jueves, abril 16, 2015

Espejo de sombras, Felicidad Blanc

Cabaret Voltaire, Barcelona, 2015, 320 pp. 20,95 €

José Miguel López-Astilleros

Felicidad Blanc (1913-1990) fue la esposa del poeta Leopoldo Panero (1909-1962), quien ocupó diversos cargos en las instituciones culturales franquistas, pero también fue la madre de los poetas Juan Luis (1942-2013) y Leopoldo María (1948-2014), así como del diletante Michi Panero (1951-2004). Por esto es conocida, y por haber participado en la película a la que nos referimos a continuación. En 1976 se exhibe la película El desencanto, dirigida por Jaime Chávarri, donde madre e hijos hablan sobre sus recuerdos y reproches familiares. Durante el rodaje, detrás de las cámaras, Felicidad Blanc contaba muchas cosas que no relataría delante, lo que nos induce a pensar que aquello que quedó fuera de foco, sí está en este libro. Tras el gran éxito del film, Natividad Massanés, profesora de literatura, le propone a Felicidad que escriba sus memorias. Ante su negativa, esta le sugiere que grabe en sucesivas conversaciones todo lo que ella vaya recordando, con el propósito de publicarlo. Es posible que su decisión se deba a que no quedó conforme con el resultado de la película, o más concretamente con la imagen final que se transmite de ella. El libro se publicó por primera vez en 1977, y reeditado ahora por Cabaret Voltaire íntegramente, sin ningún añadido posterior, incluso con el prólogo original de Natividad Massanés y las mismas fotografías.
Estas memorias no pretenden ser una historia fidedigna de la familia Panero, sino un compendio de recuerdos personales de una mujer perteneciente a una clase acomodada en una determinada época de la historia de España, que estuvo a la sombra de tres poetas, como esposa sufrida y madre; y, por qué no decirlo, fue víctima de una sociedad anquilosada en un exacerbado conservadurismo machista. Comienza remontándose a sus orígenes desde sus bisabuelos y llega hasta la actualidad de entonces, finales de los años 70. La narración sigue un orden cronológico, aunque no abundan las fechas concretas. Esto no supone ninguna dificultad, porque basta situar los acontecimientos que menciona para orientarse. Felicidad Blanc se convierte en un testigo familiar y cotidiano de una época de la historia de España, lejos de toda elaboración e interpretación intelectual, así lo prueban por ejemplo sus jugosas anécdotas, como el día en que su abuela la llevó al entierro de Pablo Iglesias, o cómo vivió la Guerra Civil en el Madrid republicano.
Obviamente el matrimonio con Leopoldo Panero en 1941 es determinante en su vida. En numerosas ocasiones deja traslucir las innumerables dudas que tuvo antes de dar este paso, tanto que en algún momento podríamos llegar a la conclusión de que se enamoró de su poesía, más que de su persona. Pero no sólo eso, tuvo que renunciar a su carrera de escritora (llegó a publicar algunos cuentos en revistas de prestigio), resignarse al papel de ama de casa y madre, y acostumbrarse a la frustración de vivir en una sociedad y con un marido que la infravaloraban. En la página 252 reflexiona en este sentido: «¿En dónde estuvo mi equivocación? Quizás en confundir la literatura con la vida: los libros están para ser leídos, no para vivirlos al lado de quien los escribió.» La personalidad de Leopoldo Panero fue decisiva en esa insatisfacción vital que la acompañará a lo largo de su vida, debido a sus amantes (aunque esto no lo expresa de manera abierta), a la presencia constante de sus amigos (llegó incluso a detestar al omnipresente Luis Rosales) y a su borracheras cada vez más violentas. Aunque por otra parte tuvo el privilegio de relacionarse con la élite intelectual del momento, con personajes como Pío Baroja, Manuel Machado, Gerardo Diego, etc., aparte de conocer a los mejores poetas de los 50 gracias a su hijo Juan Luís tiempo después.
Dos personajes por los que sintió especial cariño, amor sugiere ella, son el poeta Luís Cernuda y el escritor cubano Calvert Casey. Al primero lo conoció en su exilio de Londres, donde vivió una temporada con Leopoldo, que era por entonces jefe de estudios, no director como se lee en algunas semblanzas biográficas, del Instituto de España en esa ciudad. Ella asegura que el amor que se profesaban era mutuo. Al segundo lo conoció mucho más tarde, muerto ya su marido, de la mano de Vicente Molina Foix, que fue quien lo llevó a casa, según cuenta, y el mismo que le comunicaría con posterioridad que se había suicidado en Roma. No es descabellado pensar, como sugiere Luís Antonio de Villena, que en esta ocasión está fantaseando en alguna medida, puesto que ambos eran homosexuales; a menos que se refiera a un amor exclusivamente espiritual.
En la parte final del libro se presenta como una madre abnegada que está a disposición de sus hijos, por los que lucha en la medida que se lo permiten sus circunstancias, pues quedó en la más absoluta de las penurias económicas al enviudar; lo cual contradice de algún modo lo testimoniado por sus hijos en las dos películas señaladas.
Felicidad Blanc, como casi toda la familia, respiraba literatura por todos sus poros, tanto que a veces resulta difícil dirimir cuándo estamos ante un personaje real o ficticio, de construcción propia. Esto junto con una personalidad imaginativa, unas vivencias contradictorias, oscuras a veces y luminosas otras, además de un exquisito bagaje cultural, la convierten en un ser complejo y fascinante, cuyo libro de memorias, pasado el tiempo, le gana en verosimilitud a las dos películas sobre la familia, fueran o no así exactamente los hechos que cuenta. Y desde el punto de vista humano, en su descargo, debería tenerse en cuenta el difícil papel de una esposa y madre que se enfrenta a la pulsión autodestructiva de su marido y sus tres hijos, en un período histórico sombrío. Y por último, hay agradecer a los editores de Cabaret Voltaire el haber rescatado este extraordinario testimonio de una mujer singular sobre una época y una familia, cuya perspectiva enriquecerá sin duda nuestro conocimiento de todo ello.

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