El Páramo, Córdoba, 2010. 124 pp. 15 €
Pedro M. Domene
En la narrativa breve existe, desde siempre, la posibilidad de conseguir la primacía de la sugerencia, porque los cuentos operan con un doble sentido, con esa cierta ambigüedad que les otorga el lenguaje, con eso que podríamos denominar intertexto; es decir, la alusión directa e indirecta a situaciones previas y conocidas, singularidades extensibles en este caso a los cuentos de Antonio Luis Ginés (Iznájar, Córdoba, 1967), capaz de preparar al lector para que, una vez leídas las historias que contiene, El fantástico hombre bala (2010), desarrolle algunas de sus intuiciones sin que el propio autor se vea obligado a contarlo todo. Sus textos surgen de ese elaborado proceso de una singular experimentación creadora que bien puede brotar de lo cotidiano, esa extraña cercanía que nos resulta exultantemente real, pero donde se supone que existe, paralelamente, una ambiciosa pretensión de encerrar, con el lenguaje, una permanente visión trascendente de nuestro mundo.
Antonio Luis Ginés nos permite imaginar momentos deliciosos, esbozar un placentero paréntesis con la lectura de su primera entrega narrativa, un volumen de cuentos de una variada extensión, tras haber entregado a la imprenta cuatro poemarios hasta el momento, Cuando duermen los vecinos (1995), Rutas exteriores (1998), Animales perdidos (2005) y Picados suaves sobre el agua (2009). Hesse afirmaba que «no había que hacer a este cómico mundo el honor de tomarlo en serio» y algo así se desprende de muchos de los relatos incluidos en El fantástico hombre bala, una colección que su autor divide en dos amplios apartados, «Profesionales», que reúne los primeros diez cuentos, y «Bajo la carpa», el resto, diecisiete más, que completan el libro. Una singularidad caracteriza a la mayoría de estas historias, algunas se centran en obsesivas actitudes ante la vida y el narrador concluye muchas de ellas con una ácida visión absurda de la misma, además de un profundo sentido del humor, y, tal vez, por eso, sus mejores relatos se sustentan con tipos extravagantes que, de alguna manera, bajo la extensa carpa de un circo y su mundo, se disponen a vivir una vida que, en este caso, sea fundamento de una singular escritura. El talento de Antonio Luis Ginés se muestra en el planteamiento de las situaciones y en la agilidad de muchos de sus diálogos. Sus mejores relatos evocan situaciones disparatadas, como ocurre en «Kamikaze», una pasión amorosa de pretensiones insospechadas, sino fuera porque sus protagonistas están muy lejos de ese furor juvenil; o el reto de una cita a ciegas en «La cicatriz», y ese final en «La última copa», la sorpresa, con la explicación de la protagonista, que cierra el relato y de alguna manera la sección que Antonio Luis Ginés titula, Profesionales. La concisión y, sobre todo, la plasticidad caracteriza a este grupo de relatos, cuya brevedad en algunos, se acerca y asimila al microrrelato, con sus acertadas posibilidades expresivas porque, entre otras muchas similitudes, el género ofrece una relación inversamente proporcional entre la extensión y la intensidad y, por supuesto, muestra el reverso insospechado de lo que cualquiera pudiera aceptar como una realidad.
En el siguiente bloque, Bajo la carpa, las actividades de los protagonistas contrastan con la vida cotidiana, resultan peripecias personales, seres anónimos de unas no menos profesiones casi perdidas, en un hipotético circo Tinglin: «Domador», «La mujer barbuda», «Mago», «Contorsionista», un extraordinario, «El fantástico hombre bala», donde mezcla la cruda realidad, una obsesiva premonición, el adulterio, con la fantasía con que singulariza a este personaje instantes antes de ser lanzado al vacío en mitad de la arena del circo. Muchos de los protagonistas de esta sección son individuos solitarios, condenados a la incomunicación por su condición de vivir unas profesiones extraordinarias o fantásticas. El humor que nos proporcionan algunos de estos relatos, el contraste entre sus personajes, «El forzudo», «La mujer pantera», «El ilusionista», «Trapecista», la ironía y la agilidad verbal corroboran, de alguna manera, el talento del escritor Antonio Luis Ginés para desarrollar argumentos policíacos, amorosos, políticos, eróticos, cotidianos, hechos en mitad de un circo como la vida misma, mezclados con una atmósfera densa que alterna con la perplejidad con que el lector queda en muchos de estos cuentos. En el mundo del narrador cordobés domina lo exagerado, lo raro, en ocasiones, la falta de proporción que expresa a través de un prosa que se despliega, que resulta directa, poco enfática y retórica como corresponde a un buen relato. En suma, los cuentos de Antonio Luis Ginés, provocan una ruptura de la realidad con la aparición de algunos hechos extraordinarios porque su mundo, aun siendo real, analiza el desorden, la inconsistencia y el sinsentido de lo contemporáneo, provocando que el lector vea desde otro ángulo.
La editorial El Páramo acierta con su colección, Relatacuentos, entrega una estupenda edición ilustrada, con mucho acierto, por Alicia Gómez Molina, cuya aportación al volumen del narrador cordobés, complementa un magnífico libro para disfrutar de una mejor lectura.
Pedro M. Domene
En la narrativa breve existe, desde siempre, la posibilidad de conseguir la primacía de la sugerencia, porque los cuentos operan con un doble sentido, con esa cierta ambigüedad que les otorga el lenguaje, con eso que podríamos denominar intertexto; es decir, la alusión directa e indirecta a situaciones previas y conocidas, singularidades extensibles en este caso a los cuentos de Antonio Luis Ginés (Iznájar, Córdoba, 1967), capaz de preparar al lector para que, una vez leídas las historias que contiene, El fantástico hombre bala (2010), desarrolle algunas de sus intuiciones sin que el propio autor se vea obligado a contarlo todo. Sus textos surgen de ese elaborado proceso de una singular experimentación creadora que bien puede brotar de lo cotidiano, esa extraña cercanía que nos resulta exultantemente real, pero donde se supone que existe, paralelamente, una ambiciosa pretensión de encerrar, con el lenguaje, una permanente visión trascendente de nuestro mundo.
Antonio Luis Ginés nos permite imaginar momentos deliciosos, esbozar un placentero paréntesis con la lectura de su primera entrega narrativa, un volumen de cuentos de una variada extensión, tras haber entregado a la imprenta cuatro poemarios hasta el momento, Cuando duermen los vecinos (1995), Rutas exteriores (1998), Animales perdidos (2005) y Picados suaves sobre el agua (2009). Hesse afirmaba que «no había que hacer a este cómico mundo el honor de tomarlo en serio» y algo así se desprende de muchos de los relatos incluidos en El fantástico hombre bala, una colección que su autor divide en dos amplios apartados, «Profesionales», que reúne los primeros diez cuentos, y «Bajo la carpa», el resto, diecisiete más, que completan el libro. Una singularidad caracteriza a la mayoría de estas historias, algunas se centran en obsesivas actitudes ante la vida y el narrador concluye muchas de ellas con una ácida visión absurda de la misma, además de un profundo sentido del humor, y, tal vez, por eso, sus mejores relatos se sustentan con tipos extravagantes que, de alguna manera, bajo la extensa carpa de un circo y su mundo, se disponen a vivir una vida que, en este caso, sea fundamento de una singular escritura. El talento de Antonio Luis Ginés se muestra en el planteamiento de las situaciones y en la agilidad de muchos de sus diálogos. Sus mejores relatos evocan situaciones disparatadas, como ocurre en «Kamikaze», una pasión amorosa de pretensiones insospechadas, sino fuera porque sus protagonistas están muy lejos de ese furor juvenil; o el reto de una cita a ciegas en «La cicatriz», y ese final en «La última copa», la sorpresa, con la explicación de la protagonista, que cierra el relato y de alguna manera la sección que Antonio Luis Ginés titula, Profesionales. La concisión y, sobre todo, la plasticidad caracteriza a este grupo de relatos, cuya brevedad en algunos, se acerca y asimila al microrrelato, con sus acertadas posibilidades expresivas porque, entre otras muchas similitudes, el género ofrece una relación inversamente proporcional entre la extensión y la intensidad y, por supuesto, muestra el reverso insospechado de lo que cualquiera pudiera aceptar como una realidad.
En el siguiente bloque, Bajo la carpa, las actividades de los protagonistas contrastan con la vida cotidiana, resultan peripecias personales, seres anónimos de unas no menos profesiones casi perdidas, en un hipotético circo Tinglin: «Domador», «La mujer barbuda», «Mago», «Contorsionista», un extraordinario, «El fantástico hombre bala», donde mezcla la cruda realidad, una obsesiva premonición, el adulterio, con la fantasía con que singulariza a este personaje instantes antes de ser lanzado al vacío en mitad de la arena del circo. Muchos de los protagonistas de esta sección son individuos solitarios, condenados a la incomunicación por su condición de vivir unas profesiones extraordinarias o fantásticas. El humor que nos proporcionan algunos de estos relatos, el contraste entre sus personajes, «El forzudo», «La mujer pantera», «El ilusionista», «Trapecista», la ironía y la agilidad verbal corroboran, de alguna manera, el talento del escritor Antonio Luis Ginés para desarrollar argumentos policíacos, amorosos, políticos, eróticos, cotidianos, hechos en mitad de un circo como la vida misma, mezclados con una atmósfera densa que alterna con la perplejidad con que el lector queda en muchos de estos cuentos. En el mundo del narrador cordobés domina lo exagerado, lo raro, en ocasiones, la falta de proporción que expresa a través de un prosa que se despliega, que resulta directa, poco enfática y retórica como corresponde a un buen relato. En suma, los cuentos de Antonio Luis Ginés, provocan una ruptura de la realidad con la aparición de algunos hechos extraordinarios porque su mundo, aun siendo real, analiza el desorden, la inconsistencia y el sinsentido de lo contemporáneo, provocando que el lector vea desde otro ángulo.
La editorial El Páramo acierta con su colección, Relatacuentos, entrega una estupenda edición ilustrada, con mucho acierto, por Alicia Gómez Molina, cuya aportación al volumen del narrador cordobés, complementa un magnífico libro para disfrutar de una mejor lectura.
Vaya... precisamente pera mi gusto "El tragafuegos" es de los mejores.
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