lunes, julio 08, 2013

El fiordo de la eternidad, Kim Leine

Tra. Ana Sofía Pascual Pape. Duomo Ediciones, Barcelona, 2013. 560 p. 21,80 €

Ángeles Prieto Barba

Groenlandia. De la segunda mayor isla del Planeta lo desconocemos casi todo, pese a estar habitada desde el III milenio antes de Cristo, y el hecho cierto de que se encuentra cubierta por hielos en su práctica totalidad no debería ser excusa, sino acicate, para que nos acerquemos a su Historia. Porque en este medio duro y terrible, en el que se logra sobrevivir a duras penas, no sólo ocurren eventos históricos, sino que además éstos suelen venir asociados a grandes tragedias y grandes gestas.
Como las que recoge aquí Kim Leine, autor que no sólo forja con ellos una sólida novela de aventuras, sino que también logra transmitirnos, y con bastante rigor, la época en la que éstas se desarrollan, ese turbulento final del siglo XVIII donde se desmoronan los pilares sociales. También allí, por supuesto. Una colonia dependiente de las grandes compañías comerciales, de los miembros de la iglesia luterana y de la corona danesa, en último término, pero donde ya se vilumbra la necesidad urgente de autonomía para la propia supervivencia. Porque no existe historia que se elabore sin tener cuenta el presente y porque nadie duda ahora que Groenlandia conseguirá constituirse como Estado propio en algún momento de este siglo XXI, esta novela hibrida de maravilla con la Historia.
Algo que descubriremos mediante el viaje circular, de aprendizaje y de Odisea que realiza Morten Falck, clérigo protagonista, agudo observador y personaje-guía que nos conduce por Noruega, Dinamarca y Groenlandia mientras lleva a límites extremos su propia vida. Una vida intensa, pero no más emocionante que la de otros personajes inmensos que jalonan esta novela, muy bien trazados psicológicamente, al socaire de pasiones, avatares del destino y otras desventuras donde claramente destacan y alcanzan difícilmente la madurez, debatidos entre el animismo esquimal y el cristianismo, entre los sentimientos sinceros y sencillos de los inuit y las hipocresías luteranas, los mestizos.
Asimismo, las tensiones sociales se adivinan, desarrollan y terminan por explotar en grandes cuadros épicos inolvidables que convierten este libro en algo más que el típico novelón histórico anglosajón. Pues sus más de quinientas páginas nos dejan muy bien informados, pero también sobrecogidos por escenas de gran belleza, profundidad y perspicacia. Eso sí: no puedo, ni me da la gana resumir todo lo que oculta ese hermoso título, El fiordo de la eternidad, que a la vez es un lugar físico y metafísico. Porque es tarea del lector inquieto, inteligente y curioso descubrirlo.

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