Trad. Iván de los Ríos. Errata Naturae, Madrid, 2009. 128 pp. 10.90 €
Rubén Castillo Gallego
Franz Overbeck (1837-1905), que fue amigo íntimo de Friedrich Nietzsche y docente en una universidad suiza, tuvo la inestimable idea de anotar algunas de sus reflexiones, remembranzas y anécdotas sobre el filósofo alemán. Y ahora el sello Errata Naturae, con la valiosa colaboración traductora del profesor Iván de los Ríos, nos ofrece a los lectores españoles un buen número de esas páginas (incluidas algunas que el pudoroso Carl Albrecht Bernoulli, discípulo de Overbeck, consideró prescindibles cuando editó el volumen en 1906). Con buen juicio dice el profesor De los Ríos que «Franz Overbeck escribe al margen de todo interés encomiástico, sin ínfulas filosóficas, y escribe para demostrarse a sí mismo que nunca comprendió plenamente a un hombre al que amó y veneró por encima de todas las cosas; escribe para comprender y para expiar la culpa de no haber comprendido; escribe para quedarse a solas con su amigo Friedrich Nietzsche, cuyas carencias nadie supo advertir con igual cautela» (p.14). De ahí que la obra alcance cotas de gran intensidad intelectual y emocional. Tras declarar su sumisión ante lo ciclópeo de la figura de Friedrich («Nietzsche fue un portento ante el que me incliné una y otra vez, y aun hoy no me arrepiento de haberlo hecho», p.25), el analista Overbeck se aproxima con lucidez y elegancia crítica a «un Nietzsche cuyo pensamiento no se ramifica, creciente, superando obstáculos, sino que avanza como una [...] corriente de lava» (p.39). Lentamente, respetuosamente, Franz Overbeck comenta diferentes aspectos sobre el antisemitismo de Nietzsche, sobre sus posturas ante la religión cristiana, sobre su aparente soledad («Nunca fue un auténtico solitario», p.43), sobre el controvertido tema de la muerte de Dios («Partiendo de mi relación habitual con Nietzsche sólo puedo decir lo siguiente: nunca tuve la impresión de que contara con una respuesta sobre la existencia o la inexistencia de Dios, pero ignoro si alguna vez pretendió decir algo al respecto», p.54) y sobre varios temas de indudable interés erudito, como las relaciones que la obra de Friedrich Nietzsche guarda con Proudhon, Rousseau, Pascal, Herder, Stirner o Erwin Rohde. Y llega a proporcionar datos muy minuciosos, como la anécdota de que fue el historiador y pensador Jakob Burkhardt (autor de la monumental Historia de la cultura griega) el primero en tener noticia clara de la locura de Nietzsche, a través de una carta de enero de 1889, donde el filósofo evidenciaba su desvarío... Este hombre, que fue un fiel amigo del filósofo de Basilea «hasta que todos perdimos a Nietzsche por culpa de la locura» (p.90), explica con viril emoción que no ha querido mercadear con su amistad, ni someterla a manipulaciones de ningún tipo, cuando tan fácil le hubiera resultado hacerlo («Su amistad ha sido demasiado importante para mí como para sentir el deseo de contaminarla con exaltaciones póstumas», p.102). En suma, Errata Naturae nos acaba de regalar un delicioso tomo con el que, sin la menor duda, mejoramos nuestro conocimiento del padre de Zaratustra. Y eso siempre hay que agradecerlo.
Rubén Castillo Gallego
Franz Overbeck (1837-1905), que fue amigo íntimo de Friedrich Nietzsche y docente en una universidad suiza, tuvo la inestimable idea de anotar algunas de sus reflexiones, remembranzas y anécdotas sobre el filósofo alemán. Y ahora el sello Errata Naturae, con la valiosa colaboración traductora del profesor Iván de los Ríos, nos ofrece a los lectores españoles un buen número de esas páginas (incluidas algunas que el pudoroso Carl Albrecht Bernoulli, discípulo de Overbeck, consideró prescindibles cuando editó el volumen en 1906). Con buen juicio dice el profesor De los Ríos que «Franz Overbeck escribe al margen de todo interés encomiástico, sin ínfulas filosóficas, y escribe para demostrarse a sí mismo que nunca comprendió plenamente a un hombre al que amó y veneró por encima de todas las cosas; escribe para comprender y para expiar la culpa de no haber comprendido; escribe para quedarse a solas con su amigo Friedrich Nietzsche, cuyas carencias nadie supo advertir con igual cautela» (p.14). De ahí que la obra alcance cotas de gran intensidad intelectual y emocional. Tras declarar su sumisión ante lo ciclópeo de la figura de Friedrich («Nietzsche fue un portento ante el que me incliné una y otra vez, y aun hoy no me arrepiento de haberlo hecho», p.25), el analista Overbeck se aproxima con lucidez y elegancia crítica a «un Nietzsche cuyo pensamiento no se ramifica, creciente, superando obstáculos, sino que avanza como una [...] corriente de lava» (p.39). Lentamente, respetuosamente, Franz Overbeck comenta diferentes aspectos sobre el antisemitismo de Nietzsche, sobre sus posturas ante la religión cristiana, sobre su aparente soledad («Nunca fue un auténtico solitario», p.43), sobre el controvertido tema de la muerte de Dios («Partiendo de mi relación habitual con Nietzsche sólo puedo decir lo siguiente: nunca tuve la impresión de que contara con una respuesta sobre la existencia o la inexistencia de Dios, pero ignoro si alguna vez pretendió decir algo al respecto», p.54) y sobre varios temas de indudable interés erudito, como las relaciones que la obra de Friedrich Nietzsche guarda con Proudhon, Rousseau, Pascal, Herder, Stirner o Erwin Rohde. Y llega a proporcionar datos muy minuciosos, como la anécdota de que fue el historiador y pensador Jakob Burkhardt (autor de la monumental Historia de la cultura griega) el primero en tener noticia clara de la locura de Nietzsche, a través de una carta de enero de 1889, donde el filósofo evidenciaba su desvarío... Este hombre, que fue un fiel amigo del filósofo de Basilea «hasta que todos perdimos a Nietzsche por culpa de la locura» (p.90), explica con viril emoción que no ha querido mercadear con su amistad, ni someterla a manipulaciones de ningún tipo, cuando tan fácil le hubiera resultado hacerlo («Su amistad ha sido demasiado importante para mí como para sentir el deseo de contaminarla con exaltaciones póstumas», p.102). En suma, Errata Naturae nos acaba de regalar un delicioso tomo con el que, sin la menor duda, mejoramos nuestro conocimiento del padre de Zaratustra. Y eso siempre hay que agradecerlo.
Sera interesante conocer el aspecto más humano del filósofo. Seguro que se nos cae más de un estereotipo.
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