Miguel Baquero
Antes de comenzar con la reseña del nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez me gustaría contar una pequeña historia: dos amigos del colegio; uno de ellos, fascinado por la vida de lujo y escaparate, consigue, a fuerza de medrar, llegar a lo más alto de su bufete, o de su banco —no recuerdo bien—, pero lo bastante alto como para adquirir un Jaguar y un casoplón; mientras, el otro amigo parece haber quedado anclado en la vida de barrio y de amigotes. «Joder, amigo, qué cochazo, qué envidia», exclama el tipo digamos de barrio cuando ve el Jaguar del otro. «Me lo he currado», es la respuesta, algo jactanciosa, del abogado o el banquero, ya no recuerdo. Pasan los años, llega la crisis, el pinchazo de la burbuja, la ruina para muchos y entre ellos para el del Jaguar, quien, hundido y abandonado por todos, está tomando una tarde cervezas en un bar del viejo barrio cuando ve aparecer al colega, que le saluda y le dice que lleva prisa, porque dentro de un rato ha quedado con tal. Y luego con cual, un viejo amigo de ambos. Y luego va a ver a otro conocido. Y luego… Vale que en ningún sitio le ofrecerán Châteaux Lafite, sino cervezas de marca blanca, y no irá en un descapotable sino a pata, o en autobús, pero el del Jaguar —aunque ya no debería llamarle así, porque hace tiempo que lo vendió— exclama: «Cuántos amigos, tío, qué envidia me das», a lo que el viejo colega responde, con la ceja levantada: «Me lo he currado».
Esta historia, de cuyos dos capítulos a punto estuve de ser testigo presencial, se me viene la cabeza cuando llego a la última parte de Regresiones, titulada «Ojo de pez», donde una serie de amigos del autor, con una pluma más que digna, escriben sobre el modo en que conocieron a VMA y sus correrías juntos por León, en los años —del 66 acá— que se describen en esta obra. Que no es una novela, hay que advertir, sino algo así como un libro de memorias, o mejor, la crónica de una formación sentimental. En Regresiones, el autor nos habla de cómo —siempre contra el fondo de León, su ciudad natal— fue poco a poco despertando a la vida y a las sensaciones, nos describe esos pequeños detalles —una serie de televisión, una tarde en el río, una casa abandonada…— que, siendo «chinorri», le dejaron marcado, y que la gente de su generación no podemos por menos que identificar en numerosas ocasiones. Pasa el tiempo, llegan los 80 y asistimos a —muchos, recordamos— aquellos días juveniles en que todo parecía estar explotando alrededor, las sensaciones, los impactos, las modas, las aventuras se acumulaban. Lambrettas, chapas en la solapa, publicaciones underground… Son los días en que VMA formó una banda de rock, sin más aspiraciones —que entonces eran legítimas— que pasarlo bien y cuando comenzó a devorar libros y autores, a decantar sus gustos literarios, y en cierto momento llegó a la conclusión de que aquello iba a ser su vida en adelante….
Hay, más o menos hacia ese punto, una cisura en el libro. Comienza el capítulo titulado «Días extraños». Aquel alocamiento de los 80 y los 90 ha concluido y el autor sale de esa época decidido, sin remedio, a emprender «una apuesta suicida por la literatura». Desde este momento —pongamos 3/4 partes del libro— dejan de narrarse circunstancias personales —o se narran más veladas— y el interés pasa hacia un autor que está ya caminando por la vida en busca de una expresión distinta, totalizadora, emotiva, de definir su autenticidad…
«.Soy un corazón de lluvia, y todo lo somatizo […] y eso, aviso a los navegantes, nadie me lo va a quitar… lo digo desde aquí y ahora para mis pocos (y fieles) lectores, pero lo hago público ya: para lo bueno y para lo malo me desangro, dejo mis vísceras y mi corazón en ello, y como vivo de otra cosa me permito las licencias que quiero y escribo siempre de lo que quiero… que pago por ello un alto precio, lo sé y asumo, pero siempre que leáis algo mío será pura sangre y libertad…»
Son palabras de un autor lanzado ya sin frenos en busca de lo genuino. Me consta que VMA ha tenido muchas oportunidades de desviarse de este empeño, de frenarse y venirse a un estado más cómodo y rentable literariamente, quizás al Jaguar de mi cuento del principio, pero tantas veces como le han surgido al paso tantas las ha orillado para seguir rodeado de sus viejos valores en su búsqueda de la expresión auténtica. Y de eso trata este libro: de cómo escribir bien… no, no enseña técnicas ni trucos ni da pistas sobre la manera de abordar a editores… trata de cómo escribir bien recurriendo a tu verdad. Cada uno tiene la suya, intransferible, y la de Vicente Muñoz Álvarez son estas Regresiones; un libro, en resumen, escrito por un autor —y este adjetivo que sigue sé que ha perdido fuerza en la maraña de calificativos a cual más tremendo que se lanzan en las campañas publicitarios, pero a mí me sigue pareciendo el mejor que se puede aplicar—: un autor admirable.
gracias, Miguel
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