miércoles, octubre 11, 2006

Cuadernos de un mamífero, Erik Satie

Trad. Carmen Llerena. Ornella Volta (ed.) Ilustraciones Charles Martin.
Acantilado. Barcelona, 2006. 179 pp. 6 €

Carol París

Como afirmaba Paul Valéry, la poesía es «la oscilación entre el sonido y el sentido». Al margen de la eufonía, la aparición de la escritura hizo desparecer la necesidad de un soporte musical que acompañara a la poesía. Ahora vemos cómo Erik Satie, con Cuadernos de un mamífero, vuelve a conectar la palabra poética con su componente sonoro inalienable en sus orígenes. Estructurado en cuatro apartados y un añadido autobiográfico, este recopilatorio de notas que Satie fue escribiendo a lo largo de su vida engloba sus impresiones acerca de la poesía y de la música. Riguroso a la vez que imaginativo, asistimos a un discurso que parece no avanzar: con un alto grado de elipsis, su lenguaje es a veces sugestivo, pero mayormente visual y cercano a lo absurdo; teniendo su parentesco con el juego infantil y con los “spiels” o escenificaciones del poeta, su estilo también entronca con el Jabberwocky de Lewis Carroll y con el nonsense de los limericks de Lear, siendo, precisamente, esta carencia de “sentido común” lo que le permite explotar al máximo la sonoridad y el ritmo de los vocablos. Asimismo, Satie trabajó en colaboración con el pintor Charles Martín —autor de las ilustraciones del álbum Deportes y diversiones reproducidas en esta edición— con la voluntad de relacionar la música no sólo con la literatura sino también con lo pictórico.
Si Baudelaire sostenía que «el genio es la infancia recuperada a voluntad», Satie equipara la música moderna con la imagen de un niño desobediente. Sus textos giran entorno a la esfera del juego, pero como todo juego requiere de unas reglas. Así, sus partituras se convierten en un texto poético-musical al incluir una serie de anotaciones que pretender crear una atmósfera que oriente al intérprete y ante las cuales, como lectores, sentimos perplejidad al ver trasgredidos los recursos formales propios de la escritura musical; descartando pianos, allegros y andantes, las «Indicaciones de carácter» que propone son del tipo: «Ligero, pero decente», «Moderado y muy aburrido», «Ignorar la propia presencia» o, directamente, «Haga como yo». Porque, aunque su enunciación se disfrace de cierto “overhead” es Satie quien dirige esta orquesta y quien no duda en advertir «A cualquiera: Prohíbo leer en voz alta el texto durante el transcurso de la ejecución musical.», algo que incumplió Schoenberg en una de sus actuaciones y que desató la ira del músico francés. El intérprete de Satie debe anular su propio yo y convertirse en un simple intermediario, en un mero ejecutor que no distorsione el “original” del que parte. Con dichas indicaciones no sólo se evidencia una interpelación al intérprete, sino también una introducción al hecho de la interpretación, entroncando, lejanamente, con las tesis de Lefevere, quien sostenía que, a diferencia de los críticos, «al traductor o a la traductora, que interpretan el texto de verdad, se les trata con desconfianza y falta de respeto porque se estima que desfiguran el texto».
No obstante, Satie también traduce todo un mosaico de obras; su discurso deviene un montaje de piezas musicales y de voces convenientemente dramatizadas; incluye fragmentos del libreto de Contamine de Latour, Upsud, letras de canciones más conocidas o bien parte del íncipit de algunas melodías populares, otorgándoles un nuevo contexto, reformulándolas mediante una armonía distinta. Para reseguir esta trama de vinculaciones, la edición de Acantilado va mencionando las composiciones musicales, propias o ajenas, que corresponden a cada fragmento, mediante un aparato de notas final.
Satie tiene plena conciencia de pertenecer a una tradición y mediante la parodia y el pastiche no sólo la caricaturiza, sino que también la sobrepasa; el compositor fabrica un imaginario irreductiblemente personal, pero no de una manera sometida, sino irónica. Su obra constituye —y es aquí donde descansa su verdadero interés— una subversión extrema de los códigos musicales clásicos seguidos por el gusto académico, aunque también opone resistencia a algunas de las tendencias musicales de su tiempo, incluidos ciertos compases de Debussy y de Ravel.
Los escritos y las piezas de Satie necesitan de un nuevo auditorio y evidencian la imposibilidad de sostener los principios de espontaneidad que sustentaban la práctica interpretativa de la música romántica. Anticipándose a la posmodernidad, Erik Satie abrirá el camino a lo que serán otros movimientos como el grupo fluxus, los minimalistas, los repetitivos o la música ambient. Con Cuadernos de un mamífero Satie nos revela su diferencia, nos muestra todo un carácter, y nos invita como lectores, como intérpretes, a hacer un salto imaginativo para volver a oscilar nuevamente entre el sonido y el sentido.

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