Trad. Íñigo García Ureta. Tusquets, Barcelona, 2008. 241 pp. 17 €
Inés Matute
A veces ocurre. Llegas a la última página de un libro y te duele despedirte de un personaje, no saber más de él. Y aún duele más si el libro termina con su apacible muerte frente a un lago, en compañía de su recién descubierta familia. Entonces sí que nada tiene remedio: no volverás a saber de sus andanzas, de sus amores, de su pasado narrado y adulterado en primera persona. Porque no hay segunda parte posible a no ser que el autor se invente una voz alternativa que le desdiga y le ilumine desde otra perspectiva. El pasado de Gloria, una octogenaria deslenguada y vital, ingresada en una residencia de ancianos y cuya memoria flaquea, no es un pasado precisamente amable, aunque sí tremendamente enriquecedor. Víctima de la desmemoria –o de un galopante Alzheimer-, un humor feroz y una peculiar afición al sexo, nadie diría que nuestra Gloria es el personaje ideal para recrear un período y espacio –la segunda guerra mundial en Gran Bretaña- archiconocidos de tan visitados por el cine y la literatura. Pero lo es. Porque lo que ella nos cuenta no nos lo habían contado antes, y también porque su forma de hablarnos del miedo, de los bombardeos, del racionamiento, de los apagones, de las penurias y del sexo fugaz e intenso con los soldados estadounidenses, nos atrapa desde la primera línea. Es más: Me atrevería a decir que Guerra en la familia no es una novela, sino una auténtica sacudida a la conciencia del lector.
Entre chiste y chiste –sobre todo si son verdes, sobre todo si son negros- Gloria nos hace partícipes del carpe diem desquiciado que fue la guerra, de una cotidianidad con olor a ausencia y a carne en descomposición. Al leer sobre las guerras, por otro lado, tendemos a olvidar que para la gente que las vive y las sufre la vida sigue, y que deben trabajar, enamorarse y reproducirse al margen de las acciones bélicas. Soportándolas, sobreviviendo a ellas. Desde los jóvenes que aspiran al heroísmo en la narrativa de Scott Fitzgerald, el drama familiar en Steinbeck o la marginación en Marsé. Y eso, sin hablar de cine, pues la lista de autores y tratamientos distintos sería demasiado extensa. En cuanto al título, ¿Qué puede haber peor que dos hermanas enamoradas del mismo hombre, dos mujeres que luchan en una cama por conseguir un amor, que, en este contexto, no es otra cosa que una manera de huir? . Personalmente, siempre agradezco que un escritor me “eduque” sin que yo me de cuenta. Agradezco que a través de una historia casi corriente me introduzca en La Historia. Que me divierta y me emocione. Que me haga más sensible a ciertas realidades que no me ha tocado vivir. Y Liz Jensen, una escritora a la que conviene seguir de cerca, lo consigue con este título y esa voz sarcástica y amarga, también interesada, que oculta un terrible secreto.
Presionada por su hijo, Gloria descubrirá que todo el desenfreno vivido en aquellos días tuvo consecuencias atroces, no sólo para ella, sino para una hija de la que nada sabe. La posterior prostitución en que cayeron ella y muchas de sus compatriotas se nos pinta como algo inevitable. Los cuadros de muchachas inglesas paseando a recién nacidos negros en un cochecito -algo sorprendente en aquellos días-, hijos de una noche de tómbola y cerveza, sólo son una pincelada más de un cuadro del que poco o nada sabíamos. Porque aquí esas cosas forman parte tanto del contexto sociológico como del particular. Agradecemos a Liz Jensen su visión de la sexualidad femenina en tiempos de crisis, una visión que nada tiene que ver con las habituales confesiones edulcoradas ni con lacrimógenas crónicas de la frigidez. La sexualidad de Gloria, incluso a los ochenta años, es impetuosa, alegre, voraz, pero nunca obscena. Es una sexualidad sana y vivida como la viven los animales: sin cortapisas, sin vergüenza y sin remordimientos. En definitiva: Guerra en la familia es un magnífico libro, una novela vitalista que guarda entre sus páginas innumerables vidas cruzadas, muchos secretos y una gran verdad.
Inés Matute
A veces ocurre. Llegas a la última página de un libro y te duele despedirte de un personaje, no saber más de él. Y aún duele más si el libro termina con su apacible muerte frente a un lago, en compañía de su recién descubierta familia. Entonces sí que nada tiene remedio: no volverás a saber de sus andanzas, de sus amores, de su pasado narrado y adulterado en primera persona. Porque no hay segunda parte posible a no ser que el autor se invente una voz alternativa que le desdiga y le ilumine desde otra perspectiva. El pasado de Gloria, una octogenaria deslenguada y vital, ingresada en una residencia de ancianos y cuya memoria flaquea, no es un pasado precisamente amable, aunque sí tremendamente enriquecedor. Víctima de la desmemoria –o de un galopante Alzheimer-, un humor feroz y una peculiar afición al sexo, nadie diría que nuestra Gloria es el personaje ideal para recrear un período y espacio –la segunda guerra mundial en Gran Bretaña- archiconocidos de tan visitados por el cine y la literatura. Pero lo es. Porque lo que ella nos cuenta no nos lo habían contado antes, y también porque su forma de hablarnos del miedo, de los bombardeos, del racionamiento, de los apagones, de las penurias y del sexo fugaz e intenso con los soldados estadounidenses, nos atrapa desde la primera línea. Es más: Me atrevería a decir que Guerra en la familia no es una novela, sino una auténtica sacudida a la conciencia del lector.
Entre chiste y chiste –sobre todo si son verdes, sobre todo si son negros- Gloria nos hace partícipes del carpe diem desquiciado que fue la guerra, de una cotidianidad con olor a ausencia y a carne en descomposición. Al leer sobre las guerras, por otro lado, tendemos a olvidar que para la gente que las vive y las sufre la vida sigue, y que deben trabajar, enamorarse y reproducirse al margen de las acciones bélicas. Soportándolas, sobreviviendo a ellas. Desde los jóvenes que aspiran al heroísmo en la narrativa de Scott Fitzgerald, el drama familiar en Steinbeck o la marginación en Marsé. Y eso, sin hablar de cine, pues la lista de autores y tratamientos distintos sería demasiado extensa. En cuanto al título, ¿Qué puede haber peor que dos hermanas enamoradas del mismo hombre, dos mujeres que luchan en una cama por conseguir un amor, que, en este contexto, no es otra cosa que una manera de huir? . Personalmente, siempre agradezco que un escritor me “eduque” sin que yo me de cuenta. Agradezco que a través de una historia casi corriente me introduzca en La Historia. Que me divierta y me emocione. Que me haga más sensible a ciertas realidades que no me ha tocado vivir. Y Liz Jensen, una escritora a la que conviene seguir de cerca, lo consigue con este título y esa voz sarcástica y amarga, también interesada, que oculta un terrible secreto.
Presionada por su hijo, Gloria descubrirá que todo el desenfreno vivido en aquellos días tuvo consecuencias atroces, no sólo para ella, sino para una hija de la que nada sabe. La posterior prostitución en que cayeron ella y muchas de sus compatriotas se nos pinta como algo inevitable. Los cuadros de muchachas inglesas paseando a recién nacidos negros en un cochecito -algo sorprendente en aquellos días-, hijos de una noche de tómbola y cerveza, sólo son una pincelada más de un cuadro del que poco o nada sabíamos. Porque aquí esas cosas forman parte tanto del contexto sociológico como del particular. Agradecemos a Liz Jensen su visión de la sexualidad femenina en tiempos de crisis, una visión que nada tiene que ver con las habituales confesiones edulcoradas ni con lacrimógenas crónicas de la frigidez. La sexualidad de Gloria, incluso a los ochenta años, es impetuosa, alegre, voraz, pero nunca obscena. Es una sexualidad sana y vivida como la viven los animales: sin cortapisas, sin vergüenza y sin remordimientos. En definitiva: Guerra en la familia es un magnífico libro, una novela vitalista que guarda entre sus páginas innumerables vidas cruzadas, muchos secretos y una gran verdad.
¿Un magnífico libro? Pues o yo soy muy lista o los demás muy tontos, pero ya sabía lo que iba a pasar desde el capítulo 2... y eso que me dijeron que el final era súper sorprendente e inesperado... pfffff... pues yo lo he encontrado de lo más previsible y simplón, la verdad, una historia cutrecilla, aceptable por momentos pero en general con ínfulas universalistas que se quedan en mera anécdota y con un final que peca de artificialmente efectista para compensar las carencias de todo lo anterior. Malo en general, vaya. Una pérdida de tiempo.
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