miércoles, mayo 03, 2017

Los últimos días de Nueva París, China Miéville


Trad. Silvia Schettin Pérez
Ediciones B, Barcelona, 2017. 240 pp. 18 €

Pedro Pujante

China Miéville (Londres, 1972) es uno de los escritores de ciencia ficción y fantasía más originales y prometedores del panorama actual. Sus libros son pequeñas bombas, repletas de juegos y metáforas potentes. Cuando leí La ciudad y la ciudad me impresionó ese equilibrio perfecto entre argumento y tesis, en una ficción que rozaba lo fantástico, lo policial y lo alegórico, la construcción de una ciudad deslumbrante, el juego fronterizo de los géneros.
En Los últimos días de Nueva París vuelve a sumergirse en la construcción de arquitecturas espectrales para ambientar una ucronía bélica que va más allá de la propia realidad en un París onírico. De hecho, la historia es una explotación del universo surrealista, experimento que Miéville ha llevado hasta los límites.
Sitúa a sus personajes en dos historias paralelas, con dos cronologías que se intercalan: 1950 y 1941. Una supuesta ¿Segunda Guerra Mundial? en la que ha estallado la Bomba S. Este hecho ha desatado las fuerzas surrealistas, el imaginario de los artistas surrealistas ha traspasado las fronteras de la realidad y lo poético para materializarse en formas tangibles, terribles monstruos multiformes llamados “manifs”. Además, los nazis han abierto las puertas del infierno y han liberado fuerzas demoníacas. Los monstruos surrealistas e infernales pasean sus extrañas fisionomías por una París sombría.
La novela sería la narración de un combate bélico, entre militares y revolucionarios, si no fuese porque Miéville ha incorporado estas extrañas figuras que emergen de los versos de Éluard o Aragón, o las pinturas monstruosas de Dalí o Tanguy. La proliferación de imágenes es excesiva y recurrente. El autor ha incorporado al final de la novela, una lista con las referencias y sus debidas explicaciones.
Hay que reconocer la grandiosa imaginación de Miéville. El impacto visual, el correlato artístico de esta novela es abrumador. No obstante, el ritmo narrativo se ha descuidado, se ha abusado del fragmentarismo, haciendo que el excesivo conceptualismo lastre un argumento que a menudo se nos antoja hermético.
China Miéville ha trazado la hoja de ruta para un gran libro, pero le ha faltado desarrollo. Las ideas son geniales, la prosa del autor británico es más que solvente y su imaginación inigualable. No obstante, en esta novela echamos de menos que la masa narrativa no haya sido aglutinada, que las historias que la integran no se hayan soldado.

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