lunes, julio 18, 2016

Fuimos amigos, Mills Fox Edgerton


Ediciones Irreverentes, Madrid, 2015. 138 pp. 13 €

Pedro Pujante

La literatura actúa a veces como catalizador de emociones. A más de un escritor se le ha escuchado aquello de que no buscaba hacer pensar sino describir un paisaje emocional. A través de un texto se consigue explosionar un cúmulo de recuerdos, que al final, no son imágenes racionales de lo que hemos vivido, sino de lo que hemos sentido. La memoria es sentimental, es esa magdalena degustada por la emoción que nos convierte en viajeros mentales del tiempo.
Estas reflexiones me ha sugerido la novela Fuimos amigos de Mills Fox Edgerton (EEUU, 1931), políglota e hispanista, con una abundante obra en castellano. Esta historia, que parece haber sido escrita por un español hijo de la dictadura, combina dos espacios y los superpone para construir una ficción seductora e íntima. Por un lado, el dibujo preciso y acertado de la España de posguerra; por el otro, la geografía sentimental de un hombre que vivió este tiempo gris pero luminoso.
Como si hablase en voz baja, el narrador de Fuimos amigos desgrana historias y anécdotas en primera persona, sobre su propia realidad pero que convocan los fantasmas de un período de nuestra España: el franquismo, la censura, la penuria. Pero, no nos equivoquemos, este no es un libro político, o al menos, no es solo un libro en el que la política está presente. Esta pequeña historia es una sincera interrogación sobre la amistad, sobre el amor, sobre los borrosos límites de ambos sentimientos, sobre la propia tarea de VIVIR.
Novela-monólogo, de carácter testimonial, Fuimos amigos nos hace transitar el pasado, y nos devuelve estampas vívidas de nuestro país, pero siempre filtradas por la mirada tierna de un niño, de un joven, de un hombre de carne y hueso. De su curiosidad, de sus deseos de aprender de la vida, de la experiencia. Sus viajes a París, a Argentina, a otras ciudades de España. La cultura como puerta de libertad individual en una sociedad cerrada y, hasta cierto punto, angustiosa pero que consigue transformar el lodo de los años en arcilla existencial.
Quizá el mayor acierto de este libro esté en contar una historia leve, sin estridencias, pero con un gran peso emocional. Una historia –contada sin patetismo ni efectos especiales- sobre un tiempo duro y oscuro, pero iluminado por la mirada inocente de un narrador en busca de la belleza.
Un viaje por la memoria que te hará reflexionar.

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