Care Santos
Irlandés de nacimiento, diplomático inglés, comprometido con las injusticias que el colonialismo belga -bajo el mandato de Leopoldo II- cometió en el Congo y más tarde con la explotación de una multinacional inglesa en la selva peruana, autor de unos diarios escandalosos y tal vez falsos, Roger Casement era, antes de que Vargas Llosa se fijara en él, un personaje casi desconocido. Y ello a pesar de la biografía que le dedicó Brian Inglis -inédita en España-, de su espeluznante estudio sobre el Congo, publicado en nuestro país por Ediciones del Viento (La tragedia del Congo, donde el trabajo aparece junto a otro de Arthur Conan Doyle y un breve texto de Mark Twain) o de las alusiones que se hacen a él en la biografía de Joseph Conrad, firmada por John Stape.
Ahora, después de que la concesión del premio Nobel a su autor forzara a adelantar la publicación del libro y de que las televisiones nos hayan mostrado el proceso de impresión de una novela de cifras millonarias, Roger Casement conoce un postrero e inesperado momento de gloria. Desde luego, la peripecia vital de este personaje controvertido, que la pluma de Vargas Llosa nos muestra tan apasionado como cargado de contradicciones, interesará a un amplio espectro de lectores. La acción arranca en la cárcel inglesa donde Casement espera la condonación de su sentencia de muerte. En las primeras páginas, el personaje inicia la rememoración de su biografía al mismo tiempo que trata de mantener viva la mínima esperanza que le mantiene aferrado a este mundo. Apenas tiene contacto con unos pocos personajes -el sheriff, su prima o la intelectual Alice Stopford Green- y a través de ellos conoce los pormenores de un proceso que el lector sabe perdido de antemano, pero que no por ello pierde un ápice de intensidad. En paralelo, discurre la historia de su vida, cargada de emoción y dramatismo. El relato de las atrocidades que el rey belga cometió en el Congo sólo queda eclipsado por el de los desmanes perpetrados por la Peruvian Company en las selvas de Iquitos. La narración, además del empeño de un solo hombre por denunciar las calamidades que parecían más irremediables, da cuenta -una vez más en la obra del Nobel peruano- del alcance de la crueldad humana. Vargas Llosa sigue los pasos de la agitada biografía de Casement para helarnos la sangre con la descripción de las atrocidades cometidas en dos regiones tan distantes entre sí como el Congo o la Amazonía peruana, pero unidas por una codiciada materia prima: el caucho.
En el relato amazónico, que llega superado el ecuador de la historia, se halla la mayor intensidad de estas páginas. Vargas Llosa narra con buen pulso, con oficio, con agilidad, con emoción. Pasa de puntillas sobre las supuestas homosexualidad y pedofilia del protagonista, como si el asunto no le interesara, o como si le desviara de su verdadero objetivo, que es denunciar los males del mundo. A pesar de todo, las ambigüedades del personaje quedan bien reflejadas, y sin tapujos. Sólo al final, cuando se nos cuenta, acaso con demasiados pormenores, la lucha patriótica irlandesa de Casement -que Vargas utiliza para lanzar el mismo mensaje que ayer mismo repitió en la Academia Sueca: que los nacionalismos no conducen a nada o, por lo menos, a nada interesante-, pierde el relato algo de fuelle, aunque lo recupera en la estremecedora escena final.
Cerrado el libro, quedan algunas dudas. ¿Tenía necesidad Vargas Llosa de escribir una novela como ésta? No me refiero sólo a la necesidad histórica, literaria. Desde luego, para el lector que desee conocer estos hechos históricos, sin duda es más interesante consultar el material original, surgido de la mano del propio Casement. En ese sentido, es una estupenda noticia la publicación, el año que viene, de los controvertidos diarios del irlandés, que prepara Ediciones del Viento.
En cuanto a la necesidad literaria, qué duda cabe de que esta es una novela que ha obligado a su autor a una exhaustiva documentación, que por fuerza ha inlcuido numerosas lecturas y más de un viaje. Por no hablar de la recreación fiel de un personaje de enorme simbolismo histórico, no sólo para la lucha contra la injusticia, también para la independencia irlandesa. Y tanto esfuerzo, ¿para qué? ¿Para dar a conocer al gran público, ese que jamás leería un informe "técnico" publicado por una editorial independiente y pequeña, una figura digna de ser reivindicada? ¿Para aportar su granito de arena -o su montaña- a una buena causa? ¿Porque, con la edad, el autor de Los cachorros, acaso se sienta mejor entre estos mimbres épicos, históricos, grandilocuentes? ¿O porque donde más feliz es, como alguna vez ha dicho, es entre los anaqueles atestados de las bibliotecas donde se documenta?
Sea como sea, soy de la opinión de que el esfuerzo merece la pena. Puede que no se trate del Vargas Llosa de La casa verde, Pantaleón y las visitadoras o de Los cachorros, sino de otro más asentado, menos espontáneo, más curtido por el oficio, más pesimista, más dado a la exageración y, en definitiva, más viejo, pero leerle sigue siendo un festín, tanto para sus lectores de siempre como para los que lleguen atraídos por el asunto histórico, el carisma del héroe, lo ignoto del tema o el relumbrón del Nobel. Y esa capacidad de resistencia al paso del tiempo es algo de lo que muy pocos novelistas pueden presumir.
Ahora, después de que la concesión del premio Nobel a su autor forzara a adelantar la publicación del libro y de que las televisiones nos hayan mostrado el proceso de impresión de una novela de cifras millonarias, Roger Casement conoce un postrero e inesperado momento de gloria. Desde luego, la peripecia vital de este personaje controvertido, que la pluma de Vargas Llosa nos muestra tan apasionado como cargado de contradicciones, interesará a un amplio espectro de lectores. La acción arranca en la cárcel inglesa donde Casement espera la condonación de su sentencia de muerte. En las primeras páginas, el personaje inicia la rememoración de su biografía al mismo tiempo que trata de mantener viva la mínima esperanza que le mantiene aferrado a este mundo. Apenas tiene contacto con unos pocos personajes -el sheriff, su prima o la intelectual Alice Stopford Green- y a través de ellos conoce los pormenores de un proceso que el lector sabe perdido de antemano, pero que no por ello pierde un ápice de intensidad. En paralelo, discurre la historia de su vida, cargada de emoción y dramatismo. El relato de las atrocidades que el rey belga cometió en el Congo sólo queda eclipsado por el de los desmanes perpetrados por la Peruvian Company en las selvas de Iquitos. La narración, además del empeño de un solo hombre por denunciar las calamidades que parecían más irremediables, da cuenta -una vez más en la obra del Nobel peruano- del alcance de la crueldad humana. Vargas Llosa sigue los pasos de la agitada biografía de Casement para helarnos la sangre con la descripción de las atrocidades cometidas en dos regiones tan distantes entre sí como el Congo o la Amazonía peruana, pero unidas por una codiciada materia prima: el caucho.
En el relato amazónico, que llega superado el ecuador de la historia, se halla la mayor intensidad de estas páginas. Vargas Llosa narra con buen pulso, con oficio, con agilidad, con emoción. Pasa de puntillas sobre las supuestas homosexualidad y pedofilia del protagonista, como si el asunto no le interesara, o como si le desviara de su verdadero objetivo, que es denunciar los males del mundo. A pesar de todo, las ambigüedades del personaje quedan bien reflejadas, y sin tapujos. Sólo al final, cuando se nos cuenta, acaso con demasiados pormenores, la lucha patriótica irlandesa de Casement -que Vargas utiliza para lanzar el mismo mensaje que ayer mismo repitió en la Academia Sueca: que los nacionalismos no conducen a nada o, por lo menos, a nada interesante-, pierde el relato algo de fuelle, aunque lo recupera en la estremecedora escena final.
Cerrado el libro, quedan algunas dudas. ¿Tenía necesidad Vargas Llosa de escribir una novela como ésta? No me refiero sólo a la necesidad histórica, literaria. Desde luego, para el lector que desee conocer estos hechos históricos, sin duda es más interesante consultar el material original, surgido de la mano del propio Casement. En ese sentido, es una estupenda noticia la publicación, el año que viene, de los controvertidos diarios del irlandés, que prepara Ediciones del Viento.
En cuanto a la necesidad literaria, qué duda cabe de que esta es una novela que ha obligado a su autor a una exhaustiva documentación, que por fuerza ha inlcuido numerosas lecturas y más de un viaje. Por no hablar de la recreación fiel de un personaje de enorme simbolismo histórico, no sólo para la lucha contra la injusticia, también para la independencia irlandesa. Y tanto esfuerzo, ¿para qué? ¿Para dar a conocer al gran público, ese que jamás leería un informe "técnico" publicado por una editorial independiente y pequeña, una figura digna de ser reivindicada? ¿Para aportar su granito de arena -o su montaña- a una buena causa? ¿Porque, con la edad, el autor de Los cachorros, acaso se sienta mejor entre estos mimbres épicos, históricos, grandilocuentes? ¿O porque donde más feliz es, como alguna vez ha dicho, es entre los anaqueles atestados de las bibliotecas donde se documenta?
Sea como sea, soy de la opinión de que el esfuerzo merece la pena. Puede que no se trate del Vargas Llosa de La casa verde, Pantaleón y las visitadoras o de Los cachorros, sino de otro más asentado, menos espontáneo, más curtido por el oficio, más pesimista, más dado a la exageración y, en definitiva, más viejo, pero leerle sigue siendo un festín, tanto para sus lectores de siempre como para los que lleguen atraídos por el asunto histórico, el carisma del héroe, lo ignoto del tema o el relumbrón del Nobel. Y esa capacidad de resistencia al paso del tiempo es algo de lo que muy pocos novelistas pueden presumir.
Esta me llama pero creo que para empezar con Vargas Llosa empezaré con otro :)
ResponderEliminarMuy buena reseña, me ha gustado mucho y volveré a ella cuando lea el libro.
Besos.
sera acaso que don Mario esta bregando en la encrucijada del descanso definitivo...? o es que sera mas bien una obra apurada por el nobel para su avido publico lector, tenia que salir si o si antes de que termine el año, de lo contrario la conmocion del nobel hubiera perdido encanto. En fin, puede que si, puede que no, pero definitivamente el mejor no es...
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