Ariadna G. García
Sarah Waters es, sin duda, uno de los grandes genios de la literatura británica de los últimos tiempos. Aclamada por la prensa internacional desde su primer libro (El lustre de la perla, 1998), ha ido creando una obra crítica y testimonial tanto de la sociedad victoriana, como de la Inglaterra que vivió y padeció las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Sus personajes ven la realidad desde la frustración civil y la afectiva, desde la ambigüedad y el caos de un mundo siempre en movimiento. Ni siquiera ellos mismos son lo que parecen, se van transformando hasta encontrarse o perderse. Quizás por eso, porque Waters susurra sus historias (hermosas, desgarradas) a nuestros deseos más ocultos, a la máscara que llevamos para vivir en comunidad, sus novelas arrasan en las listas de ventas. Sus argumentos sólidos, sus tramas bien urdidas, las sórdidas y complejas redes sentimentales que atrapan y, en ocasiones. asfixian a sus personajes, han cautivado, además, a los productores de la BBC, que han llevado a la pequeña pantalla casi todos sus libros. Afinidad (1999) fue adaptada al cine en 2008.
El ocupante, como su predecesora (Ronda nocturna, 2006), está ambientada en la Inglaterra de 1947, es decir, en el año que marca el fin del imperialismo británico, con la independencia de la India. Estamos en la época del declive nobiliario, del auge del laborismo y de la clase obrera. En cierto sentido, la obra recuerda a Los restos del día (Kazuo Ishiguro, 1989). En ambas, un narrador en primera persona nos describe el deterioro de una mansión victoriana, y en contraste, gracias a la memoria individual y colectiva, relata su antiguo el esplendor en los Felices Años 20. Darlington Hall y Hundreds Hall comparten, pues, un mismo significado: son símbolos imperiales y de decadencia.
Hasta aquí, el libro de Waters podría pasar por una novela histórica. Pero El ocupante es mucho más que eso.
La obra gira en torno a la familia Ayres, compuesta por la Señora Ayres, apesadumbrada por la muerte de su primera hija; Roderick, su primogénito, veterano de la Royal Air Force; y Caroline, antigua enfermera de la Royal Navy, en edad de buscar esposo. El narrador, el doctor Faraday, de origen humilde (su madre fue sirvienta de la casa) acude a Hundreds Hall para curar las dolencias de Betty, la criada de hogar, aunque con el pretexto de sanar la rodilla maltrecha del joven hacendado, poco a poco se convertirá en un asiduo de la mansión.
Pero a su alrededor, entre las paredes, detrás de los objetos cotidianos, y en el techo, parece que habitase otra presencia. Los golpes, los ruidos, las extrañas marcas que se empiezan a ver, y el progresivo trastorno mental de cada miembro de la familia, inducen a pensarlo. De manera que pronto, contienden en el libro dos actitudes para resolver el misterio: una científica (avalada por Faraday) y otra supersticiosa (sostenida por Betty).
Escrita con un estilo elegante, minucioso y detallista, la obra revela la maestría de Sarah Waters para construir escenas y para desarrollar la psicología de sus personajes. Éstos, a su vez, se explican a sí mimos y a su momento histórico. A través de ellos vamos siendo testigos de los cambios que introdujo en el país el Partido Laborista, tras su triunfo en las elecciones de 1945: la creación de un servicio nacional de salud pública, y la implantación de la Seguridad Social, entre otros. También asistimos con ellos a la crisis financiera del Estado. La obra finaliza en 1948, año de los Juegos de Londres, que pasaron a la historia del movimiento olímpico con el sobrenombre de Juegos de la Austeridad. Y no era para menos, los atletas, a falta de otro sitio, dormían en los antiguos barracones militares.
Quien no haya leído El ocupante, está de enhorabuena. Se va a enfrentar a la lectura de unas 530 páginas terroríficas, enigmáticas y extremadamente manipuladoras. Una delicia para los amantes de la buena literatura.
la adelantaré varias casillas en la estantería de espera
ResponderEliminarLo mismo digo: una crítica sensacional.
ResponderEliminarSMC