Ángeles Escudero
La novela policíaca, en cualquiera de sus variantes, no ha dejado nunca de ser un referente sólido en el panorama literario y, por supuesto, no ha dejado de tener su espacio en el mundo editorial. Con la trilogía Milenniun de Stieg Larsson pareció a muchos que se descubría la pólvora cuando, en esto como en casi todo, las fórmulas maestras están ya, no sólo inventadas, sino comercializadas. De esta forma, son muchas y variadas las sagas o series, con detective de fondo, que narran misterios sin resolver o asesinatos. En esta línea se encontraría Sheringham, protagonista de la serie de novelas de Anthony Berkeley, publicadas ahora en esta cuidada edición de la Editorial Lumen e impecablemente traducida por Miguel Temprano.
Anthony Berkeley (1893-1911), fue uno de los escritores británicos de novela de misterio más destacados de la época dorada inglesa. Cumpliendo con los cánones del género que tiene entre sus máximos exponentes a Wilkie Collins, G. K. Chesterton, Dorothy L. Sayers, Edmun Crispin o la inevitable Agatha Christie.
El detective Roger Sheringham protagonizó una serie de doce novelas, de las cuales Lumen ha publicado El misterio de Layton Court, El crimen de las medias de seda y, ahora, El caso de los bombones envenenados.
Berkeley parte, en esta tercera entrega, de un recurso recurrente en el género policíaco. Varios aficionados a los entresijos de la labor detectivesca, que son miembros del Círculo del Crimen, se disponen a resolver un asesinato a primera vista irresoluble: una muerte por envenenamiento. La víctima inocente es Joan Bendix, la hermosa y rica mujer de Graham Bendix. Tras probar unos bombones que le habían regalado a su marido, en circunstancias extrañas y azarosas, en principio, la señora Bendix se indispone y tras empeorar, muere.
Este es el arranque de la novela y del juego del que nos propone formar parte el autor. Desde el comienzo, nos muestra la elegancia que viste toda la trama y su forma de presentarla. El inicio es sutil, nos pone en situación logrando una atmósfera envolvente y huyendo de artificios estridentes e innecesarios.
Comienza con la reunión extraordinaria de ese Círculo del crimen, grupo peculiar y heterogéneo, a la que también ha sido invitado Moresby, inspector jefe de la policía, quien les plantea el caso que no ha podido ser resuelto. Nada más sugerente que intentar resolver un misterio, máxime cuando el caso ha sido cerrado por Scotland Yard. Las personas, hombres y mujeres, que forman parte del elitista Círculo, se comprometen a descifrar el misterio, y exponer sus conclusiones ante los demás miembros, haciendo intervenciones por turnos. A partir de aquí, deben investigar de forma individual y por su cuenta, aunque contando con la información de la que dispone la policía.
Berkeley levanta ante nuestroa vista un castillo de naipes tan alto como frágil. Las tesis defendidas por los distintos integrantes del Círculo que van siendo expuestas de forma sucesiva, tal y como asumieron al comprometerse, resultan ser tan erróneas como en apariencia cargadas de verosimilitud.Entre los seis integrantes del Club se establece una feroz competencia. Y se roza el absurdo cuando cada cual intenta refutar la tesis del otro, para que la propia sea la que prevalezca, la ganadora. Y es aquí donde el autor da una vuelta de tuerca definitiva. Uno de los detectives aficionados se muestra a sí mismo como sospechoso en un ejercicio de genio deductivo incuestionable. En este juego artificioso queda patente que se trata de que todo cuadre, que sea verosímil, y la verdad queda relegada a un segundo plano. Se intuye sin dificultad, que habrá que esperar al final para clarificar la cuestión pero, aún así, el autor no renuncia a intentar convencernos de la solidez de cada una de las tesis. Este entramado le sirve de excusa para hacer un repaso de las diferentes metodologías dentro de la novela policíaca pero, por extensión, de cualquier investigación: la deducción, la inducción, y las atractivas, aunque arriesgadas, psicológica y motivacional.
También encontramos en la novela ironía y una velada (o quizás no) crítica a la hipocresía reflejada en los convencionalismos de la época. Por ejemplo, en la justificación que se nos ofrece como base del acuerdo que se establece entre el inspector de policía y el grupo que se compromete a resolver el crimen: la imposibilidad de seguir “oficialmente” con una investigación que afecta a personas de la alta sociedad. Todo ello con un importante protagonismo de los personajes femeninos: desde la asesinada señora Bendix, hasta la señorita Dammers, las mujeres tienen gran peso específico en la trama.
Seis son los detectives y seis los sospechosos y soluciones posibles y el autor va dibujando la historia desde seis ángulos o puntos de vista. En este sentido, no me resisto a hacer una comparación, salvando todas las distancias, entre El caso de los bombones envenenados y la estupenda novela de Vikas Swarup, Seis sospechosos. Los paralelismos entre ambos libros son evidentes, comenzando por los seis sospechosos de asesinato que existen en cada una de ellas y terminando por la inteligencia y el sentido del humor que en ambas son ingrediente principal.
Además, el autor parece querer demostrarnos lo fácil que resulta dirigir al lector hacia la sospecha. Intencionadamente maneja con habilidad los resortes psicológicos que mueven nuestra voluntad en algún sentido. Nos deja creer que hemos adivinado quién es el asesino y nos convence de que la tesis investigada y presentada es impecable. Pero puede que no sea todo tan fácil como se nos quiere hacer creer. Por esto, la lectura de El caso de los bombones envenenados es un sano ejercicio de imaginación que merece la pena.
Además, el autor parece querer demostrarnos lo fácil que resulta dirigir al lector hacia la sospecha. Intencionadamente maneja con habilidad los resortes psicológicos que mueven nuestra voluntad en algún sentido. Nos deja creer que hemos adivinado quién es el asesino y nos convence de que la tesis investigada y presentada es impecable. Pero puede que no sea todo tan fácil como se nos quiere hacer creer. Por esto, la lectura de El caso de los bombones envenenados es un sano ejercicio de imaginación que merece la pena.
Pese a ser un gran aficionado de este gran género literario, el libro no ha sido tan interesante como pensaba.Un final tan inesperado como esperado No lo recomiendo.
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