María Dolors García Pastor
Allá por los años cincuenta, el escritor mexicano Juan José Arreola “fundaba” la aldea de F., le daba vida en su relato “El guardagujas”nombrándola por primera vez. Pero poco sabíamos de ella, apenas que había surgido de un accidente y que estaba llena de niños que jugaban entre la chatarra oxidada de un tren. No fue hasta mucho tiempo después que Las Microlocas se instalaron allí llenando de vida el lugar, convirtiéndolo casi en un ser vivo que late y respira, y todo ello bajo la sombra protectora de la escritora Clara Obligado. Así nació este libro escrito a ocho manos por cuatro mujeres imparables que se atreven con todo, y que se aventuraron a habitar una aldea como la de F., a veces tan inhóspita y hostil, donde la vida y la muerte se dan la mano y conviven entre misterios y leyendas.
¿Pero a qué es a lo que se atreven?, se preguntará el curioso lector. Pues a través de sus microrelatos, estas cuatro escritoras conversan entre ellas, se responden y se complementan, y van más allá revisitando a los clásicos del género, les replican, les homenajean y crean mundos propios a partir de esos otros mundos ajenos. Sus lecturas paralelas cuajan en visiones muy personales que son, al mismo tiempo, complementarias y están unidas por una potente poética común. Y así el resultado, el total, es superior a la suma de las partes. Un particular realismo mágico, que recuerda a aquel otro de Cristina López Barrio en La casa de los amores imposibles, le da la mano a grandes dosis de un refinado humor negro. Las historias que nos cuentan son muchas veces perturbadoras, y mezclan en cantidades bien mesuradas inocencia y crueldad. Las narraciones en torno a esta aldea desbordan sensualidad, son atrevidas y transgresoras.
Leer La aldea de F. es subirse a un tren que nos llevará a través del imaginario de sus autoras y a invadir el de muchos otros. Un tren en cuyos vagones viajan Raúl Brasca, Ana María Shua, Oliverio Girondo o Andrés Neuman, y en el que hasta los clásicos infantiles del cuento tienen su lugar. Las Microlocas nos transportan en el espacio y el tiempo, hasta otro tiempo que no se encuentra en ninguna parte, alumbrando un libro dinámico, lleno de vida, que transpira sudor y está impregnado de otros muchos fluidos corporales.
Nos recibe a las puertas de esta aldea el prólogo de Clara Obligado, culpable confesa de la unión de hecho de las Microlocas. Ella, que conoce al milímetro las interioridades de este lugar, nos cuenta, entre otras muchas cosas, que el espíritu fundacional del libro busca “revisitar la literatura latinoamericana” llevando a cabo una “apropiación desde la península”. Partiendo de la creación individual de cada pieza, y llevadas por la dinámica de grupo y la puesta en común que suele presidir los talleres de escritura, antes de La aldea de F. como ese todo compacto que es, hubo un proceso de debate y corrección conjuntos que constituye la esencia de la antología.
El libro nos ofrece la posibilidad de disfrutar de ciento cincuenta y cuatro microrrelatos divididos en cuatro partes que nos llevan a conocer los orígenes de F., o nos remiten a la muerte, el amor y la infancia. El diálogo interno de los microrelatos, las réplicas, reescrituras y homenajes que de textos propios y ajenos hacen las escritoras, nos sumerjen en un juego de espejos de posibilidades infinitas. Publicado en enero en México, llega a España para quedarse y, estoy convencida, que para hacer mucho ruido.
Estupenda reseña, recoge muy bien la esencia del libro, que tuve la oportunidad de leer y es sorprendente. Sólo una corrección: son 154 relatos, no cincuenta y cuatro. Por lo demás, enhorabuena.
ResponderEliminarGracias por una lectura preciosa de nuestra aldea, un abrazo grande! Isabel
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