, Blitz, que a pesar de su extensión, incluso se podría entender como una novela breve, crece y permanece en el interior del lector una vez concluida su lectura. Blitz es como uno de esos pequeños bocados, de un sabor intenso, que sigue intacto en nuestro paladar horas después de haberlo consumido. Y lo es gracias a los temas que aborda Trueba, y que fácilmente nos pellizcan la piel, nos rozan, o se convierten en un espejo en el que nos vemos reflejados. Porque una de las grandes cualidades de David Trueba como narrador, en ésta y otras novelas, es esa cercanía, esa empatía, que logra con el lector. Bastan unos pocos renglones para que reconozcamos en su protagonistas, Beto en esta ocasión, a un conocido, a un familiar, y hasta puede que a un amigo. O a nosotros mismos.
David Trueba esparce a lo largo de la narración ese humor tan peculiar, que a ratos puede parecer chistoso, incluso, pero que no dejan de ser las muletillas que insuflan humanidad a sus personajes, y que nos evocan a la cotidianidad de vidas como las nuestras. Un humor que no se contradice con el espíritu reivindicativo de la novela, donde esta época de desigualdades latentes y lacerantes, la precariedad laboral y la mengua de oportunidades, especialmente para los más jóvenes, se ponen de manifiesto a lo largo de la narración. Brillante por momentos, siempre amable, cariñosa, me atrevería a calificarla, envuelta en esa narrativa tan característica que parece contar con su propio ritmo y sonoridad, en Blitz están todos esos elementos que han convertido a David Trueba en uno de los nombres fundamentales de la narrativa española actual.

jueves, abril 16, 2015

Espejo de sombras, Felicidad Blanc

Cabaret Voltaire, Barcelona, 2015, 320 pp. 20,95 €

José Miguel López-Astilleros

Felicidad Blanc (1913-1990) fue la esposa del poeta Leopoldo Panero (1909-1962), quien ocupó diversos cargos en las instituciones culturales franquistas, pero también fue la madre de los poetas Juan Luis (1942-2013) y Leopoldo María (1948-2014), así como del diletante Michi Panero (1951-2004). Por esto es conocida, y por haber participado en la película a la que nos referimos a continuación. En 1976 se exhibe la película El desencanto, dirigida por Jaime Chávarri, donde madre e hijos hablan sobre sus recuerdos y reproches familiares. Durante el rodaje, detrás de las cámaras, Felicidad Blanc contaba muchas cosas que no relataría delante, lo que nos induce a pensar que aquello que quedó fuera de foco, sí está en este libro. Tras el gran éxito del film, Natividad Massanés, profesora de literatura, le propone a Felicidad que escriba sus memorias. Ante su negativa, esta le sugiere que grabe en sucesivas conversaciones todo lo que ella vaya recordando, con el propósito de publicarlo. Es posible que su decisión se deba a que no quedó conforme con el resultado de la película, o más concretamente con la imagen final que se transmite de ella. El libro se publicó por primera vez en 1977, y reeditado ahora por Cabaret Voltaire íntegramente, sin ningún añadido posterior, incluso con el prólogo original de Natividad Massanés y las mismas fotografías.
Estas memorias no pretenden ser una historia fidedigna de la familia Panero, sino un compendio de recuerdos personales de una mujer perteneciente a una clase acomodada en una determinada época de la historia de España, que estuvo a la sombra de tres poetas, como esposa sufrida y madre; y, por qué no decirlo, fue víctima de una sociedad anquilosada en un exacerbado conservadurismo machista. Comienza remontándose a sus orígenes desde sus bisabuelos y llega hasta la actualidad de entonces, finales de los años 70. La narración sigue un orden cronológico, aunque no abundan las fechas concretas. Esto no supone ninguna dificultad, porque basta situar los acontecimientos que menciona para orientarse. Felicidad Blanc se convierte en un testigo familiar y cotidiano de una época de la historia de España, lejos de toda elaboración e interpretación intelectual, así lo prueban por ejemplo sus jugosas anécdotas, como el día en que su abuela la llevó al entierro de Pablo Iglesias, o cómo vivió la Guerra Civil en el Madrid republicano.
Obviamente el matrimonio con Leopoldo Panero en 1941 es determinante en su vida. En numerosas ocasiones deja traslucir las innumerables dudas que tuvo antes de dar este paso, tanto que en algún momento podríamos llegar a la conclusión de que se enamoró de su poesía, más que de su persona. Pero no sólo eso, tuvo que renunciar a su carrera de escritora (llegó a publicar algunos cuentos en revistas de prestigio), resignarse al papel de ama de casa y madre, y acostumbrarse a la frustración de vivir en una sociedad y con un marido que la infravaloraban. En la página 252 reflexiona en este sentido: «¿En dónde estuvo mi equivocación? Quizás en confundir la literatura con la vida: los libros están para ser leídos, no para vivirlos al lado de quien los escribió.» La personalidad de Leopoldo Panero fue decisiva en esa insatisfacción vital que la acompañará a lo largo de su vida, debido a sus amantes (aunque esto no lo expresa de manera abierta), a la presencia constante de sus amigos (llegó incluso a detestar al omnipresente Luis Rosales) y a su borracheras cada vez más violentas. Aunque por otra parte tuvo el privilegio de relacionarse con la élite intelectual del momento, con personajes como Pío Baroja, Manuel Machado, Gerardo Diego, etc., aparte de conocer a los mejores poetas de los 50 gracias a su hijo Juan Luís tiempo después.
Dos personajes por los que sintió especial cariño, amor sugiere ella, son el poeta Luís Cernuda y el escritor cubano Calvert Casey. Al primero lo conoció en su exilio de Londres, donde vivió una temporada con Leopoldo, que era por entonces jefe de estudios, no director como se lee en algunas semblanzas biográficas, del Instituto de España en esa ciudad. Ella asegura que el amor que se profesaban era mutuo. Al segundo lo conoció mucho más tarde, muerto ya su marido, de la mano de Vicente Molina Foix, que fue quien lo llevó a casa, según cuenta, y el mismo que le comunicaría con posterioridad que se había suicidado en Roma. No es descabellado pensar, como sugiere Luís Antonio de Villena, que en esta ocasión está fantaseando en alguna medida, puesto que ambos eran homosexuales; a menos que se refiera a un amor exclusivamente espiritual.
En la parte final del libro se presenta como una madre abnegada que está a disposición de sus hijos, por los que lucha en la medida que se lo permiten sus circunstancias, pues quedó en la más absoluta de las penurias económicas al enviudar; lo cual contradice de algún modo lo testimoniado por sus hijos en las dos películas señaladas.
Felicidad Blanc, como casi toda la familia, respiraba literatura por todos sus poros, tanto que a veces resulta difícil dirimir cuándo estamos ante un personaje real o ficticio, de construcción propia. Esto junto con una personalidad imaginativa, unas vivencias contradictorias, oscuras a veces y luminosas otras, además de un exquisito bagaje cultural, la convierten en un ser complejo y fascinante, cuyo libro de memorias, pasado el tiempo, le gana en verosimilitud a las dos películas sobre la familia, fueran o no así exactamente los hechos que cuenta. Y desde el punto de vista humano, en su descargo, debería tenerse en cuenta el difícil papel de una esposa y madre que se enfrenta a la pulsión autodestructiva de su marido y sus tres hijos, en un período histórico sombrío. Y por último, hay agradecer a los editores de Cabaret Voltaire el haber rescatado este extraordinario testimonio de una mujer singular sobre una época y una familia, cuya perspectiva enriquecerá sin duda nuestro conocimiento de todo ello.

miércoles, abril 15, 2015

Pájaros en los bolsillos, Javier Expósito Lorenzo

La Huerta Grande Editorial, Madrid, 2015. 131 pp. 22 €

Pedro M. Domene

Javier Expósito Lorenzo (Madrid, 1971) ha ido configurando un mundo de lo breve de una forma pausada, y se sumerge en la literatura apostando fuerte, caso de su primera obra, Más alto que el aire. Breviario para el alma (2013), un finísimo canto espiritual para nuestros días, cuando nuestra capacidad de sentir y de pensar conforman un binomio tan importante como necesario. Ahora se asoma al complejo mundo del cuento o del relato breve, sin duda el género más sincero porque, entre otras muchas características, se reviste de algo de ironía, alguna que otra sonrisa, e incluso cuando sacude nuestras conciencias, provoca en nosotros un sereno llanto; el cuento, en definitiva, nos muestra el mundo como si de una vidriera policromada se tratara, y oscila entre ese profuso sentimiento humano y lo más preclaro de una visión metafísica; en realidad, los cuentos son historias que merecen ser contadas en singular.
Si algo caracteriza a los cuentos de Pájaros en los bolsillos (2015) es su pluralidad, su identidad con el ser humano y cuantos aspectos se derivan del poder de su fantasía; esto es, Javier Expósito sustenta su fabulación sobre una realidad solo sostenible con algo de fantasía e irrealidad, aunque es verdad que sus historias pese a ese corte maravilloso nos sugieren las más diversas actitudes ante la vida, las emociones, el intento de superación, los peligros, los recuerdos y esa huella indeleble que nos deja el pasado, nos dibuja una difícil convivencia o, en el peor de los casos, el olvido. La huella de las lecturas del narrador sirve para poner de manifiesto los materiales con que elabora su literatura, y en esta colección percibimos la visión irónica e hilarante del mejor Kafka, o como contrapartida un Borges cuya libertad se extiende a sus propios personajes porque, para el argentino, la literatura suponía un juego dramático que revela esa relación entre dualidades, como ocurre en un estupendo, “Jansek Selimen”. El mundo concreto de Javier Expósito se especifica en algunas de las transformaciones que experimentan sus personajes y en las ausencias de los mismos porque, en definitiva, se trata de una existencia convulsa donde todo cabe, por supuesto. La variedad temática está servida, incluida la extensión de muchos de estos cuentos de corte cercano al microrrelato, o de una variada extensión en otros. Y, también, afina con un curioso sentido de la ironía, “Cuestión de familia”, del humor, “La mala uva de Andresito”, lo inesperado y sorprendente, “El último guerrero bunzu”, en su sentido más lírico, “Juan Gallina”; y como algún que otro atrevido previo, nos ofrece en “Lección de humildad” su versión del más famoso de los dinosaurios.
En el breve prólogo, Fernández de la Sota afirma que en nuestras vidas, como en el Universo, abunda la materia oscura, sin saber muy bien qué pasa y, claro está, se refiere a la dificultad para entender qué ocurre a nuestro alrededor; Expósito es consciente de ello y se apresura a contar, y se aproxima a sus historias en la forma más sutil que tiene un escritor para hacerlo, acepta el riesgo y relata lo que ve, incluso aquello que no se percibe, y aun más lo que somos capaces de intuir. Quizá por eso, los cuentos de este madrileño se concretan en breves notas, agudas crónicas, sucesos, acontecimientos cotidianos, o fantásticas sorpresas anodinas, que se acercan a un halo o se traducen en un suspiro poético y espiritual. Y lo mejor es que, al final de todas y cada una de las páginas de este libro, uno deja volar su imaginación, se lleva las manos a sus bolsillos, y en cualquier momento, ocurre esto: puede encontrar, como el niño Guille, sus propios pájaros.

martes, abril 14, 2015

El síndrome de mamá osa, Luz Bartivas

Ediciones Nobel, Oviedo, 2014. 232 pp. 19 €

Victoria R. Gil

Madre de dos hijos y colaboradora habitual de publicaciones sobre cuidados y educación infantil, lo que destaca en El síndrome de mamá osa no es, sin embargo, la experiencia personal y profesional de la periodista madrileña Luz Bartivas, sino su sentido del humor, una cualidad muy necesaria para todos aquéllos que desean ser padres sin morir en el intento (ni matar a la suegra, pedir el divorcio o hacerse la vasectomía). Con sólo ojear el índice, uno ya puede estar seguro de que la lectura que ofrecen las páginas de este libro es de las que merecen la pena y, además, nos harán reír, lo que es un plus muy de agradecer: “Con la teta al aire”, “Mi hijo eructa mejor que el tuyo”, “No es la mili, sólo la guarde”, “Ampas y Hampas”, “¿Me lo matarán en el instituto?”, “Padre, yo soy (casi) Darth Vader”.
Manuales para padres novatos los hay a cientos, por eso Bartivas se acerca a la maternidad con una perspectiva muy concreta, la del instinto de protección que se activa en cualquier hembra en el mismo momento en que nace su cría, sin importar la especie a la que pertenezca. Y ese instinto de protección es el síndrome de mamá osa que da título al libro, que en la mayoría de los casos sirve para conseguir el objetivo para el cual la naturaleza nos dota de él: proteger a los hijos hasta convertirlos en adultos capaces e independientes, pero que en otros, afortunadamente los menos, transforma a la nueva mamá en una osa cavernaria, destinada a rugir en el clan que formará con otras iguales a ella.
La autora describe estos clanes como unos grupos «aparentemente estupendos, divertidos, que se juntan a tomar café por las mañanas para coger fuerzas antes de emprender las tareas domésticas o la confección de tartas de diseño de Hello Kitty, y mientras hacer un repaso a las ofertas del Ahorra Más, a los disfraces de Navidad o carnaval, y a la profesora de Pepito. Eso, estando de buenas. Cuando están inspiradas se pasan una hora explicando cómo se cocina una lombarda, y si están literarias el protagonista es el Señor Grey con todo su abanico de poses seductoras y cachetes en el culo. Estando de malas... ». Estando de malas pueden llegar a ser como una de esas hordas enfurecidas capaz de linchar a cualquier disidente.
Experta en esa peculiar vida social que surge en las verjas de los colegios tras su paso por centros educativos, asociaciones de padres, funciones de carnaval, cumpleaños infantiles y el catálogo habitual que conlleva la escolarización de los hijos, no debería asombrarnos el relato de Bartivas. Periódicos e informativos nos han demostrado estos días que no sólo existen los corrillos de madres (hay padres, pero menos), sino que al otro lado de la verja también algunos profesores se han apuntado a los clanes cavernarios. Ventajas del whatsapp.
Con El síndrome de mamá osa, Luz Bartivas nos conduce desde los primeros meses del bebé, las tomas, los cólicos y esos percentiles como marcas a batir de alguna prueba olímpica, hasta la guardería, el colegio y el instituto, momento éste último que viene a coincidir con la llegada de la adolescencia, un periodo del desarrollo humano con tan mala prensa que necesitaría ya mismo un buen relaciones públicas. Este recorrido a través del crecimiento y la educación del niño está salpicado de anécdotas, algunas hilarantes, como esta conversación de escatológica rivalidad maternal: «—Chica, estoy preocupada, Lucía está súper estreñida. —No me digas. (…) —Sí, ahora lo ha intentado y no ha podido. —Pues hija, no es por darte envidia, pero el mío antes de salir de casa ha hecho una caca…. Ufff ¡Qué maravilla!». O esta otra, cuando el retoño ya ha crecido y empieza a preocuparse por el sexo opuesto: «—Quiero depilarme las pelotas. —De qué me estás hablando, Raúl… —De depilarme los huevos, que me da asco tener pelos ahí. —Pero si eso no se depila, hijo. —¿Qué no? Queda horrible, a la gente no le gusta. —¿Es que vais enseñándolos por ahí? —No, pero a las tías no le gustan los pelos en los huevos».
Como dice en el prólogo Pepe Colubi¸ otro ilustre bien humorado, «el libro de Luz Bartivas son todas las biografías posibles en una sola; cualquier persona con dos dedos de frente se reconocerá en esos hijos sin manual de instrucciones y toda madre se identificará con esa progenitora poderosa y titubeante, amante pero severa, tan insegura al principio como resolutiva al final (…) Esta lectura me ha hecho mejor hijo. Y eso es mucho más de lo que ningún libro ha hecho por mí».
El síndrome de mamá osa quizás no les haga sentirse mejores hijos ni mejores padres, pero si aflojará en parte la presión por querer ser esos progenitores perfectos que, aceptémoslo, nunca llegaremos a ser. Y nos aliviará descubrir que hay otros, como nosotros, que también han deseado alguna vez tirar a sus retoños por la ventana. De buen rollo. «Cuando voy de compras con ellos sólo me quedan ganas de matarlos… Si empiezo a poner voces de asesino en serie, Alba me dice susurrando: “mamá, nos estás poniendo en evidencia”. Entonces pienso en cómo deshacerme de los cadáveres sin que se note. Soy una mierda de madre».

lunes, abril 13, 2015

El oro y la sangre Vol. 1, Fabien Bedouel, Chabane Merwan, Maurin Defrance y Fabien Nury

Spaceman Books, Barcelona, 2015. 128 pp. 25 €

Jaime Valero

La narrativa de aventuras parte de una serie de elementos ineludibles, empezando por un abanico de localizaciones variadas y exóticas, la combinación de la intriga con el humor y el drama, y, por supuesto, uno o más protagonistas que, ya sea por convicción plena o por efecto del azar, abandonan la comodidad del hogar y la seguridad de sentirse parte de un grupo social para abrazar lo desconocido y embarcarse en toda clase de correrías. A todo ello hay que sumar un elemento fundamental que, de forma más o menos evidente, se plantea siempre en el género de aventuras: el afán de libertad. En el caso concreto de El oro y la sangre, el cómic que hoy nos ocupa, esta libertad se presenta de dos formas. En primer lugar, la libertad individual frente a la alienación o las restricciones del grupo, tal y como la representan los dos protagonistas de esta historia: Calixte de Prampéand y Léon Matilo. Dos personajes contrapuestos, como suele ocurrir en las historias protagonizadas por una pareja de aventureros, siendo el primero de ellos un aristócrata parisino, y el segundo, un buscavidas marsellés. Sus pasos se cruzan en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y, tras acabar el conflicto, reciben la conocida “llamada del mar” y deciden partir rumbo a África para ganarse la vida como piratas y contrabandistas. Los dos, sobre todo Calixte, rompen con su pasado para seguir ese impulso que los incita a librarse de los grilletes con los que tanto sus más allegados, como la sociedad en general, intentan mantenerlos aferrados a las limitaciones de la cotidianidad. La segunda libertad que se plantea en El oro y la sangre es colectiva, la de las tribus rifeñas que se levantaron en armas contra las autoridades coloniales española y francesa para conseguir la libertad y la independencia para su pueblo. El conflicto, que se inició antes incluso que la Gran Guerra, se extendió hasta el año 1927, y es precisamente el último tramo del mismo el que encontraremos plasmado en estas páginas. A priori, no parece que Calixte ni Léon pinten nada en él, pero ese mismo afán de libertad que los llevó a salir de su país, los impulsa ahora a apoyar la causa de los rifeños.
Este volumen 1 de Spaceman Books recopila en un tomo los dos primeros álbumes de la edición original francesa. El germen de la obra hay que buscarlo en un viaje a Marruecos que los dos guionistas realizaron hace ya 20 años, del que Maurin Defrance extrajo la idea para una novela, que no llegó a publicarse, y que Fabien Nury adaptó al cómic. A este último conviene seguirlo de cerca, con obras tales como Érase una vez en Francia (Norma Editorial) y Silas Corey (Dibbuks), que combinan magistralmente aventura e intriga con una ambientación encuadrada en la primera mitad del siglo XX. En cuanto al dibujo, en El oro y la sangre se lo reparten Fabiane Bedouel y Chabane Merwan, ambos procedentes del mundo de la animación, con un estilo dinámico de marcados claroscuros que nos remite a los trabajos de dos referentes del cómic de aventuras: Jacques Tardi y Hugo Pratt. Los cuatro juntos, estos autores han conseguido la difícil tarea de crear una historia de aventuras que no cae en la banalidad ni el artificio, sino que atrapa al lector gracias al carisma de sus personajes y a la riqueza de su ambientación.

viernes, abril 10, 2015

El libro de Jonah, Joshua Max Feldman

Trad. de Damià Alou. Libros del Asteroide, Barcelona, 2015. 432 pp. 24,95 € (e-book 14,99 €)

Angeles Prieto Barba

Catorce años después de la destrucción de las Torres Gemelas, contamos con innumerables ensayos sobre el suceso, pero no tantas novelas. Tal vez tuviera razón Norman Mailer cuando afirmó que era preciso dejar transcurrir un tiempo antes de abordar literariamente un hecho tan trascendental como este, ya que ha cambiado nuestra forma de vida instalando en ella el miedo. Pero ya es hora. Let's roll, como exclamó uno de los pasajeros del vuelo 93 antes de asaltar la cabina. Recordad que aquel avión se estrelló, pero sus heroicos pasajeros impidieron otro atentado masivo. Pues bien, el impacto de todo aquello también consiguió que nos cuestionáramos este presente nuestro tan desabrido de precariedad laboral, constantes desplazamientos, competitividad sin escrúpulos, soledad y aislamiento, riqueza y pobreza extremos. Pues bien, Joshua Max Feldman afronta estos problemas actuales con la mirada honesta propia de un judío neoyorquino que ya no practica su religión, pero no puede sustraerse a ella. Como cualquiera de nosotros, como la mayoría, ante una fértil tradición que nos ha servido durante siglos para explicarnos el mundo. Es por ello que para hacer balance de lo ocurrido recurrirá a una conocida historia bíblica del Antiguo Testamento: el Libro de Jonás. Y qué gran resultado ha obtenido. De sobresaliente.
El bíblico Libro de Jonás nos transmite un hondo mensaje divino de ira primero y compasión después, pues Jehová, decidido a acabar con Nínive, ordena a Jonás que para evitarlo predique el arrepentimiento masivo de la ciudad. Este se asusta y huye en un barco hacia Tarsis, pero Dios le enviará una tempestad por la que se verá arrojado al vientre de una ballena donde sobrevive durante tres días, orando de manera constante. Expulsado vivo de la misma, vuelve a Nínive y profetiza su segura destrucción. No le harán caso, pero Jehová finalmente se apiada: «Por mi parte, ¿no debería yo sentir lástima por Nínive la gran ciudad, en la cual existen más de ciento veinte mil hombres que de ningún modo saben la diferencia entre su mano derecha y su izquierda, además de muchos animales domésticos?» (Jon 4:10, 11). Y a partir de este relato severo, con evidentes elementos fantásticos, Feldman elabora una sólida y convincente historia actual donde el personaje principal se verá afectado por visiones y avisos en los que contemplará la destrucción de Nueva York primero, y a todos sus habitantes desnudos después. Alucinaciones cuya consecuencia inmediata será la pérdida irremediable de su envidiable puesto de trabajo como abogado tiburón, así como el fin de sus dos relaciones sentimentales, una esporádica y otra con fines matrimoniales. Por ello, viéndose de patitas en la calle y sin amor, abandonará Nueva York y se dirigirá a los canales de Amsterdam, lugar que podemos identificar perfectamente con el famoso vientre de la ballena. Y es allí donde conocerá al otro personaje clave de la novela, esa Judith, culta, hermosa y solitaria, protagonista de otro libro bíblico aún más fiero, que sobrelleva una vida errática y bastante triste desde la pérdida de sus progenitores en uno de los vuelos que provocaron el derrumbe de las Torres Gemelas. Y hasta aquí puedo leer.
Cólera y lástima, dolor y perdón, se suceden por tanto en esta crítica lúcida, honda y honesta, dirigida a la sociedad que hemos erigido sobre las epidérmicas bases del dinero y del sexo. Con todos los medios de comunicación a nuestro alcance, pero en la que poco tenemos que decirnos. No es una novela divertida como anuncia su solapa, sino mucho más que eso porque encierra una segura esperanza de redención. Así como denota un gran esfuerzo de aproximación al lector absolutamente cálido, inusual y sorprendente, ya que estamos ante una brillante opera prima. Además, cuenta con una traducción excelente y esforzada, por la que notamos enseguida el esmero y la pulcritud de quien se ha visto cautivado por la novela y le ha hecho justicia. Solo nos queda esperar que Feldman nos brinde otro regalo como este.

jueves, abril 09, 2015

Ornamento, Juan Cárdenas

Periférica, Cáceres, 2015. 176 pp. 16,75 €

Pedro Pujante

Hay libros que son difíciles de clasificar, libros raros que parecen escritos por una mano firme pero que bordease los límites de la realidad y la cordura. Pienso en la prosa de Kafka o en algunos relatos fantásticos de Felisberto Hernández. Pienso en la Trilogía involuntaria, de Mario Levrero. Raros que abogan por una literatura ¿fantástica? En todo caso, difíciles de etiquetar.
En esta tradición de los raros se podría acomodar a este joven autor, Juan Cárdenas (Popayán, Colombia, 1975), quien ya publicó en esta misma editorial una novela titulada Los estratos.
En Ornamento se cuenta la historia de unos experimentos que se están llevando a cabo con mujeres para perfeccionar una droga recreativa. Uno de los doctores que está al mando de las pruebas médicas se llevará a una de las pacientes a su casa y comenzará una relación triangular con ella y su propia esposa, una neurótica artista. Pero las tensiones aflorarán, la situación comenzará a enrarecerse y una perturbadora obsesión anidará en su cabeza.
La historia está contada por el propio protagonista. Un personaje que parece cada vez más distanciado de la propia realidad. De hecho, hay un cierto aire onírico que baña toda la narración, que desdibuja las situaciones y los personajes hasta volverlos casi irreconocibles. Como si una especie de alucinación o subjetividad demoledora tomase posesión del narrador. Además, se intercalan, a la manera joyceana, monólogos de la propia paciente, en los que se desvelan los fantasmas de su pasado, sus angustias y sus terrores familiares. Un pasado abyecto, miserable y oscuro, que consiguen explicar en parte esa tenebrosidad que la paciente número 4 parece albergar.
Las nuevas drogas parecen ser todo un éxito. Lo cual provocará un caos y disturbios en la ciudad, una ciudad tomada por mujeres violentas y ávidas de la sustancia, que harán cualquier cosa para satisfacer su novedosa adicción.
El lector tiene ante sí una historia distinta, original y que abre una nueva vía en la narrativa contemporánea, literatura que se distancia de lo comercial y que se atreve a ser un puro juego. Cárdenas sabe deslizarse del detalle exterior nimio a la atenta mirada del alma humana. Consigue dibujar un fresco contemporáneo de la demencia de nuestra sociedad, a través de unos personajes marginales y patéticos, que tienen más de criaturas esperpénticas y lunáticas –aunque reales, creíbles- que de seres imaginarios sin contornos.

miércoles, abril 08, 2015

Donde nunca pasa nada, Elena Casero

Talentura, Madrid, 2014. 246 pp. 15,97 €

Miguel Sanfeliu

Elena Casero es una escritora que ya tiene una obra muy personal e interesante a sus espaldas. Hasta el momento ha escrito las novelas Tango sin memoria (Mira, 1996; Talentura, 2012), Demasiado tarde (Mira, 2004), Tribulaciones de un sicario (Policarbonatados, 2009), y el libro de relatos Discordancias (Talentura, 2011). Ahora se acaba de publicar su último trabajo, la novela Donde nunca pasa nada, editada también por Talentura, y en la que recupera algunos personajes de Tribulaciones de un sicario, una obra con la que Elena se adentraba en un género a mitad de camino entre el detectivesco y el humorístico.
Soy consciente de que resaltar el humor en una obra literaria, en este momento y en este país suele ser considerado más un lastre que un valor. Sin embargo, no siempre fue así. Las vanguardias literarias españolas enarbolaron el humor como arma arrojadiza en el pasado siglo XX, donde encontramos autores como Jardiel Poncela, Gómez de la Serna, que defendía que "el humor es ingrediente indispensable de toda buena novela moderna", Mihura, el prolífico Álvaro de La Iglesia, Julio Camba, Rafael Azcona o Francisco García Pavón y su entrañable policía Plínio, sin olvidar a Eduardo Mendoza y las novelas protagonizadas por un improvisado detective escapado de un centro penitenciario para delincuentes con trastornos mentales: El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas, La aventura del tocador de señoras y El enredo de la bolsa y la vida. El humor sobrevive a cualquier adversidad y es capaz de colarse por las rendijas de las más duras tiranías, de ahí su eficacia. Quizá por eso suele ser denostado, y temido.
Donde nunca pasa nada nos sumerge en una historia llena de personajes bien caracterizados, inmersos en una situación que poco a poco se va enrareciendo. Seguimos al variopinto grupo formado por Anselmo de la Rúa, curioso personaje al que parecen seguirle los problemas; doña Celia, la compañera de Anselmo; Elpidio, un jubilado que parece saberlo todo sobre el pueblo y sus habitantes; doña Presencia, una anciana en silla de ruedas con un carácter endiablado; Katia, la mujer rusa que la cuida; Marian, la prostituta, y tantos otros que van formando el dibujo del pequeño pueblo Losantes, cuya existencia se ve alterada por la inauguración de un local de alterne llamado La Dama Verde. Y, al poco tiempo, ocurre un asesinato. Sucesos dramáticos y extraños que contribuyen a enrarecer aún más la atmósfera esperpéntica en la que se desarrolla esta historia que intriga y divierte a partes iguales.
Donde nunca pasa nada consigue hacerte sonreír, interesarte con su historia y abstraerte por completo del entorno. Elena Casero ha escrito un libro cuyas páginas desprenden vida, donde hay misterio, también crímenes, y las sospechas pueden recaer sobre cualquiera. Como dice Elpidio en un momento dado: «En este pueblo donde nunca pasa nada, donde la vida se transmite de manera subterránea como si fuera imposible que los acontecimientos salieran a la luz, se está mascando la tragedia». Elena Casero tiene una indiscutible maestría para reflejar los caracteres y singularidades de sus personajes, sus virtudes y ambigüedades, los recelos y la solidaridad que se respira en este pequeño pueblo en el que, de pronto, suceden un asesinato, dos intentos de homicidio y las cosas empiezan a complicarse cada vez más.
Parece detectarse en la literatura actual una especie de vuelta al mundo rural: Elena Casero se decanta también por ambientar su historia de tintes policíacos en un lugar en el que se respira una aparente calma y tranquilidad pero donde circulan pequeñas y grandes rencillas, rencores que vienen del pasado, rivalidades históricas, enfrentamientos familiares, historias ocultas y silenciadas que irán poco a poco desvelándose, en una trama muy bien urdida. Una novela negra a la que no le falta el suspense, los giros inesperados y una adecuada dosis de crítica social.

martes, abril 07, 2015

Mi cuerpo también, Raquel Taranilla

Los libros del Lince, Barcelona, 2015. 194 pp. 17,50 €

Pedro M. Domene

Raquel Taranilla (Barcelona, 1981) ha escrito un texto inteligente, preciso y alejado de un sentimentalismo que provocaría en un curioso y atento lector ese registro que supone rechazar cualquier texto de autoayuda al uso, porque en las páginas de Mi cuerpo también (2015) sobresale un evidente alejamiento de las simplificaciones tanto psicológicas como espirituales que caracterizan a esos textos señalados, eminentemente festivos, o si pensamos en un sentido positivo, educativos. Taranilla va mucho más allá y con una mirada crítica, y eminentemente ensayística va enumerando su conocimiento y cubriendo cuantas trampas le va proporcionando la enfermedad para así devolverle una mirada más analítica que crítica a la cuestión, y ser capaz de construir así un discurso que, para ella, sea lo suficientemente coherente como para desarrollar su teoría, su particular visión, clara y esperanzadora, sobre el “lado de la salud” y “el lado de la enfermedad” que conforman el libro completo. Y, también, de una manera racional y equitativa, las historias de los primeros síntomas, las visitas médicas en ambulatorios y consultas, diagnósticos iniciales y, una vez constatada la enfermedad, todo un largo protocolo detallado tras conocer la verdad e iniciar todo el proceso de extirpación, posterior recuperación, asimilación de todo lo pasado y finalmente, ese azar o seguridad absoluta que lleva a la protagonista del relato a un final esperanzador y feliz.
Sobresale esa mirada, la de la joven a quien con 27 años se le diagnostica un linfoma de Hodgkin, y se obstina en soportar toda una larga lista de protocolarios procedimientos médicos y clínicos, incluso el post cuando todo, aparentemente, ha pasado y debe descubrir como parte de su vida se halla después encerrada en una carpeta que tiene ante sí el médico. Paralelamente, Taranilla despliega todo su potencial narrativo cuando empieza a contar sus propias vivencias más íntimas, alternándolas con sus aventuras por asuntos relacionados con su profesión de jurista, sus lecturas de poetas y filósofos, toda una lista de escritores que, de alguna manera, se han visto relacionados con la enfermedad, léase como ejemplo, Susan Sontag, pero también la poesía de Sylvia Plath, el pensamiento de Michel Foucault o el magisterio de Eugenio Trías. En definitiva, una pormenorizada reflexión sobre la enfermedad desde el sabio registro y conocimiento de la más absoluta verdad que cuantifica el mundo de la medicina, los medicamentos, su prescripción y adscripción, y sobre todo los estados anímicos; la narradora, incluso, nos transmite los olores, los especiales odoríferos que se desprenden de estar en una cama de hospital rodeada de médicos y enfermeras cuando visitan y ensayan, según la propia Taranilla, sobre su oncocuerpo cuyos residuos, al final del relato han desaparecido. Y es así como habrá que ver, leer y degustar este Mi cuerpo también, un texto riguroso, medido hasta el milímetro en su expresión y dotado de una prosa certera y ajustada para un tema cruelmente verdadero pero que, a medida que uno avanza, sentencia una historia con una sonrisa final porque el saber y la inteligencia, en esta ocasión, vencen a la miseria humana: la enfermedad.

lunes, abril 06, 2015

¡No, por Dios! (Ateísmo para principiantes), Mauricio-José Schwarz

Cazador de Ratas, El Puerto de Santa María, 2015. 280 pp. 12 €

Salvador Gutiérrez Solís

Sirva esta reseña para presentar y anunciar el nacimiento de una nueva editorial: Cazador de Ratas. De la mano de la poeta y narradora gaditana, Carmen Moreno, llega a las librerías este nuevo proyecto editorial que, con una marcada vocación hacia el género negro, aunque abierta a otras propuestas, como el caso que nos ocupa, pretende establecer complicidades con los lectores y los autores, ofreciendo títulos de calidad. Una buena noticia la de este nacimiento, un lunar blanquísimo sobre esa negrura de librerías cerradas y editoriales fallecidas que se extiende sobre nosotros cada día, a modo de pesadilla sin final.
¡No, por Dios!, del autor mexicano Mauricio-José Schwarz, puede considerarse como una especie de catecismo o de evangelio, laico obviamente, para el ateo prácticamente, o algo parecido. Y es que Schwarz despliega a lo largo del texto todos los motivos y razones que dan credibilidad al ateismo como posicionamiento personal, sin contradicciones ni falsas explicaciones.
Expone minuciosamente el escritor mexicano, afincado en España, que el ateísmo aún hoy no es un patrimonio universal, en el sentido de que en multitud de países no se permite la posibilidad de elección o está prohibida su defensa y/o declaración pública. En este sentido, también resulta muy interesante la relación que establece entre religión y regímenes totalitarios de marcado acento populista, donde se invoca a la divinidad de turno como salvaguarda de la “patria”.
La tradición o las costumbres sociales, cuando la prohibición legal ya no existe, da como resultado, tal y como detalla Schwarz en su ensayo, la aparición del “ateo vergonzante” o que no ha salido del armario, y que prefiere optar por aparentar su creencia antes que quedar al margen de lo socialmente establecido.
Esta obligatoriedad religiosa, tal y como reitera Schwarz, explica la histórica relación entre religión y creación, donde el talento de los grandes nombres de la literatura, la música o la pintura tuvieron que entregar su producción artística a la exaltación de lo sacro. A lo largo de la Historia del Arte podemos encontrar multitud de ejemplos para ilustrar esta afirmación, en todas las tendencias y expresiones artísticas.
Y no solo los creadores han padecido el yugo de las religiones a lo largo de los siglos, para Schwarz las mujeres han sido las grandes perjudicadas, adjudicándoles con excesiva frecuencia el papel de la “encarnación del mal”, lo que las ha desplazado a papeles residuales dentro de las sociedades en las que han vivido. Una realidad que, desgraciadamente, sigue estando vigente en la actualidad, en diferentes países y religiones.
Reflexivo y ameno al mismo tiempo, profundo y anecdótico, pedagógico esencialmente, ¡No, por Dios! es un ensayo necesario y elocuente para reafirmar a todos aquellos que se alinean en la creencia de la capacidad del hombre, y de este mundo, para construirse y evolucionar sin tener que recurrir a las “habilidades” de un ser superior que lo puede y explica todo.

viernes, abril 03, 2015

Itinerario poético, Octavio Paz
Conversaciones con Octavio Paz, O. Paz y Enrico Mario Santi


Itinerario poético. Atalanta, Vilaür (Girona), 2014. 219 pp. 19 €
Conversaciones con Octavio Paz. Confluencias, Aguadulce (Almería), 2014. 112 pp. 12 €

José Luis Gómez Toré

El primer centenario del nacimiento de Octavio Paz (1914-1998) ha propiciado la aparición de todo tipo de materiales en torno al poeta, una de las figuras fundamentales no solo de la lírica en español del último siglo sino también del ensayismo hispánico. Ello ha hecho surgir incluso material inédito, lo que no deja de llamar la atención si tenemos en cuenta la exhaustiva labor que se había llevado a cabo con la publicación de sus Obras completas en Galaxia-Gutenberg. Itinerario poético recoge seis conferencias del escritor, nunca publicadas e impartidas en el Colegio Nacional de México en marzo de 1975. Como Alberto Ruy Sánchez señala en el prólogo, las conferencias, en las que Paz reflexiona sobre su obra, son del máximo interés, sobre todo si tenemos en cuenta que se imparten en un momento importante de su trayectoria, en el que la publicación tanto del volumen recopilatorio Poemas (1935-1975) como del ensayo Los hijos del limo ofrece de alguna manera una mirada atrás sobre el camino recorrido, un camino personal que resulta inseparable en el mexicano de la compleja ruta de la Modernidad.
Las seis conferencias despliegan cronológicamente (aunque la memoria, como la poesía, nunca obedece del todo, como bien sabía Paz, al tiempo lineal) la evolución personal y literaria del escritor desde sus inicios. El autor de libros fundamentales como El arco y la lira es aquí muy consciente, sin embargo, de que nada sustituye la lectura directa del poema: «Una vez escrito el poema, el poeta debería retirarse y cederle el sitio al lector. El poeta no debe interponerse entre el lector y su poema». No obstante, nada impide al poeta convertirse en un lector más de su propia obra, a través de la cual busca entender la complejidad de lo real pero también comprenderse. Entronca así Paz con una necesidad muy moderna, la que establece un vínculo entre una vida que se escribe y una obra que tiene mucho de desvelamiento y de creación personal pero también de cuestionamiento del propio yo, una dirección que vincula textos tan dispares como El preludio de Wordsworth o el Historial de un libro de Luis Cernuda. En esa dirección, Paz se aleja del anecdotario para reflexionar, a través de su propia biografía y de sus libros, sobre el siglo XX desde una perspectiva muy particular, la de quien ha vivido buena parte de sus encrucijadas: entre Europa y América, entre Oriente y Occidente, entre derechas e izquierdas, entre el escritor como artista y el escritor como intelectual, por citar solo algunos de los intrincados senderos por los que ha desplegado su propio laberinto de la soledad. En medio, buena parte de los grandes temas pacianos: el erotismo y el amor, la otredad, el cuerpo, el poder, lo moderno… y, por supuesto, la poesía. Porque uno de los aspectos más relevantes que asoma en estos textos es cómo el pensamiento del mexicano surge y vuelve siempre a la lírica. Es esta la materia prima, y no solo uno de los temas principales, de su escritura. Conviene insistir en ello porque da la impresión de que últimamente se tiende a separar al Paz ensayista del Paz poeta, en detrimento de este último, cuando ambos aspectos de su obra son parte de un mismo empeño por dialogar con el mundo.
En una dirección similar, las Conversaciones con Octavio Paz, editadas por Enrico Mario Santí, especialista en la obra del escritor, reúne materiales inéditos y ya publicados, para ofrecer al lector tres entrevistas, entabladas en momentos distintos de la vida del poeta (1985, 1987 y 1996, respectivamente). En ellos Paz se muestra como un conversador inteligente (y nada políticamente correcto) sobre los más diversos temas, entre los que no falta una saludable reivindicación de la herencia hispánica -una valoración que resulta doblemente valiosa de labios de un autor que ha bebido de las más diversas tradiciones, tanto occidentales como no occidentales- : «Me siento, yo siento, que soy heredero de la gran literatura española. ¡Y que no me griten los españoles creyendo que ellos son los dueños de Cervantes, o de Quevedo o de Góngora, porque no lo son! Es un bien compartido». Como en Itinerario poético, nos encontramos ante un intelectual que ha reflexionado a menudo con lucidez, pero también con amargura, sobre su propio tiempo, para poner entre paréntesis todos los mitos contemporáneos construidos en torno al concepto de historia y de progreso, pero sin por ello caer en la nostalgia reaccionaria del pasado. Así afirma en una de las entrevistas, «Una civilización que en menos de un siglo ha desencadenado dos guerras mundiales y que ha creado sistemas como el sistema nazi y el sistema estaliniano con campos de concentración y matanzas colectivas, que no ha tenido escrúpulos en echar bombas sobre Japón; una sociedad, en fin, que ha perdido la fe en sí misma, porque la ha perdido, entonces es una sociedad que ha fracasado fundamentalmente». Una desazón que en Itinerario poético se resuelve en preguntas tan inquietantes como pertinentes: «Pero, ¿dónde está la realidad real? ¿Cómo salir de la Historia y de su tiempo asesino? ¿Cómo salir del mito y de su tiempo fantasmal?». La poesía, pese a todas sus contradicciones y falsos señuelos, quizá sea una de las respuestas. Otra, no menos contradictoria, es el amor (de nuevo cito Itinerario poético): »El tiempo del amor es el mismo para los dioses y para los hombres. Es una de nuestras posibilidades para trascender nuestra visión humana».

jueves, abril 02, 2015

París D.F., Roberto Wong

Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015. 191 pp. 16,50 €

Salvador Gutiérrez Solís

El premio Dos Passos, promovido y patrocinado por la agencia literaria del mismo nombre y la editorial Galaxia Gutenberg, se creó con la intención de descubrir nuevos y desconocidos talentos en el ámbito de la novela. No me cabe duda: en su primera edición ha cumplido con creces con su objetivo, premiando París D.F. y descubriendo al joven escritor mexicano Roberto Wong.
Ricardo trabaja en una farmacia y la rutina de sus días, también de su vida, se quiebra cuando un atracador desenfunda su pistola frente al mostrador. A partir de ahí, lo que podría haber sido y lo que realmente fue se funden y confunden hasta no saber dónde comienza la realidad y dónde concluye la ensoñación. De la misma manera que se funden y confunden París y México D.F., hasta propiciar la creación de ese nuevo ente que es Paris D.F. Una urbe imaginaria sin límites provinciales.
Un ente que bien podría obtenerse de la superposición de los planos de las dos capitales, recreando un nuevo y metafórico callejero, en el que las avenidas y plazas de una acaban siendo de la otra y viceversa, en una transmutación que va más allá del mapa urbano, trasladándose al emocional y vivencial. Un juego de espejos que nos traslada el universo de Borges, pero en el que también podemos encontrar el juego narrativo de Cortázar, así como al Bolaño de Los detectives salvajes. «En Versalles gira a la derecha, luego toma Marsella, Havre, Londres, hasta llegar, sin percibirlo del todo, a un local de tarot».
París D.F. es, igualmente, la narración de un hombre en busca de su identidad o la incredulidad del propio ser sobre su construcción, y a la que parece mantenerse ajeno, como si se tratase de un Frankestein ensamblado por los hilos y costuras de los días y de las personas que se encuentra en su camino. En esta búsqueda, Ricardo, su protagonista desfila por los oscuros pasillos de la soledad, descubre lo que bien podría tratarse del amor y se enfrenta a las sombras de su pasado.
Roberto Wong se maneja con soltura y eficiencia dentro de su propio juego y nunca lo intuyes atrapado en su propia telaraña, lo que nos habla de un autor maduro a pesar de su edad y con la suficiente maestría para proponer e imponer su voz narrativa. Alterna con equilibrio los fragmentos más descarnados y realistas con otros más evocadores, en los que la insinuación le gana la partida a la definición, a la concreción. Un autor a tener en cuenta, Roberto Wong, y una más que notable ópera prima, Paris D.F.

miércoles, abril 01, 2015

Cosas que decidir mientras se hace la cena, Maite Núñez

Editorial Base, Barcelona, 2015. 104 pp. 13,90 €

María Dolores García Pastor

Leí por primera vez a Maite Núñez en Facebook, fragmentos de algunos de sus relatos con los que había conseguido ganar o quedar finalista en algún premio literario. Con la avidez con la que los enfermos de lectura buscamos con qué alimentar nuestras ansias lectoras busqué y rebusqué para leer sus libros pero, ante mi sorpresa y decepción, aún no había publicado ninguno. Afortunadamente, aquellos fragmentos también los había leído un avispado editor que ha decidido reunir todos esos relatos y algunos más en el volumen Cosas que decidir mientras se hace la cena, el primer libro de esta escritora.
Encontramos en este volumen quince narraciones breves o muy breves cuyo nexo común es el universo doméstico. Son la punta del iceberg de algo mucho más grande que la autora no nos muestra, y que es lo que se esconde detrás de la aparentemente anodina e insulsa vida doméstica. Núñez nos lleva con total naturalidad de situaciones dramáticas a otras de un humor bastante negro. Todo cabe en el día a día, tras la aparente normalidad nada es lo que parece.
En líneas generales en la literatura todas las historias están contadas, así que lo que diferencia, lo que hace al escritor, es su manera de contarlas. Las palabras son nuestra herramienta como los pinceles y los tubos de pintura son las del pintor, con ellas pintamos retratos, escenas, paisajes. Y Maite Núñez pinta con pincelada precisa y muy expresiva. Apenas un par para dibujar los personajes y muchos detalles, mínimos pero muy bien hallados. Mención especial merecen la gran visualidad de sus imágenes de las que el libro está lleno, ese patinete que es como una carcasa de gato moribundo, esas ideas que caen del pensamiento como hojas de calendario…
Los quince relatos que conforman Cosas que decidir mientras se hace la cena se escribieron a lo largo de siete años. La escritura, la obra de un autor, evoluciona con el tiempo igual que el propio autor. Sin embargo, en estos relatos, no se aprecia un cambio significativo: el conjunto es homogéneo, armónico y sin fisuras. Y eso se debe a que se han dejado macerar, se han reescrito y se han corregido. Los que escribimos sabemos que escribir es básicamente reescribir, que un buen relato no nace de la improvisación ni de la inspiración del momento. En los textos que conforman este volumen nada queda al azar, no sobra ni un punto ni una coma y cada palabra es la precisa, dice lo que la autora quiere decir, ni más ni menos. Pero al mismo tiempo, y aunque pueda parecer extraño, ese trabajo no se ve, no se aprecia a simple vista, no vemos el andamiaje y eso redunda en la verosimilitud.
El hecho de que algunos personajes como Irene Sims, Elisa Medahlo o Félix Millar aparezcan citados aunque sea de pasada en cuentos que, por decirlo de alguna manera, no son el suyo, o el hecho de que la mayoría de las historias transcurran en ese lugar idílico llamado San Cayetano, y que los personajes se dejen caer por lugares como Angelo’s o d’Alessandro también redundan en la verosimilitud y dan más consistencia al libro como conjunto. También ayuda ese gusto por la ciudad de Londres que se deja ver de tanto en tanto.
Maite Núñez tiene algo que muchos escritores se pasan años buscando: una voz y un estilo propios, además de una prosa madura. Sus cuentos son como rodajas de vida, al más puro estilo de los grandes cuentistas, Carver, Chéjov… En cuanto a los desenlaces, algunos nos vencen por K.O. como decía Cortázar que tiene que ser y otros quedan abiertos para que nos dejemos llevar, cuando cerramos el libro siguen ocurriendo.