Care Santos
Me pregunto qué lectores va a tener esta excepcional novela de Marie-Aude Murail en nuestro país. ¿Lectores desprejuiciados que compren un título de un sello juvenil sin pensar que rebajan su nivel de exigencia? ¿Adolescentes adictos a las librerías que gastan sus ahorros en novelas? ¿Padres de estudiantes de secundaria que no se escandalizan porque uno de los mejores personajes de la novela sea homosexual o que no se ofenden al leer una despiadada crítica hacia la clase media? ¿Estudiantes capaces de leer sin prejuicios, capaces de captar las sutilezas de un diálogo brillante y cautivador, así como los muchos matices de unos personajes seductoramente humanos o los golpes de ingenio de una autora cuyo nombre es garantía de buena literatura?
De todos ellos encontrarán estas páginas, estoy segura. Pero no nos engañemos: los lectores que esta novela necesita no abundan en nuestro país. Ni abundarán si la enseñanza se abarata y permitimos que triunfen ideas supuestamente modernas pero igual de paupérrimas (intelectualmente) como, por ejemplo, el imperio de lo políticamente correcto.
Me preguntaba, con tristeza, mientras leía estas páginas: ¿cuántos profesores de secundaria fascinados por la historia y el modo de contarla no se atreverán a mandarla leer a sus alumnos? Y, a pesar de todo, qué enriquecedor sería que se atrevieran a hacerlo, que la defendieran ante los padres airados, que la explicaran a sus alumnos confusos ante ciertas situaciones. Y no sólo porque nos hallamos ante una buenísima novela, sino porque sus páginas generarían con toda seguridad un debate rico y variado, tan cargado de matices como las propias escenas que viven los personajes, en las que los lectores podrían hacer eso que tanto se desea como efecto secundario de una lectura: tomar postura, reflexionar y, sobre todo, disfrutar.
Marie-Aude Murail siente predilección por contar historias en que los protagonistas viven en la más absoluta desprotección. Quien conozca su anterior entrega, Simple, sabrá de qué hablo. Murail habla de las víctimas más inocentes y más débiles de todas: los menores. Niños o jóvenes desamparados, dejados al cuidado de alguien tan débil como ellos o, simplemente, abandonados. Es el caso de los tres hermanos Morlevent, los protagonistas de esta historia, que en el primer capítulo han perdido a su padre —fugado— y a su madre —suicida después de ingerir un producto de limpieza doméstico— y quedan bajo la tutela del estado y la mirada atenta de una jueza de menores. Será esta jueza, un personaje magnífico ¬—insegura, apasionada y adicta al chocolate— quien se encargará de buscar quien se haga cargo de los niños entre sus únicos parientes: una hija no biológica del padre que resulta ser una pija con deseos de ser mamá de una niñita rubia y guapa y un medio hermano irresponsable y homosexual, que tiene una particular y excéntrica manera de vivir.
Con estos ingredientes y a ritmo de comedia, Murail nos retrata la peor situación a que pueden enfrentarse tres menores desprotegidos. Nos permite llegar comprender a todos los personajes que gravitan alrededor de ellos gracias a su capacidad innegable para matizar, profundizar y analizar. Nos sirve un par de personajes sencillamente inolvidables. Nos obliga a sonreír y a reír en multitud de ocasiones y, al fin, cierra con redobles un argumento que nos ha proporcionado todo lo que se puede esperar de una buena novela.
De todos ellos encontrarán estas páginas, estoy segura. Pero no nos engañemos: los lectores que esta novela necesita no abundan en nuestro país. Ni abundarán si la enseñanza se abarata y permitimos que triunfen ideas supuestamente modernas pero igual de paupérrimas (intelectualmente) como, por ejemplo, el imperio de lo políticamente correcto.
Me preguntaba, con tristeza, mientras leía estas páginas: ¿cuántos profesores de secundaria fascinados por la historia y el modo de contarla no se atreverán a mandarla leer a sus alumnos? Y, a pesar de todo, qué enriquecedor sería que se atrevieran a hacerlo, que la defendieran ante los padres airados, que la explicaran a sus alumnos confusos ante ciertas situaciones. Y no sólo porque nos hallamos ante una buenísima novela, sino porque sus páginas generarían con toda seguridad un debate rico y variado, tan cargado de matices como las propias escenas que viven los personajes, en las que los lectores podrían hacer eso que tanto se desea como efecto secundario de una lectura: tomar postura, reflexionar y, sobre todo, disfrutar.
Marie-Aude Murail siente predilección por contar historias en que los protagonistas viven en la más absoluta desprotección. Quien conozca su anterior entrega, Simple, sabrá de qué hablo. Murail habla de las víctimas más inocentes y más débiles de todas: los menores. Niños o jóvenes desamparados, dejados al cuidado de alguien tan débil como ellos o, simplemente, abandonados. Es el caso de los tres hermanos Morlevent, los protagonistas de esta historia, que en el primer capítulo han perdido a su padre —fugado— y a su madre —suicida después de ingerir un producto de limpieza doméstico— y quedan bajo la tutela del estado y la mirada atenta de una jueza de menores. Será esta jueza, un personaje magnífico ¬—insegura, apasionada y adicta al chocolate— quien se encargará de buscar quien se haga cargo de los niños entre sus únicos parientes: una hija no biológica del padre que resulta ser una pija con deseos de ser mamá de una niñita rubia y guapa y un medio hermano irresponsable y homosexual, que tiene una particular y excéntrica manera de vivir.
Con estos ingredientes y a ritmo de comedia, Murail nos retrata la peor situación a que pueden enfrentarse tres menores desprotegidos. Nos permite llegar comprender a todos los personajes que gravitan alrededor de ellos gracias a su capacidad innegable para matizar, profundizar y analizar. Nos sirve un par de personajes sencillamente inolvidables. Nos obliga a sonreír y a reír en multitud de ocasiones y, al fin, cierra con redobles un argumento que nos ha proporcionado todo lo que se puede esperar de una buena novela.
Le había echado el ojo porque me fío del criterio de Noguer, y después de leer tu reseña solo puedo decir que tengo que leer esta novela. Creo que encajo en el grupo de "adultos sin prejuicios que leen literatura juvenil sin pensar que rebajan las exigencias", pues leo tanto literatura adulta como juvenil y, cuando son buenas, ambas me satisfacen por igual.
ResponderEliminarMe gusta lo que nos cuentas sobre el libro porque disfruto con las historias con buenos personajes y temas complicados, pero sobre todo me gusta que te haya provocado esa reacción de creer que es casi necesario que esta novela se lea y se dé a conocer. A veces me siento impotente al descubrir una obra que por un motivo u otro merece ser muy leída pero no lo es, así que nada, voy a poner mi granito de arena y buscaré este libro.
Saludos.