Care Santos
Hace algunos meses visité Tokio. Me llamó la atención la presencia de hombres vestidos de ejecutivo a todas horas y por todas partes. En el metro, en los parques, en las calles, en los bares. Ahora, mientras escribo esto, me pregunto qué me pareció tan raro: al fin y al cabo, ejecutivos los hay en todas las ciudades del mundo. ¿Por qué, entonces, Tokio me resultó, la mayor parte del tiempo, una especie de ciudad tomada por los hombres de traje, corbata y maletín? Intento contestar y aventuro esta explicación: porque estaban incluso en los lugares donde no deberían haber estado. Especialmente en los izakaya, restaurantes al alcance de casi cualquier economía, donde los trabajadores japoneses acuden en tropel después del trabajo, para festejar que han terminado la maratoniana jornada laboral tomando una copa con sus compañeros de oficina. Como si no llevaran con ellos bastantes horas, siguen ese ritual en el país de los rituales, y luego se marchan a sus apartamentos a dormir, porque no les quedan tiempo ni energías para ninguna otra cosa.
Y si ahora recuerdo todo esto es porque esta novela de biorritmo lento comienza en un izakaya. Es allí donde se encuentran sus dos protagonistas: Tsukiko, una mujer de 38 años, sola y cínica, y quien fue su maestro en la escuela, el profesor Matsumoto, a quien ella llama, simplemente, "el maestro". Entre ellos surge al principio una relación de amistad basada en lazos tan sutiles que parecen inexistentes, o que a veces se confunden con la vanalidad, para luego dar paso a algo más intenso cuya naturaleza es clara y profundamente orietal: un amor tan liviano que ni siquiera el lector siente su peso. Sólo su caricia. Una caricia como de pluma de ave en la espalda, para entendernos. Pura sofisticación nipona.
La novela se llama originalmente Sensei no Kaban, algo así como El maletín del maestro. Con ese título se estrenó el telefilme que en 2003 catapultó a su autora, Hiromi Kawakami, de autora para mujeres treintañeras y cuarentonas a flamante escritora de moda. Si su literatura ya la había hecho merecedora del Premio Akutagawa en 1996, fue el Tanizaki, conseguido por este libro en 2001, la que la hizo alcanzar el estrellato. Aunque después de leerla y disfrutarla por sus propios méritos, no me cabe duda de que su éxito tiene mucho que ver con el de Haruki Murakami, ese tsunami que ha barrido las librerías del mundo occidental con historias donde la sutileza es la protagonista.
Y es que la novela de Kawakami es familia muy directa de novelas como Tokio Blues, Al Sur de la frontera, al Oeste del sol o After Dark. Historias de biorritmo lento, donde los silencios son tan importantes como los diálogos, donde la psicología de los personajes pesa como una carga de esponjas y donde las atmósferas subrayan unas relaciones que se mueven entre el pasado turbulento, la soledad lacerante y la necesidad casi enfermiza de relacionarse con alguien de una vez. Tal vez el toque femenino hace a los personajes igual de complejos pero menos atormentados -lo cual les otorga una humanidad muy interesante-, sumidos en su cotidianeidad más insulsa. Una excusa, tal vez, de la autora para reflexionar sobre el sentido del vacío. El vacío existencial que tanto se parece al silencio, a la palabra que no llega, al gesto deseado que no se produce. La espera. En esta novela, todos esperan, aunque sólo algunos lo saben.
Tsukiko, la protagonista, parece haber renunciado a toda vida amorosa cuando se reencuentra con su maestro, y el sencillo gesto de pedir las mismas viandas para cenar se le antoja una mágica ristra de posibilidades. Se entabla entonces una relación basada en las omisiones, que les llevará a compartir paseos por mercados, inventarios domésticos e incluso alguna campechana reunión de antiguos profesores, hasta que Tsukiko le suelta a bocajarro a su mentor que está enamorada de él, y el hombre se sorprende. Y el lector también.
La historia de amor, siguiendo las buenas costumbres japonesas, no puede ser más minimalista ni menos apasionada. Aquí todo ímpetu brilla por su ausencia, nadie se despeina en la refriega amorosa, nadie pierde la oriental compostura. Sin embargo, uno termina de conocer esta crónica de pequeños detalles con la sensación de haber asistido no sólo a la ceremonia del acercamiento absoluto entre dos seres, sino también a la del amor verdadero.
Por cierto, hablando de amor verdadero y de sutileza: ¿a quién se le ha ocurrido ese ominoso subtítulo de la cubierta, "Una historia de amor"? Sí, ya sé, se trata de un gancho para lectores desinformados (además de occidentales), pero ni por ésas. Los lectores, que se informen o se dejen sorprender, diría el maestro de la historia, y los editores, que contegan su deseo de dar demasiadas explicaciones.
Dicho esto, sólo me queda añadir que cada pequeña peripecia de las muchas que cuenta este libro es una delicia. Las lecciones que el maestro destila a cada nuevo encuentro, la rebeldía entregada de su alumna, la adoración que se profesan, las muchas conversaciones sin hilo conductor aparente, la colección de jarras para el té que el maestro guarda en un armario, la visita a la tumba de la vieja esposa fugada... todo constituye un motivo para no dejar de leer, para permanecer hasta el final aferrado a esta trama hipnótica de resortes tan poco evidentes.
Murakami flota en el ambiente, sí. Pero es probable que gracias a él muchos lectores lleguen a estas páginas. Me parece un estupendo efecto secundario. Al fin y al cabo, toda la literatura es un enorme entramado de pasadizos comunicados. Y, por supuesto, con más de una puerta falsa, que cada lector debe descubrir por sí mismo.
Y si ahora recuerdo todo esto es porque esta novela de biorritmo lento comienza en un izakaya. Es allí donde se encuentran sus dos protagonistas: Tsukiko, una mujer de 38 años, sola y cínica, y quien fue su maestro en la escuela, el profesor Matsumoto, a quien ella llama, simplemente, "el maestro". Entre ellos surge al principio una relación de amistad basada en lazos tan sutiles que parecen inexistentes, o que a veces se confunden con la vanalidad, para luego dar paso a algo más intenso cuya naturaleza es clara y profundamente orietal: un amor tan liviano que ni siquiera el lector siente su peso. Sólo su caricia. Una caricia como de pluma de ave en la espalda, para entendernos. Pura sofisticación nipona.
La novela se llama originalmente Sensei no Kaban, algo así como El maletín del maestro. Con ese título se estrenó el telefilme que en 2003 catapultó a su autora, Hiromi Kawakami, de autora para mujeres treintañeras y cuarentonas a flamante escritora de moda. Si su literatura ya la había hecho merecedora del Premio Akutagawa en 1996, fue el Tanizaki, conseguido por este libro en 2001, la que la hizo alcanzar el estrellato. Aunque después de leerla y disfrutarla por sus propios méritos, no me cabe duda de que su éxito tiene mucho que ver con el de Haruki Murakami, ese tsunami que ha barrido las librerías del mundo occidental con historias donde la sutileza es la protagonista.
Y es que la novela de Kawakami es familia muy directa de novelas como Tokio Blues, Al Sur de la frontera, al Oeste del sol o After Dark. Historias de biorritmo lento, donde los silencios son tan importantes como los diálogos, donde la psicología de los personajes pesa como una carga de esponjas y donde las atmósferas subrayan unas relaciones que se mueven entre el pasado turbulento, la soledad lacerante y la necesidad casi enfermiza de relacionarse con alguien de una vez. Tal vez el toque femenino hace a los personajes igual de complejos pero menos atormentados -lo cual les otorga una humanidad muy interesante-, sumidos en su cotidianeidad más insulsa. Una excusa, tal vez, de la autora para reflexionar sobre el sentido del vacío. El vacío existencial que tanto se parece al silencio, a la palabra que no llega, al gesto deseado que no se produce. La espera. En esta novela, todos esperan, aunque sólo algunos lo saben.
Tsukiko, la protagonista, parece haber renunciado a toda vida amorosa cuando se reencuentra con su maestro, y el sencillo gesto de pedir las mismas viandas para cenar se le antoja una mágica ristra de posibilidades. Se entabla entonces una relación basada en las omisiones, que les llevará a compartir paseos por mercados, inventarios domésticos e incluso alguna campechana reunión de antiguos profesores, hasta que Tsukiko le suelta a bocajarro a su mentor que está enamorada de él, y el hombre se sorprende. Y el lector también.
La historia de amor, siguiendo las buenas costumbres japonesas, no puede ser más minimalista ni menos apasionada. Aquí todo ímpetu brilla por su ausencia, nadie se despeina en la refriega amorosa, nadie pierde la oriental compostura. Sin embargo, uno termina de conocer esta crónica de pequeños detalles con la sensación de haber asistido no sólo a la ceremonia del acercamiento absoluto entre dos seres, sino también a la del amor verdadero.
Por cierto, hablando de amor verdadero y de sutileza: ¿a quién se le ha ocurrido ese ominoso subtítulo de la cubierta, "Una historia de amor"? Sí, ya sé, se trata de un gancho para lectores desinformados (además de occidentales), pero ni por ésas. Los lectores, que se informen o se dejen sorprender, diría el maestro de la historia, y los editores, que contegan su deseo de dar demasiadas explicaciones.
Dicho esto, sólo me queda añadir que cada pequeña peripecia de las muchas que cuenta este libro es una delicia. Las lecciones que el maestro destila a cada nuevo encuentro, la rebeldía entregada de su alumna, la adoración que se profesan, las muchas conversaciones sin hilo conductor aparente, la colección de jarras para el té que el maestro guarda en un armario, la visita a la tumba de la vieja esposa fugada... todo constituye un motivo para no dejar de leer, para permanecer hasta el final aferrado a esta trama hipnótica de resortes tan poco evidentes.
Murakami flota en el ambiente, sí. Pero es probable que gracias a él muchos lectores lleguen a estas páginas. Me parece un estupendo efecto secundario. Al fin y al cabo, toda la literatura es un enorme entramado de pasadizos comunicados. Y, por supuesto, con más de una puerta falsa, que cada lector debe descubrir por sí mismo.
Me compré este libro la semana pasada y pienso empezarlo pronto. Murakami, (Tokio Blues, el único suyo que he le leído) no me encantó. Llegué a Kawakami porque esa editorial nunca me defrauda, porque soy una antigua admiradora de Mishima y porque hay otro autor actual que me tiene fascinada: Kenzaburo Oé. Sobre todo "Cartas a los años de nostalgia", aunque "Una decisión personal" es, desde un punto de vista menos formal y más psicológico, interesante.
ResponderEliminarNo entiendo tanto revuelo con Murakami. Tengo "Kafka en la orilla" y lo leeré a ver si me sorprende, pero hay mucha gente que llegamos por otras vías a la literatura oriental (y de todo tipo). Los canales de comunicación son inabarcables.
Los autores japoneses están muy de moda y como dice Flora, sólo entiendo que el revuelo por Murakami se da por una genial estrategia de Marketing, como lamentablemente nos están llegando muchos libros "basura" aunque parezca duro el comentario.
ResponderEliminarDesconozco a Kawakami así que no la prejuzgaré, pero espero no llevarme la misma sorpresa que con su coterráneo..
Saludos,
Si se habla de autores japoneses una buena mención sin duda seria la de Natsume soseki
ResponderEliminarNo comparto la visión de que el éxito de Murakami se deba a una estrategia comercial ya que ha sido gradual, prolongado, y se ha dado en distintos países. Más interesantes que Tokyo Blues (Norwegian Wood, es su título original) me parecen Sputnik, mi amor o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Sí entiendo que a algunos pueda fastidiar un poco la magnitud del reconocimiento que ha obtenido Murakami, pero no creo que sea culpa suya ya que él poco ha hecho, más bien al contrario, por promocionarse. Además el fenómeno ha predispuesto a muchos lectores a interesarse por una literatura poco conocida aquí como la japonesa. Respecto a la novela de Kawakami, tomo nota con interés.
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