Ignacio Sanz
¿Cuántas realidades caben dentro de la realidad? O, dicho de otro modo, ¿qué oscuros misterios se esconden detrás de ese tipo de apariencia normal, que viste de manera convencional al que si nos dirigimos para que nos oriente por la situación de una calle y nos responde con un resoplido o nos dice que a él qué le importa, que acaba de llegar de las Batuecas y allá te pierdas tú, estúpido transeúnte desmañado?
Miguel A. Zapata indaga sobre esos tipos aparentemente normales con los que nos cruzamos cada día en la calle. Pero esos tipos somos nosotros mismos, el ser misterioso y oculto que a veces hace cosas que extrañan al ciudadano convencional que también somos. Es decir, hurga en una realidad poco visible, casi oculta, que emerge solo de cuando en cuando, una realidad que apenas tiene presencia normalizada, pero que está ahí, latente, por más que tratemos de esconderla.
Esquina inferior del cuadro, título de uno de los cuentos, alude precisamente a esa zona de misterio en la que mi amigo, el pintor Ángel Cristóbal, retratista cabal de bodegones, suele explayarse con pinceladas o atmósferas abstractas. Porque siente fascinación por la pintura abstracta, pero él es realista a ultranza. Esa dicotomía entre la realidad y el deseo, entre la apariencia y lo que se esconde detrás, las oscuras realidades, los sueños ocultos, es la materia que alimenta los once relatos de este libro, dividido en tres apartados.
Los cuentos, como puede sospechar el lector, son a menudo desasosegantes. A veces uno siente como si le restregaran un manojo de ortigas por el estómago. Qué barbaridad. “En flor”, el primero y el más largo, tiene como protagonista a un extraño primo del narrador. Y es curioso, porque ese primo nos resulta familiar. No precisamente como primo, pero sí como vecino o como aquel compañero extraño a quien conocimos en el colegio y que luego perdimos de vista. En esos tipos insólitos fija Zapata su mirada y nos los trae a primera línea y descubre, para nuestro horror, que a veces nosotros mismos escondemos alguna rareza propia de aquel primo extraño.
En “Inventario de tedios” las protagonistas son dos mujeres solteras, casi místicas, que subliman su soledad como hacían tantas monjas en los conventos y esa sublimación las arrastra por un tobogán de pasiones.
Es fácil invocar a Kafka por la afinidad del mundo monstruoso que se retrata con apariencia de cotidianidad. También se podría invocar a Poe. Pero leyendo estos cuentos, acaso por el estilo neutro y objetivista, me he acordado del Martín Santos de Tiempo de silencio. Porque si algo destaca es este libro es el estilo poderoso, el absoluto dominio del lenguaje, la capacidad para crear ambientes intranquilizantes.
En definitiva, estamos ante un maestro del cuento del horror, aunque en este caso, el horror no aparece necesariamente en paisajes siniestros, sino en escenario normales; casas de vecinos o casas de campo en principio nada sospechosas que dan cobijo a estas historias inquietantes porque , aunque hablan de seres extraños, a veces espeluznantes. Sobre todo porque , aunque hablen de otros, no dejan de hablar también de una parte oculta de nosotros mismos.
De este autor me leí "El vacio y el centro" publicado por Fuentetaja . Me encantó
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