Care Santos
¿Cuál es el significado exacto de la palabra "educación"? ¿Cuál es la mejor manera de tratar a un adolescente, o la más educativa? A estas preguntas intenta responder este relato autobiográfico sin desperdicio. Y yo lanzo una tercera pregunta, aunque sin respuesta satisfactoria: ¿Por qué se empeñan los editores españoles en subtitular las obras? Ésta por ejemplo: "Un padre, su hijo y una educación nada convencional". ¿Tan lerdos somos los lectores autóctono que necesitamos que todo nos sea sobreexplicado desde la misma cubierta? El caso es que, más que un subtítulo, la frasecita antedicha es casi un resumen: en este libro autoficcional hay un padre, un hijo y una educación nada convencional, en efecto. El padre es David Gilmour, a la sazón autor del libro, un guionista y periodista cultural (que se llama igual que el guitarrista de Pink Floyd, sí, para confusión de muchos), ateo confeso y descreído de la educación establecida. El hijo es Jesse, adolescente de 16 años, nada interesado en los estudios y mucho en las chicas y la música, que lleva camino de convertirse en un verdedero berzotas.
De modo que un buen día, cansado de verle lidiar con unos deberes que le superan, el padre propone a Jesse un trato que haría feliz a cualquier adolescente: podrá dejar el instituto si a cambio acepta ver con él tres películas por la semana. Por supuesto, el hijo acepta (¿y quién no lo hubiera hecho?) y el padre comienza su particular programa educativo con Los cuatrocientos golpes, de Truffaud quien, por cierto, tampoco fue precisamente una lumbrera en las aulas. Al principio, el padre explica, alecciona, discursea acerca de las películas. Luego, a medida que el cineclub avanza, se limita a llamar la atención del joven acerca de cierta escena o determinada toma. "La simple regla de oro: cíñete a lo elemental. Si quiere saber más, ya preguntará", se dice. En suma, le deja que juzgue por sí mismo. Luego , como mucho, comentan lo visto. Y así, hasta la siguiente sesión.
Paralelamente, la vida avanza. El padre busca trabajo y el hijo vive sus primeros problemas con las mujeres. Son especialmente emotivos los pasajes en los que el padre intenta explicarle cómo se hace para sobrevivir a un disgusto amoroso ("Las mujeres pueden ser un deporte sangriento"."No puedes estar con una mujer con la que no puedes ir al cine") y al mismo tiempo le acompaña en un sufrimiento que conoce bien. También es fantástico el capítulo en que el padre acude a ver tocar al grupo de su hijo y tiene la oportunidad de escuchar por vez primera las canciones que Jesse ha compuesto en el sótano. Y se lleva una sorpresa monumental: "Pero, como ocurre a menudo con los hijos, me equivoqué de nuevo. Crees que los conoces mejor que cualquier otra persona, después de todos esos años subiendo y bajando la escalera, arropándolos, triste, feliz, despreocupado, inquieto, pero no es así. Al final, siempre tiene algo en el bolsillo que no imaginabas". De alguna manera, esa canción que el padre descubre llena de talento será la confirmación de que no estuvo tan descaminado al proponer esa educación alternativa de la que habla el libro. El hijo vale y está dispuesto a luchar por demostrarlo: "Definitivamente, las cosas estaban cambiando entre nosotros. Sabía que en un futuro no muy lejano íbamos a tener un tiroteo y yo iba a perder. Como el resto de los padres de todos los tiempos".
Por supuesto, paralela a la peripecia de David y Jesse, la historia contiene un verdadero curso de cine que seducirá a los interesados por el séptimo arte. y, en general, al arte de contar historias. Algunos de los comentarios de Gilmour merecen realmente la pena, como cuando después de hablar de algunas anécdotas de rodaje de El Exorcista afirma que la película causa la sensación en el espectador "de estar en el umbral de un lugar que no debería visitar jamás" . O cuando defiende el disfrute que proporciona una película mala: "Hay que aprender a abandonase a esas cosas", dice. Anecdotario, lecciones de crítica de cine, comentarios sobre la obra de un buen puñado de directores y una verdadera lista de sugerencias, gracias a las cuales cualquier lector puede reproducir el currículo que siguió Jesse, y disfrutarlo.
Y todo hasta que se termina, simplemente. Hasta que la vida decide que a partir de determinado momento las cosas ocurrirán de otro modo. "Criar hijos es una serie de adioses, uno detrás de otro: a los pañales y luego a los monos de invierno y por último al propio niño". De modo que Jesse vuela. Se hace crítico de cine (no podía ser de otro modo) y decide, para sorpresa de su padre, volver al instituto. El autor lo resume de un modo admirable: "Y entonces, sin más, se marchó. Pensé: Tiene diecinueve años, así son las cosas. Por lo menos sabe que Michael Curtiz rodó dos finales para Casablanca por si uno no salía bien. Eso tiene que servirle de ayuda en el mundo. No se puede decir que haya enviado a mi hijo indefenso".
De modo que un buen día, cansado de verle lidiar con unos deberes que le superan, el padre propone a Jesse un trato que haría feliz a cualquier adolescente: podrá dejar el instituto si a cambio acepta ver con él tres películas por la semana. Por supuesto, el hijo acepta (¿y quién no lo hubiera hecho?) y el padre comienza su particular programa educativo con Los cuatrocientos golpes, de Truffaud quien, por cierto, tampoco fue precisamente una lumbrera en las aulas. Al principio, el padre explica, alecciona, discursea acerca de las películas. Luego, a medida que el cineclub avanza, se limita a llamar la atención del joven acerca de cierta escena o determinada toma. "La simple regla de oro: cíñete a lo elemental. Si quiere saber más, ya preguntará", se dice. En suma, le deja que juzgue por sí mismo. Luego , como mucho, comentan lo visto. Y así, hasta la siguiente sesión.
Paralelamente, la vida avanza. El padre busca trabajo y el hijo vive sus primeros problemas con las mujeres. Son especialmente emotivos los pasajes en los que el padre intenta explicarle cómo se hace para sobrevivir a un disgusto amoroso ("Las mujeres pueden ser un deporte sangriento"."No puedes estar con una mujer con la que no puedes ir al cine") y al mismo tiempo le acompaña en un sufrimiento que conoce bien. También es fantástico el capítulo en que el padre acude a ver tocar al grupo de su hijo y tiene la oportunidad de escuchar por vez primera las canciones que Jesse ha compuesto en el sótano. Y se lleva una sorpresa monumental: "Pero, como ocurre a menudo con los hijos, me equivoqué de nuevo. Crees que los conoces mejor que cualquier otra persona, después de todos esos años subiendo y bajando la escalera, arropándolos, triste, feliz, despreocupado, inquieto, pero no es así. Al final, siempre tiene algo en el bolsillo que no imaginabas". De alguna manera, esa canción que el padre descubre llena de talento será la confirmación de que no estuvo tan descaminado al proponer esa educación alternativa de la que habla el libro. El hijo vale y está dispuesto a luchar por demostrarlo: "Definitivamente, las cosas estaban cambiando entre nosotros. Sabía que en un futuro no muy lejano íbamos a tener un tiroteo y yo iba a perder. Como el resto de los padres de todos los tiempos".
Por supuesto, paralela a la peripecia de David y Jesse, la historia contiene un verdadero curso de cine que seducirá a los interesados por el séptimo arte. y, en general, al arte de contar historias. Algunos de los comentarios de Gilmour merecen realmente la pena, como cuando después de hablar de algunas anécdotas de rodaje de El Exorcista afirma que la película causa la sensación en el espectador "de estar en el umbral de un lugar que no debería visitar jamás" . O cuando defiende el disfrute que proporciona una película mala: "Hay que aprender a abandonase a esas cosas", dice. Anecdotario, lecciones de crítica de cine, comentarios sobre la obra de un buen puñado de directores y una verdadera lista de sugerencias, gracias a las cuales cualquier lector puede reproducir el currículo que siguió Jesse, y disfrutarlo.
Y todo hasta que se termina, simplemente. Hasta que la vida decide que a partir de determinado momento las cosas ocurrirán de otro modo. "Criar hijos es una serie de adioses, uno detrás de otro: a los pañales y luego a los monos de invierno y por último al propio niño". De modo que Jesse vuela. Se hace crítico de cine (no podía ser de otro modo) y decide, para sorpresa de su padre, volver al instituto. El autor lo resume de un modo admirable: "Y entonces, sin más, se marchó. Pensé: Tiene diecinueve años, así son las cosas. Por lo menos sabe que Michael Curtiz rodó dos finales para Casablanca por si uno no salía bien. Eso tiene que servirle de ayuda en el mundo. No se puede decir que haya enviado a mi hijo indefenso".
Me la compro mañana mismo
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