jueves, junio 10, 2010

Anna Karénina, Lev N. Tolstói

Trad. Víctor Gallego Ballestero. Alba, Barcelona, 2010. 1002 pp. 44 €

Pilar Adón

En Anna Karénina se encuentran todas las pasiones del alma: los celos, los remordimientos, la vergüenza, el deseo, la envidia, la locura, la indecisión, los desarreglos nerviosos, la incertidumbre. Dice Levin en la página 549 de esta magnífica edición de Alba, traducida y prologada por Víctor Gallego Ballestero: «Mi principal pecado es la duda. Dudo de todo. Apenas hay momentos en que no me asalten las dudas». Y terrible es también la aprensión de Anna acerca de si el amor que dice profesarle Vronski será duradero o no: «Había momentos en que ya no sabía lo que temía ni lo que deseaba. ¿Temía o deseaba lo que había sucedido, lo que iba a suceder? Y, en realidad, ¿qué deseaba?» Los personajes pretenden ser sinceros consigo mismos y con los demás. Buscan la simplicidad, la tranquilidad y la belleza. Disfrutan de sus desayunos en el jardín, debajo de un castaño. Viajan en tren desde Moscú a San Petersburgo, y se concentran intensamente en la lectura de sus libros, como Anna, que se identifica tanto con los héroes de una novela inglesa que va leyendo en uno de esos viajes, que querría hacer lo que ellos hacen. Beben vodka, charlan animados durante la celebración de fastuosos bailes, tienen aspiraciones profesionales y esperan medrar en su carrera. Pero, sobre todo, por encima de cualquier otra ambición, desean ser felices. Porque, tal y como apunta Gallego Ballestero en su detallada introducción, Anna Karénina «no es la historia de un adulterio […] sino una fábula sobre la búsqueda de la felicidad».
Lo cierto es que de vez en cuando los personajes sí disfrutan de ciertos encuentros fugaces con esa codiciada felicidad. Con la descripción de breves anécdotas que adornan de realidad cualquier escena, Tolstói permite que, por ejemplo, su siempre torturado y obsesivo Levin descubra auténticos retazos de belleza que hacen de él un hombre feliz en el instante en que, momentos antes de pedir la mano de su adorada Kitty, observa «unas palomas azules que bajaban volando de los tejados a la acera, los bollos espolvoreados de harina que una mano invisible había puesto en un escaparate…». No obstante, casi todos los personajes comparten la mala costumbre, tan propia, por otra parte, de la naturaleza humana, de dejar que la solidez de su dicha repose en manos de los demás, de los que tanto dependen y que tanto daño pueden llegar a hacer, a veces sin ser conscientes de ello, cuando sus actos o palabras no responden a las expectativas. Por tanto, por más empeño que pongan en la consecución de sus deseos, la suya es una aspiración condenada al fracaso. Tolstói, además, no vacila a la hora de atormentar a sus personajes y así, volviendo a Levin (cuyo pensamiento es el que más se identifica con el del propio autor), hace que éste se arrepienta de todo: de lo que ha hecho, de lo que no ha hecho e incluso de lo que ha podido simplemente pensar. E idéntica pauta sigue con los otros: tanto con los personajes míticos (Dolly y Oblonski; Anna y Vronski; Kitty y Levin) como con los no tan conocidos, como Mademoiselle Várenka, ese personaje perfecto, “con esa calma y esa dignidad tan envidiables”, a quien Kitty conoce en el pequeño balneario alemán al que va a tomar las aguas con la esperanza de recuperar la salud y la alegría perdidas tras comprender que su amado Vronski ama en realidad a Anna, y rechazar (antes de comprender la situación anterior) la oferta matrimonial de Levin.
Anna Karénina es un libro que todos los lectores deberían visitar. En pocas ocasiones se puede disfrutar de una tan genuina Gran Literatura. Las descripciones con las que cada personaje queda caracterizado, el prodigioso uso del lenguaje, y la universalidad de los temas planteados (los problemas de conciencia, el concepto de lo que está bien y lo que no, la preocupación por la dignidad personal y social) hacen que siga siendo una novela total. Resulta muy significativa la parte en que Levin decide que necesita hacer «ejercicio físico; de otro modo se me agriará el carácter», y se entrega a la siega del heno en compañía de los campesinos que trabajan para él, incluso durante las horas de más calor. En lo que constituye un canto a las bondades del esfuerzo físico que, de una manera idealizada, se plantea como alternativa al sufrimiento que resulta del conocimiento reflexivo de las cosas, Levin huye del pensamiento y del análisis mental que hace que todo sea excesiva y dolorosamente real, y se concentra en no concentrarse, con el fin de olvidarse de todo. Ésa es su manera de calmarse.
Anna, por su parte, toma morfina por las noches.

3 comentarios:

  1. Desde hace un tiempo intento cumplir una estrategia personal: cada varios libros más o menos actuales, procuro leer uno de los clásicos fundamentales que considero de lectura obligatoria. Así, hace justo un año (por recordar algunos de los últimos), leí "El idiota" de Dostoievsky. Después "Suave es la noche" de Fitzgerald y "El gatopardo" de Lampedusa. Ahora empezaré enseguida "Palmeras salvajes" de Faulkner. Tolstoi es uno de los grandes que tengo pendientes: "Ana Karenina" y "Gerra y Paz". Hace unos días he visto una edición muy interesante de la primera en dos tomos pequeños. Esta estupenda reseña me ha recordado y aumentado las ganas de leerla. Muchas gracias por ello.
    Además de Dostoievsky, he leído a Chejov, Gorki y Korolenko, sé que es impreciso generalizar, pero lo que me ha gustado de la literatura rusa es la cualidad de fijar lo esencialmente humano y emotivamente complejo en historias aparentemente sencillas y perfiles de personajes y relaciones universalmente reconocibles, lo cual me resulta fascinante por su indemnidad al paso del tiempo.

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  2. Hola, rh,

    yo también procuro leer clásicos, cada vez más. Muchas gracias por tu comentario, y coincido contigo en lo que dices sobre la literatura rusa. Para mí también es fascinante.

    Un abrazo, y gracias de nuevo,

    Pilar.

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  3. Siempre me ha gustado la lectura clásica, aveces me salo de ese parámetro por algunos también bueno recomendados de igual manera mi privilegio siempre estar en lo clásico.

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