Ariadna G. García
En el siglo XIX, los escritores románticos dudaban sobre la conveniencia de desvelar lo oculto, por el daño que la información y el conocimiento pudieran provocar en los lectores. Su actitud era contradictoria. Temían la reacción del público, su posible congoja ante la imagen monstruosa de la realidad, pero a la vez, deseaban retirar el velo que la recubría, para mostrar, así, a sus conciudadanos la crudeza del mundo. Lejos de aquella duda trágica se encuentran muchos de los autores de este siglo en que estamos. Hoy, los escritores, sin miedo alguno, se remangan los brazos, apartan la sábana y encaran la verdad. Me refiero a los grandes creadores, cuya obra no consiste tan sólo en que nos conozcamos a nosotros mismos, sin otra pretensión; sino que buscan un efecto perlocutivo: que obremos, que nos reinventemos, que transformemos el orden de las cosas. A esta especie de artistas comprometidos con su tiempo pertenece Jorge Riechmann.
«Estamos aquí para tratar de decir la verdad» escribe el poeta. A eso se ha venido dedicando desde su primer libro. Y la verdad tiene forma de planeta enfermo, de especuladores adinerados, de obreros desprotegidos, de recortes sociales, y de hombres y mujeres ignorantes de lo que se les viene encima. De ahí la importancia de la voz, de la palabra: con ellas nos pretende espabilar del letargo del sueño: «¿No veis lo que está pasando? ¡Despertad!». A su espalda, el clamor de los místicos renacentistas, cuya preocupación por la integridad moral, la rectitud y la justicia zarandeaba a las gentes del siglo XVI: «Despierta, pues, despierta de tu dormido y peligroso sueño, y conocerás tu vanidad tan manifiesta y tu engaño tan conocido» (Libro de la Verdad, de Pedro de Medina, 1548).
El poeta tiene una doble misión: hacernos ver y auxiliarnos con sus textos en nuestro caminar por la travesía conjunta del desierto. Los poemas, explica en su poemario anterior (El común de los mortales, 2011), son muletas que sostienen a cada individuo, habida cuenta de que «todos somos minusválidos».
Si el ideario de Jorge Riechmann se mantiene constante a lo largo de sus libros, lo que varía aquí es la forma. Sus Poemas lisiados aparecen en una bella edición a modo de libreta, de formato pequeño, íntimo, lo mismo que un diario. Pero más allá de la apariencia externa del volumen, donde innova Jorge, con respecto a sus anteriores entregas, es la composición de los textos. Así, ahora se nos revela como un diestro ejecutor de haikus («Pequeñas grietas/ hacen el cuenco frágil/ pero no inútil»), hasta el punto de que se atreve a modificar su métrica («El universo entero/ en tu cuartito/ fiesta de dos»). Además, alude a códigos populares, marcas y símbolos de la cultura de masas (Lady Gaga, Micky Mouse, Jurasic Park), pero no con la intención de enriquecer la polifonía de su discurso, ni de seducir a los lectores por el uso de iconos de la cultura popular; sino con el objeto de denunciar el consumismo, el mercado y las modas. Frente a la verdad del mundo, la hermosura de la naturaleza y el carácter perenne de los montes… contrapone el autor la falacia del artificio, la fealdad de los ilusiones químicas y su contingencia.
Como vemos, Riechmann dialoga con la tradición poética nipona, con la mística española, y con la literatura medieval (por el empleo de fuentes legas). Sin embargo, su obra se impone con urgencia en nuestro mundo, debido a su mensaje: la denuncia del capitalismo y de su atroz impacto en el medioambiente y en nuestra sociedad. Su libro, pues, es un pariente cercano de un artículo franco y demoledor: Nuestro futuro energético, de Margarita Mediavilla (Universidad de Valladolid): «Asumir el reto de la crisis energética supone enfrentarse a un gran cambio global, un cambio en la industria, la agricultura, el transporte, el urbanismo y la vivienda, pero, sobre todo, un gran cambio de mentalidad colectiva que necesitará del abandono del consumismo y del crecimiento».
Con sus Poemas lisiados, el poeta trata —una vez más— de contribuir a la modificación del paradigma de vida dominante en España, y por analogía cultural, en todo Occidente; aunque reconoce, no obstante, la dificultad de su empeño. Cada poema, en su viaje al lector, se topa con un muro: la indiferencia. La televisión, los cotilleos y el fútbol son algunos de los ladrillos que detienen —brutalmente— su avance. Pese a ello, estos textos lisiados, heridos, en ocasiones sobrevuelan el muro con ayuda de pértigas de fibras de carbono. Entonces, se produce el milagro de la reflexión y la rotura de lo que Riechmann denomina «la ilusión de normalidad».
A menudo, no obstante la voz que enuncia se dirige a una interlocutora ausente y encuentra su consuelo en el amor. Quizá porque en él reside lo que nos hace humanos.
Valiente y poética reseña, como el autor al que se refiere se merece.
ResponderEliminarEstupenda crítica la de Ariadna, como siempre.
Opino lo mismo: muy buena crítica.
ResponderEliminarNo sé quién es Ariadna García pero escribe de una forma sensacional.
ResponderEliminarConozco a Jorge y creo que la crítica es certera y valiosa.
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