Miguel Baquero
Estoy convencido desde hace ya tiempo que escribir es una maldición. Una putada sin la menor gracia. Esto no lo entenderán los notarios que, a su jubilación, porque algo habrá que hacer, se entretienen escribiendo una novela, por si acaso tiene éxito; ni los abogados prestigiosos que en sus ratos libres, los fines de semana, escriben con un ojo puesto en las teclas y el otro en lo que está de moda en el mercado editorial, para adaptarse a ello y vender; ni mucho menos los presentadores de televisión para quienes una novelita supone una prolongación de su fama y un prestigio añadido. Que escribir puede llegar a ser algo atroz sonará a chino a esta gente que —casualidades de la vida— suelen ser casi los mismos tipos que luego miran con suficiencia al chaval que llega con unas cuartillas mugrosas y le dicen que esto no es para él, que se dedique a otra cosa, que no pierda el tiempo…
Estoy seguro que sólo unos pocos autores y lectores pueden llegar a entender que la literatura es una drogadicción tan maligna como muchas otras. Que esta extraña fiebre por volver a describir el mundo, sin contentarse ni avenirse con lo que ya está dicho —y eso que ya está dicho todo de mil formas distintas—, puede ser tan nociva como una toxicomanía. Decía Sartre que «si la literatura no lo es todo, no merece ni una hora de esfuerzo. Se consume [la literatura] si se la reduce a la inocencia, a canciones. Si cada frase escrita no resuena a todos los niveles del hombre y de la sociedad, no significa nada». Hay tipos (malditos, sin duda) que todavía (¡incautos!) buscan una trascendencia en las letras y no un sencillo oficio mecánico o una oportunidad de negocio. Esto seguro que no lo entienden, ya digo, que incluso les parecerá irrisorio, todos esos alumnos de taller que sólo pretenden de las letras sacar de ellas un buen comienzo y un final sorpresivo que les haga ganar algún premio y, quizás, con suerte, una adaptación al cine o a la televisión que les proporcione pasta. No estoy hablando para esos.
«Vísceras, poesía y vida», dice, a manera de lema, Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966) en el poema preliminar de este Días de ruta. Y apenas traspasar el umbral del volumen, nos muestra su jugada: «mi apuesta / suicida / por la literatura». Repito que la inmensa mayoría no entenderá estas líneas, y ese absurdo sacrificio que se proclama —¡un esfuerzo porque sí, sin beneficio económico ni recompensa material!— es algo que apenas entra en la cabeza. Varias veces —en esta obra en concreto, y en otras muchas a lo largo de su carrera (además de escritor, Vicente Muñoz Álvarez es editor de antologías, fanzines, y estoy seguro que se encontraría a gusto en la calificación de “agitador literario”)— el autor se ha proclamado fascinado o incluso emparentado —esa sería su ilusión— con la generación beat, por ejemplo, con los artistas y cineastas outsiders, con quienes se hallan perdidos en el underground, al margen de la cultura-negocio establecida, con los viejos bohemios también, con quienes, en resumen, han hecho de las letras una manera de vivir con autenticidad y a la contra, y no un mero trabajo que, si no es rentable, no interesa.
Esta nueva obra suya, Días de ruta, es algo así como la crónica poética de un año en la vida del autor; un año en que, de nuevo, el objetivo es compaginar la dura vida de representante de calzado con la posibilidad de ahorrar siquiera unos minutos de tiempo para dedicarlos a la poesía, a la escritura, a la vida cultural que le llena. Un año rezando mes tras mes, estación tras estación, «que nada te turbe / que nada te turbe / que nada te turbe», porque cuando consiga al fin sentarse ante el folio no esté tan cansado, tan desmoralizado, tan desengañado, que la vida deje de sorprenderle y le oculte su tesoro. Rezando mes tras mes por seguir siendo poeta, aunque ello conlleve esa frustración irreparable porque los versos nunca quedarán como soñaste; a cambio, a veces te asalta esa rara alegría, indescifrable, de estar haciendo algo, aunque sea inútil, y de conocer a otros, como tú, viciados hasta límites insanos por el mismo sueño.
Es poca cosa, ya lo sé, pero para algunos es toda la vida. Ya sé que esto no se entenderá, pero si tú, lector, encuentras pese a todo una lógica en esto, te aconsejo encarecidamente que leas el nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez, así como otros anteriores; con la advertencia, eso sí, de que aquí la poesía va en serio, no es una simple excusa para hacer bonitos marcapáginas; este es el territorio donde se salta sin red, se pelea sin guantes, se suda, se sangra, se tiembla con el mono, se aúlla y a veces, en los callejones oscuros, aparece algún cuerpo destripado.
No he leído el libro, ni lo conocía pero me encanta la introducción sobre la literatura que hace en su reseña, es una verdad que se inyecta, como Ud. mismo dice, en vena. Enhorabuena por poder expresarlo con palabras.
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