Guillermo Ruiz Villagordo
Un agujero negro. Ésta podría ser una buena definición de la adolescencia. La mente se abre a nuevas realidades a la vez que toma conciencia de la rutina terminal en que se encuentra sumida, se descubren tantas posibilidades de escape, unas más cercanas, cómodas y engañosas que otras, que uno se encuentra perdido y hay que agarrarse a algo que prometa seguridad sea como sea. Ese terreno, la frontera entre la infancia y la madurez, es el que pisa la obra magna de Charles Burns, elaborada a lo largo de varios años y recopilada en tomo recientemente.
Insertos en el ambiente estudiantil de la América de los años 70, los personajes principales, Keith Pearson, un típico chico con aspiraciones todavía no muy definidas, y Chris Rhodes, la chica introspectiva que en un principio le gusta, construyen con sus visiones alternadas y cruzadas un panorama de tintes casi apocalípticos donde los adultos virtualmente no existen en el que una extraña enfermedad que produce deformaciones extremas (clara alusión a los cambios que se producen en los adolescentes) va extendiéndose entre los jóvenes, parece que por vía sexual. Los nuevos “monstruos” acaban recluyéndose en un rincón apartado del mismo bosque en el que solían evadirse, porros mediante, de su aburrida vida de instituto. Pero algunos aún se aferran a ella, su mayor preocupación sigue siendo encontrar alguien a quien entregarse con una pasión sin medida. Es el caso de Eliza y Rob, las parejas contrapuestas de Keith y Chris, que cambiarán su vida al tomar contacto con ellos e introducirles en esa nueva mecánica del mundo donde tendrán que hacer su propio camino, durante el cual la comunión con la naturaleza tendrá un importante papel.
Tremenda alucinación por estupefacientes, producto sublimado de serie B al estilo de David Lynch (no es la primera vez que se dice) y cierto Daniel Clowes, mirada melancólica a la edad de la incertidumbre, estética y terror se dan la mano en un cómic que deja la sensación de un puñetazo en la cara. Burns, como Thomas Ott, hace uso de un tipo especial de dibujo que consiste en crear espacios en blanco sobre una superficie negra. Esta técnica de contraste que va más allá del dibujo en blanco y negro, que no acostumbra a dar esta impresión de trazo grueso aunque detallista, le proporciona más profundidad a la historia, dando como resultado un libro hermoso hasta las lágrimas si lo permitiese el nudo en la garganta. Y es que ante la tristeza, ante la duda, ante el terror, lo único que queda, desertada la esperanza en un futuro que se sabe oscuro, es la belleza. Sería una lástima que por presentarse en un formato, el cómic, al que el público en general no está acostumbrado se perdiese una lectura tan intensa como ésta.
Publicar esta ilustración al mismo tiempo que reseñas de libros infantiles me parece un contrasentido
ResponderEliminarCon todos los respetos, imagino que esa apreciaci�n se deber� a su limitado concepto de belleza, porque no creo que dijese lo mismo si la imagen fuese "Saturno devorando a sus hijos" de Goya o "El nacimiento de Venus" de Boticelli. En tal caso, le deseo de coraz�n que se mejore para mayor bien del arte.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarAsumo que la valentía y el rigor de mi compañero Guillermo Ruir villagordo quizás merezcan la censura de alguien; me alegra, no obstante, que hoy la censura ya sólo sea una forma de opinión y no una forma de vida.
Y a mi compañero, mi más sincera enhorabuena.
H.