Edición de Juan Molina Porras. Cátedra, Madrid, 2006. 440 pp. 9 €
Pedro A. Ramos García
Lo que voy a contarles sucedió hace ya mucho tiempo y quizá yo no sea la persona adecuada para ponerlo por escrito, pero, si mi salud me lo permite, me gustaría contarles lo que mi amigo Juan Molina me contó en el prólogo de su libro.
Era el siglo XIX, gobernaba el Realismo, un gigante empeñado en describir de forma minuciosa las costumbres contemporáneas, y los cuentos vivían felices en las páginas de los periódicos y revistas, tanto era así que a nadie le extrañaba encontrárselos entre noticia y columna de opinión, incluso, los relatos más atrevidos podían llegar a aparecer acompañados de la crítica literaria correspondiente. Eso dice la historia. Pereda, Galdós, Valera, Alas, Pardo Bazán, Clarín… por citar algunos apellidos ilustres, pero éramos muchos más. Sin embargo, todos sabíamos que aquello no podía ser eterno. Entre nosotros había empezado a propagarse una enfermedad, rápida como la envidia en una fiesta literaria. Afectaba por igual al cuento y a la novela y tanto la novela como el cuento fueron contagiándose de aquel veneno. Todo empezó en la segunda mitad del siglo, todos conocíamos al primer infectado, pero ya era demasiado tarde.
Aquel hombre, gustaba le llamasen Gustavo, fue el más famoso de otros muchos dedicados a narrar “la irrupción de fenómenos inexplicables y subvertir la visión positivista del mundo”. Sí, querido lector, respetaban las reglas de la verosimilitud realista, pero también eran capaces de trasladar “la inquietud que anidaba en el focalizador que percibía aquellos hechos sobrenaturales. [Y] Esa inquietud acababa por convertirse, casi siempre, en miedo o terror.” Duendes, hadas, ogros, brujas, dragones; diablos, vampiros, monstruos creados por la ciencia, muertos vivientes o estatuas parlantes; empezaron a poblar nuestras historias dejando que el “gusto por lo macabro, lo reprimido o lo escatológico” se convirtiesen en el fin en sí mismo, a veces, y en excusa para internarnos en mundos ajenos al cotidiano, otras. Sí, erudito lector, muchos de estos gérmenes ya estaban en el Romanticismo, pero ¿no tenía éste un trasfondo, siendo sutiles, más… positivo? Entiendo su perplejidad. Todavía hoy me cuesta trabajo dar crédito a lo que leyeron mis propios ojos: Alarcón, Galdós, Juan Valera, Clarín, Pardo Bazán, Coloma y Blasco Ibáñez fueron los más conocidos autores que fueron contagiados por el cuento fantástico en la época en la que triunfaba la novela realista y naturalista. Siempre la historia es mucho más compleja de lo que los libros intentan transmitirnos, más compleja y viva, pues también más allá de nuestras fronteras sufrieron la misma epidemia víctimas con apellidos de difícil pronunciación en cristiano: Balzac, Dickens, Maupassant o Gogol por reducir al mínimo la muestra. Todos presentaban los mismos síntomas que he descrito con anterioridad: pretendían expresar los miedos, las frustraciones o los sueños con los que los humanos nos hemos venido enfrentando, en silencio, desde que el mundo es mundo.
Ya he dicho que estos son los más conocidos, pero hubo muchos más. Muchos cuyos nombres fueron omitidos. Por descuido, o con premeditación, sus cuentos se convirtieron en rara avis y por eso mi compañero de letras, Juan Molina, y la editorial Cátedra decidieron reunirlos en un mismo tomo, Cuentos fantásticos en la España del Realismo, con el fin de que su mal deje constancia y pueda prevenir a las generaciones venideras. Además, teniendo en cuenta que muchos de ellos iban a resultar desconocidos para un lector desprevenido, se tomaron la licencia de añadir una pequeña biografía de los autores incluidos pues, como el mismo Juan Molina dejó escrito: “Esta antología busca, además de presentar una selección de algunas de las mejores narraciones fantásticas creadas en el periodo realista, mostrar los variados caminos por los que transitó la fantasía en la segunda mitad del sigo XIX. No es, en sentido estricto, una colección de relatos fantásticos. Se recogen cuatro narraciones fantásticas que se adaptan al modelo que ha propuesto la crítica para caracterizar este género, pero también las hay maravillosas, grotescas, de ciencia ficción y oníricas o alucinatorias. Varios motivos me han guiado a adoptar esta decisión. El principal ha sido ofrecer a los lectores una visión completa y compleja de la literatura fantástica de las últimas décadas del siglo XIX.”
Siento que llega el momento de reunirme con la tierra en un abrazo estrecho y duradero. Me gustaría creer que he cumplido la promesa realizada a mi amiga Care Santos y, al menos, la próxima vez que escuchen títulos como La hierba de fuego, La muerte de Capeto (Memorias de un patriota), La santa de Karnar, La esfera prodigiosa, Año nuevo, Celín, Teitán el soberbio. Cuento de lo por venir, Cuento futuro, Historia verdadera o cuento estrambótico, que da lo mismo, Mr. Dansant, médico aerópata, La buena fama o Historia del Rey Ardido y la princesa Flor de Ensueño o el nombre de sus responsables: José Fernández Bremón, Vicente Blasco Ibáñez, Emilia Pardo Bazán, Silverio Lanza, Benito Pérez Galdós, Nilo María Fabra, Leopoldo Alas, Clarín, Antonio Ros de Olano, Juan y Luís Valera; sabrán donde pueden encontrarlos. A nueve euros, con un excelente prólogo y anotaciones que facilitan la lectura.
Pedro A. Ramos García
Lo que voy a contarles sucedió hace ya mucho tiempo y quizá yo no sea la persona adecuada para ponerlo por escrito, pero, si mi salud me lo permite, me gustaría contarles lo que mi amigo Juan Molina me contó en el prólogo de su libro.
Era el siglo XIX, gobernaba el Realismo, un gigante empeñado en describir de forma minuciosa las costumbres contemporáneas, y los cuentos vivían felices en las páginas de los periódicos y revistas, tanto era así que a nadie le extrañaba encontrárselos entre noticia y columna de opinión, incluso, los relatos más atrevidos podían llegar a aparecer acompañados de la crítica literaria correspondiente. Eso dice la historia. Pereda, Galdós, Valera, Alas, Pardo Bazán, Clarín… por citar algunos apellidos ilustres, pero éramos muchos más. Sin embargo, todos sabíamos que aquello no podía ser eterno. Entre nosotros había empezado a propagarse una enfermedad, rápida como la envidia en una fiesta literaria. Afectaba por igual al cuento y a la novela y tanto la novela como el cuento fueron contagiándose de aquel veneno. Todo empezó en la segunda mitad del siglo, todos conocíamos al primer infectado, pero ya era demasiado tarde.
Aquel hombre, gustaba le llamasen Gustavo, fue el más famoso de otros muchos dedicados a narrar “la irrupción de fenómenos inexplicables y subvertir la visión positivista del mundo”. Sí, querido lector, respetaban las reglas de la verosimilitud realista, pero también eran capaces de trasladar “la inquietud que anidaba en el focalizador que percibía aquellos hechos sobrenaturales. [Y] Esa inquietud acababa por convertirse, casi siempre, en miedo o terror.” Duendes, hadas, ogros, brujas, dragones; diablos, vampiros, monstruos creados por la ciencia, muertos vivientes o estatuas parlantes; empezaron a poblar nuestras historias dejando que el “gusto por lo macabro, lo reprimido o lo escatológico” se convirtiesen en el fin en sí mismo, a veces, y en excusa para internarnos en mundos ajenos al cotidiano, otras. Sí, erudito lector, muchos de estos gérmenes ya estaban en el Romanticismo, pero ¿no tenía éste un trasfondo, siendo sutiles, más… positivo? Entiendo su perplejidad. Todavía hoy me cuesta trabajo dar crédito a lo que leyeron mis propios ojos: Alarcón, Galdós, Juan Valera, Clarín, Pardo Bazán, Coloma y Blasco Ibáñez fueron los más conocidos autores que fueron contagiados por el cuento fantástico en la época en la que triunfaba la novela realista y naturalista. Siempre la historia es mucho más compleja de lo que los libros intentan transmitirnos, más compleja y viva, pues también más allá de nuestras fronteras sufrieron la misma epidemia víctimas con apellidos de difícil pronunciación en cristiano: Balzac, Dickens, Maupassant o Gogol por reducir al mínimo la muestra. Todos presentaban los mismos síntomas que he descrito con anterioridad: pretendían expresar los miedos, las frustraciones o los sueños con los que los humanos nos hemos venido enfrentando, en silencio, desde que el mundo es mundo.
Ya he dicho que estos son los más conocidos, pero hubo muchos más. Muchos cuyos nombres fueron omitidos. Por descuido, o con premeditación, sus cuentos se convirtieron en rara avis y por eso mi compañero de letras, Juan Molina, y la editorial Cátedra decidieron reunirlos en un mismo tomo, Cuentos fantásticos en la España del Realismo, con el fin de que su mal deje constancia y pueda prevenir a las generaciones venideras. Además, teniendo en cuenta que muchos de ellos iban a resultar desconocidos para un lector desprevenido, se tomaron la licencia de añadir una pequeña biografía de los autores incluidos pues, como el mismo Juan Molina dejó escrito: “Esta antología busca, además de presentar una selección de algunas de las mejores narraciones fantásticas creadas en el periodo realista, mostrar los variados caminos por los que transitó la fantasía en la segunda mitad del sigo XIX. No es, en sentido estricto, una colección de relatos fantásticos. Se recogen cuatro narraciones fantásticas que se adaptan al modelo que ha propuesto la crítica para caracterizar este género, pero también las hay maravillosas, grotescas, de ciencia ficción y oníricas o alucinatorias. Varios motivos me han guiado a adoptar esta decisión. El principal ha sido ofrecer a los lectores una visión completa y compleja de la literatura fantástica de las últimas décadas del siglo XIX.”
Siento que llega el momento de reunirme con la tierra en un abrazo estrecho y duradero. Me gustaría creer que he cumplido la promesa realizada a mi amiga Care Santos y, al menos, la próxima vez que escuchen títulos como La hierba de fuego, La muerte de Capeto (Memorias de un patriota), La santa de Karnar, La esfera prodigiosa, Año nuevo, Celín, Teitán el soberbio. Cuento de lo por venir, Cuento futuro, Historia verdadera o cuento estrambótico, que da lo mismo, Mr. Dansant, médico aerópata, La buena fama o Historia del Rey Ardido y la princesa Flor de Ensueño o el nombre de sus responsables: José Fernández Bremón, Vicente Blasco Ibáñez, Emilia Pardo Bazán, Silverio Lanza, Benito Pérez Galdós, Nilo María Fabra, Leopoldo Alas, Clarín, Antonio Ros de Olano, Juan y Luís Valera; sabrán donde pueden encontrarlos. A nueve euros, con un excelente prólogo y anotaciones que facilitan la lectura.
Pero, ¿resuelven bien la empresa de la fantasía los autores españoles, siempre tan enfermos (crónicos) de realismo? La crítica (me parece a mí) no se moja al respecto.
ResponderEliminarUna buena reseña que tiene fuerza y que claro motiva a querer hundirse y descubrir los pros y contras que se pueden leer entre líneas sobre la historia, lo que narra y el autor.
ResponderEliminarUn bikiños.
Saludos, estoy buscando cualquier información posible sobre una novela, en realidad es un ensayo, de Lorenzo Prytz, se llama Rara Avis y el prólogo es de Emilia Pardo Bazán. Creo que es del año 1900. Gracias.
ResponderEliminarEn respuesta a la entrada de "anónimo" estoy en disposicion de ofrecerle informacion sobre la novela "Rara avis", de Lorenzo Prytz Antoine, que efectivamente data de 1900 y que doña Emilia Pardo Bazán prologó por amistad con el autor, a pesar de la juventud de éste, 25 años en esa época.Quedan escasos ejemplares, pero por pertenecer a la familia de Lorenzo Prytz, estoy en disposicion de una copia del mismo.
ResponderEliminarSaludos de nuevo, muchas gracias pero ya he conseguido una copia de la novela. Lo que me encantaría encontrar es un ejemplar publicado de la época, se que es muy difícil por la fecha en la que está escrita, pero no es imposible, nunca sabes a quien vas a encontrar por la red.
ResponderEliminarHace muy poco pude saber que mi bisabuelo se inspiró para escribir su novela en un gran amor de juventud, unos años antes de casarse con mi bisabuela, se enamoró de una señora bellísima hija de un cónsul, por lo visto no podían casarse, ella era viuda y tenía varios hijos, aún así de ese gran amor, aparte de nacer la inspiración para su novela, también nació una niña, Mª de los Angeles.
Años después se casó con mi bisabuela, pero a los pocos días de nacer mi abuelo, ella falleció por complicaciones en el parto.
Después tampoco tuvo suerte, cayó enfermo y poco tiempo después falleció, de su hijo Hugo se tenía que ocupar su hermano Manuel (era el único Prytz que quedaba con vida) incumplieron por completo su testamento y le dejaron en una fosa común en el cementerio de Sants en Barcelona en lugar de llevarlo al panteón familiar de La Familia Prytz en Alicante. Increible, pero cierto.
Aquí les dejo una fotografía de mi bisabuelo, Don Lorenzo Prytz y Antoine.
http://img204.imageshack.us/img204/682/lorenzoprytzmy9.jpg
Gracias.
Me llamo MªLuisa Prytz Sendra.