Salto de Página, Madrid, 2009. 405 pp. 21,95 €
Recaredo Veredas
Arturo Barea es conocido, sobre todo, por haber escrito la trilogía autobiográfica La forja de un rebelde donde describe, con coraje y un considerable vigor narrativo, la España de la decadencia colonial y la guerra civil. Aunque La raíz rota sea una novela protagonizada por personajes ficticios podría considerarse la continuación de la trilogía, ya que muestra los desastres de la posguerra. Como pretexto para ello escoge el regreso de un exiliado desde Londres y el reencuentro con su familia, destrozada por la represión y la pobreza. El título adelanta con nitidez el tema central de la obra: el desarraigo.
Antolín, el protagonista, parece un correlato del propio Barea, aunque este nunca regresara a España. Hallamos a un personaje dividido entre la fidelidad a su país, a sus ideales y lo que ha contemplado más allá de nuestras fronteras. Se debate entre su sentido de deber hacia un país que no reconoce como propio, una familia a la que no quiere y su propia libertad. Barea no cae en el maniqueísmo e intenta buscar las causas y la verdad de cada personaje: así, el hijo falangista de Antolín no es solo un fascista descreído y corrupto que trata de medrar entre la miseria sino también un joven abandonado, que ha tomado la única opción de supervivencia que le restaba.
Barea no es un estilista o, mejor dicho, no se recrea en la palabra más de lo imprescindible. Existe en su obra una voluntad de anulación de la belleza, sustituida por la urgencia. Y la urgencia precisa contundencia y claridad. Es, por lo tanto, un autor nítidamente español cuya referencia más obvia es nuestra tradición realista. También pueden hallarse influencias foráneas, como Dos Passos, sobre todo en unas descripciones caóticas y diáfanas a un tiempo, aunque bastante más toscas que las del americano: «Todo era tal y como Antolín lo recordaba de otros tiempos: gente paseándose en la hora perezosa entre el fin del trabajo y la cena, conversaciones a gritos, alegría ruidosa, tiroteo de bromas y piropos, un zumbido constante de miles de voces que ahogaba el ruido del tráfico». Utiliza un narrador apoyado en el protagonista pero no se imbuye de su subjetividad. Serpentea por los espacios sin elevar nunca la mirada más allá de los ojos de los personajes. Es la suya una voz que no opina pero tampoco resulta aséptica ni distante. Sabe que los hechos que expone son tan brutales que no precisan ningún subrayado.
Además de un considerable valor literario, La raíz rota posee una fuerte importancia testimonial. Expone con claridad cómo era la España de la posguerra. Muestra con rigor, con dureza pero sin tremendismo cuáles eran los sufrimientos y las escasas dichas de nuestros abuelos, olvidadas con inusitada rapidez. La familia del protagonista recorre el limitado espectro de la sociedad de la época, desde la adhesión obligada al régimen a la desorganizada resistencia. Contemplamos la absoluta falta de solidez de nuestro país y la asunción de la corrupción como algo inevitable. Era una tierra donde aún se pasaba hambre, donde en las afueras, ahora dominadas por inmensos centro comerciales, solo crecían poblados chabolistas. Un país donde el estado de derecho no existía y la tortura, o las detenciones ilegales, se practicaban con total impunidad. Barea no ahorra críticas a la resistencia. Entre sus miembros contemplamos el mismo provincianismo e idéntica racanería que en el otro bando. Incluso introduce temas sumamente novedosos, que ya entonces causaban escándalo, como el tráfico de cocaína.
¿Qué puede aprenderse de Barea en 2009? Su fuerza, su coraje y, sobre todo, su capacidad para narrar. Solo narrar.
Recaredo Veredas
Arturo Barea es conocido, sobre todo, por haber escrito la trilogía autobiográfica La forja de un rebelde donde describe, con coraje y un considerable vigor narrativo, la España de la decadencia colonial y la guerra civil. Aunque La raíz rota sea una novela protagonizada por personajes ficticios podría considerarse la continuación de la trilogía, ya que muestra los desastres de la posguerra. Como pretexto para ello escoge el regreso de un exiliado desde Londres y el reencuentro con su familia, destrozada por la represión y la pobreza. El título adelanta con nitidez el tema central de la obra: el desarraigo.
Antolín, el protagonista, parece un correlato del propio Barea, aunque este nunca regresara a España. Hallamos a un personaje dividido entre la fidelidad a su país, a sus ideales y lo que ha contemplado más allá de nuestras fronteras. Se debate entre su sentido de deber hacia un país que no reconoce como propio, una familia a la que no quiere y su propia libertad. Barea no cae en el maniqueísmo e intenta buscar las causas y la verdad de cada personaje: así, el hijo falangista de Antolín no es solo un fascista descreído y corrupto que trata de medrar entre la miseria sino también un joven abandonado, que ha tomado la única opción de supervivencia que le restaba.
Barea no es un estilista o, mejor dicho, no se recrea en la palabra más de lo imprescindible. Existe en su obra una voluntad de anulación de la belleza, sustituida por la urgencia. Y la urgencia precisa contundencia y claridad. Es, por lo tanto, un autor nítidamente español cuya referencia más obvia es nuestra tradición realista. También pueden hallarse influencias foráneas, como Dos Passos, sobre todo en unas descripciones caóticas y diáfanas a un tiempo, aunque bastante más toscas que las del americano: «Todo era tal y como Antolín lo recordaba de otros tiempos: gente paseándose en la hora perezosa entre el fin del trabajo y la cena, conversaciones a gritos, alegría ruidosa, tiroteo de bromas y piropos, un zumbido constante de miles de voces que ahogaba el ruido del tráfico». Utiliza un narrador apoyado en el protagonista pero no se imbuye de su subjetividad. Serpentea por los espacios sin elevar nunca la mirada más allá de los ojos de los personajes. Es la suya una voz que no opina pero tampoco resulta aséptica ni distante. Sabe que los hechos que expone son tan brutales que no precisan ningún subrayado.
Además de un considerable valor literario, La raíz rota posee una fuerte importancia testimonial. Expone con claridad cómo era la España de la posguerra. Muestra con rigor, con dureza pero sin tremendismo cuáles eran los sufrimientos y las escasas dichas de nuestros abuelos, olvidadas con inusitada rapidez. La familia del protagonista recorre el limitado espectro de la sociedad de la época, desde la adhesión obligada al régimen a la desorganizada resistencia. Contemplamos la absoluta falta de solidez de nuestro país y la asunción de la corrupción como algo inevitable. Era una tierra donde aún se pasaba hambre, donde en las afueras, ahora dominadas por inmensos centro comerciales, solo crecían poblados chabolistas. Un país donde el estado de derecho no existía y la tortura, o las detenciones ilegales, se practicaban con total impunidad. Barea no ahorra críticas a la resistencia. Entre sus miembros contemplamos el mismo provincianismo e idéntica racanería que en el otro bando. Incluso introduce temas sumamente novedosos, que ya entonces causaban escándalo, como el tráfico de cocaína.
¿Qué puede aprenderse de Barea en 2009? Su fuerza, su coraje y, sobre todo, su capacidad para narrar. Solo narrar.
Gran crítica y gran autor. Interesante libro.
ResponderEliminarGran crítica y gran autor. Interesante libro.
ResponderEliminarGracias.
ResponderEliminar