Trad. David Cruz. Berenice, Córdoba, 2007. 368 pp. 19 €
Julián Díez
Tal vez sea el momento de poner fin a esta anomalía que rodea al juicio sobre Thomas M. Disch. Sí, a casi nadie se le escapa que es un gran escritor. Pero ¿en cuántas ocasiones se le coloca en el listado áureo de los grandes de la literatura fantástica? El cura viene a demostrar que Campo de concentración, 334, Los genocidas o En alas de la canción —menudo listado, caray— no fueron casualidades. Que el hecho de que la obra de Disch no tenga una continuidad fácilmente reconocible como la de otros autores más valorados no supone desdoro alguno a su trabajo; es más, quizá debería ser un jalón adicional para el reconocimiento.
Dicho esto, El cura, como será fácilmente deducible del arranque entusiasta, me pareció una obra tremendamente interesante. Y muy difícil de definir, como la mayor parte de las novelas relevantes con elementos fantásticos que se publican últimamente. De hecho, esos elementos fantásticos de la obra ni siquiera queda claro finalmente que lo sean. Aunque se subtitule «novela gótica», El cura no es fácil de encajar como terror a la manera habitual. El calificativo gótico, sin embargo, resulta adecuado en una interpretación más literal, si nos dirigimos a la sustancia de su origen: sí que hay momentos desasosegantes, hay personajes siniestros que se acechan entre las bambalinas del relato hasta hacer notar su oscura presencia. También hay un cierre feliz, puesto que los finales abiertos y encogetripas son más bien un recurso contemporáneo, y en Maturin, Shelley o Lewis finalmente los malvados son castigados y los protagonistas dejan atrás, sin posibilidad de secuela, los peligros que les acechaban.
Ese final, en el que Disch se regodea en la fortuna de los heterodoxos personajes bondadosos que nos ha presentado, es sólo la última de las sutiles provocaciones de las que está trufado el libro. La más obvia es, sin duda, la demolición que realiza de los convencionalismos y falacias de la iglesia católica. Homosexualidad comúnmente aceptada —Disch es del gremio y tiene formación católica, así que supongo que algo sabrá de lo que cuenta— y pederastia oculta no resultan, en ciertos momentos, tan inquietantes como la presentación que realiza de las formas de funcionamiento interno de la iglesia, que en su frío trato político de los problemas resulta tan verosímil como inquietante.
Pero hay bastante más. Lejos de la obviedad con la que hoy la literatura «rompedora» busca las cosquillas de los lectores repitiendo continuamente las mismas temáticas —aviso para los señores Houllebecq, Easton Ellis y Pallahniuk, que sin duda no me estarán leyendo: los folleteos raros y las crecientes dosis de estupefacientes que ingieren sus personajes hace ya varios de sus libros que no me producen frío ni calor—, Disch nos habla de temas verdaderamente escandalosos: la pervivencia del fanatismo, su capacidad para enmascararse tras los ropajes de la religión institucionalizada, la posibilidad de actualizar la tortura como medio de implantar las ideas que ciertas mentes corruptas pueden considerar que deben ser impuestas universalmente. Hablamos en esta novela de chicas que desean abortar y a las que se secuestra con el fin de que tengan los hijos no deseados, como igual podríamos estar hablando de Guantánamo: ya me dirán qué hay hoy más aterrador que la idea de una institución legalmente constituida que es capaz de saltarse las normas del derecho, con el fin de hacer valer lo que considere unilateralmente como el bien común.
Todo eso, y bastante más, está escondido en las por lo demás muy amenas y bien conducidas páginas de El cura. Pese a su título individualizado —supongo que para ligarla con los anteriores horrores urbanos del autor, quizá no tan redondos, El ejecutivo (Alcor) y Doctor en medicina (Ediciones B)—, se trata de una novela más o menos coral que sólo sigue a ratos las andanzas del padre Bryce, cura con afición a los jovencitos, que es chantajeado por un miembro de una extraña secta, los receptivistas, que ha descubierto su secreto. Bryce deberá someterse a sus dictados, incluyendo tatuarse en el cuerpo una enorme imagen demoníaca. Algo que, sin embargo, tendrá consecuencias inesperadas: a causa del dolor de la operación, la mente de Bryce viaja en el tiempo y se intercambia con la de un obispo francés perseguidor de herejías en el siglo XIII. Resultará que el obispo no se siente tan extraño rodeado de los fanáticos del presente, mientras Bryce conoce en carne propia las torturas a las que se sometía en el pasado. Terminarán por convertirse en héroes de la historia algunos secundarios que van emergiendo, como unas muchachas abortistas y otro cura homosexual pero tolerante y con sentido del humor.
Mención aparte merece todo el planteamiento de los receptivistas. Digamos, en resumen, que serían algo así como una especie de cienciología creada por Philip K. Dick si, en lugar de morir en 1982, hubiera continuado desarrollando el tipo de cosas que escribió en su Exégesis. Y el retrato es, francamente, desolador. Que en medio de su diatriba encuentre Disch un hueco para fustigar convencionalismos del género, incluso de su sector más «progre» como es el caso de los seguidores de Dick, demuestra cuánto le duele al autor la ciencia ficción, y por tanto, cuánto ama esas posibilidades creativas que ha desperdiciado y que, sin embargo, él sí supo explotar sin el reconocimiento suficiente.
Julián Díez
Tal vez sea el momento de poner fin a esta anomalía que rodea al juicio sobre Thomas M. Disch. Sí, a casi nadie se le escapa que es un gran escritor. Pero ¿en cuántas ocasiones se le coloca en el listado áureo de los grandes de la literatura fantástica? El cura viene a demostrar que Campo de concentración, 334, Los genocidas o En alas de la canción —menudo listado, caray— no fueron casualidades. Que el hecho de que la obra de Disch no tenga una continuidad fácilmente reconocible como la de otros autores más valorados no supone desdoro alguno a su trabajo; es más, quizá debería ser un jalón adicional para el reconocimiento.
Dicho esto, El cura, como será fácilmente deducible del arranque entusiasta, me pareció una obra tremendamente interesante. Y muy difícil de definir, como la mayor parte de las novelas relevantes con elementos fantásticos que se publican últimamente. De hecho, esos elementos fantásticos de la obra ni siquiera queda claro finalmente que lo sean. Aunque se subtitule «novela gótica», El cura no es fácil de encajar como terror a la manera habitual. El calificativo gótico, sin embargo, resulta adecuado en una interpretación más literal, si nos dirigimos a la sustancia de su origen: sí que hay momentos desasosegantes, hay personajes siniestros que se acechan entre las bambalinas del relato hasta hacer notar su oscura presencia. También hay un cierre feliz, puesto que los finales abiertos y encogetripas son más bien un recurso contemporáneo, y en Maturin, Shelley o Lewis finalmente los malvados son castigados y los protagonistas dejan atrás, sin posibilidad de secuela, los peligros que les acechaban.
Ese final, en el que Disch se regodea en la fortuna de los heterodoxos personajes bondadosos que nos ha presentado, es sólo la última de las sutiles provocaciones de las que está trufado el libro. La más obvia es, sin duda, la demolición que realiza de los convencionalismos y falacias de la iglesia católica. Homosexualidad comúnmente aceptada —Disch es del gremio y tiene formación católica, así que supongo que algo sabrá de lo que cuenta— y pederastia oculta no resultan, en ciertos momentos, tan inquietantes como la presentación que realiza de las formas de funcionamiento interno de la iglesia, que en su frío trato político de los problemas resulta tan verosímil como inquietante.
Pero hay bastante más. Lejos de la obviedad con la que hoy la literatura «rompedora» busca las cosquillas de los lectores repitiendo continuamente las mismas temáticas —aviso para los señores Houllebecq, Easton Ellis y Pallahniuk, que sin duda no me estarán leyendo: los folleteos raros y las crecientes dosis de estupefacientes que ingieren sus personajes hace ya varios de sus libros que no me producen frío ni calor—, Disch nos habla de temas verdaderamente escandalosos: la pervivencia del fanatismo, su capacidad para enmascararse tras los ropajes de la religión institucionalizada, la posibilidad de actualizar la tortura como medio de implantar las ideas que ciertas mentes corruptas pueden considerar que deben ser impuestas universalmente. Hablamos en esta novela de chicas que desean abortar y a las que se secuestra con el fin de que tengan los hijos no deseados, como igual podríamos estar hablando de Guantánamo: ya me dirán qué hay hoy más aterrador que la idea de una institución legalmente constituida que es capaz de saltarse las normas del derecho, con el fin de hacer valer lo que considere unilateralmente como el bien común.
Todo eso, y bastante más, está escondido en las por lo demás muy amenas y bien conducidas páginas de El cura. Pese a su título individualizado —supongo que para ligarla con los anteriores horrores urbanos del autor, quizá no tan redondos, El ejecutivo (Alcor) y Doctor en medicina (Ediciones B)—, se trata de una novela más o menos coral que sólo sigue a ratos las andanzas del padre Bryce, cura con afición a los jovencitos, que es chantajeado por un miembro de una extraña secta, los receptivistas, que ha descubierto su secreto. Bryce deberá someterse a sus dictados, incluyendo tatuarse en el cuerpo una enorme imagen demoníaca. Algo que, sin embargo, tendrá consecuencias inesperadas: a causa del dolor de la operación, la mente de Bryce viaja en el tiempo y se intercambia con la de un obispo francés perseguidor de herejías en el siglo XIII. Resultará que el obispo no se siente tan extraño rodeado de los fanáticos del presente, mientras Bryce conoce en carne propia las torturas a las que se sometía en el pasado. Terminarán por convertirse en héroes de la historia algunos secundarios que van emergiendo, como unas muchachas abortistas y otro cura homosexual pero tolerante y con sentido del humor.
Mención aparte merece todo el planteamiento de los receptivistas. Digamos, en resumen, que serían algo así como una especie de cienciología creada por Philip K. Dick si, en lugar de morir en 1982, hubiera continuado desarrollando el tipo de cosas que escribió en su Exégesis. Y el retrato es, francamente, desolador. Que en medio de su diatriba encuentre Disch un hueco para fustigar convencionalismos del género, incluso de su sector más «progre» como es el caso de los seguidores de Dick, demuestra cuánto le duele al autor la ciencia ficción, y por tanto, cuánto ama esas posibilidades creativas que ha desperdiciado y que, sin embargo, él sí supo explotar sin el reconocimiento suficiente.
Excelente crítica la de Julián, excelente libro, "El Cura", y excelente autor, Disch. Es una pena que los "lectores cultos" no le conozcan; se llevarían una sorpresa.
ResponderEliminarEstoy leyendo esta novela, y me parece un análisis esplendido de la hipocresía y la doble moral de la jerarquía católica y sus prosélitos. Muy buena la crítica.
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