Guillermo Busutil
Hace tiempo que el periodismo cambió sus zapatos por un teléfono. No lo hizo por los callos. Tampoco por el cansancio. La razón es que para las empresas es más rentable, sobre todo en épocas de crisis, que sus reporteros investiguen en internet o que se trabajen confidencias a través de los móviles de políticos, gabinetes de prensa y personajes famosos. Eso de salir, escudriñar, contrastar es pasado. Es habitual que en las ruedas de prensa sólo pregunte un plumilla, casi siempre un interrogante relacionado con cifras (¿de dónde vendrá esa obsesión por los guarismos?), y que los compañeros de gremio, que no de afecto, recojan su demanda y las respuestas o que apenas existan periodistas que sepan contar con un lenguaje directo, descriptivo y literario la realidad que han cazado. La floritura, la tensión del lenguaje, ha quedado para algunos talentos que escriben de deporte o de toros; el resto desconoce que el adjetivo es el color del sustantivo, que el verbo es la acción de la historia. Es posible, muy posible, que con la subida del IVA desaparezcan los rotativos locales, igual que han cerrado otros medios de comunicación. Hoy día muchos obreros de este oficio fuman en las colas del paro o recorren las ciudades como vagabundos excluidos de la realidad, como sombras de los callejones sin salida que en una época fueron su campo de trabajo. Sin embargo hubo un tiempo en el que el periodismo se convirtió en literatura al día, en un espejo que reflejaba la vida, las miserias, las grandezas, las pequeñas historias que nos enriquecían la mirada. A esa época dorada pertenece Gay Talese, creador del nuevo periodismo, junto a su elegante "gemelo" Tom Wolfe, que en este país y especialmente en provincias nunca gozó de predicamento empresarial. Un Gay Talese que es una vieja marca de calidad, de compromiso, de innovación en una actividad que durante siglos ha contado historias.
La editorial Alfaguara que nos haya regalado excelentes piezas de Talese, como Honrarás a tu padre, La vida secreta de los maniquíes o Retratos entre otros libros suyos, nos entrega ahora Vida de un escritor donde el lector y también los estudiantes de periodismo que no sueñan con ser funcionarios (profesión estable, actualmente desacreditada y en reconversión) y sí con convertirse en transeúntes entre la realidad oficial y sus trastiendas, a los que les guía su oído y su olfato; dos viejas cualidades o armas actualmente en desuso, conocerá los inicios de este maestro al que con quince años su entrenador de béisbol le encargó que hiciera una crónica de los partidos para un diario local. Está claro que el talento nace y se forma entre la infancia y la adolescencia. Sabrán que su gusto por los trajes impecables es la herencia de un padre sastre de Calabria que vestía con raya diplomática a la mafia siciliana de Nueva York o que a su boda en Roma acudieron Fellini y Mastroianni. Hay algunas referencias más a su vida diaria en Nueva Jersey, a su vocación, a su fascinación por el restaurante de Elaine Kaufman, corazón de los escritores e intelectuales bohemios y a sus afectos por personajes anónimos, aunque la mayoría de las páginas se centran en algunos de los artículos que no llegó a publicar en el New York Times, donde entró en 1953. Talese, que sorprendió con sus ágiles diarios y su manera de desvelar, a través de pequeños detalles y de rutinas, las personalidades de Kennedy, de Sinatra y de otras celebridades, al igual que las vidas de los trabajadores que levantaban los modernos puentes norteamericanos, no consiguió editar sus historias acerca de Lorena Bobbit, la mujer que castró a su marido abusador; la del viejo depósito de la calle 63 en el que estaba grabada la historia de la ciudad o la historia de la jugadora china de fútbol que erró un penalty en la final del mundial femenino entre otros reportajes.
No obstante, Vida de un escritor, es un libro magnifico en el que Talese despliega las claves de su estilo, su incombustible curiosidad, su manera de empaparse de lo que oye y lo que ve, la mirada que le permite escoger el pequeño detalle revelador de la historia, la exigencia de encontrar, cuidar y mimar el tema sobre el que escribe, la exigencia del lenguaje que equilibra registros coloquiales, minuciosas descripciones y un ritmo literario, además de otras delicias que desvelan la cocina literaria de un maestro que empezó tomando notas en los cuellos almidonados de las camisas, que continúa arrancando sus relatos a mano antes de pasarlos a máquina y que considera que escribir es como conducir un camión por la noche sin luces y sabiendo que puede perderse en medio de la carretera. Un periodista que nos enseñó a muchos que la vida se cuenta a pie de calle.
Que certero tu retrato de nuestra profesión. Pobre periodismo...
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