martes, marzo 15, 2011

El perro que comía silencio, Isabel Mellado

Páginas de Espuma, Madrid, 2011. 128 pp. 14 €

Miguel Baquero

Tengo la costumbre, cuando leo un libro, de ir subrayando las frases que me parecen especialmente llamativas, en especial por lo novedoso, por lo poético, por lo distinto. Libros hay que se escapan (seguramente por mi torpeza) sin ningún rayajo; y otros como El perro que comía silencio, el primer volumen de relatos de la escritora chilena Isabel Mellado, que cuando llego a la última página y echó la vista atrás, encuentro llenos de líneas, de asteriscos, de notas al margen. Pero, por encima de esas impresiones súbitas, cuando uno concluye de leer este volumen de cuentos tiene la impresión de haber recorrido un pequeño edifico fascinante, de habitaciones lujosamente amuebladas, salones amplios, balcones con hermosas vistas, pero también pequeños cuartos íntimos y acogedores, e incluso trasteros misteriosos que esconden algún secreto. Una casa pequeña, pero llena de literatura.
“Hoy mi espejo se puso furioso porque llegué tarde a la cita matutina”, “observo esta mascota flaca que se llama cuerpo”, “entre el antes y el después no siempre hubo un ahora”, “el chirriar de la luna”, “si el reloj hiciera tac tic, ¿las cosas cambiarían”… son algunas de las frases y metáforas que he ido subrayando a lo largo del libro, pero el lector, a buen seguro, encontrará otras, de igual o más calidad. Porque El perro que comía silencio es una verdadera exhibición de lenguaje lírico bajo la forma de cuentos, un ejercicio, en ocasiones realmente exquisito, de imágenes nuevas, de comparaciones nunca planteadas, de situaciones diferentes.
El libro se compone de tres partes, aunque la melodía suena uniforme a lo largo de todas ellas: “Mi primera muerte”, donde los cuentos abarcan todo tipo de situaciones de la vida común (espléndido el cuento en que un viajero cambia de identidad con cada tren que toma); “La música y el resto”, donde los relatos se hallan centrados en el mundo de la música, las situaciones, los intérpretes, el público de los conciertos (la autora es violinista en la Orquesta Filarmónica de Berlín); y por último “Huesos”, la tercera parte, compuesta de pequeñas frases, metáforas, ideas, que poco tienen que envidiar a las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna, y que incluye también dibujos a vuelapluma de la propia autora.
El conjunto, aunque pudiera parecer un material disperso, está unido por un sentimiento poético sincero y genuino, que no se acoge a sensaciones comunes ni a tópicos líricos. Resulta sorprendente, para una primera obra, que su autora haya decidido arriesgarse con una propuesta nueva y ajena a lo trillado. Y aunque, como peaje inevitable, alguna vez, algún cuento, descienda en el nivel de calidad (“Eternidad 77x53”), o alguna de estas nuevas greguerías no consiga alzar el vuelo, el precio merece, sin duda, la pena ante el resultado final. No se puede ser sublime constantemente, e Isabel Mellado alcanza lo sublime en muchas partes de este pequeño libro, de lectura, y aun mejor, de relectura muy aconsejable.

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