miércoles, marzo 16, 2011

Orfeo en Nueva York, Fernando del Val

Difácil, Valladolid, 2011. 111 pp. 14,44 €

José Manuel de la Huerga

Otra vez Nueva York. Poeta en NY. Cuaderno de NY. JRJ en NY. Y ahora, rizando el rizo clásico, Orfeo en NY. Escribe el poeta Fernando del Val: «sólo hay imágenes inconexas/ a ellas se puede llegar en metro/ las veinticuatro horas».
El libro de apuntes del poeta es de larga tradición. Los poetas siempre llevan encima libretitas, papelitos garabateados. Y más aún, si los ojos del poeta son traspasados por los del periodista, incluso diría vampirizados. Es lo que tiene trabajar con las barajas mezcladas. Los apuntes del natural que obligan al periodista que quiere comer y pagar las facturas son traspasados por el poeta vate vago que se queda maravillados con el edificio que rasca el cielo e intuye en su altura desnucante al rey Kong con la rubia tiernamente cogida en su manaza.
Pero, y ahí radicará la novedad de Fernando del Val, ¿qué ocurre cuando un cruce de caminos clásicos atraviesa la ciudad escandalosa? A veces, la mueca expresionista: «oí un ladrido en la calle treinta y tres/ miré por ver si era hécuba exiliada». Otras, la broma macabra: la novena avenida se confunde con la novena de Beethoven, en homenaje a José Hierro. O el grito del ubi sunt?: «quién baja hoy a los infiernos como Orfeo/a desmancillar la justicia y darse un baño de multitud // quién baja hoy a los infiernos/aparte de los hollinados trabajadores del metro»”
Pero debería haber empezado por el principio, aunque me salvo con lo de las imágenes inconexas. Este poemario comienza con un hermoso poema que voy a fusilar completo. Es hermoso, es un hermoso pórtico, desalentador como pocos, pero que deja bien clara la posición de los ojos del poeta, su actitud ante el mundo: «no existe la pausa/ no existe el sigilo/ no existe la métrica/ no existe el compás// no existe la elipsis el reposo la medida/ el discreto caminar de los paquidermos// no existe la prudencia/ no existe la poesía// quieren sacarle los ojos al silencio// con dedos que parecen tenazas»
No hay lugar para la poesía en la NY de todas las naciones. Orfeo canta y no recibe el eco de su melodía, la voz se apaga en el tráfico de la urbe. Es un poema contenido, exacto, como la soledad del héroe que nadie sabe que lo es, y viaja en el metro callado.
Orfeo en NY es, por tanto, poesía política, vuelta a la mitología clásica, a su teatro, acaso como superación y hartazgo de la tan famosa frase por la que Marinetti pasó a la historia de la literatura. No, no es verdad, señor Marinetti, la Victoria de Samotracia, decapitada, con un ala mal cosida, tuvo que ser de una belleza sin par en la proa del barco griego, y es hoy de una belleza sin par en la subida de las escaleras en la galería del Louvre, porque forma parte de los mitos que siguen transitando las avenidas descoyuntadas de nuestra ciudad de Occidente. Aunque, para lo que nos vale…
Buscamos referencias clásicas en un lugar que las ha desvirtuado, o ha creado las suyas propias tan casposas: «Audrey Hepburn/ eterna/ con su tocado sus gafas su collar/ se arranca los guantes/ para ir al servicio/ y poderse limpiar más plácidamente el culo»
El poemario se completa con Prospect York, más apuntes del periodista con la sabiduría atravesada del poeta. Del Val sabe que NY es la quintaesencia de nuestra cultura, su pudridero perfecto, ahí daremos con nuestros huesos, con los de Truman Capote, con los de León Felipe, de quien siempre nos olvidamos, con los de los gatos perseguidos y esquilmados y los niños chicanos que revientan las pompas de agua para bañarse en la ciudad isla. NY de todas las naciones. NY para acarrear lo poco bueno que nos queda, la mirada de Orfeo, viejo, que canturrea una melodía que olvidó, buscando qué chica…, cómo se llamaba… Ay, los años no perdonan. Y qué frío hace, Dios…

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