Ed. Bilingüe. Visor, Madrid, 2009. 95 pp. 10 €
Ariadna G. García
Profundidad de campo, último libro de poemas de Yolanda Castaño (1977), reflexiona sobre preocupaciones filosófico-morales que, si bien reflejan la angustia de una voz narradora del siglo XXI, son típicamente renacentistas. El texto plantea a sus lectores un par de problemas: la construcción de la identidad y la existencia o no del libre albedrío. Estos asuntos, a su vez, se expanden desde un centro irradiando ondas cada vez mayores. Así, en torno al tema de la “identidad” orbitan, entre otros, los siguientes: el contraste entre la apariencia y la realidad, la auto-valoración de la imagen y su recepción, la represión externa… En cuanto al motivo del “libre albedrío”, genera círculos concéntricos que se adentran en la exploración de dos conceptos: el miedo (a la libertad) y el siervo arbitrio.
El orden narrativo del poemario no es lineal. Yolanda Castaño no reconstruye cronológicamente la historia o la vivencia del sujeto lírico que habla. La autora recurre constantemente a la acronía para describirnos situaciones reales transcurridas en el pasado o situaciones hipotéticas que pueden darse en un futuro posible. El presente no existe. Esta falta de progresión narrativa, de avance emocional o biográfico produce una emoción de parálisis, de estancamiento, a la que contribuye también la falta de respuesta a los problemas planteados en el libro.
Lejos estamos ahora de la confianza renacentista en que cada cual es dueño de su albedrío para modelarse a su gusto y transformarse. Del optimismo del siglo XVI pasamos a la duda de comienzos del siglo XXI.
Yolanda Castaño expresa la incertidumbre de su protagonista por medio de dos recursos: la pregunta retórica («¿Si me fueran por las cosas/ me querríais acaso más?” p. 9, “¿Habré encontrado de mí hacia mí mi propio peaje?» p. 39) y la antítesis. Ésta, incluso, llega a convertirse en eje de todo un poema: Freak of nature, composición deudora del debate medieval por cuanto dos interlocutores deliberan, desde puntos de vista contrarios, sobre un tema establecido: la libertad. El texto se localiza espacialmente en un teatro. El primero de los interlocutores, de identidad anónima, representa la negación del albedrío, el rechazo de la voluntad y la incapacidad de elección («ama Pinocho cada hilo con miedo abrumador» p. 27). Por su parte, el muñeco de madera simboliza la lucha por la auto-afirmación de la existencia («Si digo ser yo quien baila es que soy yo quien baila» p. 31).
El sentimiento de duda, además, trae consigo el de frustración, que el sujeto lírico oculta bajo la belleza de su rostro y de su cuerpo. Este violento contraste entre la apariencia y la realidad retoma un tema clásico de nuestra literatura de los Siglos de Oro, si bien lo somete a un proceso de reelaboración. La falta de correspondencia entre las virtudes del cuerpo y las imperfecciones del alma nada tiene que ver con lejanos motivos de corte religioso. La hipocresía de entonces ha sido desplazada, como tema, por el desengaño de ahora. Los desórdenes de la razón y de la sensualidad (es decir, los pecados capitales), enmascarados por el hábito sacerdotal, son sustituidos por la angustia, la soledad, la culpa… por el dolor, en suma, que generan las expectativas vitales que no se cumplen («mi propio sueño se marchó de mí conmigo» p. 7), el desconocimiento de la propia identidad («preguntar a los demás quién demonios era yo» p. 13) o la represión afectivo-moral («la letra entra con sangre en las conciencias o en los coños» p. 59).
Como consecuencia de la incertidumbre y del dolor descritos, la existencia de la protagonista del texto es “aciaga”. Por ello, Yolanda proyecta su perfil más pesimista en Highway to heaven. En este poema, el «monstruo hermoso y abatido» (p. 55) en que se ha convertido el sujeto que enuncia nos descubre sus tendencias auto-destructivas. El texto contrapone dos ámbitos distintos: la vida y la muerte. Para evocar el primero, utiliza un par de metáforas («sonrosados huesos”, “belleza de espiga»). A este colorido enfrenta imágenes de deterioro y destrucción («Si en este preciso instante/ cruzase por mi carril la más ínfima desventura/ y mi joven fortuna saltase por los aires,/ nadie vería nada de turbio o sospechoso/ en la rutilante belleza/ de mi cadáver sobre el arcén» p. 19).
En conclusión, Yolanda Castaño establece con su libro un doble diálogo. Para empezar, con la tradición literaria. A los motivos analizados, de cuño medieval y renacentista, podemos añadir otros tres: el tempus fugit (o la fugacidad de la vida y de la belleza), heredero de la elegía clásica; la atracción por la muerte y la importancia del destino (de origen romántico). Y por último, entabla un debate con los valores sociales de su época. Yolanda nos presenta a un personaje angustiado, zarandeado por la duda, reprimido en pleno proceso de construcción de su identidad. Ahora bien, la autora no impone su mirada o su interpretación del mundo a los lectores. Sus poemas no afirman, interrogan. A esta intención crítica, ideológica, obedece la estética del libro. El discurso se presenta en fragmentos porque la vida no se puede nombrar. La realidad es múltiple. Está en continuo proceso de crisis, de transformación. Y el lenguaje no tiene acceso a ella.
Profundidad de campo, premio Ojo Crítico de RNE 2009, coloca, por méritos propios, a su autora entre los poetas más relevantes del siglo XXI. Su desafío estético-ideológico no deja indiferente. Quien lo leyó lo sabe.
Ariadna G. García
Profundidad de campo, último libro de poemas de Yolanda Castaño (1977), reflexiona sobre preocupaciones filosófico-morales que, si bien reflejan la angustia de una voz narradora del siglo XXI, son típicamente renacentistas. El texto plantea a sus lectores un par de problemas: la construcción de la identidad y la existencia o no del libre albedrío. Estos asuntos, a su vez, se expanden desde un centro irradiando ondas cada vez mayores. Así, en torno al tema de la “identidad” orbitan, entre otros, los siguientes: el contraste entre la apariencia y la realidad, la auto-valoración de la imagen y su recepción, la represión externa… En cuanto al motivo del “libre albedrío”, genera círculos concéntricos que se adentran en la exploración de dos conceptos: el miedo (a la libertad) y el siervo arbitrio.
El orden narrativo del poemario no es lineal. Yolanda Castaño no reconstruye cronológicamente la historia o la vivencia del sujeto lírico que habla. La autora recurre constantemente a la acronía para describirnos situaciones reales transcurridas en el pasado o situaciones hipotéticas que pueden darse en un futuro posible. El presente no existe. Esta falta de progresión narrativa, de avance emocional o biográfico produce una emoción de parálisis, de estancamiento, a la que contribuye también la falta de respuesta a los problemas planteados en el libro.
Lejos estamos ahora de la confianza renacentista en que cada cual es dueño de su albedrío para modelarse a su gusto y transformarse. Del optimismo del siglo XVI pasamos a la duda de comienzos del siglo XXI.
Yolanda Castaño expresa la incertidumbre de su protagonista por medio de dos recursos: la pregunta retórica («¿Si me fueran por las cosas/ me querríais acaso más?” p. 9, “¿Habré encontrado de mí hacia mí mi propio peaje?» p. 39) y la antítesis. Ésta, incluso, llega a convertirse en eje de todo un poema: Freak of nature, composición deudora del debate medieval por cuanto dos interlocutores deliberan, desde puntos de vista contrarios, sobre un tema establecido: la libertad. El texto se localiza espacialmente en un teatro. El primero de los interlocutores, de identidad anónima, representa la negación del albedrío, el rechazo de la voluntad y la incapacidad de elección («ama Pinocho cada hilo con miedo abrumador» p. 27). Por su parte, el muñeco de madera simboliza la lucha por la auto-afirmación de la existencia («Si digo ser yo quien baila es que soy yo quien baila» p. 31).
El sentimiento de duda, además, trae consigo el de frustración, que el sujeto lírico oculta bajo la belleza de su rostro y de su cuerpo. Este violento contraste entre la apariencia y la realidad retoma un tema clásico de nuestra literatura de los Siglos de Oro, si bien lo somete a un proceso de reelaboración. La falta de correspondencia entre las virtudes del cuerpo y las imperfecciones del alma nada tiene que ver con lejanos motivos de corte religioso. La hipocresía de entonces ha sido desplazada, como tema, por el desengaño de ahora. Los desórdenes de la razón y de la sensualidad (es decir, los pecados capitales), enmascarados por el hábito sacerdotal, son sustituidos por la angustia, la soledad, la culpa… por el dolor, en suma, que generan las expectativas vitales que no se cumplen («mi propio sueño se marchó de mí conmigo» p. 7), el desconocimiento de la propia identidad («preguntar a los demás quién demonios era yo» p. 13) o la represión afectivo-moral («la letra entra con sangre en las conciencias o en los coños» p. 59).
Como consecuencia de la incertidumbre y del dolor descritos, la existencia de la protagonista del texto es “aciaga”. Por ello, Yolanda proyecta su perfil más pesimista en Highway to heaven. En este poema, el «monstruo hermoso y abatido» (p. 55) en que se ha convertido el sujeto que enuncia nos descubre sus tendencias auto-destructivas. El texto contrapone dos ámbitos distintos: la vida y la muerte. Para evocar el primero, utiliza un par de metáforas («sonrosados huesos”, “belleza de espiga»). A este colorido enfrenta imágenes de deterioro y destrucción («Si en este preciso instante/ cruzase por mi carril la más ínfima desventura/ y mi joven fortuna saltase por los aires,/ nadie vería nada de turbio o sospechoso/ en la rutilante belleza/ de mi cadáver sobre el arcén» p. 19).
En conclusión, Yolanda Castaño establece con su libro un doble diálogo. Para empezar, con la tradición literaria. A los motivos analizados, de cuño medieval y renacentista, podemos añadir otros tres: el tempus fugit (o la fugacidad de la vida y de la belleza), heredero de la elegía clásica; la atracción por la muerte y la importancia del destino (de origen romántico). Y por último, entabla un debate con los valores sociales de su época. Yolanda nos presenta a un personaje angustiado, zarandeado por la duda, reprimido en pleno proceso de construcción de su identidad. Ahora bien, la autora no impone su mirada o su interpretación del mundo a los lectores. Sus poemas no afirman, interrogan. A esta intención crítica, ideológica, obedece la estética del libro. El discurso se presenta en fragmentos porque la vida no se puede nombrar. La realidad es múltiple. Está en continuo proceso de crisis, de transformación. Y el lenguaje no tiene acceso a ella.
Profundidad de campo, premio Ojo Crítico de RNE 2009, coloca, por méritos propios, a su autora entre los poetas más relevantes del siglo XXI. Su desafío estético-ideológico no deja indiferente. Quien lo leyó lo sabe.
Sinceramente, me sorprende que la autora de esta reseña no mencione el carácter bilingüe (gallego-castellano)de la obra, que ya fue publicada en gallego en 2007 y premiada ese año con el Espiral Mayor de Poesía. Y más aún, la inclusión del poemario en la categoría de "poesía en castellano".
ResponderEliminarUn saludo, DePeixes.