viernes, enero 15, 2016

La ley del menor, Ian McEwan


Trad. Jaime Zulaika. Anagrama, Barcelona, 2015. 211 pp. 19,90 €

Care Santos

Ian McEwan está en plena forma. Sigue siendo el mismo, para entendernos, que escribió Expiación, lo cual es un motivo de gran alegría para sus lectores. Y si sus libros siempre mantienen un nivel de calidad alto, esta La ley del menor supera su propia escala. No voy a categorizar, pero hacía tiempo que un libro de McEwan no me interesaba y atrapaba tanto.
El personaje principal, Fiona Maye, es una juez de familia inmersa en un caso complicado que implica las creencias religiosas de un matrimonio y su joven hijo. Maye debe tomar una decisión que cambiará la vida de tres seres humanos de una manera categórica. Debe implicar en ello sus propias creencias, claro, su propia moral, y enfrentarla a la de otras personas, incluido un menor de edad tan lúcido como enfermo. Este personaje, Adam, es un personaje estupendo, que conmueve y enamora, y es también un ser de carne y hueso, que podría existir, y de hecho existe en cualquier rincón de cualquiera de nuestras ciudades. McEwan sabe exponer la cuestión de modo que percibamos la dificultad moral que entraña la cuestión, y que también nosotros tomemos nuestras propias decisiones, como si todos fuéramos Fiona Maye. Hay un capítulo completo dedicado al juicio, en que los abogados exponen sus posturas y defienden intereses opuestos, que podría ponerse como ejemplo de cómo un tema de lo más arduo es un debate apasionante en manos de un buen escritor.
La historia, sin embargo, arranca de un modo muy diferente. Con un anuncio sorprendente del marido de Fiona, Jack: la vida le ha puesto por delante la oportunidad de tener una aventura amorosa con una mujer mucho más joven que él y ha decidido no desaprovecharla. Aquí no hay elección: la decisión del marido está tomada. Es su última oportunidad, cree él, a sus casi sesenta, y no la va a dejar pasar. Con o sin el consentimiento de ella, aunque preferiría que le comprendiera, por supuesto. Es un personaje magníficamente definido, que ahonda —de qué modo— en la psicología masculina, que habla magistralmente del egoísmo que suele acompañar al enamoramiento. Los enamorados, por definición, son como Jack: no atienden a razones, no ven más que lo que desean con toda su alma. Y los hombres de sesenta no se diferencian mucho de él, me parece. McEwan tiene 67. Es lógico pensar que sabe de qué habla.
Esta novela cuenta lo que le ocurre a Jack, lo que le ocurre a Fiona y lo que le ocurre a Adam. Las decisiones que se toman en la vida tienen consecuencias, viene a decir. Aunque es mucho más complejo que eso. A veces, las consecuencias son terribles. A veces son mortales. Todo eso lo cuenta McEwan de un modo elegante y sabio. Conoce la condición humana tan bien que no necesita esforzarse por demostrarlo. También sabe de psicología femenina y de las consecuencias del dolor. También de las reparaciones necesarias después de las fracturas. Hay una escena final entre marido y mujer, cuyo contenido no hay que desvelar, que trata de la naturaleza de los celos y que, creo yo, despertará sonrisas de conmiseración en las personas que lleven muchos años viviendo en pareja. Es sensacional.
Es esta una trama acerca de temas que nos conciernen y nos importan, contada por un hombre que no sólo sabe hacerlo, sino que nos seduce con una prosa cargada de hondura y de lirismo. Uno de los grandes, escribiendo una de sus grandes obras. Hay que leerla.

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