Acantilado. Barcelona, 2010. 176 pp. 16 €
Victoria R. Gil
No hay terceras personas estuvo a punto de titularse A ella no le gusta que se sepa, uno de los diez cuentos que, bajo la apariencia del humor, esconden una acidez que perdura en el ánimo del lector inadvertido. En palabras de la propia autora, descartó ese título por ser “demasiado poético”, una decisión acertada, porque la colección de relatos que nos ofrece se acerca más a la despiadada caricatura que a la candencia de un soneto. Con una espoleta de efecto retardado camuflada entre sus páginas, este libro se lee con la ligereza de un soufflé y se digiere con la lentitud de una fabada. Y la sonrisa con que se juzgó desde la distancia lo ridículo y hasta lo esperpéntico de sus personajes se convierte días después en una sutil desazón que no da tregua. ¿Cuánto hay de uno mismo en esos hombres y mujeres ocupados en lo superfluo y detenidos en la estupidez?
Con una ironía que desemboca las más de las veces en humor negro, Empar Moliner nos ofrece una muestra de lo más patético de la condición humana, desde la necia peluquera del cuento que abre el libro, La sesión de maquillaje, doblemente ciega por su ufana ignorancia y por su obcecada indiferencia, hasta el mediocre periodista de La contra, quien combate su torpeza con argucias de trilero. Mezquinos los unos, ineptos los otros, egoístas todos, así son los protagonistas de No hay terceras personas, que componen, además, como ese título que ya es un cliché en las rupturas de pareja, un estereotipo del que la autora se burla sin la menor compasión. Quizás la crueldad que no falta en algunos de estos retratos busque, en el fondo, que el reflejo deformado de nosotros mismos nos haga reaccionar.
No tiene Empar Moliner la culpa del escalofrío que nos recorre durante la lectura de La pregunta es: ¿Por qué este cambio de registro?, con esa más que madura mujer obstinada en luchar contra el tiempo provista de cosméticos y cocaína; o de La Guía Michelín, donde los propietarios de un restaurante disfrazan su decadencia con artimañas de patio de colegio. La autora catalana no ha hecho más que volcar en estos diez relatos lo más grotesco de nuestra sociedad, y en este siglo XXI, más cambalache aún que el anterior, “donde uno vive en la impostura y otro roba en su ambición”, ¿quién se libra del juego de las apariencias? «El viernes por la noche mantienen las luces abiertas y el personal en el restaurante, como si dentro hubiese clientes. A las once –una hora en la que ya no aceptarían a nadie a cenar— envían a todo el mundo a casa. Si hubiese venido alguien (algo bastante improbable) le habrían dicho que el restaurante estaba cerrado al público porque había unos vips. La gente, cuando dices esto, siempre piensa que ha venido el Rey».
No hay terceras personas es el tercer libro en castellano que edita Acantilado de esta autora catalana, que fue actriz de teatro y cabaré, como gusta de recordar, y compagina ahora su trabajo como periodista con una escritura que se acerca a la crónica social, entreverada de todo el sarcasmo y la mala leche de que es capaz. Y es capaz de mucho. Léanlo y me darán la razón.
Victoria R. Gil
No hay terceras personas estuvo a punto de titularse A ella no le gusta que se sepa, uno de los diez cuentos que, bajo la apariencia del humor, esconden una acidez que perdura en el ánimo del lector inadvertido. En palabras de la propia autora, descartó ese título por ser “demasiado poético”, una decisión acertada, porque la colección de relatos que nos ofrece se acerca más a la despiadada caricatura que a la candencia de un soneto. Con una espoleta de efecto retardado camuflada entre sus páginas, este libro se lee con la ligereza de un soufflé y se digiere con la lentitud de una fabada. Y la sonrisa con que se juzgó desde la distancia lo ridículo y hasta lo esperpéntico de sus personajes se convierte días después en una sutil desazón que no da tregua. ¿Cuánto hay de uno mismo en esos hombres y mujeres ocupados en lo superfluo y detenidos en la estupidez?
Con una ironía que desemboca las más de las veces en humor negro, Empar Moliner nos ofrece una muestra de lo más patético de la condición humana, desde la necia peluquera del cuento que abre el libro, La sesión de maquillaje, doblemente ciega por su ufana ignorancia y por su obcecada indiferencia, hasta el mediocre periodista de La contra, quien combate su torpeza con argucias de trilero. Mezquinos los unos, ineptos los otros, egoístas todos, así son los protagonistas de No hay terceras personas, que componen, además, como ese título que ya es un cliché en las rupturas de pareja, un estereotipo del que la autora se burla sin la menor compasión. Quizás la crueldad que no falta en algunos de estos retratos busque, en el fondo, que el reflejo deformado de nosotros mismos nos haga reaccionar.
No tiene Empar Moliner la culpa del escalofrío que nos recorre durante la lectura de La pregunta es: ¿Por qué este cambio de registro?, con esa más que madura mujer obstinada en luchar contra el tiempo provista de cosméticos y cocaína; o de La Guía Michelín, donde los propietarios de un restaurante disfrazan su decadencia con artimañas de patio de colegio. La autora catalana no ha hecho más que volcar en estos diez relatos lo más grotesco de nuestra sociedad, y en este siglo XXI, más cambalache aún que el anterior, “donde uno vive en la impostura y otro roba en su ambición”, ¿quién se libra del juego de las apariencias? «El viernes por la noche mantienen las luces abiertas y el personal en el restaurante, como si dentro hubiese clientes. A las once –una hora en la que ya no aceptarían a nadie a cenar— envían a todo el mundo a casa. Si hubiese venido alguien (algo bastante improbable) le habrían dicho que el restaurante estaba cerrado al público porque había unos vips. La gente, cuando dices esto, siempre piensa que ha venido el Rey».
No hay terceras personas es el tercer libro en castellano que edita Acantilado de esta autora catalana, que fue actriz de teatro y cabaré, como gusta de recordar, y compagina ahora su trabajo como periodista con una escritura que se acerca a la crónica social, entreverada de todo el sarcasmo y la mala leche de que es capaz. Y es capaz de mucho. Léanlo y me darán la razón.
Yo lo he leido y es genial.Totalmente recomendable para leer y regalar. Me encanta el cinismo de Empar Moliner.
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