Algaida, Sevilla, 2006. 376 pp. 18'50 €
Óscar Esquivias
La primera novela que leí de Fernando García Calderón (que no era, ni mucho menos, su primer libro publicado) fue Lo que sé de ti (Destino, 2002), novela que había tenido un comentario muy elogioso de Juan Ángel Juristo en el ABC. Recuerdo que el estilo del autor me desconcertó ya en el primer párrafo: me encontré con una prosa muy personal que tendía a lo artificioso. «Qué poco me va a gustar esto», pensé, temiéndome lo peor. Pero en la segunda página ya estaba seducido por el narrador y pronto mi único sentimiento era el entusiasmo (bueno, no el único: a menudo se mezclaba con la sorpresa y también con la envidia). «¿Pero de dónde ha salido este escritor?», me decía. No se parecía a ningún otro de su generación que yo conociera. Lo que sé de ti demostraba un rigor en la construcción y un riesgo en el lenguaje poco comunes en nuestra tradición literaria. Tenía la sensación de estar leyendo a una especie de Gesualdo Bufalino excelentemente traducido.
Con su última novela me ha sucedido algo similar: extrañeza inicial por el estilo y seducción casi inmediata por el riesgo formal del autor y por su prosa personalísima. La noticia tiene como estructura fundamental las conversaciones que dos hombres (Lucas y Pepe) mantienen alternativamente con una misma mujer (María). A lo largo de estas charlas el lector va descubriendo poco a poco los extraños vínculos que unen a estos tres personajes y, de paso, al hilo de sus recuerdos, recorre la historia reciente de España desde las vísperas de la muerte de Franco hasta los años 80. Pero la crónica —y la crítica— social y política quedan en segundo plano: lo importante es la madeja de sentimientos y relaciones que unía a ambos hombres con un cuarto interlocutor ausente, obsesivamente citado en las conversaciones, el nudo que une sus vidas y da sentido a la novela: Victoria Orozco, una novelista de éxito muerta en accidente de circulación.
La trama está llena de misterios y equívocos que se van desvelando gradualmente y que, como es natural, no vamos a revelar nosotros aquí. Sólo apuntaremos que toda la red de mentiras que se va tejiendo y destejiendo en La noticia tiene que ver con el misterio de nuestra capacidad (o incapacidad) para amar y para crear y también con lo que estamos dispuestos a sacrificar para conseguir alguna de estas cosas (la persona amada, la redacción de una novela). De hecho, La noticia podría haberse titulado también La mentira o El sacrificio, porque de ambos elementos se nutre.
El libro está marcado por el rigor en la construcción (el omnipresente diálogo) y el estilo poderoso de su escritura (cada palabra parece seleccionada como si fuera una tesela). No escuchamos tanto la voz de los personajes como la del autor, dividido en sus tres protagonistas. Es una voz muy personal, aplomada, digna, casi declamatoria (pese a los coloquialismos o al desenfado de algunas conversaciones). Uno tiene la sensación de estar en el teatro, casi en una obra de Racine (perdón por esta mención extemporánea), ya que García Calderón presenta el volcán de sentimientos de sus personajes con una aparente frialdad diamantina. Todos ellos padecen la condena del raciocinio, siempre son discursivos, dialécticos, incluso cuando se atolondran o se dejan arrastrar por las pasiones.
Esta llama helada que ilumina la obra de García Calderón es uno de sus atractivos. Es un autor raro, realmente singular, apasionante.
Fernando García Calderón: «Sólo rechazo los libros mal escritos»
Por los escritores que cita en sus novelas, da la impresión de que su formación debe más a las literaturas extranjeras que a la española. ¿Las lecturas de sus personajes son también las suyas? ¿Qué narradores han sido más importantes para usted? ¿Se siente cómodo en la tradición española?
-Me temo que sí, que mis personajes están sometidos a mis afinidades literarias, si bien no me siento adscrito a ninguna escuela o tendencia. Calificaría de autores importantes, para mí, a aquellos que han influido en mi formación como persona, más que en mi estilo de narrador. Desde este punto de vista, y sin meditarlo demasiado, mencionaría a Diego de Torres Villarroel, Aldous Huxley, Pirandello, Strindberg, Dostoievski, Böll. Todos ellos me permitieron, en distintas épocas de mi vida, abrir nuevos caminos a la reflexión.
Respecto a la tradición española, me siento más cómodo como lector sin pretensiones de estudioso. No voy más allá. He disfrutado con determinadas lecturas. Como lector, carezco de prejuicios. Sólo rechazo los libros que considero mal escritos.
El cine y la música también parecen haberle influido. ¿Qué debe a ambas artes?
-Mucho, y por razones divergentes. Sin el cine no habría desarrollado mi fantasía. He viajado y he madurado emocionalmente (suponiendo que eso sea posible) con el cine. La música, en cambio, marca el compás íntimo. Modula estados de ánimo. Sin el jazz no existirían algunas de mis obras.
¿Ha escrito poesía? ¿La lee?
-No, no he escrito poesía. La leo ocasionalmente. La percibo como un elemento más de la naturaleza, tan compleja y tan bella como un árbol o una serpiente de cascabel. En la poesía, las contradicciones del hombre se unen a las de ese dios (o Dios) que se dedica a fabricar mundos en seis días y un descanso.
Toda su obra denota un gran trabajo estilístico y también mucho rigor (y originalidad) en la forma. Da la impresión de que antes de comenzar a redactar una novela tiene planificada exhaustivamente la trama y conoce todos los detalles de su desarrollo, sin que haya lugar para la improvisación. ¿Es así? ¿Cómo es su proceso de escritura?
-No creo conveniente el control absoluto de la obra. Antes de comenzar a escribir una novela, paso meses estudiando la estructura que mejor se adecua a la idea de partida y a los conceptos esenciales que quiero introducir, analizando el carácter de los protagonistas, fijando las líneas principales de su argumento. Este largo proceso culmina cuando defino el tono expresivo del relato y su ritmo. A partir de ahí, me abalanzo sobre las teclas. ¿Qué queda a la improvisación, al menos parcialmente? Los personajes. No deben estar constreñidos, seguir una pauta rígida que los convierta en autómatas. Si una página ha de acabar en un parque, hay diversas formas de salir de casa y llegar hasta él. Sé que Nabokov se partiría de la risa si me oyera, pero (como es obvio para todo aquel que haya visto una foto mía o leído una de mis páginas) yo no soy Nabokov ni su reencarnación. Alguien dijo una vez que un Dios que lo comprende todo es un Dios débil. Como pequeño demiurgo, no me vanaglorio de esa debilidad.
Relacionado con lo anterior: los libros de cuentos, ¿los concibe como una unidad o les ha dado la estructura a posteriori, reuniendo obras afines?
-Mis cuentos nacen sin cortapisas previas, como obras autónomas. Cuando me planteo la génesis de un libro, establezco su hilo conductor, su fondo y trasfondo. A partir de ahí, selecciono aquellos cuentos que encajan en esa concepción. Después comienza el trabajo de reescritura, para que esas teselas engarcen en el mosaico final. En esta delicada tarea, incluso he llegado a cambiar el sexo (entiéndase como una intervención literaria, sin cirugía ni conflicto psicológico) de algún personaje.
Usted mantiene desde hace años una página web, pero no ha publicado allí nunca su diario (o blog). ¿Se lo ha planteado alguna vez? ¿Qué le parece este fenómeno?
-En una oportunidad escribí lo siguiente: “Los diarios son característicos de escritores que se hallan de regreso. Regreso de cualquier fenómeno que alcanzó el nivel de techo absoluto, regreso de la compleja nada que los astrónomos románticos denominan vacío”. Después tuve la osadía de soltárselo a Andrés Trapiello en la presentación de aquel libro. Ni que decir tiene que él no estuvo de acuerdo, pero sigo pensando igual. El diario ha de surgir de una necesidad, de un conflicto trascendente. Yo, escritor tardío, todavía estoy “de ida”, y la expresión a través de novelas y cuentos colma mis deudas personales.
En sí misma, la aparición de este híbrido de diario y diálogo que llamamos blog me parece estupenda. Cómo no. Internet, correctamente usado, es un potente sistema de información y comunicación; el blog es una de sus mejores aplicaciones, y establece una utilidad específica. El escritor del diario puede conversar con el lector, discutir sus puntos de vista, superar la barrera de espacio y tiempo que supone el papel editado.
Por último: dígame un libro que le haya cambiado la vida.
-Permítame que sean dos. Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Con él aprendí a leer. Y La mujer zurda, de un Peter Handke muy anterior a sus actuales polémicas. Me quitó el miedo a la máquina de escribir.
Óscar Esquivias
La primera novela que leí de Fernando García Calderón (que no era, ni mucho menos, su primer libro publicado) fue Lo que sé de ti (Destino, 2002), novela que había tenido un comentario muy elogioso de Juan Ángel Juristo en el ABC. Recuerdo que el estilo del autor me desconcertó ya en el primer párrafo: me encontré con una prosa muy personal que tendía a lo artificioso. «Qué poco me va a gustar esto», pensé, temiéndome lo peor. Pero en la segunda página ya estaba seducido por el narrador y pronto mi único sentimiento era el entusiasmo (bueno, no el único: a menudo se mezclaba con la sorpresa y también con la envidia). «¿Pero de dónde ha salido este escritor?», me decía. No se parecía a ningún otro de su generación que yo conociera. Lo que sé de ti demostraba un rigor en la construcción y un riesgo en el lenguaje poco comunes en nuestra tradición literaria. Tenía la sensación de estar leyendo a una especie de Gesualdo Bufalino excelentemente traducido.
Con su última novela me ha sucedido algo similar: extrañeza inicial por el estilo y seducción casi inmediata por el riesgo formal del autor y por su prosa personalísima. La noticia tiene como estructura fundamental las conversaciones que dos hombres (Lucas y Pepe) mantienen alternativamente con una misma mujer (María). A lo largo de estas charlas el lector va descubriendo poco a poco los extraños vínculos que unen a estos tres personajes y, de paso, al hilo de sus recuerdos, recorre la historia reciente de España desde las vísperas de la muerte de Franco hasta los años 80. Pero la crónica —y la crítica— social y política quedan en segundo plano: lo importante es la madeja de sentimientos y relaciones que unía a ambos hombres con un cuarto interlocutor ausente, obsesivamente citado en las conversaciones, el nudo que une sus vidas y da sentido a la novela: Victoria Orozco, una novelista de éxito muerta en accidente de circulación.
La trama está llena de misterios y equívocos que se van desvelando gradualmente y que, como es natural, no vamos a revelar nosotros aquí. Sólo apuntaremos que toda la red de mentiras que se va tejiendo y destejiendo en La noticia tiene que ver con el misterio de nuestra capacidad (o incapacidad) para amar y para crear y también con lo que estamos dispuestos a sacrificar para conseguir alguna de estas cosas (la persona amada, la redacción de una novela). De hecho, La noticia podría haberse titulado también La mentira o El sacrificio, porque de ambos elementos se nutre.
El libro está marcado por el rigor en la construcción (el omnipresente diálogo) y el estilo poderoso de su escritura (cada palabra parece seleccionada como si fuera una tesela). No escuchamos tanto la voz de los personajes como la del autor, dividido en sus tres protagonistas. Es una voz muy personal, aplomada, digna, casi declamatoria (pese a los coloquialismos o al desenfado de algunas conversaciones). Uno tiene la sensación de estar en el teatro, casi en una obra de Racine (perdón por esta mención extemporánea), ya que García Calderón presenta el volcán de sentimientos de sus personajes con una aparente frialdad diamantina. Todos ellos padecen la condena del raciocinio, siempre son discursivos, dialécticos, incluso cuando se atolondran o se dejan arrastrar por las pasiones.
Esta llama helada que ilumina la obra de García Calderón es uno de sus atractivos. Es un autor raro, realmente singular, apasionante.
Fernando García Calderón: «Sólo rechazo los libros mal escritos»
Por los escritores que cita en sus novelas, da la impresión de que su formación debe más a las literaturas extranjeras que a la española. ¿Las lecturas de sus personajes son también las suyas? ¿Qué narradores han sido más importantes para usted? ¿Se siente cómodo en la tradición española?
-Me temo que sí, que mis personajes están sometidos a mis afinidades literarias, si bien no me siento adscrito a ninguna escuela o tendencia. Calificaría de autores importantes, para mí, a aquellos que han influido en mi formación como persona, más que en mi estilo de narrador. Desde este punto de vista, y sin meditarlo demasiado, mencionaría a Diego de Torres Villarroel, Aldous Huxley, Pirandello, Strindberg, Dostoievski, Böll. Todos ellos me permitieron, en distintas épocas de mi vida, abrir nuevos caminos a la reflexión.
Respecto a la tradición española, me siento más cómodo como lector sin pretensiones de estudioso. No voy más allá. He disfrutado con determinadas lecturas. Como lector, carezco de prejuicios. Sólo rechazo los libros que considero mal escritos.
El cine y la música también parecen haberle influido. ¿Qué debe a ambas artes?
-Mucho, y por razones divergentes. Sin el cine no habría desarrollado mi fantasía. He viajado y he madurado emocionalmente (suponiendo que eso sea posible) con el cine. La música, en cambio, marca el compás íntimo. Modula estados de ánimo. Sin el jazz no existirían algunas de mis obras.
¿Ha escrito poesía? ¿La lee?
-No, no he escrito poesía. La leo ocasionalmente. La percibo como un elemento más de la naturaleza, tan compleja y tan bella como un árbol o una serpiente de cascabel. En la poesía, las contradicciones del hombre se unen a las de ese dios (o Dios) que se dedica a fabricar mundos en seis días y un descanso.
Toda su obra denota un gran trabajo estilístico y también mucho rigor (y originalidad) en la forma. Da la impresión de que antes de comenzar a redactar una novela tiene planificada exhaustivamente la trama y conoce todos los detalles de su desarrollo, sin que haya lugar para la improvisación. ¿Es así? ¿Cómo es su proceso de escritura?
-No creo conveniente el control absoluto de la obra. Antes de comenzar a escribir una novela, paso meses estudiando la estructura que mejor se adecua a la idea de partida y a los conceptos esenciales que quiero introducir, analizando el carácter de los protagonistas, fijando las líneas principales de su argumento. Este largo proceso culmina cuando defino el tono expresivo del relato y su ritmo. A partir de ahí, me abalanzo sobre las teclas. ¿Qué queda a la improvisación, al menos parcialmente? Los personajes. No deben estar constreñidos, seguir una pauta rígida que los convierta en autómatas. Si una página ha de acabar en un parque, hay diversas formas de salir de casa y llegar hasta él. Sé que Nabokov se partiría de la risa si me oyera, pero (como es obvio para todo aquel que haya visto una foto mía o leído una de mis páginas) yo no soy Nabokov ni su reencarnación. Alguien dijo una vez que un Dios que lo comprende todo es un Dios débil. Como pequeño demiurgo, no me vanaglorio de esa debilidad.
Relacionado con lo anterior: los libros de cuentos, ¿los concibe como una unidad o les ha dado la estructura a posteriori, reuniendo obras afines?
-Mis cuentos nacen sin cortapisas previas, como obras autónomas. Cuando me planteo la génesis de un libro, establezco su hilo conductor, su fondo y trasfondo. A partir de ahí, selecciono aquellos cuentos que encajan en esa concepción. Después comienza el trabajo de reescritura, para que esas teselas engarcen en el mosaico final. En esta delicada tarea, incluso he llegado a cambiar el sexo (entiéndase como una intervención literaria, sin cirugía ni conflicto psicológico) de algún personaje.
Usted mantiene desde hace años una página web, pero no ha publicado allí nunca su diario (o blog). ¿Se lo ha planteado alguna vez? ¿Qué le parece este fenómeno?
-En una oportunidad escribí lo siguiente: “Los diarios son característicos de escritores que se hallan de regreso. Regreso de cualquier fenómeno que alcanzó el nivel de techo absoluto, regreso de la compleja nada que los astrónomos románticos denominan vacío”. Después tuve la osadía de soltárselo a Andrés Trapiello en la presentación de aquel libro. Ni que decir tiene que él no estuvo de acuerdo, pero sigo pensando igual. El diario ha de surgir de una necesidad, de un conflicto trascendente. Yo, escritor tardío, todavía estoy “de ida”, y la expresión a través de novelas y cuentos colma mis deudas personales.
En sí misma, la aparición de este híbrido de diario y diálogo que llamamos blog me parece estupenda. Cómo no. Internet, correctamente usado, es un potente sistema de información y comunicación; el blog es una de sus mejores aplicaciones, y establece una utilidad específica. El escritor del diario puede conversar con el lector, discutir sus puntos de vista, superar la barrera de espacio y tiempo que supone el papel editado.
Por último: dígame un libro que le haya cambiado la vida.
-Permítame que sean dos. Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Con él aprendí a leer. Y La mujer zurda, de un Peter Handke muy anterior a sus actuales polémicas. Me quitó el miedo a la máquina de escribir.
Enhorabuena, Óscar, por la pasión literaria que transmite tu crítica. Y enhorabuena a Fernando García Calderón por su novela. Me han sorprendido (gratmente) algunas de sus respuestas. También en ellas hay amor por la literatura. Ya está bien de descreidos que escriben parasalir en televisión (o viceversa).
ResponderEliminarMe adhiero a la felicitación, Oscar.
ResponderEliminarHabrá que leer algún libro de Calderón, aunque sólo sea por curiosidad. Y veremos si cumple las expectativas. Ojalá resulte ser un buen descubrimiento. Lo mejor de esta página es que te permite conocer autores a veces fuera del circuito más (o menos) comercial.
ResponderEliminarYo he leído LO QUE SÉ DE TI y aluciné. No sabía que había sacado otra novela. Gracias, "Tormentas".
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