martes, julio 09, 2013

Entre el ruido y la vida, Alejandro Palomas

Baile del Sol, Tenerife, 2013. 52 pp. 10 €

Care Santos

Alejandro Palomas tiene una consolidada trayectoria como novelista, con títulos como Tanta vida, El secreto de los Hoffman (Finalista del Premio Ciudad de Torrevieja) o El alma del mundo (Finalista del Primavera de Novela). Sus novelas ahondan en las relaciones humanas, un terreno en el que el autor se maneja como pez en el agua, así como en el de la creación psicológica de personajes de gran calado. En ocasiones se adivina que tras el Palomas novelista se esconden otros autores: acaso un dramaturgo, acaso un poeta… autores que precisan la desnudez de otros géneros para expresarse en libertad absoluta, sin la máscara o el escudo que siempre supone para el escritor la ficción novelística.
Lo confiesa el propio autor: en su poesía se muestra del modo en que le conocen sus íntimos, con luces y sombras. También es en su poesía donde Palomas parece tomarse un respiro del ritmo del mundo y detenerse a reflexionar. «Reflexionario», dice él mismo que quisiera bautizar a sus poemarios.
Entre el ruido y la vida es, claramente, una pausa para la reflexión de corte profundamente metafísico, tal vez un ejercicio al que el autor llega a través de la experiencia o de los años transcurridos. Estructurado como un viaje, el recorrido toma como punto de partida la duda, los interrogantes, la inquietud del joven ingenuo que aún lo cree todo posible y mantiene la esperanza. El error como principio de la sabiduría. Las voces como símbolo de este mundo complejo, ruidoso, confuso en el que nos ha tocado vivir. «La vida, hermosa. / El mundo / mucho menos», se dice. Luego llega la confianza, la etapa de crecimiento («la vida resolverá —se decía. / Abandónate al ruido —se decía. / Ten fe —se decía.) y como resultado, la codiciada madurez que al fin no valía tanto. Una madurez que no colma, que no sacia, que no significa ninguna conquista: «Y la madurez fue solo eso: / más años. / Más ruido. / Más preguntas. / Menos vida.»
Y es que el desencanto o, mejor, la resignación, forman parte de los mimbres con que se arman estos versos. El camino de la vida es un juego que no conviene tomar en serio, como parece susurrar la cita con que se abre el libro, de Jeanett Winterson: «Se juega, se gana. Se juega, se pierde. Se juega.» Un juego sin demasiado sentido en el que como mucho aprendemos a alejarnos de nosotros mismos, a vernos con sentido del humor, a jugarnos la piel sin que nos importe.
Tras la madurez, llega el amor. Un largo y magnífico poema —acaso el mejor del conjunto— desvela el camino hasta ese «silencio nuevo», una nueva sorpresa, una nueva etapa. En la última parte del recorrido cobra una fundamental importancia el personaje de una serpiente que, a modo de curioso guardián de un anti-edén, hace retumbar los ecos de una simbología clásica, muy bien aprendida por generaciones. Es un eficaz vehículo para la ironía y la reflexión finales, para las conclusiones metafísicas y, al cabo, para el escepticismo. El poemario deja un poso de preguntas sin fácil respuesta y la sensación de que por este camino, Alejandro Palomas tiene muchas sorpresas que darnos aún.


Alejandro Palomas: «Mi poesía es lo que me circula por las venas cuando relajo la musculatura»


Siempre me ha parecido que Alejandro Palomas tenía un secreto inconfesado. Cada vez que he hablado con este escritor multifacético, autor de novelas premiadas que cuentan con miles de fieles lectores —no sólo en nuestro país—, donde hace gala de una sensibilidad y un sentido del humor muy fuera de lo común, a medio camino entre lo muy literario y eso tan indefinible que suele llamarse comercial —y que tal vez sólo sea la rara capacidad de conectar con los gustos y querencias del público, del gran público—; en fin, cada vez que he hablado con Alejandro Palomas me ha parecido ver un brillo de inusual inteligencia en su forma de mirar, pero también un secreto. Después de leer con deleite su poesía, creí comenzar a entender de qué se trataba. Trea esta conversación, me siento en posesión de algunas pistas, ciertas claves que me permitirán continuar en este universo literario que promete emoción y reflexión a partes iguales. En esta entrevista, el autor explica su relación con la poesía con la misma intensidad con que cincela sus versos.

Entre el ruido y la vida es un poemario de madurez. ¿Tocaba hacer balance?
—En realidad, es un poemario en la línea del anterior, Tanto tiempo, y también de la del que estoy escribiendo ahora. Parto siempre de un chispazo de reflexión y a partir de ahí me dejo llevar, por eso da la impresión de que esté haciendo siempre balance. En este caso, me encontré planteándome qué es ruido y qué es vida, qué vale y qué es prescindible, qué es hueco y refugio y qué es retiro, valiente retiro. Y a partir de ahí encontré la voz, la voz del Alejandro real que soy ahora, y también del Alejandro poético que soy ahora y que varía con más rapidez que la del Alejandro que escribe ficción. De repente llega el balance, sí, y llega en lo poético, porque es donde soy más yo, más a pelo, y esa es una sensación única, porque con ella llega también la de la libertad. En realidad, más que “poemarios”, que por supuesto lo son, me gusta pensar que mi voz poética crea “reflexionarios”. Quizá por eso mi poética es tan mental. Y quizá por eso Entre el ruido y la vida dé esa sensación de poemario de madurez.


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