Alianza, Madrid, 2006. 10 € c.u.
Ficciones, Jorge Luis Borges; El jugador, Fiodor Dostoyevski; Poemas y canciones, Bertold Brecht; La metamorfosis, Franz Kafka; El lobo estepario, Herman Hesse; El señor de las moscas, William Golding; Tristana, Benito Pérez Galdós; El malestar de la cultura, Sigmund Freud; Muertes de Perro, Francisco Ayala; El corazón de las tiniebles, Joseph Conrad.
1.Marta SanuyMuchos, a la hora de elegir qué vamos a leer, nos fijamos antes en la editorial que en el autor; somos los que averiguamos pronto que una buena editorial era la mejor guía, la que nos recomendaba las lecturas fundamentales, aquellas que nos iban a cambiar. Lamentablemente no hemos vuelto a tener garantías tan rotundas como entonces, cuando tanto las necesitábamos porque éramos lectores nuevos y desnortados.
Alianza Editorial, y en concreto la pionera colección
Libro de Bolsillo (que todos identificamos por sus siglas en el lomo,
LB) fomentó el vicio de la lectura mucho más de lo que puedan pretender mil programas educativos y campañas de animación. Estos diez libros que se vuelven a editar con un precio módico, y con esto repiten en Alianza un acierto, son un reencuentro con diez títulos imprescindibles, obvios: seguro germen de muchos nuevos lectores. Se vuelven a publicar en su formato original pero en tapa dura. En las portadas, vuelven a lucir las ilustraciones de
Daniel Gil. Mírenlas después de terminar la lectura y reconocerán la capacidad de síntesis de un genio.
Felicidades a todos aquellos que todavía no leyeron estos diez magníficos libros por todo lo que van a viajar, a sufrir, a pensar, disfrutar y a averiguar. Felicidades también a quienes los reencuentren, podrán degustar el renacimiento de aquellos ejemplares frágiles y con las páginas amarillas, se han metamorfoseado como su esencia requería en sus clónicos robustos, hermosos, de mejor papel. En edición de lujo, como merecía la ocasión.
La primera vez que lei
El corazón de las tinieblas me sentí glotona, no me gusta leer las novela de un tranco y a la velocidad de los rayos salvo que carezcan de interés. Aunque aun no he averiguado como defenderme de ese magnetismo de
Conrad que me transforma en una lectora compulsiva, he intentado analizar sus estrategias.
Joseph Conrad lleva hasta el límite el pacto con el lector, todos sus narradores cuentan a una audiencia atenta a la que el lector se suma: con Conrad pronto dejas de leer para seguir escuchando, formas parte de un grupo que escucha. En
El Corazón de las Tinieblas, uno de sus intensos libros, escuchamos un viaje de iniciación, es un viaje largo y dramático a través del rio Congo, su protagonista persigue una voz, la de Kurtz, y un centro remoto en el nacimiento del rio, navega hacia una obsesión tan fértil que inspiro nada menos que
Apocalipsis Now, y es que nunca ha inspirado
Conrad películas mediocres,
Alien también parte de una de sus novelas
La línea de sombra. No menos impresión me causo entonces
Kafka y su
Metamorfosis. Citamos habitualmente a Don Juan y a Otelo, son arquetipos, sin embargo Gregorio Samsa, el protagonista de
La metamorfosis, el modelo más cercano al hombre contemporáneo, no ha logrado ser popular. Mejor fortuna tuvo el nombre de su creador, convertido en adjetivo imprescindible durante tanto tiempo que terminó vaciándose de contenido, ¿qué tema no hemos despachado con negligencia pedante diciendo que es "kafkiano"?.
La metamorfosis es una metáfora exacta de nuestras impotencias, no intenta ser verosímil, todo en esta obra es subjetivo, exagerado e irreal, tan familiar y ajeno a un tiempo que cada lectura es diferente y todas nos conducen a la perplejidad. En
El señor de las moscas logró
Golding sintetizar sueños y pesadillas, los condensó en símbolos e impulsos primordiales: el fuego, la fiera, la sangre, la guarida, la necesidad mutua, el ascenso a la montaña, la autoridad, la espiral en una caracola, el odio y el robo del fuego para restituirlo a su origen, el lugar del que lo sustrajo Prometeo. Tomó
William Golding el miedo y la fuerza, la fragilidad y la memoria y los hilvano en una historia sencilla: un avión se estrella en una isla, los supervivientes son niños. Nos narra el autor los hechos en un estilo directo, sólo hay descripciones y diálogos, y vamos averiguando como se organizan, como colaboran y se enfrentan, como regresan a un tiempo primigenio y unos mantienen encendida la llama de la civilización, la hoguera es la única esperanza de que les rescaten, mientras los otros descubren el placer de la caza, de la sangre y el barro. El gran mérito de
Golding consiste en invertir el tiempo. El sueño del progreso nos muestra su antípoda, todas las metáforas funcionan al revés en el difícil retorno al pasado de la especie que sólo unos pocos autores se han atrevido a abordar,
Alejo Carpentier en
Los pasos perdidos o
Conrad también lo contaron prodigiosamente. El conocimiento es la única posibilidad de salvación: solo las lentes de Piggi sirven para encender el fuego, pero la fuerza y la violencia se van imponiendo como la única manera de vivir el presente. Aunque no todo lo que publico Alianza me gustaba entonces, recuerdo haberle tenido bastante manía a
Freud, me parecía omnipresente y no lograba entender que todos los conflictos se explicaran recurriendo a algún suceso sexual traumático y olvidado. Me reconfortó
Giovanni Papini cuando en un cuento de Gog hace que su protagonista le regale a
Freud una escultura de Edipo y que este, conmovido, le confiese que siempre quiso ser autor de ficciones pero todo el mundo le tomaba en serio. Ahora reconozco que sin
Freud no se puede pensar, que tiene esa fuerza que solo consiguen unos pocos y sus análisis han pasado a nuestro lenguaje, es conocido por todos y a todos nos afecta sin necesidad de haberlo leido .
A
Galdós llegué a través de las películas de mi paisano
Luis Buñuel, hasta entonces sólo supe de
Don Benito que le llamaban “el garbancero”, gran error haberle subvalorado.
Benito Peréz Galdós es un gran novelista sobre el que merece la pena volver una y otra vez,
Tristana es una feminista
avant la letre, un personaje que proyecta cada entusiasmo con tanta intensidad que cada pocas páginas se va metamorfoseando, la novela es el espejo de una época y sus limitaciones, pero sobre todo es un mecanismo perfecto,
Galdós sabía algo que hoy muchos ignoran; crear una estructura.
2.Care SantosUno de mis primeros recuerdos como lectora tiene que ver con el vértigo, con el miedo a caer al vacío.
Mi primera librería de cabecera, la entonces aún modesta Robafaves, ocupaba un local estrecho y alto en la calle Santa Teresa, de Mataró. El lugar estaba atestado de libros que crecían en vertical, como los cumulonimbos. Para acceder a los que estaban más altos, lo empleados —y, al parecer, sólo ellos, un dato que yo desconocía— utilizaban escalas de gato. Una de las colecciones que pervivía en las alturas era
Libro de Bolsillo, cuyos títulos llamaban mi atención como a las polillas las luces. Tendría yo unos doce años, mucha curiosidad y un cierta temeridad derivada de la injustificada fe en mis inexistentes cualidades físicas. Por eso no dudaba ni por un momento en encaramarme a las escalas en busca de tesoros bajo el techo de mi librería, y me molestaba enormemente que al instante apareciera uno de los empleados —algunos de los cuales siguen siendo mis libreros de cabecera— para controlar mis movimientos.
De aquellos anaqueles altísimos, y siempre bajo la mirada severa del odioso vigilante, recuerdo haber extraído mi primer ejemplar de las
Ficciones de
Borges —la portada me hizo suponer en un primer momento que se trataba de un libro de psicología o de medicina— pero la primera línea —que entonces ya «cataba» in situ, antes de adquirir el libro, una costumbre que sigo practicando— despertó en mí un interés inmediato: «Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar». También mis primeros
Dostoyevskis —entre los que no se encontraba
El jugador— salieron de allí. Como
El lobo estepario, de
Hesse, en esta misma edición que ahora revivo, sólo que menos señorial, más sufrida, más modesta y más a mi alcance. En suma,
Herman Hesse exactamente como yo lo necesitaba.
«Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresión que él mismo usaba muchas veces, llamábamos el lobo estepario», me reclamó la novela en la primera línea. Pienso ahora por qué motivo: no es, precisamente, una frase anticipatoria, ni con gancho, ni siquiera brillante. ¿Qué debía de saber yo de
Hesse a los 12 años? Ni siquiera creo que su nombre me sonara de nada. En mi casa, nadie había leído jamás a
Hermann Hesse. ¿Sería que en la portada se anunciaba el Premio Nobel conseguido por el autor, y yo era tan ingenuamente dada a creer en las fajas de los libros? ¿Sería que leí en su contracubierta que se trataba de la vida novelada de un escritor y yo entonces leía vidas de escritores como otras generaciones leyeron vidas de santos? El caso es que la historia de Harry Haller, su protagonista, y —sobre todo— de los secundarios —Hermine, María, el saxofonista Pablo—, me fascinaron. Tanto que después ningún otro
Hesse estuvo nunca a la altura de aquel primero, excepto, acaso, Lecturas para minutos, también en Libro de Bolsillo y también en las alturas de mi librería. Esa novela fue también responsable de mis primeras audiciones de
Mozart, en ese laberinto plagado de puertas sin cerrojo que es siempre la literatura.
El jugador, muchos años después, también llegó en la edición de
LB, cuando volví a ella en algunas etapas de mi vida —por ejemplo, cuando me quedé en paro en 1992— y se agradecían tanto buenas ediciones a precios asequibles. Es ésta una novela —yo entonces no lo sabía— que
Dostoyevski dictó presionado por las prisas —y por un contrato leonino— de su editor. La taquígrafa era
Anna Griogorievna Snitkina, la que muy pronto se convertiría en su esposa; la mujer que tivo, además, el privilegio, de mecanografiar esta novela y también
Crimen y castigo. Hay una biografía de
Ricardo San Vicente que cuenta todo esto, pero también
Juan López-Morillas lo apunta en el prólogo de esta edición, de la cual es responsable. Después de saber, pues, que estamos en manos expertas, sólo me queda apuntar lo que ya casi todo el mundo sabe: que en esta historia reflejó
Dostoyevski su pasión por el juego, que le atormentaría toda la vida y también su arrebato por una mujer llamada
Polina Prokofievna. Sólo el nombre de la chica que la inspiró ya da ganas de leer la novela.
Los
Poemas y canciones de
Brecht nunca cayeron en mis manos en esta edición, pero celebro haberla incorporado a mi biblioteca. Para escribir estas breves líneas he vuelto a asomarme al estilo narrativo y directo del autor alemán, que parece emocionarme más conforme pasa el tiempo. Una perla, como muestra:
Yo, Bertold Brecht, vengo de la Selva Negra.
Mi madre me llevó a las ciudades
Estando aún en su vientre. El frío de los bosques
En mí lo llevaré hasta que muera.Son los cuatro primeros versos del poemas titulado
Balada del pobre Bertold Brecht. Por cierto, se cumple este año el cincuenta aniversario de su muerte en Berlín. Para quien quiera celebrarlo como lector, me permito recomendar una edición alternativa a esta tan hermosa:
Más de cien poemas, una edición de
Siegfried Unseld en Hiperion.
Y dejo para lo último a
Ayala, a quien también llegué, muy tardíamente, por esta edición. Aunque reniego de los homenajes oficiales, no me parece mala ocupación para este verano darse a estas
Muertes de perro reeditadas. Novela de dictador, crítica con el poder y con la condición humana en la que el estilo conciso de su autor se conjuga con su ojo crítico.
Y, hablando de homenajes, aquí queda patente el nuestro hacia una colección en la que todos aprendimos a leer. El lector memorioso y agradecido sabrá perdonar el exceso de texto —qué queréis, con semejante material— de la entrada de hoy. Vale.