Seix Barral, Barcelona, 2009. 544 pp. 19 €
Ignacio Sanz
Me interesó mucho El comprador de aniversarios, de Adolfo García Ortega, la novela anterior a la que suscita este comentario, sobre todo por el punto de partida. Toma como protagonista a un niño al que se refiere Primo Levi, un niño judío deforme sometido a las torturas y privaciones propias de un campo de concentración, objeto de mofas por parte de unos y objeto también de los cuidados y protección de los presos. El niño murió, como es lógico, pero lo que hace García Ortega es imaginar vidas para esa vida truncada. De esta manera el niño vive al menos sobre el papel las vidas posibles que el autor alienta en su imaginación.
El mapa de la vida parte de otro hecho trágico: los atentados del 11 de marzo en la estación de Atocha de 2004. Las primeras páginas son terribles porque nos habla con la distancia que lo haría un entomólogo de cada uno de los individuos que iban en los trenes de Atocha y nos describe su vida con pequeños detalles, su procedencia, su trabajo, sus circunstancias familiares. Y nos describe también de manera minuciosa cómo el atentado revienta los cuerpos y expande los miembros y hace que la sangre corra y se confunda con la ropa desgarrada. Por supuesto, no se recrea en todo ello, tan solo relata con objetividad y distancia.
Tras ese comienzo impactante la atención de Adolfo García Ortega se centra sobre todo en dos personajes que salvan su vida, Gabriel y Ada; son personajes que andan en la mitad de la existencia, con una vida propia perfectamente conformada; Gabriel diseña montañas rusas y Ada es especialista en el Renacimiento Italiano, en concreto en Giotto y en Fra Angélico. A los dos le ha sorprendido el atentado por un puro azar ya que no eran usuarios habituales de los trenes y los dos quedan tocados, no sólo por las consecuencias físicas que tienen que arrostrar; hay una desazón latente que se les remueve por dentro, algo que les impulsa a romper con la vida sentimental que llevaban hasta ese momento, una vida sobre todo en el caso de Ada, perfectamente burguesa. Y ahí comienza la novela, en ese descubrimiento mutuo, en esa nueva dimensión de sus vidas, unas vidas en las que, de pronto, aparece la condición angelical, aunque no a la manera que la entendemos a través de la herencia cultural cristiana, sino de una forma difusa. Lo cierto es que ambos están tocados por una gracia propia de los seres alados.
Como contrapunto a estos dos personaje, centrales en la novela aparece también Sayyid, un musulmán iluminado que, por si no hubiera tenido bastante con lo ocurrido, proyecta nuevos atentados para purificar la atmósfera pecaminosa que se desparrama en las calles de Madrid. La muerte redime al infiel, nos dice. La muerte salva a los dos, a quien mata y a quien es matado, por tanto, la muerte es buena. Al fin, es un designio divino.
De este modo se entrecruzan dos universos contrapuestos, que siguen ahí, latentes, observándose con recelo, aunque se toleran sobre el papel, pero que viven enfrentados desde los propios textos religiosos que legitiman acciones de barbarie como las padecidas aquel día aciago en Madrid. Su lectura me ha recordado la tesis de enfrentamiento radical que al respecto mantiene el novelista Martín Amis, cuando habla de la ingenuidad de la civilización cristiana, en cuya estela se coloca García Ortega.
Pese al drama y a las circunstancias que describe, El mapa de la vida no está carente de sentido del humor y de escenas de ternura que hacen más transitable la atmósfera densa que retrata.
Ignacio Sanz
Me interesó mucho El comprador de aniversarios, de Adolfo García Ortega, la novela anterior a la que suscita este comentario, sobre todo por el punto de partida. Toma como protagonista a un niño al que se refiere Primo Levi, un niño judío deforme sometido a las torturas y privaciones propias de un campo de concentración, objeto de mofas por parte de unos y objeto también de los cuidados y protección de los presos. El niño murió, como es lógico, pero lo que hace García Ortega es imaginar vidas para esa vida truncada. De esta manera el niño vive al menos sobre el papel las vidas posibles que el autor alienta en su imaginación.
El mapa de la vida parte de otro hecho trágico: los atentados del 11 de marzo en la estación de Atocha de 2004. Las primeras páginas son terribles porque nos habla con la distancia que lo haría un entomólogo de cada uno de los individuos que iban en los trenes de Atocha y nos describe su vida con pequeños detalles, su procedencia, su trabajo, sus circunstancias familiares. Y nos describe también de manera minuciosa cómo el atentado revienta los cuerpos y expande los miembros y hace que la sangre corra y se confunda con la ropa desgarrada. Por supuesto, no se recrea en todo ello, tan solo relata con objetividad y distancia.
Tras ese comienzo impactante la atención de Adolfo García Ortega se centra sobre todo en dos personajes que salvan su vida, Gabriel y Ada; son personajes que andan en la mitad de la existencia, con una vida propia perfectamente conformada; Gabriel diseña montañas rusas y Ada es especialista en el Renacimiento Italiano, en concreto en Giotto y en Fra Angélico. A los dos le ha sorprendido el atentado por un puro azar ya que no eran usuarios habituales de los trenes y los dos quedan tocados, no sólo por las consecuencias físicas que tienen que arrostrar; hay una desazón latente que se les remueve por dentro, algo que les impulsa a romper con la vida sentimental que llevaban hasta ese momento, una vida sobre todo en el caso de Ada, perfectamente burguesa. Y ahí comienza la novela, en ese descubrimiento mutuo, en esa nueva dimensión de sus vidas, unas vidas en las que, de pronto, aparece la condición angelical, aunque no a la manera que la entendemos a través de la herencia cultural cristiana, sino de una forma difusa. Lo cierto es que ambos están tocados por una gracia propia de los seres alados.
Como contrapunto a estos dos personaje, centrales en la novela aparece también Sayyid, un musulmán iluminado que, por si no hubiera tenido bastante con lo ocurrido, proyecta nuevos atentados para purificar la atmósfera pecaminosa que se desparrama en las calles de Madrid. La muerte redime al infiel, nos dice. La muerte salva a los dos, a quien mata y a quien es matado, por tanto, la muerte es buena. Al fin, es un designio divino.
De este modo se entrecruzan dos universos contrapuestos, que siguen ahí, latentes, observándose con recelo, aunque se toleran sobre el papel, pero que viven enfrentados desde los propios textos religiosos que legitiman acciones de barbarie como las padecidas aquel día aciago en Madrid. Su lectura me ha recordado la tesis de enfrentamiento radical que al respecto mantiene el novelista Martín Amis, cuando habla de la ingenuidad de la civilización cristiana, en cuya estela se coloca García Ortega.
Pese al drama y a las circunstancias que describe, El mapa de la vida no está carente de sentido del humor y de escenas de ternura que hacen más transitable la atmósfera densa que retrata.
Desde que vi en el periódico que salía este libro a la venta, pensé en leerlo.
ResponderEliminarHoy lo he terminado y me gustaría hacer llegar este comentario al autor y a quien lo haya leído también.
Nací en Madrid y todos sufrimos por la violencia, el terrorismo y el caos que produjeron aquellas explosiones en los trenes. El día después, en la manifestación bajo la fuerte lluvia, todos seguíamos sin poder creer lo que había pasado, nos hermanamos ante la desgracia... nuestros ojos iban perdidos y aún temblábamos por el suceso. Lo que yo no sabía es que unas semanas después yo viviría otra desgracia similar, perdía a mi padre de forma tan repentina como los atentados... Eso me hizo sentir también víctima de ese marzo de 2004.
He llorado mucho leyendo algunas páginas de este libro, duras descripciones como la vida misma. Yo también me sentí caer por dentro, como los personajes de las historias que se relatan. Me siento muy identifica con el sentimiento de que algo se nos rompió por dentro y que no entendemos por qué el mundo siguió su curso, a pesar de nuestras pérdidas... Pero hay que seguir con el mapa de la vida...
Agradezco al autor este libro. Me ha servido de terapia y para seguir creyendo que existen los ángeles que lo ven todo, lo saben todo.....
Me ha parecido un libro interesantísimo, solo que al final me dá la sensación de que el autor se cansó de escribir y precipitó el desenlace.
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