Trad. Adan Kovacsics. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006. 76 pp. 12,00 €
Fernando García Calderón
En ocasiones, la ignorancia depara gratas sorpresas. Como enfrentarte por primera vez, y sin los prejuicios de la información, a una obra de un autor húngaro llamado Péter Nádas. De otra cosa no sabré, pero de autores húngaros contemporáneos… tampoco. Yo no había leído una sola página de este hombre. Ahora conozco de él lo que cualquiera descubriría en un diccionario enciclopédico suficientemente actualizado o en la camisa de su último libro (nacido en Budapest en 1942, 13 títulos en su haber, candidato al sacrosanto Premio Nobel, vive apartado del mundanal ruido), y algo más: los detalles de su infarto de miocardio. La propia muerte relata el proceso que llevó a Péter Nádas a estar muerto. O a acercarse mucho a esa frontera, túnel de luz incluido.
Hay quien opina que los escritores que se zambullen en sus propias vivencias se miran tanto el ombligo que acaban metiendo la nariz en él. Algo, a su entender, detestable. Algunos de esos escritores, sin embargo, tienen la vista y el olfato tan desarrollados que saben rastrear dentro de sí mismos, como sabuesos, hasta desentrañarse. Éstos suelen entregar al editor mamotretos de notable valor humano y literario. No es el caso de Péter Nádas. La propia muerte es un libro de valores notables, incluso sobresalientes en pasajes concretos, pero pequeño como él solo. Apenas 76 páginas. Una ridiculez que sitúa el precio por página en más de 25 pesetas (perdón por mi anticuado patrón de medida). Aun así, merece la pena pagarlo.
Nádas ha efectuado, en tan corta travesía, un demoledor análisis fisiológico y mental. Sin sensiblería ni moraleja, sin cantos a la segunda oportunidad, sin complacencia al lector, se esfuerza en un único objetivo: describir con exactitud la situación extrema, sus percepciones y razonamientos. «La conciencia despojada de las percepciones físicas ve en el mecanismo del pensamiento su último objeto», subraya. Y para lograr tan complejo propósito se pertrecha con armas infalibles: la paciencia, tan extraña en la literatura de este siglo, y la concisión. El resultado es un texto que nadie calificaría de autocomplaciente o terapéutico. Me inclino a opinar, más bien, que éste obstruye las arterias. Aun así, afrontaría de nuevo el peligro de su lectura.
Nádas comenzó su andadura literaria en 1967. Antes había sido reportero fotográfico. Ha escrito novela, relatos, piezas teatrales y hasta guiones de cine. Cuentan que su infancia y adolescencia, barridas por las muertes de sus padres, han marcado su obra. Sus referencias bibliográficas hablan de dos textos decisivos para la literatura de esa Europa intra y pos-comunista, El final de una saga (1977; editado en español por El Aleph en 1999) y Libro del recuerdo (1986; Seix Barral en 1998). Acumula premios y reconocimientos. Nada de eso se vislumbra en La propia muerte. No hay pasado en este libro. Ni triunfos, ni regímenes autoritarios, ni clandestinidad, ni lucha. Tan sólo un escritor de cincuenta y un años empeñado en terminar de corregir unas galeradas en un día cálido. Tan sólo un ser humano empeñado en relatar la parada de un corazón y su circunstancia. Su discurso resulta original hasta en el tratamiento de los aspectos más trillados de estos trances. Una prueba: «El olvido no tiene cabida en la intemporalidad. A falta de mejor fórmula, se suele decir que en el instante de la muerte el hombre repasa los hechos de su vida haciendo el recorrido a la inversa. Para ser sinceros, no repasa nada. Eso sí, ve con claridad…».
Poseedor del grupo sanguíneo CL+ (crítica literaria positiva) que distingue a los miembros del colectivo Banda aparte, reservo mis dotes de persuasión para lo mejor de la obra: su final. Pocos finales menos rimbombantes y más adecuados habré leído. Lo silabearé, para resultar convincente. Re-co-men-da-ble. Tanto que asumiría el riesgo de prestar el libro a quien desee ahorrarse los 12 euracos.
Nota para los amantes del dato que se defiendan con el húngaro o el inglés. Hay una página web que informa con cierta extensión de Péter Nádas y su literatura:
Fernando García Calderón
En ocasiones, la ignorancia depara gratas sorpresas. Como enfrentarte por primera vez, y sin los prejuicios de la información, a una obra de un autor húngaro llamado Péter Nádas. De otra cosa no sabré, pero de autores húngaros contemporáneos… tampoco. Yo no había leído una sola página de este hombre. Ahora conozco de él lo que cualquiera descubriría en un diccionario enciclopédico suficientemente actualizado o en la camisa de su último libro (nacido en Budapest en 1942, 13 títulos en su haber, candidato al sacrosanto Premio Nobel, vive apartado del mundanal ruido), y algo más: los detalles de su infarto de miocardio. La propia muerte relata el proceso que llevó a Péter Nádas a estar muerto. O a acercarse mucho a esa frontera, túnel de luz incluido.
Hay quien opina que los escritores que se zambullen en sus propias vivencias se miran tanto el ombligo que acaban metiendo la nariz en él. Algo, a su entender, detestable. Algunos de esos escritores, sin embargo, tienen la vista y el olfato tan desarrollados que saben rastrear dentro de sí mismos, como sabuesos, hasta desentrañarse. Éstos suelen entregar al editor mamotretos de notable valor humano y literario. No es el caso de Péter Nádas. La propia muerte es un libro de valores notables, incluso sobresalientes en pasajes concretos, pero pequeño como él solo. Apenas 76 páginas. Una ridiculez que sitúa el precio por página en más de 25 pesetas (perdón por mi anticuado patrón de medida). Aun así, merece la pena pagarlo.
Nádas ha efectuado, en tan corta travesía, un demoledor análisis fisiológico y mental. Sin sensiblería ni moraleja, sin cantos a la segunda oportunidad, sin complacencia al lector, se esfuerza en un único objetivo: describir con exactitud la situación extrema, sus percepciones y razonamientos. «La conciencia despojada de las percepciones físicas ve en el mecanismo del pensamiento su último objeto», subraya. Y para lograr tan complejo propósito se pertrecha con armas infalibles: la paciencia, tan extraña en la literatura de este siglo, y la concisión. El resultado es un texto que nadie calificaría de autocomplaciente o terapéutico. Me inclino a opinar, más bien, que éste obstruye las arterias. Aun así, afrontaría de nuevo el peligro de su lectura.
Nádas comenzó su andadura literaria en 1967. Antes había sido reportero fotográfico. Ha escrito novela, relatos, piezas teatrales y hasta guiones de cine. Cuentan que su infancia y adolescencia, barridas por las muertes de sus padres, han marcado su obra. Sus referencias bibliográficas hablan de dos textos decisivos para la literatura de esa Europa intra y pos-comunista, El final de una saga (1977; editado en español por El Aleph en 1999) y Libro del recuerdo (1986; Seix Barral en 1998). Acumula premios y reconocimientos. Nada de eso se vislumbra en La propia muerte. No hay pasado en este libro. Ni triunfos, ni regímenes autoritarios, ni clandestinidad, ni lucha. Tan sólo un escritor de cincuenta y un años empeñado en terminar de corregir unas galeradas en un día cálido. Tan sólo un ser humano empeñado en relatar la parada de un corazón y su circunstancia. Su discurso resulta original hasta en el tratamiento de los aspectos más trillados de estos trances. Una prueba: «El olvido no tiene cabida en la intemporalidad. A falta de mejor fórmula, se suele decir que en el instante de la muerte el hombre repasa los hechos de su vida haciendo el recorrido a la inversa. Para ser sinceros, no repasa nada. Eso sí, ve con claridad…».
Poseedor del grupo sanguíneo CL+ (crítica literaria positiva) que distingue a los miembros del colectivo Banda aparte, reservo mis dotes de persuasión para lo mejor de la obra: su final. Pocos finales menos rimbombantes y más adecuados habré leído. Lo silabearé, para resultar convincente. Re-co-men-da-ble. Tanto que asumiría el riesgo de prestar el libro a quien desee ahorrarse los 12 euracos.
Nota para los amantes del dato que se defiendan con el húngaro o el inglés. Hay una página web que informa con cierta extensión de Péter Nádas y su literatura:
No he leído el libro de Nádas (aunque me ha parecido tan peculiar, y tan interesante, que pasar a ocupar un puesto prioritario en mi lista de lecturas pendientes), pero no podía reprimirme: la reseña, Fernando, es simplemente magnífica, así que enhorabuena. Da gusto comenzar así la mañana... ¡Gracias por este texto!
ResponderEliminarMuy simpática tu crítica, Fernando. Mi felicitación.
ResponderEliminarCiao,
ResponderEliminarTodo un lujo para los sentidos, encontrar este rincón. Como me pasa en numerosas ocasiones, no sé ni como he llegado hasta aquí, pero me alegro.
Un saludo,
Mónica
No conocía a este autor, pero claro, con semejante re-co-men-da-ción y sólo 12 euros me animo a hacerlo. Saludos.
ResponderEliminarGracias, Elena, da gusto terminar el día y la semana laboral leyendo palabras de ánimo. Gracias, también, a Mónica, Isabel, ese simpático "usuario anónimo"... y a todos los visitantes bienintencionados de este bienintencionado blog.
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