Care Santos
Odio a la ex de Benjamín Prado. He aquí mis motivos: Si mis cálculos no fallan, es la responsable de que uno de mis poetas favoritos escribiera el que, a mi juicio, es el más irregular de sus poemarios, llevado por un estado de felicidad y enamoramiento de esos que puede que hagan felices a los poetas pero, desde luego, hacen muy infelices a los lectores de los poetas. Bueno, bien pensado, tal vez esté exagerando un poco. En realidad, de Marea humana, yo arrancaría exactamente 19 páginas -las que van de la 38 a la 59. El resto, puede quedarse, pero no seré yo quien las relea, como sí hago con otros de sus libros.
Mi segundo motivo para odiar a la ex de Benjamín Prado es, me temo, algo mimético, y sólo se justifica tras la lectura de este libro que hoy me ocupa, en el que el autor afirma: "no estaba deprimido por perderla a ella, sino por la cantidad de cosas que había tenido que perder hasta entonces para conservarla (...) la más importante de todas: mi capacidad para escribir".
Ah, no. Por eso sí que no paso. Que uno de mis autores vivos favoritos sólo haya publicado en los últimos tres años una ampliación de una antigua recopilación de poesía, me parece intolerable. Desolador panorama, en sus palabras: "También tenía por ahí (...) una novela parada que sentía como un cuchillo clavado en la espalda y cuya hoja se oxida día a día". Todos los lectores de la estupenda Mala gente que camina, la última novela de Prado, podemos sentir también cómo avanza el óxido sólo con leer lo anterior.
Este nuevo libro parece tratar de la cocina del último disco de Joaquín Sabina. No es del todo exacto. En realidad, este libro trata de cómo la amistad es a veces una maravillosa tabla de salvación y de cómo el náufrago es un señor que se está muriendo y que precisamente por eso tiene unas ocurrencias buenísimas. De modo que Sabina, tan gato viejo como viejo amigo de uno de mis poetas favoritos, tuvo a bien decir a Prado algo estupendo: "Mira, Benja, te voy a proponer algo. Yo vivo en una felicidad doméstica de la que es impsible sacar un verso; pero tú estás hecho polvo, y eso es una mina. Te propongo aprovecharme de tus desgracias y que nos vayamos por ahí a escribir canciones contra tu ex novia. Donde tú quieras: La Habana, Lisboa, Nueva York, Praga... ¿Qué me dices?".
Prado eligió Praga. Allí, ambos vivieron, bebieron, discutieron, escandalizaron camareros, despilfarraron, conocieron chicas y, en suma, hicieron aquello que de ellos espera cualquier lector que se asome a este libro. Pero al mismo tiempo hicieron también algo extraordinario: parir las cinco primeras canciones del nuevo álbum de Sabina. A saber: "Cristales de Bohemia", "Mentirosa", "Agua pasada", "Virgen de la Amargura" y "Menos dos alas". No necesariamente en este orden, advierto. El libro cuenta su método de trabajo, sus discusiones sempiternas en torno de la escritura -"después de siete meses peleándonos, no hemos discutido ni una sola vez". afirma el autor- y algunos secretos graciosos para quienes escuchen el disco, como por ejemplo de dónde salió el trombón que Sabina luce en la cubierta o a qué improvisada versificadora y a qué circunstancias deben dos versos que acabaron en una de las canciones como por obra de un ser del más allá.
En esta crónica del viaje a Praga, Prado dirige hacia su amigo una mirada cargada de sentido del humor pero, sobre todo, de toneladas de ternura. La misma que destila, por cierto, la crónica de la canción que le compusieron al poeta y amigo común Ángel González, amparándose en tres excusas que pronto se convirtieron en tres razones: "Está demasiado poco muerto. No ha pasado ni un año. Aún lo echamos demasiado de menos". La letra de la canción, que recomiendo vivamente, es magnífica: "González era un Ángel menos dos alas", comienza.
Luego, Praga queda atrás, y el proceso de composición del disco continúa. Prado trabaja en él entre viaje y viaje. Se reúne con Sabina de vez en cuando. Los músicos se incorporan al asunto. Aparece el estudio de grabación. Las canciones sufren cambios, algunas veces verdaderas metamorfosis. Nosotros, los lectores que no pertenecemos a ese mundo de la música, asistimos maravillados a todo ello. Y también a las fiestas de cumpleaños, a las grabaciones de Fernando León de Aranoa, las lecturas públicas de poemas y la mucha camaradería al estilo de lo que Jaime Gil de Biedma llamó "amistad a lo ancho".
El anecdotario es estupendo. El relato de cómo Joaquín Sabina se presentó en el cumpleaños de Almudena Grandes llevando como regalo al mismísimo García Márquez, casi increíble de puro surrealista. O las de menor voltaje, pero que en la pluma de Benjamín Prado adquieren la categoría de verdaderos gags, como el momento en que un guardia civil les detiene de regreso de un recital y somete a Prado a un control de alcoholemia, un segundo antes de descubrir a Sabina en el asiento del copiloto. Y, en paralelo, o al mismo tiempo, la constante referencia al hecho de escribir, a la dificultad de sacar oro del lugar común donde todos vivimos, las mil manías y los mil trucos de ambos autores y que podrían sintetizarse en una sola frase: "Da igual si la ballena es negra o blanca, mientras la cace Melville".
Me sirve esta cita para terminar esta recomendación. Todo este material, en manos de otro escritor habría dado como resultado una aburrida crónica de idas y venidas y de angustia -o exaltación- creativa, sin más. Habríamos visto ciertas interioridades de Sabina y nos habríamos creído satisfechos. Prado, en cambio, convierte todo esto en un relato acerca de la camaradería, el respeto, la admiración, la suerte de trabajar con alguien a quien quieres y la satisfación de hacerlo bien. Lo que se nos cuenta aquí va más allá del frugal cotilleo. Tiene que ver con las cosas que de verdad dan sentido a nuestra vida. Y la amistad, sin duda, es una de ellas. La Literatura es otra, claro.
Aunque, un momento. Tal vez debería pedirle disculpas a la ex de Benjamín Prado por haberla odiado hace un momento. En realidad, sin ella nada de todo esto habría existido. Sí, es cierto, tampoco aquellas 19 páginas. Pero, ¿qué son 19 páginas? Nobody's perfect, dijo el actor Joe E. Brown para rematar una historia genial (¿o era al principio de otra cosa?). A quien ha escrito "Cava el pozo de lo que nadie ha dicho / y persigue el rumor de las cosas sin nombre (Iceberg, Visor, 2002) no me queda más remedio que perdonárselo todo. O esto otro: "De repente, sabrás / que la vida es mentira / que es un calle larga / con viejos hospitales; / que un poema se piensa / como se piensa un crimen; / que hay gentes emboscadas / al fondo del amor" (Ecuador. Poesía 1986-2001, Hiperión, 2002). Sólo una más: "Lo atroz es no querer saber quién eres / agua pasada, tierra quemada, / que dé igual esperarte o que me esperes / que no seas tú entre todas las mujeres, / que la cuenta esté saldada".
Estos últimos versos, por cierto, pertenecen al disco Vinagre y rosas. Harán bien en escucharlo.
Mi segundo motivo para odiar a la ex de Benjamín Prado es, me temo, algo mimético, y sólo se justifica tras la lectura de este libro que hoy me ocupa, en el que el autor afirma: "no estaba deprimido por perderla a ella, sino por la cantidad de cosas que había tenido que perder hasta entonces para conservarla (...) la más importante de todas: mi capacidad para escribir".
Ah, no. Por eso sí que no paso. Que uno de mis autores vivos favoritos sólo haya publicado en los últimos tres años una ampliación de una antigua recopilación de poesía, me parece intolerable. Desolador panorama, en sus palabras: "También tenía por ahí (...) una novela parada que sentía como un cuchillo clavado en la espalda y cuya hoja se oxida día a día". Todos los lectores de la estupenda Mala gente que camina, la última novela de Prado, podemos sentir también cómo avanza el óxido sólo con leer lo anterior.
Este nuevo libro parece tratar de la cocina del último disco de Joaquín Sabina. No es del todo exacto. En realidad, este libro trata de cómo la amistad es a veces una maravillosa tabla de salvación y de cómo el náufrago es un señor que se está muriendo y que precisamente por eso tiene unas ocurrencias buenísimas. De modo que Sabina, tan gato viejo como viejo amigo de uno de mis poetas favoritos, tuvo a bien decir a Prado algo estupendo: "Mira, Benja, te voy a proponer algo. Yo vivo en una felicidad doméstica de la que es impsible sacar un verso; pero tú estás hecho polvo, y eso es una mina. Te propongo aprovecharme de tus desgracias y que nos vayamos por ahí a escribir canciones contra tu ex novia. Donde tú quieras: La Habana, Lisboa, Nueva York, Praga... ¿Qué me dices?".
Prado eligió Praga. Allí, ambos vivieron, bebieron, discutieron, escandalizaron camareros, despilfarraron, conocieron chicas y, en suma, hicieron aquello que de ellos espera cualquier lector que se asome a este libro. Pero al mismo tiempo hicieron también algo extraordinario: parir las cinco primeras canciones del nuevo álbum de Sabina. A saber: "Cristales de Bohemia", "Mentirosa", "Agua pasada", "Virgen de la Amargura" y "Menos dos alas". No necesariamente en este orden, advierto. El libro cuenta su método de trabajo, sus discusiones sempiternas en torno de la escritura -"después de siete meses peleándonos, no hemos discutido ni una sola vez". afirma el autor- y algunos secretos graciosos para quienes escuchen el disco, como por ejemplo de dónde salió el trombón que Sabina luce en la cubierta o a qué improvisada versificadora y a qué circunstancias deben dos versos que acabaron en una de las canciones como por obra de un ser del más allá.
En esta crónica del viaje a Praga, Prado dirige hacia su amigo una mirada cargada de sentido del humor pero, sobre todo, de toneladas de ternura. La misma que destila, por cierto, la crónica de la canción que le compusieron al poeta y amigo común Ángel González, amparándose en tres excusas que pronto se convirtieron en tres razones: "Está demasiado poco muerto. No ha pasado ni un año. Aún lo echamos demasiado de menos". La letra de la canción, que recomiendo vivamente, es magnífica: "González era un Ángel menos dos alas", comienza.
Luego, Praga queda atrás, y el proceso de composición del disco continúa. Prado trabaja en él entre viaje y viaje. Se reúne con Sabina de vez en cuando. Los músicos se incorporan al asunto. Aparece el estudio de grabación. Las canciones sufren cambios, algunas veces verdaderas metamorfosis. Nosotros, los lectores que no pertenecemos a ese mundo de la música, asistimos maravillados a todo ello. Y también a las fiestas de cumpleaños, a las grabaciones de Fernando León de Aranoa, las lecturas públicas de poemas y la mucha camaradería al estilo de lo que Jaime Gil de Biedma llamó "amistad a lo ancho".
El anecdotario es estupendo. El relato de cómo Joaquín Sabina se presentó en el cumpleaños de Almudena Grandes llevando como regalo al mismísimo García Márquez, casi increíble de puro surrealista. O las de menor voltaje, pero que en la pluma de Benjamín Prado adquieren la categoría de verdaderos gags, como el momento en que un guardia civil les detiene de regreso de un recital y somete a Prado a un control de alcoholemia, un segundo antes de descubrir a Sabina en el asiento del copiloto. Y, en paralelo, o al mismo tiempo, la constante referencia al hecho de escribir, a la dificultad de sacar oro del lugar común donde todos vivimos, las mil manías y los mil trucos de ambos autores y que podrían sintetizarse en una sola frase: "Da igual si la ballena es negra o blanca, mientras la cace Melville".
Me sirve esta cita para terminar esta recomendación. Todo este material, en manos de otro escritor habría dado como resultado una aburrida crónica de idas y venidas y de angustia -o exaltación- creativa, sin más. Habríamos visto ciertas interioridades de Sabina y nos habríamos creído satisfechos. Prado, en cambio, convierte todo esto en un relato acerca de la camaradería, el respeto, la admiración, la suerte de trabajar con alguien a quien quieres y la satisfación de hacerlo bien. Lo que se nos cuenta aquí va más allá del frugal cotilleo. Tiene que ver con las cosas que de verdad dan sentido a nuestra vida. Y la amistad, sin duda, es una de ellas. La Literatura es otra, claro.
Aunque, un momento. Tal vez debería pedirle disculpas a la ex de Benjamín Prado por haberla odiado hace un momento. En realidad, sin ella nada de todo esto habría existido. Sí, es cierto, tampoco aquellas 19 páginas. Pero, ¿qué son 19 páginas? Nobody's perfect, dijo el actor Joe E. Brown para rematar una historia genial (¿o era al principio de otra cosa?). A quien ha escrito "Cava el pozo de lo que nadie ha dicho / y persigue el rumor de las cosas sin nombre (Iceberg, Visor, 2002) no me queda más remedio que perdonárselo todo. O esto otro: "De repente, sabrás / que la vida es mentira / que es un calle larga / con viejos hospitales; / que un poema se piensa / como se piensa un crimen; / que hay gentes emboscadas / al fondo del amor" (Ecuador. Poesía 1986-2001, Hiperión, 2002). Sólo una más: "Lo atroz es no querer saber quién eres / agua pasada, tierra quemada, / que dé igual esperarte o que me esperes / que no seas tú entre todas las mujeres, / que la cuenta esté saldada".
Estos últimos versos, por cierto, pertenecen al disco Vinagre y rosas. Harán bien en escucharlo.