sábado, abril 13, 2013

Orgullo y prejuicio, Jane Austen

Trad. Marta Salís. Alba Editorial, Barcelona, 2012. 424 pp. 12 €

Ángeles Escudero

Este año se cumplen 200 años de la primera publicación de la novela de Jane Austen. La joven autora cambió First Impression por Orgullo y prejuicio, tras el rechazo inicial de su manuscrito. Aunque ambos títulos hacen referencia al mismo equívoco tan presente aún en nuestra cultura. Juzgar a primera vista, o emitir una valoración sobre alguien sin profundizar en su personalidad. El orgullo queda elegantemente representado por el altivo Señor Darcy, y a la impulsiva e inteligente Elizabeth Benet, le corresponde el prejuicio. Aunque no es difícil darse cuenta de que los roles que interpretan podrían ser intercambiables sin dificultad. La historia de amor-odio entre ambos constituye el tema central de la obra más popular de la autora británica. Pero quizás el encanto de la novela reside en que todo lo que contextualiza o enmarca esta relación nos hace entender los resortes (ya sean emocionales o económicos) que mueven la sociedad que dibuja. Por tanto para muchos es un error encasillarla en el género romántico, porque es mucho más. C.S Lewis sugiere que está más cerca del estilo realista inspirado por Fanny Burney, diciendo de ella que era sucesora literaria de Samuel Johnson. Harol Bloom, va más allá y considera que las heroínas de Austen, descienden directamente de William Shakespeare.
La novela gira en torno a la familia Bennet, un matrimonio de clase media que tiene cinco hijas. La señora Bennet está literalmente desesperada por encontrar un buen partido para las jóvenes sabiendo que, de no casarlas, a la muerte de su marido todas ellas perderán su casa y todos sus bienes ya que no han tenido ningún hijo varón. Quizás es su manera de rebelarse ante lo inevitable y lo terriblemente injusto de su sociedad, aunque su posición en la novela nos la presente como alguien interesada y a ratos odiosa, aunque con un peculiar sentido del humor.
En Orgullo y prejuicio, Austen retrata con precisión e ironía las costumbres de una época, la hipocresía imperante y la necesidad de conservar un determinado status quo. Sería un esbozo miniaturista y preciso, de las relaciones cotidianas que surgen en el entorno rural en el que viven los Bennet.
La cuidada edición de la novela que nos presenta Alba Editorial, así como su impecable traducción a cargo de Marta Salís, es una excusa de peso para su relectura. Es de justicia hacer referencia a las preciosas ilustraciones que se incluyen. Éstas, junto con las capitulares pertenecen a Hugh Thomson y están tomadas de la edición de Chiswick Press (Londres 1894).
Los diálogos de la novela son una emocionante e inteligente verbalización de las ideas, los sentimientos y las inquietudes de los protagonistas. En este sentido, es importante señalar que el gran éxito de Jane Austen se debe principalmente a la detallada caracterización psicológica de sus personajes. Las diferentes personalidades son las que otorgan sentido a su obra que, además, no pierde relevancia cuando se abandona la narración y la descripción y se centra en el terreno de lo coloquial. La autora crea la trama argumental valiéndose de eventos cotidianos, lo cual por otra parte le dan a la novela verosimilitud.
Es una novela muy visual, de ahí que haya sido llevada al cine en diferentes ocasiones. Aunque este año de su aniversario parece que nos deparará alguna sorpresa en forma de una peculiar versión de estilo “Indie”, o la excentricidad de una versión “gore” de temática zombie. En un sentido más clásico, destacaría la interpretación de Keira Knightley en la versión de Joe Wright, realmente fiel en lo referente a los diálogos, ya que reproduce literalmente gran parte de ellos. O la miniserie de la BBC donde Colin Firth se consagró como actor. De ambas es destacable la exquisita ambientación. En estas versiones de la pequeña o de la gran pantalla, le ponemos cara a los rostros de los personajes de la novela. Personajes variados y llenos de matices. Como por ejemplo los padres de las cinco hermanas Bennet. El señor y la señora Bennet, sin duda unos padres peculiares que por la relajación en sus costumbres y normas de urbanidad, probablemente fuesen una excepción en los estrictos y encorsetados convencionalismos de la época.
Elisabeth Bennet, la protagonista, refleja las contradicciones de todo ser humano. Es una mujer fuerte, valiente, amante de los paseos al aire libre y de lectura, y con unas opiniones que defiende con vehemencia. No asume el papel que como mujer le corresponde, se rebela ante la imposición del matrimonio, y no consiente doblegar su voluntad por los convencionalismos. No es exactamente libre, pero quiere serlo. El amor, será aquí un importante hándicap en sus legítimas aspiraciones, aunque rechaza el matrimonio concertado por su madre con el familiar que ha de heredar todo cuanto poseen al no haber tenido hijos varones. Sus palabras son relevantes y sus sentencias contundentes, se vale de la oratoria para ganar batallas, algunas incluso perdidas de antemano. Los debates dialécticos con el Señor Darcy, tienen mucha fuerza y rezuman emoción. Ambos reconocen en el otro, el propio orgullo que, en ocasiones, disfrazan los sentimientos. Sentimientos rotundos y demoledores cuando no se reconocen o cuando se confunden. Entonces llega la incomprensión, el alejamiento y el drama de no ser feliz lejos de lo que creías que era el problema, lejos de lo que te causa daño si está, y cuya ausencia es aun más dolorosa. Aunque tiene también gran importancia en el rechazo y alejamiento, el convencimiento de que el hombre que ella podría llegar a amar (o ya ama) ha causado un daño injusto e innecesario a su hermana. Eso sin olvidar la torpe declaración de amor. En ese momento, humilla a toda su familia por la falta de distinción aunque liberándola a ella de todos estos “males” que achaca a la familia Bennet.
No obstante, Elisabeth, no es un personaje plano. Su debilidad reside en lo emocional, a lo que se entrega con la misma fuerza que a todo aquello que merece la pena. Su contrapunto como mujer, como mujer feminista me atrevería a decir, viene de la mano de su amiga Charlotte y de su hermana Jane Bennet. Ella las quiere a ambas, pero no puede evitar juzgarlas porque representan, en parte y de diferente manera, lo que ella no quiere ser. Aquí habría que señalar la intensidad de las relaciones entre las mujeres de la novela y, principalmente, en ese triángulo que señalábamos. La amistad con Charlotte, y el amor por su hermana Jane, la hacen llevar la protección a un exceso de celo, y su implicación raya, sin lugar a dudas, el intervencionismo. Ser la salvadora que no puede salvarse a sí misma, parece ser su destino. Pero Jane Austen nos regala un final que no decepciona pues, lo que podríamos suponer una concesión en los rígidos principios de Elizabeth, queda resarcido por la sinceridad de sus sentimientos. Su padre, sorprendido e incluso escandalizado, sí parece resistirse, hasta límites carentes de sentido común, a una unión tan ventajosa. Pero sus escrúpulos no son sino una manifestación de la veneración por su hija, a la que desea que pueda respetar al que será su compañero. Sólo cede cuando sabe dos cosas: que ninguna imposición divina o humana la llevan a tomar dicha decisión y que su matrimonio será por amor.
Final feliz. Por una vez, perdonaremos esta debilidad.

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