Difácil, Valladolid, 2007. 416 pp. 20 €
José Manuel de la Huerga
El poeta y profesor colombiano Armando Romero se ha atrevido a saltar dentro del jardín de las antologías poéticas. Y lo que es tan estimulante o más, un pequeño editor español le ha secundado en la ingente labor de reunir las voces de nada menos que 58 poetas latinoamericanos. El jardín antológico ocupa las voces de poetas del continente americano, nacidos a partir de 1940, hasta un último nacido en 1977. Aunque el dato puede resultarnos engañoso, porque sólo dos de toda la troupe lírica han nacido después de 1970. El grueso del pelotón pertenece a las décadas de los 40, 50 y 60 del pasado siglo.
Me refería antes al tema del jardín, porque como todos sabemos cada vez que una antología, sobre todo de poetas, irrumpe, con su poco o mucho ruido mediático, en su acotado pero intenso mercado editorial, las voces de los descontentos, los que no están, los claros y evidentes ausentes, no tardan en hacerse notar. Nuestra patente ignorancia sobre la poesía latinoamericana de las últimas décadas nos sirve de coraza para pasar sobre ese tema de puntillas y daremos por bien cerrada en la selección dicha antología, si nos atenemos al artículo primero de la constitución de los antólogos: sólo el gusto personal es el que guía la presencia o ausencia de uno u otro autor.
El antólogo Armando Romero, no obstante, no quiere dejar pasar en las primeras páginas de su introducción cierta pulla contra una antología anterior de poetas de ambos lados del Atlántico. Dice Romero a ese respecto: «Porque los poetas latinoamericanos no son islas, y menos extrañas: son el rostro presente, claro, de un continente multifacético, multiforme.» Es evidente la referencia a la antología “Las ínsulas extrañas” editada hace cinco años y que tuvo tanta resonancia como silencios significativos. En cualquier caso, antólogos-poetas tienen todo el derecho del mundo a mostrar pública o privadamente sus filias y fobias. Porque, entre otras razones, en el fondo, son estas pequeñas turbulencias las que terminan moviendo un poco el agua estancada (podrida a veces) de los estanques de estos jardines privados, subvencionados ( no pocas veces) con fondos públicos.
Pero no es menos cierto que lo que termina contando al final es si las voces impresas en el libro se sostienen en el presente inmediato y apuntan a la perpetuidad codiciada por cualquier creador de la palabra. Presiento (y habla aquí el lector que se atiene al primer artículo de la constitución de los lectores no especializados: sólo el gusto personal es el que guía el regreso a la relectura de uno o varios poemas/poetas de un libro) que un puñado no despreciable de los autores presentes en esta antología seguirán resonando durante bastante tiempo en la memoria de los lectores de ambos lados del Atlántico. No mencionaré mis preferencias para que sea cada lector quien marque con el lapicero del recuerdo aquellos poetas a los que a partir de esta antología estará más atento.
Porque ésa y no otra creo que es la función de una antología, y especialmente de ésta: presentarse en sociedad, y en este caso, en la sociedad de este lado del Atlántico, tan propensa a vivir de espaldas a los creadores latinoamericanos, subyugados como estamos por los brillos engañosos venidos de la vieja Europa, de Estados Unidos o, peor aún, encantados de regodearnos en la propia autocomplacencia autonómica.
La antología del profesor Romero es suficientemente amplia como para concitar el encuentro de diferentes voces, sensibilidades y quehaceres poéticos, resultando así, en palabras del autor, «un continuo entrecruzamiento de direcciones poéticas», rico en el mestizaje de voces y, por tanto, estimulante. Sólo los muy atentos al devenir poético de los países de habla hispana de los últimos cincuenta años sabrían mencionar una media docena de poetas señeros que dejarán perenne prueba de su trabajo. Y no iríamos mucho más allá si ampliáramos la solicitud a todo el fascinante siglo XX. Los más aplicados nos hablarían de Rubén Darío, Martí, Huidobro, Vallejo, Neruda, Lezama, Borges y Paz. Pero no iríamos mucho más allá ni en conocimiento profundo de estos autores ni tampoco, por extenso, en otras voces que enriquecieran todo ese panorama multiforme. La introducción de Armando Romero, aunque sucinta, es esclarecedora a este respecto. Acompaña con claridad al despistado para que entronque la labor de los poetas nacidos en el medio siglo americano con sus padres naturales en la poesía, no otros que los anteriormente mencionados.
Nada o poco teníamos presentes a los “nadaístas” colombianos, al grupo “El techo de la ballena” venezolano, a los “tzántzicos” ecuatorianos. Pero en estos grupos y otros más dispersos por la geografía de América del Sur han germinado las voces más personales y auténticas de los últimas promociones poéticas. Los saludamos, ahora antologados, con interés y voluntad de identificación perdurable.
La justificación en la elección del corte generacional de los 40 no parece despreciable. Según el antólogo, estos poetas empiezan a hacerse visibles en los años 60, momento de combustión social, política y cultural en América y en el resto del mundo. Toda la antología está recorrida por un constante denominador común: la exigencia, alta, de poetas que hacen de la tradición poética y de la palabra su referente incuestionable. De esta manera establecen su obra en el diálogo continuo con la tradición que viene desde el Modernismo americano a la modernidad actual y a su propia voz. Con los lectores de este lado del océano quiero compartir un pensamiento último: si alguien desea comprobar la versatilidad de la lengua española, su riqueza idiomática, la variedad en el universo de referencias entre los diferentes países de lengua española, no dude en acudir a estas páginas que muy bien pueden servirle como termómetro ajustado que da cuenta de las últimas décadas creativas en la poesía hispanoamericana que mira hacia la perdurabilidad en el siglo XXI. No les defraudará buscarse unas cuantas galas y disfraces en este variopinto baúl de voces y miradas. La cena está servida.
José Manuel de la Huerga
El poeta y profesor colombiano Armando Romero se ha atrevido a saltar dentro del jardín de las antologías poéticas. Y lo que es tan estimulante o más, un pequeño editor español le ha secundado en la ingente labor de reunir las voces de nada menos que 58 poetas latinoamericanos. El jardín antológico ocupa las voces de poetas del continente americano, nacidos a partir de 1940, hasta un último nacido en 1977. Aunque el dato puede resultarnos engañoso, porque sólo dos de toda la troupe lírica han nacido después de 1970. El grueso del pelotón pertenece a las décadas de los 40, 50 y 60 del pasado siglo.
Me refería antes al tema del jardín, porque como todos sabemos cada vez que una antología, sobre todo de poetas, irrumpe, con su poco o mucho ruido mediático, en su acotado pero intenso mercado editorial, las voces de los descontentos, los que no están, los claros y evidentes ausentes, no tardan en hacerse notar. Nuestra patente ignorancia sobre la poesía latinoamericana de las últimas décadas nos sirve de coraza para pasar sobre ese tema de puntillas y daremos por bien cerrada en la selección dicha antología, si nos atenemos al artículo primero de la constitución de los antólogos: sólo el gusto personal es el que guía la presencia o ausencia de uno u otro autor.
El antólogo Armando Romero, no obstante, no quiere dejar pasar en las primeras páginas de su introducción cierta pulla contra una antología anterior de poetas de ambos lados del Atlántico. Dice Romero a ese respecto: «Porque los poetas latinoamericanos no son islas, y menos extrañas: son el rostro presente, claro, de un continente multifacético, multiforme.» Es evidente la referencia a la antología “Las ínsulas extrañas” editada hace cinco años y que tuvo tanta resonancia como silencios significativos. En cualquier caso, antólogos-poetas tienen todo el derecho del mundo a mostrar pública o privadamente sus filias y fobias. Porque, entre otras razones, en el fondo, son estas pequeñas turbulencias las que terminan moviendo un poco el agua estancada (podrida a veces) de los estanques de estos jardines privados, subvencionados ( no pocas veces) con fondos públicos.
Pero no es menos cierto que lo que termina contando al final es si las voces impresas en el libro se sostienen en el presente inmediato y apuntan a la perpetuidad codiciada por cualquier creador de la palabra. Presiento (y habla aquí el lector que se atiene al primer artículo de la constitución de los lectores no especializados: sólo el gusto personal es el que guía el regreso a la relectura de uno o varios poemas/poetas de un libro) que un puñado no despreciable de los autores presentes en esta antología seguirán resonando durante bastante tiempo en la memoria de los lectores de ambos lados del Atlántico. No mencionaré mis preferencias para que sea cada lector quien marque con el lapicero del recuerdo aquellos poetas a los que a partir de esta antología estará más atento.
Porque ésa y no otra creo que es la función de una antología, y especialmente de ésta: presentarse en sociedad, y en este caso, en la sociedad de este lado del Atlántico, tan propensa a vivir de espaldas a los creadores latinoamericanos, subyugados como estamos por los brillos engañosos venidos de la vieja Europa, de Estados Unidos o, peor aún, encantados de regodearnos en la propia autocomplacencia autonómica.
La antología del profesor Romero es suficientemente amplia como para concitar el encuentro de diferentes voces, sensibilidades y quehaceres poéticos, resultando así, en palabras del autor, «un continuo entrecruzamiento de direcciones poéticas», rico en el mestizaje de voces y, por tanto, estimulante. Sólo los muy atentos al devenir poético de los países de habla hispana de los últimos cincuenta años sabrían mencionar una media docena de poetas señeros que dejarán perenne prueba de su trabajo. Y no iríamos mucho más allá si ampliáramos la solicitud a todo el fascinante siglo XX. Los más aplicados nos hablarían de Rubén Darío, Martí, Huidobro, Vallejo, Neruda, Lezama, Borges y Paz. Pero no iríamos mucho más allá ni en conocimiento profundo de estos autores ni tampoco, por extenso, en otras voces que enriquecieran todo ese panorama multiforme. La introducción de Armando Romero, aunque sucinta, es esclarecedora a este respecto. Acompaña con claridad al despistado para que entronque la labor de los poetas nacidos en el medio siglo americano con sus padres naturales en la poesía, no otros que los anteriormente mencionados.
Nada o poco teníamos presentes a los “nadaístas” colombianos, al grupo “El techo de la ballena” venezolano, a los “tzántzicos” ecuatorianos. Pero en estos grupos y otros más dispersos por la geografía de América del Sur han germinado las voces más personales y auténticas de los últimas promociones poéticas. Los saludamos, ahora antologados, con interés y voluntad de identificación perdurable.
La justificación en la elección del corte generacional de los 40 no parece despreciable. Según el antólogo, estos poetas empiezan a hacerse visibles en los años 60, momento de combustión social, política y cultural en América y en el resto del mundo. Toda la antología está recorrida por un constante denominador común: la exigencia, alta, de poetas que hacen de la tradición poética y de la palabra su referente incuestionable. De esta manera establecen su obra en el diálogo continuo con la tradición que viene desde el Modernismo americano a la modernidad actual y a su propia voz. Con los lectores de este lado del océano quiero compartir un pensamiento último: si alguien desea comprobar la versatilidad de la lengua española, su riqueza idiomática, la variedad en el universo de referencias entre los diferentes países de lengua española, no dude en acudir a estas páginas que muy bien pueden servirle como termómetro ajustado que da cuenta de las últimas décadas creativas en la poesía hispanoamericana que mira hacia la perdurabilidad en el siglo XXI. No les defraudará buscarse unas cuantas galas y disfraces en este variopinto baúl de voces y miradas. La cena está servida.
Me has convencido. Lo compraré para la biblioteca.
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