jueves, octubre 12, 2006

Confesiones y memorias, Heinrich Heine

Alba, Barcelona, 2006. 182 pp. 12,80 €

Marta Sanuy

Resulta interesante leer estas Confesiones y memorias de Heinrich Heine por el tono coloquial y cercano que el autor eligió para escribirlas. La familiaridad con que trata los temas centrales de su época y a sus protagonistas son propias de alguien a quién la fama y la vida social no importan ya mucho, estando como está, en una fase avanzada de la enfermedad.
Comienza las confesiones a pesar de ser consciente de que «ni con la mejor voluntad de fidelidad puede una persona decir la verdad sobre sí misma». Y Heine es piadoso consigo, aunque crítico con su pasado acompaña cada observación con una justificación que le convence, nos cuenta cómo fue su familia y su educación jesuita, analiza su ateísmo juvenil y dedica muchas páginas a explicarnos su conversión religiosa al catolicismo, compara con profusión Alemania y Francia, nos cuenta los altibajos económicos de su padre, describe con detalle a su madre, a su esposa o a su tío.
No trata con la misma delicadeza al resto, se ceba en críticas y chascarrillos inanes protagonizados por personajes cuyos nombres han pasado a la historia sin pena ni gloria, o de otros, como Rousseau, cuyos amores e hijos ilegítimos hoy tienen tan poca importancia. Especial encono muestra contra Hegel y «la gris telaraña cocida de la dialéctica hegeliana» que tanto le sedujo de joven. Reconocemos en estas memorias un retrato de la vida literaria que nos suena: existían las mismas malas mañas en aquellos cenáculos que en estos, debe ser un mal endógeno del «mundo literario» que tantos egos inflamados choquen y se eleven enardecidos por anécdotas y anecdotillas que les agrupan y les enfrentan, leerlas en este libro puede hacernos reflexionar sobre lo poco fértil de esos amores y esos odios; nada sabe la historia de aquel amigo tonto de Hegel que compró muchos bastones en un día y a quién Heine dedica demasiadas páginas. Otra característica del pensamiento de Heine, que lamentablemente perdura en algunos ambientes literarios de nuestra época, es el machismo. Heine se ensaña con Madame Stäel, pero no limita su misoginia hacia esta mujer que publica libros, la aplica a todas: «cuando una mujer tienen conciencia pensante su primera idea es un vestido nuevo» dice, y ésta es sólo una de las perlas que dedica a nuestro sexo un poeta que está históricamente a la vuelta de la esquina.
Sigo recomendando este libro por lo bien que cuenta, sin tapujos, el estado de pensamiento y de conciencia de una época. Son sustanciosas las reflexiones sobre el romanticismo, sobre los cambios en la religiosidad y el detalle con que un conocedor del poder los interpreta; «Me he propuesto por tarea describir aquí a posteriori el origen de este libro y las variaciones filosóficas y religiosas que, desde su concepción, han tenido lugar en la mente del autor», dice Heine, y consigue su propósito.

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